lunes, 28 de enero de 2013

La extraña pesadilla de Marcel Duchamp

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 56, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

La extraña pesadilla de Marcel Duchamp

Raúl Jaime Gaviria

 M. D. :
  Recuerdo que tuve una extraña pesadilla justo la noche anterior a recibir el gran premio a las artes  por parte del gobierno francés, por los méritos de la obra de toda una vida dedicada a la creación artística. Esto sucedió en el cenit de mi vida.  Me soñé como un fracasado viviendo de la caridad de mis amigos bohemios del Barrio Latino, borracho y drogado. Y dentro del mismo sueño recuerdo, que luego de una juerga de miedo, cuando caminaba hacia la pensión de mala muerte donde vivía, tropecé violentamente con algo que no puedo precisar, una piedra quizás o un gato muerto. Lo cierto es que caí hacia adelante partiéndome la frente. Contrario a lo que mis creencias de buen ateo me hubiesen dictado de haber estado en condición de plena vigilia, el sueño no terminó ahí sino que desperté, en el sueño, como si todo hubiese sido un sueño y nada más. Era el día anterior a la inauguración de la exposición donde presentaría mi máxima creación, la obra donde, sin duda alguna, había logrado condensar todo mi genio y con la que habría de establecer un nuevo paradigma artístico que rompería con todos los esquemas establecidos para el arte moderno, me refiero obviamente a mi famoso orinal. El sueño replicó con precisión cada uno de los sucesos acaecidos ese día, y dejó de ser fiel luego de acostarme y soñar. Me soñé en el sórdido bar de "Les cocottes" del Barrio Latino,  yo tomaba ginebra barata con un joven artista X que había conocido hacia un par de años en ese mismo bar. Estábamos casi borrachos, al menos yo lo estaba, y no es ningún secreto para nadie que me conozca bien que la prudencia no es una de mis virtudes cuando estoy ebrio. De ahí que le contara yo a mi amigo, con pelos y señales, el proyecto artístico que tenía entre manos. Le hablé de la instalación del orinal y le explique lo mejor que pude en mis alcoholizadas palabras semi-inteligibles  la teoría del arte conceptual. Por esa época de mi vida no poseía yo contactos de valía dentro del medio parisino de las artes, contrario a mi amigo que, y esto era vox populi, se había hecho amante nada menos que de Paul  Montoille, el arribista y repulsivo mandamás del  Museo Y.  Ni un trazo ni un pincelazo se realizaban por la época sin que por la mente de los artistas cruzase primero, así fuera de manera involuntaria, la ceñuda figura de Montoille. Lo cierto es que en mi pesadilla  este joven y desconocido artista X, aprovechándose de la confidencia que yo le había hecho, salió corriendo a contarle a su amante todo acerca de aquello del arte conceptual y lo del orinal. Cuando me enteré a través de un amigo en común que en el Museo Y se abriría pronto una exposición de X, no dejé de extrañarme al no haber sido invitado y esto lo asocié con el hecho de no haberlo vuelto a ver por el bar. Como la invitación era cerrada no pude asistir la misma noche de la inauguración, aunque a la primera hora del día siguiente me aposté a la entrada de la galería esperando a que abrieran, tal era mi curiosidad.  En el mismo instante en que el guardia de seguridad abrió las puertas percibí a alguien que pasaba como un rayo al lado mío, tan veloz que cuando miré solo pude verle de espaldas, aunque creí reconocer en su figura escuálida a X, el artista joven. Luego apareció  el Director de la galería, a quien yo conocía, y quien personalmente me condujo a la sala donde tenía lugar la exposición. Aquí terminó el sueño y comenzó la pesadilla pues de lo que se trataba era de la instalación que había surgido de mi inspiración y por la cual daba por seguro el que recibiría el reconocimiento como reformador absoluto del arte moderno y nuevo apóstol de ese nuevo credo llamado "arte conceptual". ¡ Había sido vilmente traicionado por ese detestable insecto con nariz de arrendajo y figura de lombriz ! , jamás se lo perdonaría, pero ¡ah! lo mejor sería que se tuviera firme, pues yo no pensaba quedarme quieto ante tamaña afrenta, este caso lo llevaría hasta las últimas consecuencias, apelaría a los estrados judiciales, era un crimen que clamaba al cielo, un delito de lesa creación. Mientras mi mente elucubraba ya todo tipo de estrategias de venganza  toscas y sutiles, un personaje, como salido de la peor pesadilla surrealista (y en verdad que esta lo era) apareció en escena. Era el joven artista X, con el torso desnudo, quien impasible se acercó al orinal con su andar de jirafa vieja y sin pudor alguno se bajó la bragueta del pantalón, extrajo su miembro y miccionó dentro del orinal por espacio de más de un minuto. Debo confesar que quedé pasmado a la vez que admirado con este acto y mi sentimiento llegó a su cumbre cuando el Director de la galería, que se encontraba a mi lado, me susurró al oído estas palabras que a pesar de haber sido tan solo soñadas jamás olvidaré:  -Y lo más sorprendente es que el orinal funciona perfectamente, el plomero hizo un trabajo estupendo conectándolo a la tubería del edificio, definitivamente este artista es un genio, ¿no le parece Duchamp?. A lo cual yo le respondí torciendo la boca irónicamente: - tiene usted razón, es al menos tan genial como la última melodía sub-acuática producida por la orquesta que se hundió con el Titanic.  Y con esto desperté de una pesadilla que aún no me abandona. 

viernes, 18 de enero de 2013

A las águilas no se las llama por teléfono


GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 55, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


«A LAS ÁGUILAS NO SE LAS LLAMA POR TELÉFONO»
Rubén López Rodrigué

Milan Kundera decía que «Desde Don Quijote hasta Ulises, la novela cuestiona lo que el mundo quiere hacernos creer»; yo cuestiono lo que vanagloria la tertulia literaria Los Octámbulos. En cada reunión (habitualmente leíamos cuatro o cinco) cada uno entregaba una fotocopia de su texto a los miembros presentes, y luego de sortearse con fichas el orden de lectura (y a la vez la rifa de libros, cuando la había), el autor lo leía en voz alta mientras los demás lo íbamos siguiendo, señalando todo aquello que nos pareciera desafortunado o erróneo desde el punto de vista literario, estético, lógico, gramatical, sintáctico, estilístico, semántico y ortográfico. Concluida la lectura, iniciábamos la discusión sobre el texto con las sugerencias que el autor podría aceptar o rechazar.
Debo reconocer que, en la mayoría de ocasiones, las discusiones en la tertulia tenían el brazo largo para refinar poemas, lograr sonoras poesías, cincelar prosas, obtener un lenguaje más depurado, menos cubierto de bordados victorianos, aunque en esa poda a veces sintiéramos que se nos iba un pedazo de nuestra alma, pero con el premio de sacudirse de la despatarrada ausencia de forma. Era una especie de cocina de la escritura.
Durante el minucioso trabajo de taller, que solía durar hasta la medianoche, del cual ya dudo mucho que fuera sano y sin saña, que se distinguiera al danzante de la danza, se originaban con frecuencia encendidas discusiones que solo en apariencia se olvidaban al poco rato. Me parece que todos teníamos nuestro papel en esa tragicomedia, como todo sujeto aparecimos comprometidos con un juego que no tramamos. Si hablo aquí de un «nosotros» ya no era en el sentido de un grupo de amigos, sino de personas que compartíamos unos estilos de vida con virtudes y defectos. 
En el consensuar o disentir criterios, en realidad lo que se hacía eran correcciones a los textos que presentábamos los tertulianos, no crítica literaria pues no existían herramientas teóricas para ello. Creo que era un mérito insistir en la economía expositiva, pero sin caer en un mutismo desesperante; eso sí, manteniendo una claridad y un orden cartesianos.
Pero no creo en quienes pretender despachar el trabajo literario a través de meras intuiciones o que escriben para ganar concursos. Aspiran al divismo, como expresión de la medianía, aquellos que buscan a escritores de fama para obsequiarles su libro («¡Descúbrame!»), aquellos que le hacen varios lanzamientos («¡Admírame!»), aquellos que se hacen invitar a eventos de escritores («¡Ámame!») Sé que mis palabras son duras como la inscripción de una moneda, pero levanto el guante de este desafío ante fuerzas bárbaras (bien sea de adentro —más por inocencia—, o bien sea de afuera —más por malicia—) siempre listas para resurgir y hacer decaer algo tan sublime como la literatura. Digámoslo sin rodeos: el afán de reconocimiento, el esmero más por darse vitrina que en crear una obra perdurable, me hace pensar que la ostentación no suele estar respaldada por un trabajo serio, porque quienes la encarnan viven ocupados en conseguir información para «demostrar» que saben de todo.
Los arribistas y advenedizos pretenden caer en paracaídas a la literatura y les convendría saber que alguna vez, en una playa chilena, Julio Cortázar vio de lejos a Vicente Huidobro y no quiso presentarse para no molestarlo. Sabiamente escribió: «Hay tantas maneras mejores de conocerse, cosa que ignoran los afanosos concertadores de citas, a las águilas no se las llama por teléfono»
Es innegable que la tertulia se había convertido en una fábrica de saber, pero también en un laboratorio de imposibilidades. Aportábamos críticas, comentarios, análisis, reflexiones; pero también señalamientos allí donde había un hipérbaton, una frase hecha, un anacronismo, un barbarismo, un estereotipo, etcétera. Mediodía es la hora en que el sol está más alto sobre el horizonte, medio día es la mitad de un día; distinciones como esta (y nadie como Alonso Mejía para concebirlas) eran las que   hacíamos florecer en la tertulia. Mas este saber se veía mancillado cuando a un tertuliano, que llevaba años investigando y escribiendo sobre un determinado tema, le decimos que una afirmación suya era falsa porque su referencia no la habíamos visto o comprobado personalmente, como si la esencia fuera visible a los ojos; aunque no puedo desconocer que en el parecer está la esencia, lo que ocurre es que hay que saber leerla. De todas maneras, esa fábrica nos había aportado un ingrediente a nuestra escritura: la claridad de diamante, sin adornos superfluos y de mal gusto.
A lo mejor estábamos «confundiendo con algo firme un espejismo del deseo» (Gesualdo Bufalino). Lo que sé es que sí debí empezar a jugar esa partida, siguiendo a Borges cuando afirma que «El destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces: sentir intensamente cada instante de la vida» Pero llegó un momento en que estimé que ya era un ciclo realizado y concluido, con la apreciable ganancia de saber que había recibido perlas de conocimiento, pero a la que además había aportado mi máximo esfuerzo. El hecho de ser el único en no poseer un título universitario no me había impedido ser de los más activos a la hora de corregir textos de otros, ni era óbice para que yo, autodidacta convencido, fuera el único que hubiese presentado un escrito en cada tertulia, salvo por motivos de fuerza mayor, como ocurrió cuando viajé a los Estados Unidos y pude visitar la casa museo de Poe, sobre la cual escribí una crónica. Por este grupo había sacrificado intereses personales, mientras otros habían sacrificado el grupo por sus intereses.
Siguiendo a Lacan cuando afirma que «uno no es lo que dice, sino lo que hace», eran los hechos los que dictaban las decisiones y por motivos como la felonía, la medianía, la aspiración al divismo, las errancias y extravíos, el envilecimiento por el patético arribismo, después de diez años de haberla convocado, anuncié mi retiro definitivo de la tertulia de Los Octámbulos. Y entre tanto continuaré enhebrando este tapiz de la escritura que no termina nunca, con la inextinguible aspiración de seguir mejorando mis imperfecciones.

miércoles, 16 de enero de 2013

No solo de Bach vive el hombre


GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 54, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com



No solo de Bach vive el hombre

Hernán Botero Restrepo


 Nietzsche escribió alguna vez
 (no lo cito al pie de la letra)
 que la música de Bach miraba hacia atrás,
 al medioevo,
 con una cara y con otra
 hacia el futuro.
 Estoy de acuerdo,
 Nietzsche acertó al decirlo,
 él, que en tantas torpezas incurrió
 cuando hizo alusión a los músicos.
 También escribió Nietzsche,
 (nuevamente no es al pie de la letra
 que lo cito), no es necesario hacerlo,
 que España, el país que había dado al mundo
 una música tan resplandeciente
 como la de “La Gran Vía” de Federico Chueca
 tenía asegurado un gran futuro.
 En esto me doy la mano con el autor de “El viajero y su sombra”.
 Yo puedo gozar con Bach,
 mi ídolo en música,
 pero ello no me impide
 sentir que me pervade la alegría
 si escucho  “La Gran Vía”
 del luminoso Chueca,
 y hay en ello algo más que lo que dice,
 según el evangelio,
 Jesús, al afirmar:
 “Dad a Dios lo que es suyo
 y a César lo que le corresponde”
 como si a este se le debiese algo.
 (Bach no es Dios ni Chueca es ningún César).
 Por ello soy capaz de disfrutar a la par
 “El elixir de amor” de Donizetti
  y “ La condenación de Fausto” de Berlioz,
 sin que me sienta para nada confuso
 al escuchar las bellezas de estas óperas,
 cada una en su dominio,
 y con su grado de maestría.

 Coda:

 Pero lector,
 no creas
 como Nietzsche,
 que la más bella música
 puede cambiar el destino de un pueblo.
 Cuantas no son las cosas necesarias
 para que un sueño así
 se transmute en futuro.
 Lo mismo afirmaría
 con mi mente, mi alma y mi sentir
 frente a Mozart y Ernesto Lecuona.
 ¡Que obras maestras son las zarzuelas del cubano !
  Y sin pudor alguno me atrevo a decir
 que si el mago de “La flauta mágica” regresara a este mundo
  de seguro, gozaría como el que más
  con “María de la O” y “Rosa la china”.



martes, 8 de enero de 2013

El caminante Rellanos

GUADAÑAZOS PARA LA                             
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 53, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


El caminante Rellanos
Raúl Jaime Gaviria

  El caminante Rellanos, arrullado por su propia música interior, avanzaba hacía el pueblo bajío. Llevaba horas caminando, sin apenas descansar. Sin duda había sido un día difícil para él, perder el empleo no es cuestión de risa y mucho menos si se trataba del empleo con el que siempre soñó: Director del único servicio de correos del pueblo, del cual era también el único empleado. Los poquísimos envíos que llegaban a Sibumey del Mar, que así se llamaba aquel pueblo perdido, tenían forzosamente que pasar por sus manos. Incluso la distribución corría por su cuenta, de ahí el apelativo de “caminante” por el cual era conocido por todos.
  Pero Rellanos padecía de una secreta perversión, que fue la que finalmente le perdió. Su curiosidad rayaba en lo morboso y siempre que llegaba una nueva carta a la oficina de correos, la emoción y la ansiedad que le invadían eran tales que iban acompañadas de un temblor intenso en todo el cuerpo, y un jadeo respiratorio parecido al que antecede al coito. La tentación de abrir las cartas y apoderarse del íntimo contenido no destinado a él era insoportable, sin embargo jamás abrió ninguna en el transcurso de los cuatro años en que desempeñó el puesto de manera impecable… hasta el día en que fue despedido. Tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe, reza el refrán, y finalmente, después de casi cuatro años de servicio, el caminante Rellanos cedió al pecado.
  Resulta que a la oficina de correos venía llegando desde hacía más de dos años, y de manera constante, una carta semanal dirigida a un tal Álvaro del Lobo, persona que no residía en Sibumey y a la cual no había siquiera oído mencionar el caminante Rellanos en sus esporádicas visitas a los pueblos vecinos. Las cartas no tenían dirección, en el sobre solamente decían: Señor Álvaro del Lobo, Sibumey del Mar, Intendencia de Avalós, República de Lus; al no presentar tampoco remitente, las cartas no podían ser devueltas, tampoco podía destruirlas, pues según las leyes postales intendenciales, este tipo de cartas  debían de ser enviadas a la Oficina Nacional de Correos, empacadas en sobres especiales de papel acartonado con el fin de ser destruidas allí, en caso de no haber sido reclamadas en el transcurso de sesenta días después de su recepción en las diferentes oficinas locales. Los paquetes se recibían totalmente sellados y eran directamente echados al fuego, sin más preámbulos. Aunque toda carta no abierta producía su afrodisíaco efecto fetichista en la mente de Rellanos, estas últimas y misteriosas cartas se habían convertido en una verdadera obsesión, incluso había soñado con ellas en muchas ocasiones.
  Con suma excitación, Rellanos, abrió la última de estas misivas llegadas a la oficina y una mueca de horror fue transfigurando su rostro a medida que avanzaba en la lectura. La carta decía lo siguiente:

Santamaría de los Riscos.  28 de octubre de 1911

Señor:
Ricardo Rellanos
Director
Oficina de Correos
Sibumey del Mar

Estimado señor:

  Por medio de la presente me permito informarle que ha sido usted despedido del cargo de Director de la Oficina de Correos de Sibumey del Mar por haber cometido el delito de apertura indebida de correspondencia, lo que viola de manera flagrante el artículo 2341 del código penal intendencial. En consecuencia, deberá usted presentarse en la  Oficina Central de Correos de Santamaría de los Riscos a la menor brevedad luego de recibida esta carta, con el fin de efectuar la liquidación correspondiente y enterarse de las debidas instrucciones para la correcta entrega del cargo.

Director
Oficinal Central de Correos para la Intendencia de Avalós
Santamaría de los Riscos
Avalós, República de Lus

  Luego de leer la carta, Rellanos se abalanzó enloquecido sobre las otras , seis en total, dirigidas  a Álvaro del Lobo, que aún se encontraban en la oficina; todas, absolutamente todas, eran idénticas, con excepción de la fecha de encabezamiento. En medio de su conmoción,  Rellanos, el caminante, salió de la Oficina de Correos de Sibumey del Mar, carta en mano, rumbo a Santamaría de los Riscos como le había sido ordenado. Jamás se la pasó por la cabeza hacer otra cosa.
 


viernes, 4 de enero de 2013

Aura sin violetas

GUADAÑAZOS PARA LA                             
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 52, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

AURA SIN VIOLETAS
Rubén López Rodrigué


Los escritores del boom latinoamericano se acercaron a las mujeres de distintas maneras. Un tema en boga fue el de la bruja, un ser misterioso y con la capacidad de cambiar los hilos del destino y, sobre todo, capaz de modificar para siempre la vida del hombre. En todas las culturas no falta la referencia a la mujer como conocedora de plantas empleadas como drogas o medicinas. Camaleón, hechicera, amiga del demonio, la literatura trata sobre la mujer doble: una es la mujer amarga, la bruja malvada que prepara opiáceos, quien administra yerbas venenosas; otra es el hada dulce, protectora y benefactora.
Julio Cortázar en el cuento «Circe» relata sobre Delia Mañara, una joven bruja que había matado a sus dos novios. El tercero, Mario, cree durante un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos despiertan el odio de la gente hacia ella. A veces Delia le sale a la ventana, a veces él la escucha reírse adentro, un poco malvada y sin darle esperanzas. Delia se deja adorar vagamente por Mario y su familia, se deja pasear, permite que le compren cosas. Un gato la sigue a todas partes, todos los animales parecen sometidos a ella, la rondan sin que Delia se tome la molestia siquiera de mirarlos, no se sabe si por cariño o dominación. Las mariposas visitan su pelo, pero la muchacha las ahuyenta con un gesto liviano. Se pasa las horas preparando licores y bombones. No ha vuelto a sentarse al piano. A Mario le divierte el mudo descontento de ella junto al piano, su aire falsamente distraído.  
Aura, una novela de Carlos Fuentes, estructurada de manera diáfana como Las buenas conciencias, también ilustra el caso de la bruja, aquel ser experto en lujuria y brebajes, que ha entregado su alma al diablo y acostumbra ingerir alucinógenos para descubrir espíritus y adivinar el destino.
Una anciana llamada Consuelo, viuda del general Llorente, contrata al joven historiador Felipe Montero para que, antes que ella muera, ordene, complete y publique las memorias inconclusas de su marido, muerto sesenta años atrás. La anciana pone una condición: que el historiador se aloje en casa de ella. La morada siempre permanece a oscuras y él debe guiarse por el tacto. Con ella vive su sobrina Aura «para perpetuar la ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida»
Para interpretar un aspecto particular de esta historia conviene seguir la larga tradición de los aquelarres y ritos ocultos donde las brujas guardaron grandes secretos. Voy a detenerme un poco en este aspecto por cuanto al rastrear la historia de la brujería he notado que constituye una de las evidencias de la opresión de la sociedad sobre las mujeres. De La bruja de Michelet, una de las fuentes del autor, este tomó el epígrafe para su novela corta, que dice: «El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación […] Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer»
Es interesante observar que la primera imagen que Felipe Montero tiene de la habitación de la anciana evoca las estancias de las hechiceras, es una oscuridad permanente con el fulgor de veladoras que iluminan una iconografía de rabia y sufrimiento. En la habitación se encuentra además una coneja de nombre Saga, que simboliza la fertilidad y para la bruja significa su demonio familiar, el cuerpo en el que se encuentra Satanás. Pero es el gato, al que se le atribuye un gran vigor sexual, el animal predilecto de las brujas; los ojos de gatos negros fueron uno de los ingredientes de sus brebajes. En la tradición brujeril el gato ha llegado a simbolizar la encarnación misma de Satanás, ha simbolizado el mal, y por ello lo ha tenido como su demonio familiar más próximo. La novela que me ocupa se sale de esa tradición, puesto que en la primera inmolación que aparece, la anciana Consuelo mata sus demonios familiares, excepto la coneja. ¿De qué manera les corta el hilo de la vida? Tomando como víctimas de su odio un grupo de gatos encadenados unos con otros, que mueren envueltos en fuego entre las tejas y zarzas enmarañadas.
El antiguo oráculo de Delfos, el de Júpiter en Dodona, el de Esculapio en Epidauro o el de Apolo en Delos, es la voz que en Aura predice el destino a Felipe Montero, y no olvidemos que el oráculo siempre se otorgaba a través de una mujer: la sibila. De acuerdo a Michelet, la verdadera diferencia entre la sibila y la bruja es que la primera predecía el destino y la segunda lo realiza, evocando, conjurando, operando sobre él. La Casandra antigua (cuyo significado en la mitología griega era «la que enreda a los hombres») tenía el don de profetizar o predecir el destino[], lo esperaba, lo lamentaba, mientras que la bruja crea dicho futuro. Si el origen de la historia de Felipe Montero está en la pitonisa, el fin se encuentra en la hechicera, pues esta tiene su ascendiente en la primera. Principio y fin pertenecen a una mujer que posee la segunda visión. Un fragmento del epígrafe de Michelet alude a esta circularidad: «Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer»

miércoles, 2 de enero de 2013

El último episodio de la vida de Pavel Kurov


GUADAÑAZOS PARA LA                             
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 51, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

El último episodio de la vida de Pavel Kurov

Hernán Botero Restrepo

  Imaginémonos lector, a un lector que espero que no se parezca en nada a tí, en un país utópico: Pushkinlandia, en el siglo XXIII, en el que se castigara con severas penas, a quienes cometieran crímenes de lesa literatura, de modo cruel pero no del todo desprovisto de sentido estético. A partir de estos supuestos imaginativos urdamos un episodio narrativo que podríamos resumir en las siguientes líneas: Pavel Kurov, lector impenitente de textos ilegibles, intrincadísimos y falsamente complejos, que escribiera durante muchos años denigrando de autores como Pushkin, Dickens, Pérez Galdós, Andrés Trapiello, Antonio Gala y Germán Espinosa entre otros escritores de tan admirable laya, ha sido condenado por un tribunal de justicia literaria a la pena máxima decretada por la legislación de Pushkinlandia: ser llevado a una isla desierta, provisto de unas pocas vituallas, un dispositivo para encender fuego que funciona a base de energía solar e implementos de pesca por el resto de su vida, y de algo más importante: las obras completas de un autor entre dos que se le darían a escoger; los autores serían Jacques Derrida y Antonio Machado, cada uno en su lengua original. Pensemos que una vez realizada la elección por parte del convicto,  y que como compensación de su durísima condena, el TRIBUNAL tuviera el poder de escoger un tercer autor, que de acuerdo con el estudio de la mentalidad y sensibilidad del reo condenado, podría proporcionarle un aliciente mayor que el que le proporcionaría la lectura de todo lo escrito por el autor de “De la gramatología”.  A continuación tratemos de hacernos a la idea de que Pavel Kurov es abandonado para siempre en la isla prisión, de verlo a la orilla del mar, observando cómo se eleva el helicóptero que lo transportó a la isla. Nuestro personaje se encuentra en un estado de estupefacción que le impide sentir algo que no sea esta. El helicóptero se pierde de su vista. Pero Kurov, que lo mira hasta que desaparece, ve algo que cae del cielo justo hacia el sitio en el que había sido abandonado. Al cabo de unos minutos se da cuenta de que se trata de un paracaídas, del que cuelga una canastilla dentro de la cual se destaca la forma de un paquete, el cual, al aterrizar el paracaídas, toma intrigado. No siéndole necesario rasgar la envoltura para percatarse de que su contenido son libros. Debe ser Derrida, se dijo. Rasga la envoltura y se encuentra con diez volúmenes en cuyos lomos se lee: Martin Heidegger. Gesammelte Werke. Kurov hablaba alemán, y por eso pudo traducir a su idioma  las cuatro palabras que aparecían en las carátulas y los lomos de los diez libros, aunque una amarguísima sorpresa lo esperaba: al leer debajo de Gessammelte Werke, también en alemán, ve que se trata: ¡de una traducción al griego antiguo de Parménides desde el alemán!... ¡Y él no tenía la menor noción del griego antiguo!. Entonces, sin pensarlo dos veces, recorre los pocos metros que lo separan del mar y se interna en él como lo hizo para morir Alfonsina Storni, la poetisa argentina. Concluido este texto, y qué susto me he llevado con ello, escuché una voz airada que decía: - ! A mí que no me comparen con esa ridícula poetisa… ¡Exijo el respeto que me merezco!


Sugerencia al lector atento:

¿Te has dado cuenta de que Pavel Kurov ya existe de modo potencial en el mundo de la imaginación?, ¿Qué desea que se escriba, reivindicándolo, una novela completa sobre él? ¡Te atreverías a emprender tú esta tarea? Yo por mi parte, me siento incapaz de llevarla a cabo, aunque contara con la asesoría de novelistas utópicos y anti-utópicos como: Samuel Butler, William Morris, George Orwell y Aldous Huxley.