sábado, 29 de junio de 2013

¿Por qué el hecho cultural no es noticia?

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 87, junio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)





¿POR QUÉ EL HECHO CULTURAL NO ES NOTICIA?
Rubén López Rodrigué
¿Para qué ver noticieros que viven presentando escenas de violencia y se lucran con el dolor ajeno? ¿Para qué lugares donde las buenas noticias, entre ellas las realizaciones culturales, escasamente aparecen? ¿Por qué razón hay que ser cómplices de esa campaña, consciente o inconsciente, deliberada o ignorante, para desmoralizarnos, para hacernos perder la fe y la esperanza, para acabar con nuestra devaluada dignidad? ¿Por qué el hecho cultural no es noticia? Es una pregunta que de entrada respondo: la cultura no es noticia sencillamente porque no es rentable.
Los periódicos tienen algo en común: la avidez por el dinero, una avidez que consiguen convirtiéndose en unos «agradavulgos». A la prensa se la tiene como un negocio al que le falta mucho ejercicio cultural y sufre de reumatismo mental. Suele vender la mentira, negociar la cultura de la desinformación, por ejemplo a través del lenguaje ambivalente que conduce al engaño sin necesidad de mentir. La cultura es recluida en páginas que contienen noticias sobre eventos de la vida social. No se dice casi nada sobre lo que sucedió realmente y mucho menos se explica el porqué.
Los medios de comunicación no están en la dinámica de impulsar la cultura, y al decirlo no quiero caer en el vano optimismo de creer que la cultura se torna más fácil en cuanto más extendida esté.  ¿Acaso el periodista desconoce qué es periodismo cultural? Periodismo cultural no es solamente hablar de arte. El problema es que escasean los periodistas especializados en arte, literatura, música y otros temas afines. Además, los supuestos periodistas culturales escasamente van a los actos de cultura, o asisten un momento y luego se marchan porque viven muy ocupados. Es de pensar que los periodistas culturales habrían de viajar por distintas regiones de la nación y a otros países; pero esto no es posible porque no hay financiación para ello.
Una página cultural no depende del periodista sino de la dirección del periódico. Y se le da más importancia a las noticias de la cocina política y su utilitarismo, a las noticias de una guerrilla sin ideología política como para conformar un Estado, a las noticias del narcotráfico que sucumbe a los cantos de sirena y cuya única pobre ambición es el dinero, o a las noticias de una delincuencia enfermiza por infancias de abandono, con ausencia de amor y de valores positivos.
La prensa ha de formar al público que lo va a leer, ha de disponerlo al encuentro con el hecho cultural. Y es que no puede haber cultura si no hay espacio para el ejercicio de la cultura, así como en nuestro país escasamente existe la crítica literaria porque no tiene un espacio donde se la ejerza. Además de que interviene el deseo personal del periodista, a este se le obliga a no hacer críticas de más de ocho o diez renglones.
El diario Excélsior de México editaba todo un cuadernillo equivalente al de deportes dedicado a la cultura. En cambio, en nuestro país en lugar de avances lo que hay es un retroceso cuanto que los suplementos culturales y literarios prácticamente han desaparecido, si bien existen periódicos comerciales que ya le dedican al menos una página diaria a la cultura, aunque la estadística de quienes la leen sigue siendo muy baja. Pero de eso se trata: persistir para ir creando los lectores, incrementar paulatinamente las páginas dedicadas a la cultura, aunque allí no se trate de informaciones que se vendan solas.
Los medios masivos de comunicación no son en sí mismos el horror del pensamiento. No son buenos ni malos. Pero sí suelen ser empleados para frenar el pensamiento y privilegiar la imagen con la que se manipula el deseo. Una prueba de ello es que el periodista suele cambiar, cortar, reescribir y simplificar a escritores y filósofos. Al fin y al cabo, representa a una sociedad a la que le sirve de manera devota, está al servicio de estructuras de poder. Elimina incluso lo subjetivo, original, experimental de un autor en provecho de lo que al público pueda servir de propaganda o de diversión.
En la televisión las telenovelas vinieron a cubrir lo que eran excepciones, como fueron los programas de Carl Sagan que referían sobre el vasto océano cósmico y calculaban las posibilidades de vida en otras galaxias de civilizaciones interestelares; los programas de la National Geographic que enseñaban, como Tolstoi, que «Aunque pongan piedras sobre piedras, aunque cierren todo con ladrillos, las hierbas siempre tienden a surgir, la primavera siempre será primavera»; o los programas de Jacques Cousteau que abrían un nuevo mundo acuático, no sólo en lo que atañe a la ictiología sino también a la geografía marina.
En eso consiste la opinión nacional: unos periodistas que hablan de lo que les dictan unas estructuras de poder, que entrevistan a quienes les da la gana y en más de una ocasión orientan las respuestas según una brújula amañada. Para ellos sigue siendo noticia no que el perro muerda al hombre sino que el hombre muerda al perro.


miércoles, 26 de junio de 2013

El mal de la poesía colombiana actual

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 86, junio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)

El mal de la poesía colombiana actual

Raúl Jaime Gaviria

La palabra crisis asociada a la poesía colombiana no es un asunto para nada nuevo. Hace pocos años, el poeta Winston Morales, en un ensayo bastante esclarecedor y que recomiendo enfáticamente, se refirió al tema en su texto titulado: Escribir poesía en tiempos de Colombia. Morales plantea la carencia de vigor y el enclaustramiento creativo del cual es víctima un género que en Colombia ha sido utilizado desde siempre por los poderes dominantes. También Juan Gustavo Cobo Borda habló de crisis en su ensayo: En un país de poetas la tradición en crisis. El siempre controvertido Harold Alvarado Tenorio en un impulso nietzcheano ha llegado incluso al extremo de declarar  muerta a la poesía colombiana.

     No es ningún misterio para nadie el hecho de que la nuestra es una poesía profundamente conservadora (en su tiempo un literato como M. A. Caro pasó por ser el más grande poeta nacional) lo cual es una contradicción en los términos; ya que si algo distingue y define en esencia a la poesía es su capacidad de liberar el pensamiento generando espacios nuevos de percepción y rompiendo esquemas conceptuales establecidos. En pocas palabras, es imposible concebir una poesía que no sea libertaria. El concepto se amplía a tal punto que hoy no son pocos los teóricos literarios que sostienen sin pudores que a la poesía no es posible enmarcarla dentro de los restringidos límites de la literatura y que esta haría parte más bien de la esfera de lo espiritual, siendo el lenguaje tan solo su precaria herramienta expresiva, pues, según ellos, por magistral que sea un poema, luego del trasvase desde su fuente primigenia al molde del lenguaje y dadas las limitaciones propias de este jamás logrará comunicar plenamente su sentido aunque pueda acercarse en mayor o menor medida. En nuestro país por lo contrario siempre ha primado, en lo que respecta a la poesía, la forma sobre el espíritu y tristemente ha hecho carrera durante años la lamentable frase de Guillermo Valencia (de indudable tufillo fascista): “sacrificar un mundo para pulir un verso”.

         En Colombia poesía y política han ido siempre de la mano. Hasta bien entrado el siglo XX no era extraño ver a nuestros poetas más “insignes” engrosando las diversas ramas de los poderes públicos, desempeñando cargos burocráticos o representando al país allende las fronteras en puestos diplomáticos. Lo cierto es que, desde siempre, en el país literario no está bien visto que el poeta desborde las fronteras de la incorrección política en materia poética, por lo menos mientras se encuentre vivo, (una vez muerto deja de ser un estorbo para convertirse en un precioso botín). De ahí el blindaje de la poesía colombiana ante los movimientos vanguardistas de las primeras décadas del siglo pasado y la cultura de gueto que ahoga toda posibilidad de apertura creativa que genere una mayor comunicabilidad  y la posibilidad de establecer un diálogo mucho más dinámico entre la poesía y otros ámbitos artísticos como el de las artes plásticas, la música, el teatro  o el cine. Es un secreto a voces que la poesía colombiana actual se encuentra estancada y se ha vuelto incapaz de asumirse dentro del entorno de la recién llegada era digital. En nuestro medio, el poeta ha perdido la capacidad de comunicar y envanecido de su propio ego ha construido a su alrededor una hermética torre de marfil hecha de brumosas palabras, que bajo falsas pretensiones estéticas, no son otra cosa que letra muerta.  La poesía colombiana de hoy es una poesía solipsista y anticuada, en la cual se mueven intereses de poder personalistas y mezquinos, más parecida al oscuro mundo de la política partidista que a otra cosa. Se recurre con demasiada frecuencia al lugar común, se teme el riesgo vital el cual es inseparable de toda poética verdadera. Se escribe con cobardía, con miedo. Se considera que escribir bien es escribir bonito o correcto sin percatarse que solo puede escribir bien quien está dispuesto a dejar su espacio de comodidad y constituirse en piedra de toque a través del tránsito por los laberintos desconocidos y siempre peligrosos de la palabra. Por otro lado, está el caso de las escuelas poéticas imperantes y el extendido epigonismo promulgado por los fundadores de dichas escuelas, que con el fin de sellar a cal y canto los muros de su hegemonía canónica, buscan promover por todos los medios a su alcance estas voces clonizadas; lo que sirve a un doble propósito como lo es resaltar la voz original y en segunda medida impedir que otras voces, con otros tonos y otras búsquedas, encuentren eco. A los derechos humanos actualmente establecidos yo sin temor alguno añadiría uno más: el derecho a la poesía. El  negarle a  un pueblo la libertad de ejercer este derecho se constituye en un crimen de lesa creación, pues un pueblo sin poesía es un pueblo sin alma, así como un pueblo con poesía huera y huérfana de sustancia vital y espiritual no puede vivir de otro modo que no sea  falso.

            La pregunta que surge a partir de este hecho lapidario es: ¿resucitará algún día? Lo cierto es que Colombia, hoy más que nunca, requiere de una poesía valiente, directa, que aluda a la realidad, que no se vaya por las ramas y que ayude a despertar conciencias.
 

miércoles, 19 de junio de 2013

Roberto Bolaño crítico de la poesía chilena

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 85, junio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)




Roberto Bolaño crítico de la poesía chilena
Hernán Botero Restrepo

En el libro de publicación póstuma Entre paréntesis, compilado por Ignacio Echavarría, y que aglutina la mayor parte de los ensayos, artículos y discursos de Roberto Bolaño, encuentra el lector una visión pseudo-valorativa de la poesía chilena. ¿De qué visión se trata? De una visión subjetivista, lograda por medio de calificativos denostativos en la mayoría de los casos y desmesuradamente encomiásticos en los menos, desde La Araucana de Ercilla hasta la poesía de Enrique Lihn.
     A Bolaño no le gusta la novelística chilena en general y otro tanto puede afirmarse de la poesía, pero Bolaño no se toma el trabajo de sustentar sus pocos gustos, ni sus múltiples disgustos referentes a la literatura de la nación austral. En poesía, por ejemplo, Braulio Arenas, el fundador de la poesía surrealista de Chile, es para él simplemente: “el horrible Braulio Arenas”. Nuestro crítico no dice otra cosa del poeta. Neruda es para Bolaño el autor de muchísimos malos versos y muy pocos logrados, pero no ofrece ni siquiera un solo ejemplo de ninguno de ellos ni se adentra críticamente en el universo de la obra nerudiana. ¿Y de Huidobro qué? Aparte de contar que en medio de su agonía Donoso solicitó que se le leyeran algunos fragmentos de Altazor (que Bolaño descalifica), este no agrega, a propósito del autor del famoso poema, otra cosa que su gusto por Huidobro, sin que manifieste el porqué de este. El nombre de Gonzalo Rojas aparece tan solo una vez y de contera para llamar la atención del lector acerca de dos prosistas que están por descubrirse: Claudio Giaconi y Enrique Lihn (como prosista obviamente). Bolaño, por otra parte, se da el mísero lujo de no mencionar a poetas tan importantes como Humberto Diaz – Casanueva, ejemplo de gran poeta innovador, ni al tan chileno como cosmopolita Julio Barrenechea. Otro poeta ignorado por completo por la crítica bolañesca es Oscar Castro, todavía objeto de estudio por parte de los investigadores literarios de Chile. Pareja suerte corren Rosamel del Valle y Oscar Hahn.
     Pero es que cuando algún poeta le gusta mucho a Bolaño este se contenta con perífrasis muy breves o con alabanzas que resultan a todas luces desmedidas; como cuando afirma que el poeta de lengua española más grande entre los vivos es Nicanor Parra, cosa que podría ser tan cierta como que Braulio Arenas se tratara en realidad de un poeta horrible y Neruda de un poeta de pocos buenos versos, sin embargo tales afirmaciones han de demostrarse con argumentos para poder ser tenidas en cuenta como críticas serias. Pablo de Rokha es nombrado varias veces en Entre paréntesis pero siempre evadiendo el juicio crítico. Aparte de Parra, su poeta venerado es Enrique Lihn llegando incluso a afirmar que Chile está obligado a preguntarse en qué medida el país se merece a un poeta de tales proporciones; y aunque parece ponderar a Jorge Teillier muestra ante este cierta ambigüedad difícil de definir.
     En el mencionado libro se alude a Gabriela Mistral en varias ocasiones, pero es tan falto de sustancia lo que dice Bolaño, que el lector corre el riesgo de memorizar, por lo absurdo y fallidamente ingenioso, la paupérrima ironía con la que el escritor chileno responde a la pregunta (que apareció nada menos que en  la revista Playboy) de qué le habría dicho él a la Mistral en caso de haberla conocido y que fue literalmente esta: “mamá, perdóname, he sido malo pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno”.
    

sábado, 15 de junio de 2013

Del mito al cuento moderno

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 84, junio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com); 
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)



DEL MITO AL CUENTO MODERNO
Rubén López Rodrigué


Un ejemplo de escritor comprometido es José Martínez Sánchez, autor caldense que ha sido defenestrado por el miope provincianismo antioqueño. Su mira crítica, en un estilo sin pomposidad, descorre las pesadas cortinas que impiden percibir la luz del día a fin de «elevar el nivel social de las comunidades», sin darle la espalda a las «circunstancias sociales del momento». La lectura de su último libro De García Márquez a Juan Rulfo (Bogotá, Uniediciones, 2013), nos deja esta perla: «De momento cabe reflexionar en torno a la pregunta: ¿se desperdicia el escritor cuando decide arrancar la máscara a los sanedrines de la cultura? No lo creemos. El hecho de que algunos intelectuales guarden un prolongado silencio ante la violencia espiritual que toca en la esencia misma de su identidad, propiciando en la práctica la permanencia de un orden hostil a la dinámica creadora de la vida, hace más evidente la necesidad del compromiso.»
En realidad, la militancia política de un escritor se hace difícil sobremanera por la actividad que ella implica, además de todos los aspectos de su vida institucional. Si un escritor —y ello es de suponerlo— antepone a todo la responsabilidad de su vocación, no es de esperar que asuma con la debida responsabilidad los compromisos sociales con el partido y la revolución, con la familia y su trabajo (en caso de que este sea contrario a su vocación). Un escritor auténtico ha de poner al servicio de su vocación desde la revolución hasta la familia, y todo lo demás, y no ponerse al servicio de ellas. En este sentido es razonable que, desde el punto de vista social, el escritor sea considerado un individuo anormal y, desde el punto de vista político, un individuo sospechoso, por lo que esta duplicidad no deja de ser en él algo ineludible.
En el terreno del ensayo, tras largos años de pacientes observaciones, José Martínez Sánchez levanta cortinas y recopila textos en su libro De García Márquez a Juan Rulfo, trabajo que comienza con el poeta León de Greiff y finaliza con otro poeta, Osvaldo Sauma; lo que significa que traspasa el suceso y por lo tanto lo anecdótico, alcanzando la poesía, sin por ello decir que su prosa abunde en poesía, no obstante la honda lucidez de que hace gala; reuniendo las características fundamentales del ensayista crítico: inteligencia y sensibilidad, ideología definida (marxista, psicoanalítica, etcétera), concepción estética general, conocimiento de los géneros literarios, visión crítica de la sociedad y frente a los autores.
En su periplo de director de la revista literaria Susurros, en Medellín, Martínez Sánchez no ocultó su admiración por Jaime Mejía Duque, hecho testificado porque en cada edición incluyó uno de sus ensayos. En medio de nuestra cultura occidental —más en concreto del récord blasfematorio de herencia española—, una crítica literaria objetiva como la del autor que me ocupa es un oasis en el desierto de la criticonada amañada.
En la primera parte del libro incluye reseñas que, si bien son de índole crítica, no meros comentarios descriptivos de periodistas lectores de contratapas, no motivan lo suficiente a emprender la lectura del libro reseñado, quizás porque se extraña la imagen o porque no hay un trazo profundo sobre al autor o el personaje. Las reseñas, hay que decirlo, son inferiores en calidad a los ensayos (cuya mayoría bendicen la segunda parte); pues estos nos sumen en otro cantar, nos arrullan en las letras de Rulfo, Cortázar o Bradbury.
Escribir sobre libros es parte integral de una vida literaria. Autores como Borges y Alfonso Reyes no sólo fueron creadores, también fueron grandes lectores. Reseñar un texto es una manera de darlo a conocer (con la salvedad de que ninguna reseña puede sustituir a la obra en sí), por lo menos llamar la atención sobre él, hacer constar que existe. No es cuestión de moda, de reseñar lo último que se ha publicado, como si lo nuevo fuera siempre lo mejor. El culto a la actualidad encarcela la reseña en la novedad bibliográfica y al texto con más de un año de circulación se lo manda —injustamente— al baúl de los recuerdos.
La pregunta inevitable para el lector agudo es si todos los autores que figuran en estas reseñas y ensayos han hecho méritos suficientes para acceder al fervor de la mano del autor; en sus páginas se pasean pocas estrellas o luminarias de la literatura, lo que no es óbice para afirmar que dicha obra es una afortunada síntesis entre sensibilidad, inteligencia y concepción estética.
En el año 1571 Michel de Montaigne, el creador del ensayo, decidió dar término a un largo período de cargos públicos y de servicios al Parlamento al lado de su padre, el alcalde de la ciudad de Burdeaux (Francia), para ocuparse de sí mismo. Se propuso entonces dedicarse a la lectura, en el tranquilo encierro que le permitía la torre a la entrada de su castillo, donde mandó a instalar su biblioteca, a sostener conversaciones, hábito que tanto le agradaba, así como dar algunos paseos a caballo por la región del Perigord. Así fue el comienzo de esa aventura de la modernidad que es el ensayo.
Frente a un buen ensayo un buen lector saca deducciones a cada página, a cada párrafo y hasta a cada oración. Se agudiza la imaginación deductiva y se anima su ingenio, tanto si el lector está de acuerdo con las opiniones del ensayista como si no las comparte. Los ensayos son un campo abierto, muy accidentado que Michel de Montaigne nos invita a recorrer como si fuésemos en uno de sus paseos a caballo, sin saber de entrada a dónde llevan. De ahí que leer al inventor del ensayo implica estar despojado de prejuicios, esquemas, conclusiones.
En De García Márquez a Juan Rulfo, no obstante que el autor no mira la luz del día con la óptica de un ciego, por instantes la lectura resulta como pasear por un camino pedregoso, con baches y meandros; un estilo un tanto hermético por momentos obliga a devolverse en la lectura para captar el sentido de lo que se propone hilvanar. Así ocurre, por ejemplo, en el comentario sobre León de Greiff, poeta que rompe con «otras corrientes que gravitaban en la decadente atmósfera de su tiempo».
El trabajo de Martínez Sánchez puso a la luz del día tanteos psicoanalíticos mediante conceptos nodulares como inconsciente, tánatos, complejo de Edipo; sin olvidar su trasegar por el campo del marxismo. Esto en torno a uno de los más destacados críticos literarios que ha tenido el país, Jaime Mejía Duque, y la novedad, al menos para mí, de que antes fue cuentista, como si se confirmara la tesis de que los críticos literarios suelen ser literatos frustrados, lo que no es argumento para pregonar que quienes hacen crítica son inferiores a los que escriben narrativa. Pienso en autores como Harold Bloom y George Steiner, tan acreditados actualmente como los más eximios escritores. Martínez escribe sobre algunos cuentos del autor en cuestión: «Mejía Duque exige del lector una concentración, que no siempre logra mantenerse, no porque aquél no acepte el juego previsto por el autor, sino porque éste olvida la tensión inaugural, desde la concepción de una escritura que prefiere el detalle a la intensidad de la metáfora.» 
A José Martínez Sánchez el provincianismo antioqueño, que aplica una óptica propia, etnocéntrica, hizo saltar de Medellín al terreno del cosmopolitismo bogotano en busca de más valoración humana y nuevas oportunidades editoriales.
En su ensayo «Variaciones alrededor del cuento» el autor se expone como un conocedor de dicho género literario, desde el mito primitivo hasta el cuento moderno, en la perspectiva de escritores como Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga. De este último, el análisis del cuento «El hombre muerto» es un fraccionamiento reflexivo de lo que a lo mejor no vimos cuando pasó por nuestros ojos. A mi juicio, lo esencial aquí, además de develar lo que en el día brumoso permanecía oculto a la vista, es que empuja nuestra inercia a leer cuentos que no hemos leído y a releer los que ya leímos, atendiendo aquella proposición de Borges de que es más importante releer que leer.
Además, Martínez Sánchez demuestra que sabe escuchar las voces del mundo, que mira sus días desde el marco de la ventana literaria. Cuando se refiere a la literatura infantil, en la que ha incursionado con más de un título (traigo a la memoria la muchas veces poética novela El niño que se atrevió a volar), se muestra capacitado para recorrer de arriba abajo la obra total de un autor, como un río que hiciera florecer todo a su alrededor. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Un grato encuentro con La vida después de Dios de Douglas Coupland

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 83, junio de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué

     Un  grato encuentro con La vida después de Dios de Douglas Coupland

      Raúl Jaime Gaviria


 

Hay libros que llegan a tus manos en el momento indicado y te enseñan más que cualquiera de las obras que la crítica especializada pueda considerar como indispensables dentro de la literatura universal. Luego de leídos esos libros te queda la sensación de que entiendes el mundo y te entiendes tú un poco mejor; son libros cargados de alma que justifican tu camino lector. Desde tiempos inmemoriales la humanidad anda en busca de ese único libro que la redima y, de hecho, al través de la historia, la mayoría de las culturas ha depositado toda su fe en alguno al que le ha sido conferida la connotación de “sagrado”. 
           Hace no mucho intenté escribir un cuento, que dejé en borrador, en el que al considerado mejor lector del mundo se le preguntó en un programa televisivo cultural por las motivaciones que lo llevaban a leer tanto y el respondió que si bien había leído grandes y geniales obras algo muy en el fondo le decía que aún no había encontrado el libro escrito “para él”; aquel libro que lo conmoviese no solo de manera intelectual sino también espiritual e incluso orgánica, ese libro donde se lograran fusionar a plenitud la otredad del “ser escritor en soledad” con su yoidad de “ser lector en soledad” y, según decía, lo más triste era que las posibilidades de hallar ese libro eran infinitesimales considerando la cantidad de libros escritos y de aquellos aún por escribirse a los que jamás tendría acceso.
            Como el personaje del frustrado lector de mi frustrado cuento, también yo, lector del tipo medio (este año me puse la meta de leer cien libros y a duras penas he leído un poco más de treinta), ando en busca del libro perfecto que logre redimirme aunque sé que tengo muchas menos posibilidades que el lector de mi cuento dada mi insuficiente intensidad lectora. Sin embargo, no hay que desdeñar el papel que juega el azar, y aunque es cierto que en la lotería las probabilidades de ganar se hacen mayores dependiendo de la cantidad de boletos comprados, así mismo lo es el que miles de personas en el mundo han obtenido el premio mayor tan solo con jugar un único boleto, lo que indica que vencieron de algún modo la ley de probabilidades y que más que un hecho matemático el hecho de ganar era para ellos una cuestión del destino, de ahí que yo tampoco pierdo la esperanza.
Todo este preámbulo para entrar en materia: resulta que a consecuencia de mi precaria situación financiera y ante el elevado precio que tienen los libros en nuestro país, me he convertido en un lector de bibliotecas. Me encuentro afiliado a varias de las bibliotecas públicas de la ciudad y por lo general mantengo el cupo lleno en todas ellas, lo que supone un lío de la madonna a la hora de coordinar las diferentes fechas de entrega, además de la presión tácita que implica el hecho de leer un libro que no te pertenece; lo que me trae a la memoria a un amigo que alguna vez me dijo que odiaba leer libros de bibliotecas porque le recordaba la época en que se mantenía en los burdeles comprando el tiempo y los cuerpos de mujeres desconocidas. En fin, que durante lo corrido de este año he leído una treintena de libros, principalmente novelas, y algunos libros de cuentos y ensayos. Afortunadamente la mayoría me parecieron buenos y esto debido a la imposibilidad absoluta que se me presenta de avanzar en la lectura de un libro que no me atrapa en sus primeras páginas, cosa que de verdad lamento pues con seguridad me he perdido de grandes cosas. Lo cierto es que no puede decirse de ninguno de esos libros que me haya conmovido hasta el tuétano, que me haya mostrado una perspectiva de la vida lo suficientemente inédita y  poderosa como para producir en mi un timonazo que me transformara radicalmente luego de acometer la lectura. Fue preciso que entrara el azar a jugar su papel para que una noche cualquiera, en casa de un amigo, me encontrara con un libro que con solo abrirlo y leer un par de páginas llamó mi atención vivamente. Y aunque de ninguna forma se trata del libris mirabilis que busca todo lector debo decir que, luego de leerlo, tuve la extraña sensación de que ese libro había sido escrito específicamente para mí en la medida en que planteaba preguntas que en diversos momentos de mi vida yo también me había planteado. Admito que me sentí un poco frustrado pues dentro de la treintena de libros leídos este año se encuentran obras cumbres de la literatura universal y escritores tan grandes como Balzac, Dostoievski, Hawthorne, Hamsun, Carver o Kundera y en cambio, a Coupland, aparte de una fugaz mención en un ensayo de Roberto Bolaño (donde lo coloca junto a otros autores que continúan la tradición de Graham Greene) jamás lo había oído nombrar con anterioridad. En La vida después de Dios de Douglas Coupland, un escritor canadiense más conocido por libros como Generación X y Planeta Champú, la realidad es mostrada al desnudo en todo su terrible descarnamiento. Coupland nos lleva de la mano en un intenso recorrido por diversas geografías del paisaje rural y urbano de la Norteamérica anglosajona que une a Canadá y a los Estados Unidos, valga tomar como ejemplo uno solo de los capítulos en el que nos habla de aquellas personas que fueron trascendentes en su infancia y adolescencia y luego, a modo de contraste, nos hace un relato pormenorizado de como con el paso de los años esas mismas personas se habían transformado de tal manera que, como ruinas etruscas, nada o casi nada de los seres que habían sido eran ya reconocibles luego de que la vida los hubiera triturado de manera inmisericorde.
Coupland, cuya escritura presenta ciertas similitudes con la de Raymond Carver, a diferencia de este, no se regodea en el fracaso humano (que es también el nuestro) sino que hace una radiografía de él y nos lo muestra tal cual es exponiéndolo a la luz y con ello busca confrontarnos con nosotros mismos y en ese intento nos suelta algunas frases (yo diría más bien flashes) tan impactantes como esta: “(…) Primero está el amor, luego el desencanto y, finalmente, el resto de tu vida”. o esta en donde se refiere a la muerte: “(…) Creo que la muerte  no consiste solo en morir. Creo que la muerte es una pérdida que nunca puede volver a recuperarse, palabras que nunca se recobran, un daño que jamás se puede reparar. Es la negación de cualquier posible futuro de un determinado amor”.
Se trata pues de un libro inquietante que pretende suscitar nuevas miradas, nuevas formas de ver el mundo y reflexionarlo, utilizando tan solo la sencilla materia de lo cotidiano; en mi caso lo logró y eso es lo que cuenta.

sábado, 8 de junio de 2013

La ciencia ficción en Colombia: Osorio Lizarazo

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 82, junio de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com



La ciencia ficción en Colombia: Osorio Lizarazo
Hernán Botero Restrepo



No hace mucho acaba de llegar al mundo del mercado del libro del país una obra a la que vale la pena prestar atención: se trata de la primera reedición de la novela de José Antonio Osorio Lizarazo, el novelista que con realismo duro y auténtico plasmó en un grupo de ficciones la imagen de la Bogotá de las décadas del treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Osorio Lizarazo, que también publicó los libros Hombres sin presente, El día del odio y El camino en la sombra, pertenecientes todos ellos al género novelístico, es un autor no muy difundido en el presente y solo hasta hace un par de años los editores pusieron de nuevo su ojos en él.
                          La novela recién exhumada tiene por título: Barranquilla 2132 y constituye uno de los primeros ejemplos de la ciencia ficción en Colombia.  Es preciso recordar que el primer relato colombiano de ciencia ficción data del siglo XIX y fue escrito por José Manuel  Marroquín y que es, sin más, una obra maestra.
                          Pocos años antes de que Osorio Lizarazo escribiera su novela, el barranquillero José Felix Fuenmayor había escrito el relato corto: Una triste aventura de catorce sabios, reeditado simultáneamente con Barranquilla 2132 (Laguna libros, 2011) y que cualquier buen lector de ciencia ficción encontrará inferior en mérito estético a esta obra del escritor bogotano que presenta las características de un carrusel de tiempos. Escrita en 1932, conduce al lector desde el año 2000 hasta el 2132, en una doble perspectiva como lo son la propiamente fanta-científica y la histórico-sociopolítica. De acuerdo con Pedro Gómez Corena (escritor contemporáneo de Osorio):  “Hay que apreciar en la obra de Osorio Lizarazo la documentación científica que informa el hilo de narración. En cuanto se refiere a fuerzas dinámicas, mecánica orgánica, y energía atómica, y fluidos minerales parece que está al tanto”. Este concepto que se lee en la contra-carátula del  libro, es idóneo por demás.
                          En lo que atañe a la parte ideológica, Barranquilla 2132 es una obra rica en reflexiones sobre la evolución social producida entre las fechas aludidas (amén de que la fecha que forma parte del título se encuentra aún muy lejos de cumplirse).
                          Quiero hacer constar que el desenfoque ingenuo de algunas ideas del autor no es óbice para invitar a la reflexión por parte del lector. Y para finalizar es justo señalar que el protagonista es para la época en la cual se gestó la novela un personaje fuera de serie en el mejor de los sentidos, así como lo es el aura de tragedia que se cierne sobre el texto.
                          A pesar de los más de ochenta años que nos distancian de  la concepción de la obra, esta se mantiene viva; resistiendo el paso del tiempo y se enmarca dentro de un muy merecido revival de este autor bogotano pues tres de sus novelas sociales acaban de aparecer bellamente editadas.