martes, 24 de abril de 2012

Anecdotario dickensiano

GUADAÑAZOS PARA LA                                
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 18, abril de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

 
Anecdotario dickensiano
Por Hernán Botero R.

 ¿Sobre qué escritor no se cuentan anécdotas? Sobre ninguno diría yo, y agregaría, hasta de los pequeños y malos escritores hay anécdotas dignas de contarse. Personalmente creo que el género anecdótico es más importante de lo que por lo general se cree, tan importante que las anécdotas de muchos entre los malos, son tan interesantes que casi nos compensan en el nivel biográfico de la escasa o nula calidad estética (caso que no es el de Dickens precisamente).

En cuanto a Dickens, uno de los grandes entre los grandes autores de la literatura mundial, las anécdotas son tan numerosas como impresionantes, y es por ello que voy a recordar aquí unas pocas entre las que juzgo más atinentes a lo que fue el ser humano, y escritor que fue –y es– Charles Dickens.

La primera anécdota que quiero rememorar es la de que el autor de “Oliver Twist”, al aparecer la obra capital de George Elliot “Middlemarch” le escribió a Elliot una carta en la que aseguraba estar convencido de que solo una mujer podía haber creado los personajes femeninos de sorprendente riqueza sicológica de la mencionada novela. George Elliot, profundamente halagada y conmovida, le contestó a Dickens  que efectivamente George Elliot era su seudónimo y que ella se llamaba en realidad Marian Ann Evans. Quiero dejar que el lector infiera las conclusiones que crea del caso referentes a esta anécdota.

 Luego de lo anterior, se me vienen a la mente tres anécdotas que vinculan a Dickens con dos grandes escritores ingleses: William Thackeray, amigo y contemporáneo de aquel, y George Bernard Shaw, gran escritor –ante todo dramaturgo- de una generación posterior a la dickensiana.

 Las dos primeras anécdotas tienen que ver con Thackeray, el gran novelista que siempre se ha confrontado con Dickens con más frecuencia que con otros grandes novelistas contemporáneos suyos en Inglaterra. La primera nos cuenta que en alguna ocasión un amigo de Thackeray, maravillado ante una página de Dickens, se la leyó al autor de la Feria de las vanidades y le pidió su opinión acerca de ella. Thackeray calló por unos instantes y luego le dijo: –contra esto no hay nada que hacer, es demasiado perfecto para pensar que alguien pudiese haberlo escrito mejor. Otra anécdota nos hace saber que alguna vez las hijas de Thackeray le preguntaron a este: - ¿Papá, y tú por qué no escribes novelas como las de Mr. Dickens?

 La anécdota de Dickens, ya fallecido, con George Bernard Shaw, se reduce a una frase del autor de Santa Juana: –Después de leer La pequeña Dorrit fue que me hice revolucionario.

Ahora desplacémonos a Norteamérica. Cuando llegaban a los grandes puertos de los Estados Unidos los buques que transportaban los folletines en los que Dickens venía relatando la historia de la pequeña Nell, que enfermara gravemente, se congregaban en aquellos verdaderas multitudes, que antes de que las naves atracaran preguntaban a gritos: ¿ha muerto la pequeña Nell? Nos referimos a la pequeña Nell de Almacén de antigüedades que es una piedra de escándalo para los “exquisitos” entre lectores y críticos debido al innegable exceso de ternura con que narró Dickens la muerte de su joven personaje. Dos grandes escritores ingleses se manifestaron al respecto, de una manera tan exageradamente peyorativa, como es exagerado en el plano narrativo el patetismo del episodio aludido. Oscar Wilde dijo literalmente que “es necesario tener un corazón de piedra para no morirse de risa con la muerte de la pequeña Nell”. A mí me parece que al Oscar Wilde, autor de cuentos tan rebosantes de sentimiento como El príncipe feliz y El gigante egoísta, no le asistía la razón poética para decir lo que dijo. Otro gran escritor inglés, Aldous Huxley, no fue menos drástico que Wilde. En su libro Literatura y vulgaridad el autor de Contrapunto considera que la vulgaridad sentimental de Dickens, en el episodio de la muerte de la pequeña Nell, está a la altura de la novela El Rosario de Florence M. Barclay a la que juzga como la novela arquetípica escrita para criadas. Ante esto pienso que hay tantas cosas hermosas y divertidas en Almacén de antigüedades que la equiparación de Dickens con Florence M. Barclay, pésima escritora en todas sus novelas, es un despropósito.

Quiero, aunque no se trate propiamente de una anécdota sino de un juicio literario, referirme al concepto de Italo Calvino, sobre Nuestro común amigo, penúltima novela de Dickens: –Esta novela es una obra perfetta assoluta .

Impresiona saber que, después de haber asistido a una representación, de una versión teatral de Canción de navidad, Lenin se expresara más o menos en los siguientes términos y de modo iracundo: –La obra es un ejemplo típico de la degeneración sentimental de la burguesía capitalista-.

De otra parte vale la pena recordar que el gran filósofo hispano- estadinense, que siempre escribió en inglés, George Santayana tenía a Dickens por uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Este concepto es tanto más válido por el hecho de que Santayana también fue un gran poeta y autor de la notable novela auto-biográfica El último puritano.

Quiero dejar para el final una anécdota que llega a lo inefable, dada su absurdidad y humor; se trata de la audiencia que concedió la Reina Victoria a nuestro escritor. La Reina de Inglaterra y Emperatriz de la India era una irrestricta admiradora de Dickens. Durante el transcurso de toda la entrevista ninguno de los dos se atrevió a tomar asiento, lo que nos hace ver hasta que punto un escritor como Dickens produjo un respeto de tal magnitud hacia su obra que ni siquiera la Reina Victoria, que detentaba el poder absoluto del Imperio más grande de la tierra, se sentía a la altura de tamaño genio. La reina, aunque en imperial y errática actitud, tampoco invitó a sentarse al genio de Portsmouth.

martes, 17 de abril de 2012

Soneto y poema en verso libre

GUADAÑAZOS PARA LA                                
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 17, abril de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo

Ciencia y arte del soneto
                                                               Raúl Jaime Gaviria V.

Aquellos que abominan los sonetos
tan solo por su rima y su cadencia
seguramente no poseen su ciencia
y se baten cual tristes capuletos

Pergeñemos sonetos bien logrados
sin tufillo a poesía decadente
para que la vanguardia, que es demente
no diga que el soneto está acabado.

Sonetistas del mundo os quiero unidos
alabando la buena poesia
no más loas ni a Marte ni a María

que ya se han vuelto temas muy manidos.
Ardientes ritmos y vivaces  rimas
y alcanzará el soneto nuevas cimas.

La ciencia del soneto no es de humo
su arte ha de llegar hasta lo sumo.

 
Galileo Galilei y la herencia musical de su padre Vincenzo Galilei
                                                                                        Por Hernán Botero R.

Eppur si muove
(y sin embargo se mueve)
se dice que dijo
Galileo Galilei.
El resto de la historia es conocido
y no hay motivo
para tratar de convertirlo en un poema.
Pensemos que en realidad lo dijo
y preguntémonos por qué.
¿Por mera cobardía,
cual lo insinua Bertolt Brecht
en su obra sobre el genio heredero de Copérnico?

Galileo sabía que a la chita callando
sus investigaciones podían continuar,
que la aventura suya con la ciencia
no debería acabar
en la pira de la Inquisición.

Supongamos,
y no será gratuito que lo hagamos
que como hijo de un gran compositor:
Vincenzo Galilei,
para quien era música la vida
(y aparte de ser arte también ciencia)
recibió por herencia de su padre
su amor por ella y por la vida,
que para Galileo
la ciencia era una música
como la que su padre componía
(otra clase de música).

Imaginemos
hasta llegar al límite
de lo no susceptible de ser imaginado
como posible:
que para Messer Vincenzo, la música
era una vida dentro de la vida
y para Galileo la ciencia era una música
y la vida era ciencia y a la par era música.

martes, 10 de abril de 2012

El mundo: coto de caza para los escritores

GUADAÑAZOS PARA LA                                
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 16, abril de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

 
El mundo: coto de caza para todos los escritores

Hernán Botero R./ Raúl Jaime Gaviria Vélez


  Está muy arraigado en nuestro medio el prejuicio de que necesariamente una novela escrita por un autor del ámbito local no pueda incursionar dentro de los parámetros de su ficción en ámbitos exógenos, que solo deja de aplicarse cuando el consabido autor local ha vivido físicamente en el país o la región extranjera en la cual su obra ha de tener lugar.

  En los tiempos que corren, ante la innegable penetración tecnológica a la cual nos vemos abocados en la recién advenida era digital, el escritor de ficción dispone de una mayor libertad para escoger las coordenadas tempo-espaciales de sus obras lo cual era menos frecuente para los escritores de la llamada era análoga. No deja de ser contradictoria en plena era cibernética y cibernáutica esta parroquialización del escritor.

  Es como si se negase al matemático francés Le Verrier la gloria de haber descubierto a Neptuno por  vía del cálculo por el mero hecho de no haber realizado tal hallazgo utilizando el telescopio. ¿Por qué entonces no se admite que a través del conocimiento que hoy nos ofrecen internet, las redes sociales y los medios de comunicación globales se pueda acceder de manera eficaz  y gratificante a las variopintas atmósferas que en otros tiempos era menester vivenciar de modo directo?

    Aún hoy se sigue defendiendo el concepto de que solo quien interactúa físicamente con el medio al  que describirá en sus obras tiene la posibilidad de realizar una creación de carácter auténtico y con posibilidades de que a esta se le confiera el carácter de universal.

   Los ejemplos hablan por si solos: Tomemos el caso de la última novela de Mario Vargas Llosa “El sueño del Celta” donde el autor se aleja de su tradicional temática latinoamericana tocando un tema que a primera vista podría parecer exótico en el sentido frívolo, ya que la novela transcurre en el antiguo Congo Belga de tiempos del vesánico monarca Leopoldo II. ¿Quien podría decir que a un lector del Zaire contemporáneo no le podría aportar este libro referentes importantes para  comprender  a la luz de una mirada externa amplia y profunda en su humanidad el contexto de un periodo crucial del pasado colonial de su patria?. Lo que quiero puntualizar es que una novela como “El sueño del Celta” difícilmente podría haber surgido en el contexto pre-tecnológico en el cual surgió el tan cacareado boom latinoamericano de los años sesenta. Y aunque hoy parezca algo propio de la ciencia ficción, es probable que en un futuro, quizás no tan lejano, un escritor zaireño elija  situar una de sus novelas en Perú sin que esto genere ningún escándalo crítico.

  Con esto no pretendemos caer en  lo que podríamos denominar “bolañismo apátrida” que como lo hizo el escritor de los “Detectives salvajes” niega toda alusión a su tierra natal (patria de novelistas tan grandes como Donoso y Lafourcade) y quien denostó de Chile hasta en el origen del vino que se tomaba.  Lo que queremos puntualizar es que lo fundamental y lo que hace que una obra novelística sea en verdad buena no estriba en el origen y destino tanto del autor como del escenario en el cual la obra se ha de desenvolver sino en que esa relación autor-escenario, más allá del tipo de acercamiento a través del cual tuvo lugar conecte efectivamente con el que al final será juez supremo del logro conseguido: el lector.

  Así como se hablaba de manera simplista acerca del exotismo , por ejemplo cuando los escritores europeos escribían acerca de la China colonial, así también se pudo perfectamente haber hablado de occidentalismo cuando se daba el caso de escritores no europeos que escribían lúcidamente acerca de
Europa. Así como hubo escritores circunscritos dentro de los límites del exotismo trivial también existieron autores que fueron testigos fidedignos de paisajes, acontecimientos, gentes y costumbres sin caer en los facilismos efectistas de un frívolo exotismo a lo Pierre Loti.

  En consecuencia con lo anteriormente expresado creemos que se debe prestar toda la atención posible al concepto de exotismo realista (de quien fue uno de sus mayores precursores el paradójicamente trágico escritor Maurice Dekobra). Exotismo realista aún vigente y que ya no necesariamente se da entre diversos continentes, tal el caso del exotismo intra-europeo en la obra lusófila de Antonio Tabucci.   

  En conclusión lo importante es que el creador escriba donde quiera (sin excluir necesariamente a su patria), acerca de lo que prefiera, y utilizando los recursos que considere más apropiados para el desarrollo de su trabajo artístico. El veredicto final sobre  la calidad de la obra no se hallará nunca dentro de los límites críticos de una época en particular, ya que la literatura como arte está siempre en proceso de evolución y renovación y la verdadera calidad de una obra se va develando a través de de un dispendioso proceso espacio-temporal que involucra a lectores y críticos de las épocas que suceden al momento en que aquella creación fue dada a la luz. 

martes, 3 de abril de 2012

Del contrapunteo entre creador y gestor cultural

GUADAÑAZOS PARA LA                                
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 15, abril de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

 
Del contrapunteo entre creador y gestor cultural
Raúl Jaime Gaviria

Gestor cultural es un término de más bien reciente cuño. Por la época en que el gran Germán Espinosa se debatía tratando de dar a conocer su obra inicial y, según cuenta el mismo en su libro de memorias La verdad sea dicha, Juan Gustavo Cobo Borda, un correveidile de la época y a quien podríamos catalogar de precursor de esa rara fauna de burócratas culturales, se dedicó en cuerpo y alma a denostarlo y a desprestigiarlo de manera perversa, nada menos que al gran hombre y no menos gran escritor autor de La tejedora de coronas. Esta persecución llegó al punto de provocar un intento de suicidio, el único de su vida, por parte de Espinosa.
Esta anécdota la traemos a cuento para ilustrar acerca del antagonismo existente entre los creadores y los gestores y burócratas de la cultura, por más proteicos que estos puedan llegar a ser. Ejemplos hay miles, baste recordar que en los tiempos de Luis XIV el único que tenía el privilegio de hacer representar sus óperas era Jean Baptiste Lully quien, sin dejar de ser un gran compositor opacó por completo a Robert Cambert que sin duda lo equiparaba y que tuvo el mérito de ser el primer compositor de una ópera en francés: Pompone. Dando un salto de siglos tenemos a los malhadados “comisarios culturales”  soviéticos que, prevalidos de los rígidos esquemas del partido comunista en el poder, favorecían a aquellos que seguían sus directrices al pie de la letra y por lo contrario condenaban a los que no se ajustaban a tales pautas. Ejemplo de un caso aún vigente es lo que sucede en la Cuba de hoy, en donde la difusión de grandes obras en todos los ámbitos se ha visto claramente censurada por parte de las autoridades culturales de la isla, estimulándose en cambio las precarias producciones de los gestores culturales disfrazados de artistas, caso emblemático el del poeta del régimen, Roberto Fernández Retamar.

Desplazándonos a nuestro ámbito local, de un tiempo acá se ha multiplicado esta especie de nuevos frankensteins llamados gestores culturales. A dos aguas entre el deseo de crear una obra auténtica y la necesidad de sobrevivir en un país que no puede ofrecerle a la cultura más que migajas sueltas del gran festín de los peces gordos de la corrupción del estado, los gestores culturales se debaten cotidianamente entre el ser y la apariencia, tratando de conciliar dos mundos en esencia irreconciliables. Desean crear pero les puede más la necesidad de llevarse un plato de comida a la mesa (en los casos más altruistas) o darle rienda suelta a las pasiones de todo tipo que suelen acosarlos debido, precisamente, a la frustración creativa que padecen. Siempre he dicho que los gestores culturales son una especie extraña, nunca se les ve felices, al menos yo no he visto el primero que refleje en su rostro esa condición. Cuando te hablan, especialmente si te los encuentras en algún evento público de carácter cultural, no lo hacen con sinceridad, pues su cabeza está siempre ocupada con la próxima gestión a realizar o con la expectativa de establecer algún tipo de relaciones más “productivas” de las que un simple creador desconocido como tú les pueda ofrecer. Esa es otra de las características clásicas de los gestores culturales en nuestro medio y quizás en todos, sus amigos son amigos en tanto que estos les sean útiles dentro del circuito de gestión operado por ellos; de lo contrario no existen.

La fricción desgastante que se da entre el gestor cultural y el mundo de la burocracia desvirtúa las más de las veces la obra artística que pueda subyacer en estos de forma latente, creando este tipo de monstruos culturales tan ajenos a toda humanidad. Esta contaminación puede llegar a producirse en un principio de una manera poco perceptible aunque en su etapa avanzada es bien poco lo que puede hacerse. La pregunta que podría surgir sería: ¿cómo habrá de sobrevivir el creador en un medio tan hostil, sin caer en la trampa de la gestión cultural? La respuesta viene en una sola palabra: vocación. Un vocablo que procede del latín vocationem y que según El Pequeño Larousse significa la inclinación natural de una persona por un arte, una profesión o un determinado género de vida. La vocación del verdadero creador ha de prevalecer necesariamente sobre todos sus sucedáneos. Y cuando hablo de todos me refiero a todo aquello que pueda, de una u otra forma, interferir con la  génesis de la obra a la cual el creador ha sido llamado a través de esa vocación particular. Al momento de reconocer esta como verdadera (y no como simple máscara) el creador ha de asumirse de manera valiente frente a su entorno mediato e inmediato. Las relaciones de todo tipo habrán de ser probadas en el crisol de ese llamado vital, y es ahí donde se distinguirá el oro de la ganga. La fusión del sujeto creador con el objeto de su creación genera un campo vital de tal potencia que adecua las condiciones de vida del artista de tal manera que su obra pueda surgir por encima de todo. Esas condiciones serán variables para cada creador, elevándose por encima de aquello que comúnmente se conoce como éxito o fracaso. Para algunos las condiciones adecuadas se darán al desarrollar su obra en medio de una frugalidad extrema (nunca la miseria) lejos de las luces de la fama y el reconocimiento mientras que en otros podrá florecer una obra auténtica en medio de la opulencia y la gloria. Y aunque no hayan reglas para esto sí que existe un denominador común: la realización plena que la obra creativa otorga a su creador, una certeza de plenitud tal que, sin temor a exagerar, podría compararse a una madre que da a luz a un hijo. Para el creador, para el artista que se ha encontrado a sí mismo a partir de la vocación no podría existir entonces la palabra fracaso pues el mero hecho del ejercicio activo de esa vocación implicaría la imposibilidad de la aplicación de tal calificativo, más allá de cualquier tipo de percepción externa subjetiva que sostenga lo contrario.

Podemos concluir diciendo, y esto es esperanzador, que al final de los tiempos en los anales de la creación artística quedarán inscritos tan solo los nombres de aquellos hombres que, consecuentes con su vocación de tales, hayan posibilitado el desarrollo de su obra mientras que los desalados gestores (y gestoras) pasarán a la historia como los don nadie fracasados que son.