martes, 30 de abril de 2013

Sobre "La tejedora de coronas" de Germán Espinosa

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 74, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

Sobre “La tejedora de coronas” de Germán Espinosa

Raúl Jaime Gaviria

Hace unos días mientras le hincaba el diente al espléndido delicatesen literario de Germán Espinosa “La tejedora de coronas” y cuando frisaba ya en la página cuarenta me ocurrió algo inesperado: decidí suspender la lectura, y digo inesperado porque, por lo general, cuando suspendo una lectura, es debido o bien a la mala calidad del texto, o al aburrimiento que este me haya producido haciendo imposible el seguir adelante con el libro. Con la “Tejedora” no sucedió así: tan pronto inicié la lectura sentí las peculiaridades de este libro y no me refiero sólo a su muy especial estructura sintáctica ni a la eclosión de términos culteranos o de ricas referencias históricas y literarias que posee. Lo que más me llamó la atención fue comprobar que esta novela es también un poema de largo aliento, lo que me obligaba a acercarme al libro de una manera diferente a la que yo había previsto. La crítica ha sido dura con Espinosa en cuanto a su poesía versificada y quizás con algo de razón, pero ha soslayado en un todo y por todo el carácter en esencia poético (y de la poesía más alta) de la que ha sido considerada su obra máxima (el propio Espinosa consideraba La balada del pajarillo como su mejor novela); pues una cosa es decir que una obra en prosa irradie poesía y otra muy distinta el admitir que se trata quizás del más grande poema colombiano de todos los tiempos, insuperado hasta el momento presente. De todas formas no hay que esperar muchas peras de parte del viejo y casi podrido olmo de nuestra crítica literaria nacional que, debido a su miopía valorativa, ha llegado al punto de considerar como equiparable con el Quijote a Cien años de soledad de García Márquez, que en menos de cincuenta años será tenida como una obra menor dentro del contexto histórico de la literatura universal. Y es así como nuestros criticastros no refrenan sus plumas para ensalzar a poetas que en su poesía no pasan de ser meros “decoradores de interiores” como Juan Manuel Roca y su infinita red de epígonos, y por otra parte desconocen la verdadera poesía cuando la tienen ante sus narices como es el caso de La tejedora de coronas de  Espinosa.
     Retomando el tema inicial, decía que suspendí la lectura de la obra de Espinosa ante el hecho de descubrir en esta el gran poema que es. Para alguien como yo que que aparte de leer y escribir poesía la traduce, resulta sencillamente imposible leer un poema sin terminarlo de una sentada, la poesía (así sea en prosa) ha de leerse de otra manera y el acto de acometer la lectura de la a todas luces deslumbrante historia de Genoveva Alcocer del citado escritor cartagenero como si se tratara de cualquier “correcto y prosaico” Antonio Ungar me hubiera parecido poco menos que un sacrilegio. A la “Tejedora” no se la puede abandonar sobre un sillón mientras uno se prepara un sanduche y mira el noticiero de la tarde.  
       No, este libro no hay que dejarlo enfriar, hay que leerlo en caliente. Quizás pueda parecer a muchos algo excéntrico pero una de las razones por las cuales abandoné la lectura fue a causa del secreto deseo, en términos ideales, que surgió en mi de disfrutar de este libro en una cabañita de la costa junto a una hermosa amante de dulce y sensual voz que, desnuda ante el espejo, me recitase el poema al tiempo en que yo lo fuera leyendo (llevaría dos ejemplares por supuesto). ¿Que mayor hedonismo lector que este puede llegar a concebirse?  Demos la bienvenida pues al gran poema nacional La tejedora de coronas de Germán Espinosa que poco a poco se ira revelando como tal.



martes, 23 de abril de 2013

El otro García Márquez

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 73, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

El otro García Márquez
Hernán Botero Restrepo

Confieso sin el menor rubor crítico que me sumo a aquellos que como Jorge Luis Borges, Pier Paolo Passolini y más recientemente Andrés Trapiello, consideran a Cien años de soledad, como no merecedora de ser considerada una gran novela. También comparto la opinión de aquellos que han juzgado la prosa del Otoño del patriarca como desmesuradamente barroca. Recordaré aquí el nombre de Jaime Mejía Duque, que escribía en su momento, a propósito de esta obra, que en la narrativa de García Márquez se “había llegado a la desmesura”.
     Hay un García Márquez realista y totalmente desprovisto de pretensiones mágicas o pseudo-mágicas y que no necesita, para ser coherente, de hacer acopio de un lenguaje culterano que acabe por sofocar sus propósitos narrativos. Me refiero al autor de Crónica de una muerte anunciada y de La desdichada y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. A estas dos obras se podría agregar el estupendo cuento “El último verano de la señora Forbes” (del irregular volumen de cuentos: Doce cuentos peregrinos).
     No es que G.G.M. condescienda en estos textos con el realismo manido y convencional. No, lo que nos ofrece las páginas de estos textos es un realismo de profundo calado psicológico y social, que no requiere, para lograr su espléndido efecto, ni de artificiales magicísmos ni de una prosa viciosa de ninguna especie.
     Creo que el García Márquez de las tres obras precitadas es sin duda el mejor. Pero, ¿por qué? podría preguntarse. La respuesta es sencilla, tomemos como ejemplo la trama que se inicia en Crónica de una muerte anunciada en la escena del repudio de Ángela Vicario por parte de Bayardo San Román ante el hecho de que aquella no ha llegado virgen a la noche de bodas. Esta situación conduce de manera ignominiosa al asesinato de Santiago Nasar al que le adjudican el desfloramiento de la joven.
     Todos saben antes de que se produzca el crimen que este se ha de cometer, pero nadie hace nada por evitarlo. G.G.M. nos brinda un ejemplo aterrador de cómo funcionó en la Costa Atlántica el derecho consuetudinario en materia sexual en cuanto a que la mujer debe de llegar virgen al matrimonio. Esto nos muestra que la psicología de los valores conyugales de esa región de nuestro país fue, hasta hace no tanto, mucho más acendrada en su machismo y discriminación hacia la mujer que en el resto de Colombia.
     Si analizamos el final de este libro en profundidad, podremos ver que se trata de una obra maestra… de la ignominia, pero obra maestra al fin y al cabo. Emocionalmente conturbado por una cópula, la de la noche de bodas, Bayardo San Román le pide a Ángela Vicario que vuelva con él y esta, en un acto que no se logra entender, lo consiente. La muerte de Santiago Nasar, que fue un horrendo crimen, llega por lo tanto a constituirse en irrisoria, en una muerte carente de todo sentido.
     Habiendo hecho mención ya de La desdichada y triste historia de es necesario señalar el carácter monstruoso de la abuela que pretende cobrarle una deuda a su nieta con el dinero que esta obtenga como producto de los actos de prostitución a los que la vieja la obliga.
   Todas estas ignominias son relatadas en tercera persona, de modo inmutable, por el narrador y nos cuesta trabajo comulgar con la creencia popular de que el personaje “Santiago Nasar” se haya basado en un amigo de García Márquez. Así como Flaubert llegó a decir que el novelista debía de ocultarse detrás de su creación, G.G.M lo hace igualmente de manera soberbia en las obras citadas; al punto en que nos encontramos, en muchas ocasiones, con un escritor que supera largamente en estolidez al autor de Madame Bovary.

martes, 16 de abril de 2013

Poema fosilizado


GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 72, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
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Poema fosilizado

Raúl Jaime Gaviria


No sé si alguna vez
se haya poetizado
o intentado poetizarse
el acto mismo de escribir un poema
quizás se hizo
en días (o noches) antiguas
cuando etéreas  plumas de ganso
se utilizaban para pergeñar versos
muchos de ellos inmortales
y otros no tanto
como estos quizás
pudieron llegar a escribirse
con tinta de sangre:

Mientras la savia de los labios de Calíope
permanece aún húmeda en mi frente
los versos más sentidos
dados a la luz por el beso sagrado
navegan ya por mis venas
y pronto arribaran al puerto
de mis poemas.

Los de hoy son tiempos más prosaicos
y el cantar in situ
la elaboración de un poema
ha perdido todo encanto
a más de lucir poco natural
y quizás hasta excéntrico
sin embargo a falta de otro tema
que ilumine mi poco inspirada testa
he decidido escribir este poema
que asimilo más bien
a un fósil paleozoico
que podrá servir de testimonio a futuras generaciones
acerca del hecho extraordinario
de que a la era de internet
logró sobrevivirle un poeta.

sábado, 13 de abril de 2013

García Márquez y los diccionarios de uso




GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 71, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
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GARCÍA MÁRQUEZ Y LOS DICCIONARIOS DE USO

Rubén López Rodrigué



García Márquez siente una gran admiración por María Moliner, quien con su Diccionario de uso del español trabajó para él sin saberlo. Esta mujer española elaboró un diccionario de uso en el tiempo que le quedaba libre de remendar calcetines y de su oficio de bibliotecaria, con el método infinito de agarrar al vuelo las palabras desde que nacían y las escribía en fichas en la comodidad de su casa; en especial las que hallaba en los periódicos «porque allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad», dijo en una entrevista.

Los diccionarios de uso tienen la ventaja de que intentan atrapar algo esencial para la buena escritura: el significado subjetivo de las palabras. Además de plasmar lo que significa cada palabra, también señala cómo se usa y se incluyen otras que la pueden sustituir. Son diccionarios para escritores y sus palabras llevan pegados olor, sabor y sonido. Así, García Márquez relata que en un ardiente verano de Roma tomó un helado que le supo a Mozart, y un amigo suyo probó en un restaurante unos riñones al jerez y dijo suspirando que sabían a mujer. Una tisana de hierbas viejas le supo a procesión de Viernes Santo, un cordero y sus inclementes balidos de tono metálico se le pareció a un faro, muchas veces ha comido un arroz con sabor a solapa y un pan que sabe a baúl, y ha tomado un café con sabor a ventana y una sopa que sabe a máquina de coser. 

En cambio los diccionarios de la lengua no pueden trazar la dimensión subjetiva de las palabras. Cierta vez el filólogo Roberto Cadavid, con el seudónimo de Argos, se preguntó en su columna de El Espectador qué diferencia había entre un barco y un buque. El diccionario de la Real Academia Española decía que un buque es un «Barco con cubierta que, por su tamaño, solidez y fuerza es adecuado para navegaciones o empresas marítimas de importancia». En esa definición se confundía el barco con el buque y esto llevó a pensar a García Márquez, quien tenía otra columna en el mismo diario, que existía una diferencia subjetiva entre las dos palabras. Los buques no servían sino para empresas fluviales, eran los del río Magdalena, con dos chimeneas sustentadas con leña e impulsados con una rueda de madera en la popa; mientras, según se decía en casa de los abuelos, con quienes se crió, los barcos se utilizaban para empresas marítimas, eran únicamente los de mar, como los que trasportaban el banano desde Santa Marta hasta Nueva Orleans.
En sus Notas de prensa García Márquez destaca que un problema muy serio que nuestra desmedida realidad latinoamericana le plantea a la literatura es el de la insuficiencia de palabras. Si a un lector europeo no se le describe un río, lo más que puede imaginarse es algo tan grande como el Danubio, que tiene 2.790 kilómetros, a diferencia del Amazonas, que tiene 5.500 kilómetros de longitud, es más ancho que el mar Báltico y frente a Belén del Pará no se alcanza a divisar la otra orilla. «Cuando nosotros escribimos la palabra tempestad, los europeos piensan en relámpagos y truenos, pero no es fácil que estén concibiendo el mismo fenómeno que nosotros queremos representar. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la palabra lluvia. En la cordillera de los Andes, según la descripción que hizo para los franceses otro francés llamado Javier Marimier, hay tempestades que pueden durar hasta cinco meses. 'Quienes no hayan visto esas tormentas', dice, 'no podrán formarse una idea de la violencia con que se desarrollan. Durante horas enteras los relámpagos se suceden rápidamente a manera de cascadas de sangre y la atmósfera tiembla bajo la sacudida continua de los truenos, cuyos estampidos repercuten en la inmensidad de la montaña'. La descripción está muy lejos de ser una obra maestra, pero bastaría para estremecer de horror al europeo menos crédulo».

Son interminables los ejemplos de la necesidad de inventar todo un sistema de palabras nuevas para nuestra realidad atravesada por el realismo mágico. F. W. Up de Graff, un explorador que se aventuró en el Amazonas, dijo que había transitado por una región donde no se podía hablar en voz alta porque se desliaban torrenciales aguaceros. Dijo que conoció un arroyo de agua hirviendo donde se cocían huevos duros en cinco minutos. Dijo que vio una anaconda de veinte metros totalmente cubierta de mariposas. Antonio Pigafetta, quien acompañó a Magallanes en la primera vuelta al mundo, dijo que encontró plantas y animales y huellas de seres humanos gigantescos, de los cuales no se ha vuelto a saber nada. En un lugar desolado al sur de la Argentina, más concretamente en Comodoro Rivadavia, el viento polar se llevó un circo entero por los aires y al día siguiente las redes de los pescadores, en lugar de peces, sacaron del mar cadáveres de leones, jirafas y elefantes. Y el propio García Márquez dijo que en la costa caribe de Colombia un hombre le rezó una oración secreta a una vaca con gusanos en la oreja, y vio caer los bichos muertos mientras el curandero hacía la oración mágica.  
No insistiré nunca lo bastante en que el trabajo del escritor es con las palabras y su función se mantiene por las palabras, con vocablos arrancados de lo más hondo de su ser llena un manojo de papeles blancos. En el diccionario de la Academia se aceptan las palabras ya a punto de fenecer, cuando están muy gastadas por el uso, y sus definiciones son tan rígidas como el cadáver momificado de Ramsés II. Fue contra esa pauta que María Moliner se dedicó a escribir su diccionario en 1951 y lo dio por terminado en 1967; no obstante esos dieciséis años de mística labor, continuó haciendo fichas a la espera de que las nuevas palabras fueran incluidas en futuras ediciones.
García Márquez se refiere al diccionario de la RAE en los términos despectivos de «terrible esperpento represivo». Alguna vez quiso saber sobre las diferencias entre fantasía e imaginación, pero las definiciones del diccionario no sólo le resultaron muy poco comprensibles sino que, además, se daban al contrario. En una imaginación estrecha y confusa, una primera acepción definía a la fantasía como «una facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes» Y su segunda acepción fijaba que es «una ficción, cuento o novela, o pensamiento elevado e ingenioso», lo cual le creó un mayor desconcierto. Según lo que nuestro admirado escritor entendía es que la fantasía no tiene nada que ver con el mundo en que habitamos, es una pura creación fantástica de un gusto poco recomendable en las producciones artísticas. Y pensaba que la imaginación era la única creación en bellas artes que le parecía válida, una virtud especial que portan los artistas para inventar una nueva realidad a partir de la existencia que viven.
Es una afición suya encontrar imbecilidades de los diccionarios y percatarse que a veces se dan cuenta de que han hecho el ridículo y lo corrigen en una edición posterior. Esto le pasó al de la Real Academia Española con la definición de perro: «Mamífero doméstico de la familia de los cánidos, de tamaño, forma y pelajes muy diversos, según las razas, pero siempre con la cola de menor longitud que las patas posteriores, una de las cuales levanta el macho para orinar.» Una precisión excesiva que se prestó para muchas burlas.
La herramienta predilecta de García Márquez es un diccionario de la vida real, como el descubrimiento que hizo por casualidad de un diccionario de orígenes, a la vez curioso y divertido. Se llama ¿Desde cuándo? y su autor, Pierre Germa, cataloga el origen de ochocientos objetos y costumbres de la vida cotidiana. En otra ocasión García Márquez escuchó que Aldous Huxley se había leído los casi treinta tomos de la Enciclopedia Británica y durante años quiso emular la proeza. El consuelo fue leer en una noche el diccionario de la vida diaria con la misma tensión y el mismo deleite con que se lee una novela de misterio. El diccionario de orígenes narra con precisión y donaire en qué lugar se construyó el primer faro, quién fue el primero que se lanzó en paracaídas, quién inventó la máquina de lavar, desde cuándo se utiliza el aceite de ricino, en qué mar navegó el primer petrolero y muchas otras curiosidades. «A los escritores les gustará saber, por ejemplo, que una de las máquinas de escribir construidas en el siglo pasado [XIX] se llamaba "el piano de escribir" y que su cliente más entusiasta fue el escritor Mark Twain. Se preguntarán sin duda ~porque el diccionario no lo dice~ qué se hizo de la máquina de escribir en chino, que según se dijo hace muchos años había sido inventada por el escritor americanizado Lin Yutang.»
Con el tiempo García Márquez terminó por adherirse más a las leyes infalibles del sentido común, al instinto del idioma según se escucha en la calle. En su entender el mejor idioma es el más impuro, el más vivo, no el más puro. La lengua que le parece más imaginativa, más flexible, más expresiva es la de México, quizá porque es la lengua de emergencia de un pueblo que sepultó los idiomas nacionales antiguos y a la par aprendió de forma inadecuada el que les llevó Hernán Cortés. Es un idioma de invenciones vitales, maliciosas e inteligentes, según dijo el escritor colombiano en alguna entrevista, mezclado de nahuatl, de inglés, de francés; y es la manera en que ha logrado sacarle provecho a ese idioma dinámico lo que ha hecho que el lenguaje de Juan Rulfo, en Pedro Páramo y El llano en llamas, sea tan hermoso y eficaz. Un buen ejemplo de esta apreciación garcíamarquiana es que los mexicanos distinguen entre mendigo (sin tilde) para el que pide limosna, y se usa más como sustantivo, y méndigo (con tilde) para el que no la da, y se emplea más como adjetivo.

Hubo que descolgar muchos almanaques antes de que supiera por sí mismo, contrario a lo que le decía el abuelo, que los diccionarios no lo saben todo y cometen equivocaciones casi siempre muy divertidas. Pero se le quedó para siempre la costumbre del ex coronel Nicolás Ricardo Márquez de consultar para todo el diccionario, ya que después de escribir lo consulta para comprobar si están de acuerdo.

lunes, 8 de abril de 2013

La bondadosa sabiduría del señor López

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 70, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


La bondadosa sabiduría del Señor López
Rafael A. Botero Restrepo

Cuando examinaba el fichero en el que se incluían las últimas adquisiciones de su anticuaria, el Señor López pensó nuevamente en los exiguos rendimientos de su negocio.
No eran nada halagüeños los resultados habidos en los últimos meses o quizá años. Aquel espacio atiborrado de libros, tan frecuentado en otros tiempos por gentes de diferente índole y condición social hoy evidenciaba  una pasmosa calma que le asombraba y le inducía a tejer ideas poco gratificantes para su condición de librero y adulto mayor (como ya se denominaba a los ancianos en la nueva codificación sino literaria, tal vez administrativa).
Mientras hojeaba las páginas de un volumen de la Espasa, rememoraba aquella condición suya que le había impelido a ese universo de los textos.
De sus padres -maestros por vocación y por oficio- había heredado esa afición hacia los libros,  a la palabra escrita, que le regocijaba como ninguna otra cosa en el mundo.
Ya de pequeño cuando fue por primera vez a la escuela y tuvo en sus manos la cartilla de “La alegría de leer”, encontró en esas páginas llenas de colorido y de símbolos enigmáticos un universo que se abría a sus ojos asombrados...luego cuando paso a paso fue explorando el mágico horizonte de las letras, cuando supo unir unas con otras y pronunciar deletreando “mi mamá me mima”, “amo a mi mamá”, comprendió que esa comunión suya con el abecedario jamás cesaría. Sentía tan profunda aquella sensación de lanzamiento a un mundo diferente, alejado de la aburrida cotidianidad que suponían los deberes caseros, las obligaciones monótonas en la vivienda familiar.
Recordaba cómo, cuando al fin logro leer pequeños textos y la emoción le embriagaba al traducir aquellos trazos antes inentendibles su mente traspasaba los umbrales cotidianos y se trasladaba a remotos confines, a espacios no imaginados.
Allí, a la salida de la escuela, se apostaban los vendedores ofreciéndoles a los párvulos, golosinas, cachivaches, lapiceros, borradores y toda suerte de pequeñas cosas, prestos a cambiarse por los centavos  que los niños traían de sus casas  para el refrigerio. Fue entonces cuando descubrió la colección de pequeños cuentos llamada “Lucecitas”. Eran unos minúsculos cuadernillos editados en colores, con ilustraciones y por supuesto el texto de los pequeños cuentos.
Empezó a coleccionarlos, a comprar seguidamente haciendo ahorro de las monedas que sus padres le daban. Encontraba un placer indescriptible cuando luego de adquirir el pequeño cuento lo devoraba con fruición, gota a gota, exprimiendo el sentido de aquellas palabras enlazadas que daban forma a toda una narración.
Ese contacto con la palabra impresa fue el motor de impulso para su inacabable sed literaria, fue el inicio del cortejo de toda su vida con los libros.
Rememoraba el Señor López aquel descubrimiento del imaginario mundo de Julio Verne, sus expediciones submarinas, los fantásticos viajes, aquellos cuadernos grandes plenos de figuras impresos en ese papel marrón con letras góticas....o la colección de los libros de Emilio Salgari...los piratas, el archipiélago de Filipinas, Sandokan...aquel ejemplar gordo, denso de las mil y una noches...los viajes de Gulliver...
La palabra impresa, esa maravilla que ejercía el mágico influjo sobre la mente de transportarnos a lugares ignotos, a los confines del mundo, al espacio cósmico o a los insondables misterios de la mente y los sentimientos humanos...la aventura extraña y trágica del mundo kafkiano, la miseria y la grandeza humana descrita por Dostoyevski, Balzac, Wilde...la condición de nuestros pueblos latinos expresada en Uslar Pietri, en Quiroga, García Márquez  y Vargas Llosa; la hermosa jornada de la Tejedora de Coronas Genoveva Alcocer...los llamados submundos de Jorge Amado, los pasos de la Rayuela de Cortázar o los preciosos cuentos de Borges....
La emoción embargaba al Señor López cuando inquiría en retrospectiva por todo ese caudal, ese acervo maravilloso de la palabra. Por ello la congoja le sobrecogía al contemplar todos aquellos ejemplares que en sus páginas encerraban la riqueza y la miseria humanas.
El eventual y casi seguro cierre de su pequeño negocio le abrumaba y le hacía desdichado a más no poder, visionaba la aridez de su vida alejado de aquel trueque permanente donde él obtenía unos medios básicos para su supervivencia a cambio del más precioso alimento espiritual en estos tiempos de frivolidad, de insensatez, de fruslería, de oropel.
La aparición de los computadores, de la descomunal red informática que todo lo abarcaba había colocado al libro, a la palabra plasmada en el papel en una situación desventajosa. Muchos niños y jóvenes preferían aquel ámbito del ciberespacio a la tradicional disciplina de abrir las hojas de un libro y válidos tan sólo de la imaginación discurrir por el universo infinito y más allá...
Hoy su espacio librero parecía una antigualla mandada a recoger, una desueta forma de irradiar cultura que cedía sus posibilidades a la informática, a las dimensiones de lo virtual.
Recordaba aquel libro grande, de pastas duras y color rosa que contenía aquellas fábulas...había sido un regalo para su primera comunión; era un libro pleno de imágenes y a su lado los textos que explicaban las figuras...una en especial le había impresionado vivamente en esos sus siete años de existencia, no recordaba el autor: ?Samaniego?, ?Esopo?...: era aquel joven que salió de excursión y llevaba un rico fiambre, llegose a un río de hermosa agua, límpido, pleno de verdor en sus riberas. El joven luego de deleitarse con sus provisiones tiraba todos los desperdicios y basuras en el nacimiento del agua que era una especie de pozo de donde emergía toda aquella corriente de vida y alegría.
Tumbado en la yerba, se sumergió en profundo sueño del que volvió a la realidad aquejado por el deseo de beber que le había producido la ingestión de su provisión...más al ir a tomar agua de aquella fuente la hallo tan llena de desperdicios , basura y escupitajos suyos que no acertó a tomar ni una gota por la repugnancia que ello le producía...
El señor López caviló un buen rato y acotó en su interior: cuánta verdad había en la pequeña fábula, “agua que no has de beber, déjala correr”...?  ¿Acaso el ser humano no había convertido a este pequeño planeta  del  sistema solar en una cloaca?  ¿Acaso la especie humana no era depredadora, despilfarradora y abusiva?...
Ojeó un viejo ejemplar del Quijote, era su obra predilecta. Allí, en esas páginas donde el bizarro héroe de los caballeros andantes acometía con toda la fuerza de su mente dimensionada hacia otro horizonte y otra época, el Señor López había bebido como el más sediento todo ese caudal hermoso que Cervantes dio a la humanidad: “Sábete Sancho que no es un hombre más que otro sino hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que pronto ha de serenar el tiempo  y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien esta ya cerca”.
Al final-pensó- la existencia es una quijotada donde combinamos las facetas de villanos, nobles, vacíos y sabios, en nuestro interior anidan eros y tanathos, los afanes más individuales y el desprendimiento generoso. Los seres humanos hechos de contrariedad, de cal y arena, de regocijo y desdicha...somos esa “caña que agita el viento”...pasajeros, contingentes, fugaces como el amanecer...
Recorrió de nuevo el pequeño espacio.
Fue aflorando a su pensamiento la idea acerca del destino de su preciado haber.
Reflexionó que así como en sus primeros años, la escuela fue la puerta al escenario de las palabras y los sueños, allí encontrarían sus libros tierra abonada para germinar en los nuevos seres que abrían sus ojos al mundo inexplorado y misterioso. Seleccionando algunos textos, los separó e hizo una pequeña columna con los mismos.
Luego el Señor López separo otros textos que sabía podrían alimentar las horas lentas y pesadas de aquellos que se hallaban tendidos en una cama en el espacio de las salas o cuartos del hospital público. Alentar la recuperación física y mental de los enfermos por medio de la palabra seguramente era un buen bálsamo para muchos de ellos.
Y finalmente el Señor López decidió que la otra parte de ese su patrimonio iría a la cárcel municipal, engrosaría los anaqueles de la pequeña biblioteca de cuya existencia sabía a través de familiares y amigos suyos a los que había visitado cuando habían sufrido el infortunio de la reclusión. Sabía el Señor López que en esa condición el ser humano encuentra en la lectura un asidero a la civilización, halla una fuga continua e ilímite de los muros y las rejas.
Una vez hubo redondeado su decisión el Señor López se sentó en medio del cuarto y con  satisfacción aspiro una gran bocanada de aire.               

martes, 2 de abril de 2013

The poet factory (parodia del poema de Juan Manuel Roca)

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 69, abril  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com



The poet factory (parodia del poema de Juan Manuel Roca)

Raúl Jaime Gaviria



Fabrico poetas:
a un poeta agrego más poetas,
más poetas para la poesía.
A ésta la llevo por la calle de la amargura.
Yo, el poeta, me reflejo en el espejo
y otro poeta se replica ante mí
como en el cuadro de Magritte.
Cuando un poeta se aparta de mi espejo
deja de ser poeta
pues fuera de mi espejo
no es posible la poesía.
Algunos fabrican barcos,
motores para aviones,
yo fabrico poetas:
a un poeta agrego otro poeta,
más poetas para la poesía.