miércoles, 20 de febrero de 2013

Invitación al conocimiento de la novela negra

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 61, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico:

Invitación al conocimiento de la novela negra
Por Hernán Botero Restrepo

   I

  No forma parte de nuestro propósito en este blog, remontarnos a los episodios del libro bíblico de Daniel, de los sacerdotes de Baal y la casta Susana, considerados por algunos (de los que formamos parte) y por otros no, como primeros asomos de lo detectivesco en la literatura mundial; más nos importa señalar el hecho de que, con toda la grandeza que alcanzó en Occidente desde Dafnis y Cloe hasta la narrativa de más calidad en el siglo XIX: Balzac, Dostoievsky, Tolstoi (La sonata a Kreutzer), Dickens, Castello Branco (Amor de perdición) y Pérez Galdós, con las excepciones del segundo, tercero, cuarto y último nombrados, el crimen brilla por su ausencia, y en consecuencia podemos afirmar que dicho acto pedía a gritos que se le recrease en la literatura de ficción.

Es obvio que cabe formular una explicación histórico-social del surgimiento de la literatura policíaca detectivesca o criminal, que nos ha invadido como una oleada imposible de detener, pero aquí vamos a recalcar los aspectos puramente literarios que puedan ofrecernos una explicación al por qué de dicho surgimiento. Curándonos en salud, agreguemos que la novela folletinesca no profundiza ni en el tema del crimen ni en el tratamiento ingenioso de sus tramas, con la excepción de la escrita por Èmile Gaboriau ( El sabueso Monsieur Lecoq y el Père Tabaret su maestro son dignos de ser rescatados), filial del mundo ficticio creado por Edgar Allan Poe y gran admirador de Balzac, a mediados del siglo XIX. Lo importante para nuestro tema, no son las homologías con el folletín sino el subgénero de novela que resalta el ingenio de un Daniel y un Zadig (el personaje de Voltaire) y su relación con el suceso criminal. No sobra anotar que el primer relato exclusivamente “policial”  que se escribió, nos presenta en Los asesinatos de la calle Morgue de Poe, una muerte que parece un crimen, y digo parece, dado el hecho de que un orangután, así como tampoco ningún otro animal puede ser considerado por naturaleza como susceptible de desarrollar una conducta criminal. Pero quien descubre al terrible simio, es ya el detective de la era clásica de la novela policíaca, nos referimos a Dupin es decir un tipo de personaje de ficción que antecede a la aparición de la detection novel en Inglaterra. Resulta irónico que el género novelístico que sucedió a la detection novel haya sido fundado por el escritor británico de tendencias nazis Peter Cheyney (1896), si tomamos en cuenta la Norteamérica de la narrativa políticamente correcta de Raymond Chandler (1888) y Dashiell Hammet (1894) y a sus sucesores Ellery Queen, Earl Der Biggerss y Rex Stout, entre otros, que cultivaron con sobrado talento la detection novel en Estados Unidos. Después de Peter Cheyney y al margen del nazismo por él profesado, en los Estados Unidos encontramos a Mikey Spillane (1918), escritor de habilidad sub-literaria que superó a aquel en brutalidad; su personaje, el detective Mike Hammer (que significa martillo), disfruta torturando tanto a sus culpables como a sus sospechosos. Spillane publicó su novela más sádica y misógina titulada Yo el jurado en 1947. Volviendo a Poe, hemos de recordar que los asesinos de las novelas policiacas o detectivescas de Gaboriau, Conan Doyle y Agatha Christie y un largo etcétera de autores de detection novel, serán humanos, con la ingeniosísima excepción de La perla negra, cuento del autor de dramas, entre románticos y realistas, Victorien Sardou (recordar Tosca y la espléndida versión operística de Puccini), en el que el “autor del delito” es un rayo; no hay crimen en La perla negra, ni siquiera un robo, pero si un investigador de mente deductiva tan brillante como la de Dupin.

No nos vamos a ocupar de las novelas de ladrones y policías de las que se han escrito algunas de  gratísima lectura y notable nivel humorístico (nadie que haya leído Las aventuras de Arsene Lupin, Raffles y Rififi podría decir lo contrario) como las que escribieron Maurice Leblanc, Gaston Leroux, Erich Kästner, Charles Exbrayat, Pierre Vèry y E.W. Hornung,  pues lo que nos compete es el asunto del asesinato y su investigación. Pensemos por un momento en que desde hace mucho tiempo los niños suelen jugar a policías y ladrones y no a policías y asesinos. Puesto que el crimen es muchísimo más grave que el robo y esto desde antes de que se promulgara el decálogo mosaico llegando hasta nuestros días tanto en la literatura como en la vida real; desde Conan Doyle hasta Liuba (apasionante novela negra del escritor francés Pierre Rey ambientada en la Rusia de las mafias, en la que, como en tantísimas otras se conectan robos con asesinatos). Sería injusto no hacer mención de que dos talentosísimos autores como el alemán Erich Kästner y el norteamericano Mark Twain fueron capaces de imaginar deliciosas aventuras policíacas para un público lector joven con obras de importancia tal como: Emilio y los detectives del primero y Tom Sawyer detective del segundo.

  II

Queremos, en este segundo apartado, que no se piense que desdeñamos las buenas novelas criminales no negras a pesar de que muchas, a las que se puede sin duda calificar de malas, nos presentan un crimen tan solo para que en ellas no falte un cadáver, y nos presentan un horizonte estrecho desde el punto de vista social. No se piense que la novela policiaca clásica no es más que un producto de la imaginación escapista, y que los detectives que en ella aparecen, no son más que torpes muñecos deductistas (casi siempre excéntricos y extravagantes); para que esto no suceda bastaría con leer El dueño de la muerte (Trial and error) de Anthony Berkeley, que Jorge Luis Borges incluyó en la colección de novela policiaca El séptimo círculo fundada por él con Adolfo Bioy Casares; de paso no sobra agregar que Borges no gustaba de la novela negra porque prefería el orden y la lógica del tipo de novela criminal anterior a esta. Es en la Argentina de la época juvenil de Borges, cuando aparecen publicadas en El séptimo círculo novelas firmadas por autores coterráneos de aquel tales como Roger Ivnnes, Manuel Peyrou y María Angélica Bosco. Temas sutiles y enigmáticos sin que falte un admirable espíritu humorístico caracterizan los dos volúmenes de cuentos policíacos de Borges y Bioy: Seis problemas para don Isidro Parodi y Crónicas de Santos Domecq. Al primero le encantaba la buena novela policial siempre y cuando esta fuese anglo-sajona rechazando en cambio la francesa sin que hubiese nunca dado razón alguna para ello. Este caso se asemeja al rechazo categórico de la novela policial por parte de Vargas Llosa quien tampoco argumenta nada convincente al respecto y que inexplicablemente se ensañó en la gran escritora de novela negra  Patricia Highsmith a la que muchos que no han leído (siendo incontables los que lo han hecho) conocen indirectamente por medio de la excelente versión cinematográfica de Extraños en un tren (Alfred Hitchcock) quizás la más conocida y justamente admirada novela de esta escritora. Cabe anotar que la inmensa mayoría de las ficciones policíacas clásicas se escribieron en los Estados Unidos, Inglaterra y Francia sin que puedan olvidarse Suecia, Bélgica, Canadá, Nueva Zelanda y Australia en donde el género también fue cultivado competentemente aunque de manera más minoritaria. Cuando El séptimo círculo pasó a ser dirigido por Carlos V. Frías (responsable de la edición de las Obras completas de Borges), la colección incluyó a autores de novela negra tales como: Raymond Chandler y al inglés James Hadley Chase. La novela negra se distingue de la novela policíaca deductiva en muchos aspectos, bástenos señalar los que a nuestro juicio son fundamentales: el detective se humaniza, se compromete emocionalmente con su trabajo, se contradice a veces, el espacio social de las tramas refleja la crisis en todos los planos de la sociedad occidental contemporánea e incluso algunas veces el detective acaba fracasando. Ejemplos paradigmáticos del detective de novela negra son los conflictivos Sam Spade de Dashiell Hammet y Philip Marlowe de Raymond Chandler.


     III

Una pregunta difícil de contestar es esta: ¿En que lugar en el dominio de la estética de la ficción policial colocar al belga George Simenon (1903)?. Digamos dos cosas que creemos no deben callarse, el inspector Maigret es una criatura en la que creemos por su compleja pero muy humana catadura, pero a costa de un cierto empobrecimiento de la intriga en las novelas que protagoniza; ahora bien, Simenon abandona la narración policial que cultivó con cierta negrura y se convierte en el gran escritor que es, en uno de los autores que Andrè Gide, juzgó que injustamente no había recibido el premio Goncourt que largamente se merecía; La soberbia Viuda Couderc (novela no policíaca) se le hacía una obra más lograda que El extranjero de Albert Camus. Algo hay en común entre la dureza simenoniana y el espíritu de una novela tan trágica como Un loto para Miss Quon de James Hadley Chase.

  Si bien se considera a Chandler y Hammet como los padres de la novela negra, existe un antecedente ya de esta en la obra de James M. Cain (1892), concretamente en su novela (llevada dos veces al cine y traducida al italiano por Cesare Pavese)  El cartero llama dos veces. Después de Hammet y Chandler surgen casi como sus discípulos Ross Mcdonald, Wade Miller, Jim Thompson y Chester Himes (el primer escritor negro que escribió novela negra). En la actualidad, como un escritor de primera fila en su género (novela negra) descolla la figura de otro escritor afroamericano, Walter Mosley de obras tan logradas como Betty la negra y El demonio vestido de azul , esta última llevada al cine con gran suceso

  La novela negra ha invadido el mundo occidental desde la Argentina, Brasil, Colombia (aunque aun de forma embrionaria); Chile, y hasta en Cuba, Leonardo Padura Fuentes ha intentado el género pero con magros resultados estéticos por motivo de la censura y autocensura impuestas por el régimen político-cultural de la isla. Y que decir de los Estados Unidos en los que después siguieron con mucho talento los pasos de Hammet y Chandler: Wade Miller, Jim Thompson y Chester Himes y autores como James Ellroy, el llamado “perro rabioso” de la literatura contemporánea y autor de La dalia negra (llevada al cine por Brian de Palma) y de L.A. Confidential ,de Dennis Lehane, de una complejidad psicológica que dejaría mudo de pensamiento y palabra a cualquier sicoanalista, fuese cual fuese su tendencia, que tuviese la osadía de internarse en los complejos laberintos psicológicos y sociales de Lehane. Recordemos las magníficas películas basadas en sus obras (aunque nunca tan grandes como las novelas homónimas) Mystic River de Clint Eastwood y Shutter island de Martin Scorsese que nos muestran que en la actual sociedad estadinense, el sueño americano ha sido reducido a menos que polvo.

Pasemos a continuación a Europa y para no alargarnos innecesariamente, vamos a mencionar aquellos países en los que de acuerdo a las consultas realizadas a través de diversas fuentes bibliográficas e internet, se cultiva con altura literaria y buen suceso de crítica y lectores la novela negra: España, Italia, Inglaterra, Irlanda, Polonia, Suecia, Noruega, Islandia, Dinamarca, Rusia, Alemania y Grecia. Cabe anotar que el género negro, a diferencia de lo que ocurría en el pasado ha salido del gueto de las colecciones populares, por lo general de baja calidad de edición de tipo paperback y ahora se edita en prestigiosas colecciones como las que publican a autores de la calidad de un Jonathan Franzen, un Sandor Marai o un Ian McEwan. De ahí que podamos apreciar en este tipo de colecciones a autores tan talentosos y variopintos como P.D. James, Anne Holt, Donna Leon, Patricia Highsmith, Ruth Rendell, Henning Mankell, Stieg Larson y un kilométrico etcétera.

Una cosa no le podemos exigir a la novela criminal, ni a  la de hoy ni a la clásica:  la “escritura artista” de la que hablaban los Goncourt. La estilística de esta, si queremos servirnos de tan manida palabra, es la que corresponde al mundo particular que cada una recrea. Pero hay excepciones como la de una Ruth Rendell que en El señor Páramo escribe con una pluma tan bien afilada estéticamente, que ya se la quisiera para sí más de uno de los no pocos escritores que manifiestan una actitud a todas luces repulsiva ante las obras inmersas en el  siempre caótico y para nada organizado mundo del “crimen organizado” y de la investigación criminal, más aún en los tiempos que corren.   En Francia Pierre Vèry acusa de manera fascinante la influencia del surrealismo en Las cuatro víboras.  No hay porque olvidar que Andrè Breton detestaba la novela, comenzando por Dostoievski.

N.B.

No nos hemos referido a las obras de espionaje tan emparentadas con la novela criminal por  falta de tiempo y espacio. Recomendamos para paliar en algo su no inclusión en este texto, una obra decimonónica precursora de tal tipo de relatos: El espía del autor norteamericano James Fenimore Cooper y las novelas de William Le Queux fundador de la novela de espionaje contemporánea, a pesar de su ingenuidad como escritor y su poca trascendencia literaria, al maestro indiscutido Eric Ambler, cuya novela maestra es La máscara de Dimitrios y por supuesto a John Le Carre y Den Leighton. Sin olvidarnos de los escarceos de un Graham Green. El caso Ian Fleming-James Bond (novelas y películas), es a nuestro parecer, un mero fenómeno de sensacionalismo, ajeno a toda estética literaria. Sería cometer un olvido imperdonable no hacer memoria de dos escritores que escribieron a cuatro manos obras tan obsedentes como Los rostros de la sombra y La que no existía que tanto se acercan al existencialismo de un Sartre.


BIBLIOGRAFÍA

No hay en español, y poco hay en otros idiomas, estudios amplios acerca de la novela negra. En general esta es considerada dentro del mundo de la historiografía y de la crítica literarias conjuntamente con la detection novel, tal y como sucede en las obras dedicadas a ella por: Alberto del Monte, Thomas Boileau, Salvador Vásquez de Parga, Julián Symons y Fereydoon Hobeyda, todas estas accesibles en castellano. Son muy estimulantes también el ensayo de Sommerset Maugham La decadencia del asesinato inglés  y el de George Orwell Raffles y Miss Blandish,  igualmente accesibles en español. Orwell en su ensayo pone el grito en el cielo por los siete asesinatos que se cometen a lo largo de la novela de Chase. Imaginémonos como hubiese reaccionado, si le hubiese sido dado leer las novelas de asesinos en serie que se escriben hoy en día.

FUERA DE OCCIDENTE

Leyendo la extraordinaria obra monográfica de Julian Symons nos hemos enterado de que ya en Suráfrica ha aparecido un escritor cuyas novelas se enmarcan dentro del género de la novela criminal. Lo más novedoso de la novelística de este escritor llamado James McClure (fallecido recientemente) es el que sus obras son protagonizadas por un inspector de policía de origen Afrikaner, Tromp Kramer y su lugarteniente el sargento negro de origen Bantu, Mickey Zondi. McClure ha sido objeto de comparación por algunos de los más competentes críticos literarios surafricanos y europeos con el extraordinario Alan Paton y con Nadine Gordimer, sobre la que sobra en estas líneas cualquier comentario. Desafortunadamente McClure no ha sido traducido al español.











sábado, 16 de febrero de 2013

Visitando la casa de Poe

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 60, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

VISITANDO LA CASA DE POE
Rubén López Rodrigué

Cuando visitamos la ciudad portuaria de Baltimore me encontré con una urbe encantadora, muy distinta a la que imaginaba por influencia de la prensa como una guarida de rudos boxeadores. Camino a la Casa y Museo Edgar Allan Poe y al cementerio donde se encuentra su tumba, pasamos por el inmenso estadio de béisbol The Raven (Los cuervos), transitando calles desoladas en las que eventualmente veíamos corrillos de negros.
Al bostoniano marginado ya me lo habían presentado algunos poetas de Medellín, pero esta vez íbamos a visitarlo a su casa donde su espectro debía estar en compañía de un ave agorera. Había nacido en Boston en 1809, por cuanto allí estaba de paso la compañía teatral donde actuaban sus padres David Poe y Elizabeth Arnold. El padre desapareció y la madre murió un año después de tuberculosis en Richmond, de manera que el niño quedó huérfano a los tres años. Una familia de apellido Allan se ocupó de adoptarlo.
Era octubre. En una esquina estaba la casa museo, que abrió puertas en 1949, compuesta de dos pisos, un sótano y una buhardilla. En frente de ella una patrulla con dos policías parecía a la expectativa de lo que pudiera suceder. La acera y la calle estaban salpicadas de hojas amarillentas, un indicio del otoño. Estacionamos el carro a unos cuantos metros detrás de la patrulla. La fachada de la casa era de ladrillo rojo, tres ventanas cerradas y una puerta blanca a la que se entraba por una escala de tres peldaños cuyo verde hacía juego con el matiz de las ventanas. Tenía un sótano con respiradero no abierto al público. En el techo de madera rojiza, a dos aguas y con buena inclinación, sobresalía la buhardilla, blanca como el papel, con una ventana de vidrio. A un costado de la fachada, más cerca de la esquina que de la entrada, una especie de retablo exhibía una inscripción en inglés que decía «Casa Edgar Allan Poe»; una leyenda rodeaba la foto del escritor norteamericano.
La casa, construida alrededor de 1830 en una zona campestre, hacía parte de un vecindario. Un año antes, después de su licenciamiento del ejército, Poe llegó a Baltimore, en medio de un verdadero apuro económico, a vivir con la tía viuda Maria Clemm y la prima Virginia con la que se casara contando ella trece años.
Tocamos el timbre. Un rubio ojiazul abrió la puerta, le pagamos la entrada, dos o tres dólares, nos dio instrucciones y un documento en inglés con algunos datos biográficos del poeta y la historia de la casa museo; a sus espaldas una pantalla monitoreaba la pequeña casa, pequeña pero no tanto como la casa museo de José Martí que yo había conocido en La Habana.
Subimos al segundo piso de una sola habitación con paredes blancas ornadas por cuadros, más una cámara de seguridad. Allí había estado la cocina donde a lo mejor el escritor condimentaba sus relatos esmaltados de un horror que cae como un rayo para sacudir el tedio. Había dos sillas de madera y dos cómodas con vitrinas que exhibían —si la memoria no me falla— obras del escritor y otras publicaciones de su época. En una de las paredes había un retrato de Poe con marco dorado, y en ambos lados del cuadro sobresalía un par de bifés con copas de cristal y piezas de una vajilla de porcelana con vivos rojos. Poe me miró con sus ojos ígneos como preguntándose si yo merecía poner los pies en su morada, y esto a pesar de haber leído buena parte de sus relatos; mas él insistía en decirme algo, por ejemplo que el mejor lector de mis obras probablemente había de ser la chimenea.
Para llegar a la buhardilla había que subir por una escalera de caracol. Tuvimos que agacharnos un poco para entrar al pequeño dormitorio de Poe, dotado de una cama sencilla y un escritorio de gruesa madera rústica frente a la ventana de vidrio. ¿Sería por aquella ventana que una noche de tormenta entró el cuervo de uno de sus poemas, pájaro de ala negra al que el poeta le abrió y fue a posarse solitario sobre el pálido y plácido busto de Palas Atenea, en lo alto de la puerta de su estudio, donde pronunció su única palabra, el estribillo «Nunca más», que repitió con la más melancólica monotonía, respondiendo con esa lúgubre palabra a las preguntas de un enamorado que soñaba con su amada muerta? ¿Dónde estaban la hija predilecta de Zeus y el enigmático pájaro de ébano cuyos ojos como brasas se convirtieron en un pico hiriendo el corazón del poeta?


Al costado derecho del escritorio un pequeño mueble sostenía una lámpara. Nada más. Me pregunté cómo haría quien a menudo vivía ebrio, en su condición de poeta maldito de una vida sellada por la pobreza, la tragedia y la enfermedad mental, para llegar incólume hasta allí.
Después de visitar la casa partimos rumbo al Cementerio Westminster en el centro de Baltimore. Será allí donde el poeta estaría con el ave de mal agüero, con el pájaro de antaño «torvo, desgarbado, espectral, desvaído y ominoso». Pensaba en aquel hombre que, no obstante prologar muchos de sus relatos con algunas observaciones pasajeras, se le considera inventor del cuento moderno. Atravesamos el centro de Baltimore entre cuyas edificaciones se erigía la Torre del Bromoseltzer coronada con una almena, símbolo de la ciudad portuaria como el Big-Ben en Londres.
Entramos al cementerio por una puerta de rejas negras. Un hombre parecía vigilar encaramado en uno de los muros de ladrillos ocres claros intercalados con otros de tono más oscuro. Muy cerca de la entrada estaba el monumento a Poe que tenía en el centro una imagen en relieve del busto del poeta, un bronce circular, y cerca de la base figuraba su nombre en letras blancas. Al otro lado se erigía un árbol expandiendo sus ramas de hojas rojizas, verdosas y amarillentas.

Luego pasamos a otro patio donde estaba la tumba rodeada por un tapiz de hojas de otoño. Sobre una base gris se levantaba una losa blanca rematada por una media luna con la efigie en relieve de un cuervo en homenaje a su poema emblemático El cuervo. Encima de la efigie había una inscripción de cuatro palabras borroneadas por el tiempo, pero se alcanzaba a leer The raven (El cuervo) y Nevermore, por lo que deduje que allí habían puesto el reiterativo estribillo de su poema que decía «Nunca más», o sea el pivote sobre el cual giraba la estructura del poema. En la losa estaba tallada una leyenda que traduce: «Lugar de entierro original de Edgar Allan Poe desde octubre 8 1849 hasta noviembre 17 1875»; 1849 fue el año de su muerte en Baltimore a sus cuarenta años, luego de varios días de borrachera. Debajo otra leyenda decía que allí también reposaban los restos de la tía Maria y de su esposa Virginia Clemm, muerta de tuberculosis dos años antes que el escritor y cuya enfermedad lo hizo enloquecer, llevándolo a recaer en la adicción al opio y en el alcoholismo.
Al salir del cementerio resonaba el graznido del famoso cuervo, «Cuervo errante de la Noche sepulcral» cuyos «ojos se parecen a los de un demonio que sueña». Cuando subimos al auto recordé un poema donde Borges radiografía al poeta:
 Como del otro lado del espejo
Se entregó solitario a su complejo
Destino de inventor de pesadillas.
Quizá, del otro lado de la muerte,
Siga erigiendo solitario y fuerte
Espléndidas y atroces maravillas.

lunes, 11 de febrero de 2013

El amor a la literatura

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 59, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

El amor a la literatura

Raúl Jaime Gaviria V.


Así como existen los mandamientos en las religiones judía y cristiana, de los cuales el primero es amar a Dios por encima de todas las cosas, así también en la literatura debería de existir un primero y quizás único mandamiento que promulgara en letras de oro que  para el escritor lo primero ha de ser amar la literatura por encima de todo y especialmente por encima de sí mismo. Desafortunadamente esto no se cumple la mayoría de las veces, a la literatura, con o sin paracaídas, caen toda suerte de personajes y personajillos que, pagados de sí mismos, utilizan el arte de las letras como medio y no como fin. Por supuesto que esto del ego de los escritores no es nada nuevo, siempre los ha habido que escribieron con un espejo al frente y no bien terminaban de escribir una línea pasaban a preguntarle al espejo de marras, a semejanza del cuento de hadas, acerca de quién era el mejor escritor, recibiendo de inmediato la anhelada respuesta del mágico artilugio: - tú, mi señor, y solo hasta entonces pasaban a escribir la siguiente línea. Y los hubo muy buenos  de este tipo, baste con citar a un Wilde que llegó a decir que le divertía ser un dandy, un hombre a la moda, tan solo para rodearse de las naturalezas más perversas y las mentes más mezquinas, imposible pedir más arrogancia que esto.

Pero al menos Wilde si era un muy buen escritor a diferencia del enjambre de escritorzuelos locales que, siendo poco menos que lo mismo, cuentan con sus particulares modos de estratificación pues los hay de altas aspiraciones y rojas narices que no salen de los bares más sórdidos del centro de la ciudad y allí escriben en sucias servilletas (siempre me he preguntado cómo logran hacerlo, pues nada más difícil que escribir en una servilleta) con sus dedos  humedecidos por el alcohol. También los hay que no salen nunca de los claustros académicos y creyéndose los dueños de la palabra literaria revelada consideran que todo lo escrito por ellos es tan genial que difícilmente podría ser superado en las siguientes diez generaciones. Se de uno de ésta clase que, óigase esto, dedicó un a todas luces excesivo número de páginas de su última novela (cuyo tema principal era supuestamente la vida de un prócer de la independencia colombiana) a todo lo relacionado con las orquídeas, describiendo hasta el agotamiento sus diferentes tipos de especies y variedades, sus modos de cultivo y todos los etcéteras imaginables e inimaginables, en fin, todo un tratado orquideológico más propio de un botánico que de un novelista; y el prócer, supuesto protagonista de la obra, bajo el pretexto de su gusto por dicha especie floral, pasa casi que a un segundo plano, habrase visto tamaño despropósito. Volviendo a Wilde, que como ya lo dije fue un muy buen escritor, quizás lo hubiera sido mejor, un gran escritor al nivel de un Dostoievski o un Balzac  de no haber malgastado tanta de su energía en la vanitas vanitatum de su importancia personal. Y como guinda del postre les ofrezco una anécdota acerca del escritor anglo-irlandés: habiéndosele preguntado si se había divertido en una fiesta a la cual había asistido la respuesta no pudo ser más vanidosa (sin negarle su ingenio) y fue esta: - ¡cómo no iba a divertirme si yo estaba presente en ella!

La literatura es una vocación y como toda vocación implica grandes sacrificios, de su crisol solo se derraman unas pocas gotas del fino oro de la palabra luego de torturantes jornadas y años enteros de soledad y marginación. Pues todo gran escritor es a la vez un marginado precisamente porque, dándole prelación a su verdadero amor, ha sido capaz de renunciar a los oropeles externos que el tinglado cultural pudiera ofrecerle como espurio sucedáneo de la verdadera literatura, de aquella que dignifica y hace grande al hombre, que lo eleva por encima de sí mismo hermanándolo con la humanidad toda, y aunque el arte literario no puede ni debe ser moralista, si ha de ser siempre moral, de ahí que no pueda ser considerada auténtica aquella literatura que haya sido engendrada de manera utilitaria, doctrinaria ni partidista, es decir que se encuentre dirigida a un objetivo preconcebido específico, de cualquier naturaleza que éste sea, así se trate del más altruista. Parafraseando el texto paulino de la carta a los corintios y asimilándolo a la literatura ésta no ha de ser jactanciosa ni envidiosa y mucho menos interesada  o irritante. En fin, que la literatura sin corazón no puede ser menos que descorazonadora y falsa. Por mi parte prefiero mil veces lo peor de Dostoievski a lo mejor del más afamado de los escritores académicos que haya existido en la historia.

martes, 5 de febrero de 2013

La muerte del Niño de la Purísima

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 58, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


La muerte del Niño de la Purísima
Hernán Botero Restrepo

I
El Niño de la Purísima iba a torear por última vez en su vida y en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, esa tarde de un domingo de noviembre de 2011.  El coso taurino se encontraba a rebosar de aficionados a la fiesta brava, si bien es cierto que si la corrida hubiese sido anunciada unos años antes, cinco o seis a lo sumo, antes de que comenzaran a agitarse las aguas del movimiento anti-taurino no hubiese habido un espacio más en las graderías, ni tanto sol para tanto sol, ni tanta sombra para tanta sombra; en lo concurrido de la fiesta mucho tenía que ver el handicap de toros descabellados por el diestro de marras, digno de figurar, de haberlo, en un libro de records Guiness de los toros. Además se debe tener en cuenta las ocasiones en que el Niño de la Purísima había escapado por los pelos de la muerte en los ruedos. Pero esto no era todo, la legendaria devoción a la Virgen de la Macarena (cosa que no veían con agrado ni los toreros ni la afición de izquierda) llegaba hasta el punto de que algunos de sus admiradores católicos prácticamente lo habían nominado para que llegase un día, ya fallecido, a los altares, convirtiéndose en el primer santo torero del calendario católico- romano de la historia.

II
A eso de las cinco y cuarto de la tarde, flamígero en su traje de luces, el Niño de la Purísima se aprestaba a pisar la arena, pero no sin antes dirigir una mirada piadosa a una efigie en yeso coloreado de Nuestra Señora de la Macarena que se hallaba colocada en una pequeña hornacina. Describir como sorpresa la actitud del diestro frente a las palabras que pronunció la imagen cuyos labios vio moverse sería incurrir en un eufemismo, atónito quizás sea una expresión más adecuada para la situación. Dichas palabras fueron estas: - en dos días estarás con nosotros en el paraíso; fue debido al “nosotros” que el torero alzó la cabeza y contempló el pequeño crucifijo de bronce que colgaba a unos pocos palmos de distancia sobre la imagen de la Macarena. El crucificado no habló, pero si inclinó la cabeza en signo afirmativo, volviéndola a levantar para que quedara en su posición original, con la cabeza reclinada sobre el hombro derecho.  ¡Qué sea lo que haya de ser! se dijo el matador en un mar de confusión, -no voy a eludir mi destino ni a morir como un cobarde, lo que más siento es no entender ni a la Virgen ni a su Hijo, en el caso de que no haya sido víctima de una alucinación. Lo que más me intriga de todo son los dos días, ¿a partir de cuándo empiezan a correr?, ¿y si voy a morir en cuarentaiocho horas, estas ya comenzaron a correr?, esto me lleva a pensar que mi muerte coincidirá con el plazo del que me habló la  Virgen. Pero lo que sucedió no se lo esperaba el diestro, la corrida fue un éxito total desde el punto de vista taurino, nunca antes su valor y su destreza habían brillado con tanto esplendor.

III
Ya es de noche, han transcurrido casi cuarenta horas después de la última corrida del Niño de la Purísima; en el lecho nupcial éste no pudo vencer la tentación de contar a su mujer su experiencia o que él había creído que lo había sido con la Virgen de la Macarena y su divino hijo. Sin agregar ninguna razón o motivo, le pidió que no divulgara a nadie lo que le había referido. Paloma dijo que estaba bien, que no se lo contaría a nadie. Serían las dos y media de la mañana cuando la pareja se fue quedando dormida.

IV
El escenario de este episodio sigue siendo la alcoba matrimonial; podrían ser las cuatro de la mañana cuando Paloma fue despertada de su sueño por unos jadeos y quejidos que se escapaban de la boca del Niño de la Purísima. ¿Qué te pasa Roberto?, le preguntó, a lo que Roberto (que era el nombre civil del torero)  respondió: - es el corazón que se me quiere reventar, es la dolencia que se inició desde los catorce años, la taquicardia, pero aumentada mil veces en intensidad, avisa inmediatamente al doctor Mejías. Paloma echó mano del teléfono que estaba colocado sobre la mesita de noche contigua a la cama, y marcó el número del doctor Mejías, que se sabía de memoria. Desgraciadamente al colgar la bocina – el médico le dijo que iba para allá inmediatamente- el Niño de la Purísima exhalaba su último aliento.

V
Paloma contaba con una amiga de toda la vida, Julieta, a la que contaba todas sus cosas y  la que a modo de retribución le contaba todas las suyas; pasados unos días, más bien pocos, de la muerte del Niño de la Purísima, la viuda  sintió el irreprimible deseo de espontanearse con su hermana en la amistad y violó el sigilo que había jurado a su difunto compañero; le contó entonces a Julieta lo que la Virgen de la Macarena, según su marido, le había contado a éste, no sin dejar de albergar en su interior alguna duda, aunque con la condición de no transmitírselo a nadie. La amiga la escuchó y prometió a su vez quedarse callada al respecto ante cualquiera, pero Julieta no sabía guardar secretos y en dos días se lo comunicó a un tal Jairo Nieto, que a pesar de prometer ser como una tumba a propósito del relato de Julieta lo difundió en un círculo de periodistas del que era miembro mi amigo el narrador en tercera persona de mis cuentos: A-Z, el cual apenas esperó a que acabará la historia para pedirme que yo la escribiera y fueron tales sus argucias y empeño en que lo hiciera, que la escribí y el acabó narrándola (el narrador en primera persona: Z-A se lamentó por no poder hacerlo él, pero vio que el cuento, de escribirse – pues iba  a ser un cuento- no podría serlo más que por mi narrador en tercera persona, con quien vive disputando … y confieso que a veces me involucran en sus discusiones narratológicas a mi pesar.

VI
En fin, el cuento está escrito, apreciado lector, y ojalá sea de tu agrado. Eso sí, te suplico encarecidamente que después de que lo hayas leído hagas hasta lo imposible por no contárselo a nadie. Es que no deseo que se agregue un eslabón más a la cadena de infidencias que ha rematado en el de este cuento.

Adenda:
V.S. Naipaul renunció a escribir novelas, antes de su gran riffiuto escribió algunas tan excelentes como “Una casa para el señor Biswass”, posiblemente, al contrario de lo que aduce públicamente, por motivos análogos a los que me han dificultado en extremo las relaciones con mis narradores en primera y tercera persona así como las relaciones entre ellos mismos.

viernes, 1 de febrero de 2013

Orígenes de la tertulia

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 57, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


ORÍGENES DE LA TERTULIA
Rubén López Rodrigué

La palabra «tertulia» se originó en el siglo XVII, hacia el año 1650, en el reinado de Felipe IV en España. Al poco tiempo de subir al trono, el monarca se entregó de lleno a los saraos, devaneos amorosos y otras diversiones. Los negocios del Estado los había dejado en manos de su valido el Conde-Duque de Olivares. Efraín Gaitán Orjuela en su Biografía de las palabras nos ofrece una luminosa descripción sobre la tertulia: «Para descansar de una fiesta y preparar otra, el rey se entregaba a las obras maestras de la literatura, llegando a adquirir al cabo del tiempo gran cultura, la que lo llevó a favorecer todas las manifestaciones artísticas. Estas aficiones del monarca, como es natural, se reflejaban en la sociedad, que marchaba en todos los países al compás que le marcaba la Corte. Los grandes vivían en la dulce ociosidad de sus castillos, donde imitaban el lujo y las diversiones del Palacio Real. El amor del rey por la literatura encontró eco igualmente dentro de la gente ilustrada y entre los que a toda costa querían ponerse a la altura de la moda reinante. Así se acrecentaron los círculos y aumentaron los sitios de reuniones de artistas y literatos. A estos últimos les entró por aquel tiempo la afición de leer, estudiar y analizar las obras del célebre apologista y heterodoxo latino Tertuliano», famoso por su célebre frase  credo quia absurdum est (“creo porque es absurdo”).
¿Quién era Tertuliano?
Quinto Septimio Florencio Tertuliano era un apasionado escritor eclesiástico, nacido en Cartago en el año 155, hijo de padres paganos que le costearon una sólida formación en Derecho. A los cuarenta años se convirtió al cristianismo y retornó a su ciudad natal donde se dedicó a difundir la nueva fe, haciéndose padre de la Iglesia. En sentido amplio, se les llamó padres de la iglesia a clérigos y escritores latinos que explicaron los fundamentos de la nueva fe y defendieron las bases de la naciente iglesia. Famoso como jurista en Roma, Tertuliano era un apologista dotado con las joyas de la retórica, un ser armado de brillante imaginación y patética elocuencia, un abogado y polemista atestado de fanatismo que terminó por sentar oposición a las sectas no cristianas y combatió el paganismo con la habilidad de la palabra y la agudeza de su pluma.
Marco Tulio Cicerón, el ecléctico más importante de su tiempo, quien vivió dos siglos antes, apadrinó un eclecticismo que aceptaba las doctrinas de Platón sobre el alma y otras corrientes filosóficas. Contribuyó de manera notable a difundir la ciencia y la filosofía griegas, innovando la terminología latina filosófica. Por el contrario, Tertuliano argumentaba que Platón era el patriarca de los herejes y Jerusalén nada tenía que ver con Atenas puesto que el cristianismo no se enlazaba con la filosofía griega.
Desfilaron catorce centurias. En el siglo XVII, en la época de Felipe IV en España, el estilo imperioso y brillante de Tertuliano sirvió de razón poderosa para que los congregados dedicaran parte de su tiempo a estudiar, analizar, citar y comentar sus obras. En ocasiones, al citar su nombre lo llamaban con acento enfático Ter-Tuliano, o sea tres veces superior a Marco Tulio Cicerón. Por asociación denominaron «tertulia» a la parte del teatro llamada hasta entonces 'desván', donde se sentaban los espectadores, y también a las reuniones donde los eruditos se codeaban con los escritos del pensador romano. Y a quienes concurrían a las reuniones se les nombró «tertulianos» por las reiteradas veces en que invocaban a este apologista latino del cristianismo.
La Royal Society de Londres había cerrado los oídos a tantas maravillas cuya única base era los rumores imprecisos y los relatos que circulaban de boca en boca, había cerrado los ojos a narraciones sin ningún límite de imaginación, iladas por ingenuos corremundos que llegaban desde las tierras más variadas, a monos reidores y perros rabiosos, a historias personales en torno a lo sobrenatural.
Las polémicas que se venían sosteniendo desde cuarenta o cincuenta años atrás en esta Sociedad y en la Academia de Ciencias de París, se alojaban como huéspedes de honor en la admiración del marqués de Villena y aristócrata español Juan Manuel Fernández Pacheco y unos amigos suyos que venían realizando tertulia desde 1711. Por sus mentes cruzó la idea de que una actividad parecida podía efectuarse en Madrid. En cada época existen unos esquemas mentales y para las concepciones, prejuicios y creencias del período que me ocupa la inclinación de don Juan Manuel por la lectura y la escritura sonaba como rara avis. Su gusto por las artes y las ciencias se consideraba estrafalario.
Para no aburrirse en el verano, comenzó a reunir en su palacio de la Plaza de las Descalzas a un puñado de amigos con quienes se propuso debatir sobre letras, artes y ciencias. Para dar un fin práctico a las tertulias decidieron conformar una academia dedicada a las artes y las ciencias; privilegiaron la lengua, el instrumento para escribir sobre cualquier tema. La ortografía era preciso delimitarla con etimología, pronunciación, concepciones lógicas y cómo la usaban quienes mejor habían escrito. Había necesidad de establecer el armazón de la gramática y compilar un gran diccionario donde cada palabra tuviera el espaldarazo de autores consagrados. Las discusiones gravitaban en torno al idioma y la tertulia derivó en una academia de la lengua. El marqués Fernández Pacheco fue apadrinado en su proyecto por el rey Felipe V. Así se creó la Real Academia Española el 3 de octubre de 1714.
Al cumplir la noción de «tertulia» un siglo de ser una tea que alumbraba un aspecto de la realidad, el escritor y poeta dramático español don Nicolás Fernández de Moratín instauró un deleitoso conglomerado con los literatos más rutilantes de la época. Se creó al estilo de academia bajo el rótulo de Tertulia de la Fonda de San Sebastián. Esta tertulia fue un caudal que afluyó en el torrencial río de la literatura española.