lunes, 29 de julio de 2013

Dos microcuentos de Raúl Jaime Gaviria

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 92, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)




Dos microcuentos de Raúl Jaime Gaviria


Ese sábado

Ese sábado Domingo se encontraba al borde del suicidio luego de haber discutido con su ex-esposa que no le permitía que visitase a Osvaldo su hijo único. Domingo fue a casa de su mejor amigo que le había dejado un momento a solas mientras salía a comprar el periódico. Estando allí Domingo pensó, quizás por primera vez, en quitarse la vida y su mente comenzó a elucubrar una serie de posibles métodos. Después de pasar por la soga, el veneno y el corte de venas Domingo consideró que lo mejor era dispararse un tiro en la sien y punto final.
        Domingo reflexionó al ver la inmensa biblioteca de su mejor amigo porque le gustaba mucho leer. Y pensó que mientras existiesen libros habría esperanza para la humanidad. Se acercó a la biblioteca y, ajustándose los anteojos, leyó los títulos en algunos de los lomos de los libros. Le llamó la atención uno en particular porque venía muy bien con el momento: El arte del buen vivir de Arthur Schopenhauer. ─ Qué curioso  ─ pensó Domingo casi sonriente.
        Lo que nunca imaginó hasta que lo comprobó fue que el libro no era tal sino una de esas cajas en forma de libro en las que se suelen ocultar objetos valiosos o vergonzosos  y que en vez de palabras se iba a encontrar con un treinaiocho largo de cacha de oro con su respectiva dotación de balas.






LA ANGUSTIA DE DOMINGO

Gracias a una curiosa reflexión, luego de la inexplicable y angustiosa opresión metafísica que un domingo por la tarde le produjo, fue que Domingo se decidió a volver a leer la Biblia. Ya una vez, hacía muchos años, había leído la Biblia de principio a fin y la sensación de vacío que le quedó al terminar la lectura  fue tal que no volvió a tocarla, hasta un domingo, muchos años después, en que se preguntó que pasaría si la leyera comenzando por el Génesis sin pasar luego al Éxodo sino devolviéndose al Apocalipsis y así seguir leyendo de atrás hacia adelante hasta llegar de nuevo al Génesis y de ahí sí continuar con la lectura de forma lineal (Éxodo, Números, Levítico..., Apocalipsis) volviendo a saltar al Génesis para otra vez leer de atrás hacia adelante. ─ Si leo de esa manera ─ se dijo Domingo, en rigor el libro no tendrá nunca un final pues no puede considerarse final lo que en realidad es el principio. Al menos para  mi como lector no existirá la sensación de que el libro termina y eso es lo que cuenta. Y así, Domingo, desde aquel momento, nunca más volvió a sentir la angustia del domingo por la tarde, así como tampoco volvió a pensar en la muerte puesto que ya no creía en los finales.


lunes, 22 de julio de 2013

Tres poemas en homenaje a Dickens

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 91, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)


Tres  poemas en homenaje a Charles  Dickens

Hernán Botero Restrepo



I
Por cuanto hay de sagrado y de profano,
por el paladio de Atenea y las cebollas de Neruda,
por Dionisos y Apolo
no me comenten nada sobre el hombre
que creó a Mistress Gamp
a Mister Pecksniff
y a toda una Inglaterra imaginaria
que seguiría durando aunque se hundiera
la Inglaterra real.
Si el tema los seduce
es mejor que se cosan los labios
con el hilo inocente del silencio
y si desean hablar a toda costa
charlen o pontifiquen sobre Husserl
o sobre Miguel Ángel
como hacen las señoras
en el poema de Eliot.
Sentarme con ustedes
a beber un café o una cerveza
me ha de resultar grato,
fascinante y quizá inolvidable,
si en la reunión no se pronuncia el nombre
del mago de los magos.
Hasta un silencio en blanco y prolongado
durante varias horas
me resulta aceptable
Frente a cualquier palabra que se refiera a Dickens.
Y  créanme: sea lo que sea
Lo que sobre el autor de Las campanas
me pudieran decir
me hará pensar que nunca lo han leído.


II
Londres es la ciudad que recreó Charles Dickens,
la metrópoli
que descubrió, que existía
antes de que el naciera,
que vivió en su niñez,
que en esencia no fue
una niñez dichosa,
si hay alguna que lo sea;
tal puede ser la regla
mas como toda regla
tiene sus excepciones,
en todos los lugares del planeta,
las excepciones pueden ser numerosas.
Sea como sea
El niño Dickens debió haber vivido
por lo menos momentos felices.
Horroriza saber que han existido,
existen y habrán de existir
niños y adolescentes que ni siquiera
han gustado ni gustan ni habrán de gustar,
una vez, aunque sea solo una,
el sabor de la miel de la vida.
En los libros de Dickens,
cuando en ellos evoca su infancia,
es difícil
encontrar el recuerdo de esa miel.
Pero siento que me voy por las ramas
y  vuelvo al tema de mi elogio a Dickens:
el Londres del autor del Oliver Twist,
fue un Londres todo poesía
a veces muy sombría
y muy alegre a veces
y por más que se haya transformado
es hasta hoy su ciudad,
y en un grado más pleno
que en el que es de Balzac La ciudad luz
y son de Dostoievski
Moscú y San Petersburgo.
El único dueño de otra gran ciudad,
que nos hace pensar que lo fue tanto
recreándola
como Dickens a Londres,
fue el Galdós de Madrid.

III

Si él pidió que ella le concediera una audiencia
es algo que no sé
y no tiene ninguna importancia.
Sea como haya sido,
El encuentro de la Reina Victoria
con Charles Dickens
en Buckingham Palace
tuvo lugar y tiempo.
La testa coronada de Inglaterra
fue hechizada por Dickens,
el Rey de la novela,
como lo apoda John Irving
(su heredero legítimo
en los tiempos que corren).
No sabemos sobre que conversaron,
pero sí que durante la audiencia
la monarca y el poeta
permanecieron de pie.
Victoria no le dijo: siéntese,
al poeta
pero ella tampoco tomó asiento.
Muy de Dickens y muy de Victoria
es este encuentro
que tanto nos revela
sobre el poder y la poesía,
y los absurdos vínculos
y extrañas relaciones

que los aproximan.

sábado, 13 de julio de 2013

El porvenir es largo


GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 90, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué 

  (rdlr@une.net.co)


El porvenir es largo, de Louis Althusser

Rubén López Rodrigué

El porvenir es largo, de Louis Althusser
Rubén López Rodrigué




En 1980, el filósofo marxista Louis Althusser, en medio de una crisis intensa de “confusión mental”, estranguló a su esposa Hélène, quien lo había abandonado en su propia presencia, en su propio apartamento (“Pobrecita, siempre la he asustado con mis depresiones”) y había terminado por pedirle que la matara. “Me sentía desgarrado por la angustia, -escribió el filósofo-: como se sabe, siempre experimenté una intensa angustia de que me abandonaran, y sobre todo ella, pero aquel abandono en presencia mía y a domicilio me parecía lo más insoportable de todo”.

A su psicoanalista (también lo era de Hélène) lo hicieron responsable de no haber intervenido, a pesar de que sí lo hizo: le recomendó como necesaria su hospitalización, pues según el dictamen padecía “melancolía clásica aguda”, hecho que se aplazó tres días a solicitud de Hélène. En el aplazamiento ocurrió el homicidio.

Louis Althusser siempre llevó luto por sí mismo, por su propia muerte a través de la madre y mujeres sustitutas de ella. El significante “Louis” era el nombre de un tío que, siendo novio de la que ahora era su madre, había muerto en la guerra, aquel a quien la madre amaba y no a él: “aquella madre que yo quería en cuerpo y alma amaba a otro a través y por encima de mí, a un ser ausente en persona a través de mi presencia en nadie: un ser del que más adelante sólo sabría que hacía mucho tiempo que estaba muerto”.

El deseo del Otro regía su vida y se empeñó en una lucha sin cuartel por reconocer y realizar su propio deseo.

Su padre había delegado exclusivamente a la madre el dominio del hogar, la educación y la vida cotidiana de los niños. Rara vez intervenía. El trabajo le acaparaba por completo: “A mí no me gustaban los padres sagrados y […] había adquirido la certeza de que un padre no es más que un padre, un personaje dudoso en sí, imposible en su papel […]”. Situación que habría llevado al filósofo a conducirse siempre como “padre del padre”, a ser el padre de sí mismo, a convertirse filosóficamente en su propio padre: “¡tener razón solo y contra todos!”.

La lectura en el periódico Le Monde de un comentario a propósito del homicidio, en el que el autor del mismo aludió a un “proceso jugoso”, a la ausencia de “proceso” debido al no ha lugar del que Althusser se había “beneficiado” (o sea, no ser juzgado judicialmente por su estado de locura), motivo que este iniciara la redacción de El por-venir es largo, una autobiografía en la que hilvana sus explicaciones acerca del drama y el “trato” del que fue objeto, tanto a nivel policial como judicial y hospitalario.

El proyecto de esta autobiografía arranca desde 1983, al salir de una “prueba atroz” de tres años de internamiento psiquiátrico, esto es, del primer confinamiento posterior al homicidio. Primer y no primero pues, según sus cálculos, en total había pasado quince años entre hospitales y clínicas psiquiátricas y juzga que de no ser por el psicoanálisis todavía estaría en uno de esos tenebrosos lugares.

En el libro quiso recoger solo los acontecimientos o los recuerdos de ellos que, habiéndolo marcado, contribuyeron a inaugurar la estructura de su psiquismo y en especial (pero no siempre) en el a posteriori de repeticiones interminables para reforzar dicho psiquismo, o en los conflictos de deseo para, al menos en apariencia, moldearlo en formas extrañas a las primeras. Incluye (aunque distan de predominar) consideraciones de orden filosófico y político. Por ejemplo, expone dos razones para entenderse con Lacan, si bien nunca asistió a ninguno de sus seminarios. De un lado, mientras que él había vuelto a Marx, el otro había retornado a Freud. De otro lado, mientras que él luchaba contra el historicismo, Lacan luchaba contra el psicologismo. (Recordemos su artículo “Freud y Lacan”).

En los archivos de Althusser se hallaron indicios de su trabajo de elaboración que sirvió para la redacción del texto, huellas factuales y personales, políticas y psicoanalíticas. Así, le solicitó a ciertos amigos íntimos que le facilitaran sus “diarios” correspondientes a aquellos años aciagos, o le relataran acontecimientos que en ciertos aspectos no recordaba. Aglutinó en agendas o en hojas sueltas toda una serie de hechos, reflexiones, palabras sueltas, acontecimientos, citas y comentarios. Interrogó a su psiquiatra y a su psicoanalista sobre las medicinas que tomó, sobre los tratamientos que siguió y en ocasiones las explicaciones e interpretaciones literales que aquellos le hicieron. En otros momentos se conduce como si estuviera dando cuenta de un final de análisis y traslada al papel versiones de sus sesiones psicoanalíticas.

Si consideramos que, con toda probabilidad, la redacción se efectuó en pocas se-manas, el texto sorprende por la riqueza de imágenes, el ver al desnudo y sin maquillajes las cosas atinentes a la sexualidad, la sinceridad del autor (aunque por momentos se justifique o se recrimine demasiado, ¿o pase de la compasión a la idealización de Hélène como defensas contra la culpa?) y el estilo sencillo, directo, hermoso, límpido, que dibuja la honda “soledad del filósofo”.

Como bien él señala: “escribir obliga a reflexionar”. En realidad el libro se compone de dos autobiografías. La primera, titulada Los hechos y escrita en 1976, hace la segunda parte del volumen, y hasta el momento de la publicación de El porvenir es largo (segunda autobiografía, de 1985, Santafé de Bogotá, Ediciones Destino, 1994) había permanecido por completo inédita.

Es de subrayar que Althusser ha elaborado una historia de sus afectos, de sus fantasmas, y no se propone describir su infancia tal y como fue, ni trazar la realidad de los miembros de su familia: “No hablo de ellos más que tal como los percibí y experimenté porque sé muy bien que, como en toda percepción psíquica, lo que pudieron ser ha sido ya resituado para siempre en las proyecciones fantasmagóricas de mi angustia”. Ello no excluye el intento de atenerse estrictamente a los hechos, incluidas las alucinaciones que también son hechos, vale decir, la dimensión de lo imaginario que intenta capturar en el sistema simbólico del texto hecho de palabras. Ya fuere al autor psicótico, homicida, filósofo y comunista, lo cierto es que el libro es un prodigioso testimonio de lo que es la locura, devela la oscilación de la línea divisoria entre razón y locura.

En suma, el objetivo de Althusser e levantar esa pesada losa sepulcral que reposa sobre él: “Y ahora que confío al público que se digne leer este libro tan personal, es una vez más, pero a través de este sesgo paradójico, para entrar definitivamente en el anonimato, no tanto de la losa sepulcral del no ha lugar, como de la publicación de todo lo que se pueda saber de mí, que estaré así para siempre en paz con las preguntas indiscretas”.

lunes, 8 de julio de 2013

No hay mejor ciego que el que al final logra ver

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 89, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)




No hay mejor ciego que el que al final logra ver


Raúl Jaime Gaviria



Cuenta Domingo que un sábado regresó a los ruedos el torero español Pedro Miranda a quien apodaban “El apóstol” tanto por su nombre de pila como por el hecho de su arraigado catolicismo que criaba fama en el de por si muy católico mundillo taurino. “El apóstol” se había visto obligado a permanecer en una prolongada convalecencia a causa de la cornada que le propinó un toro burriciego en la plaza de Cañaveralejo de Cali lo que le causó la perdida de su ojo izquierdo. Cuenta Domingo que a partir de la tarde triunfal de su retorno a los ruedos nada menos que en una plaza de tanta solera como la de Pamplona, en la que cortó las dos orejas, la fama del ahora torero tuerto comenzó a subir como la espuma tanto en España como en América dada su maestría a la hora de estoquear, suerte en la cual se había vuelto infalible y que, curiosamente, había sido su mayor falencia antes de la cogida. Tan bien le fue que luego de salir en hombros por la puerta grande de la plaza de las Ventas que el titular a ocho columnas de El País de Madrid fue contundente a la par que ingenioso: Donde pone el ojo pone la espada Pedro Miranda “El apóstol”.



     Cuenta Domingo que el torero tuerto se paseó durante años por las plazas del mundo matando toros entre vítores y vueltas al ruedo, hasta ese sábado en que, según el mismo Pedro Miranda le contó años después, luego de rematar una maravillosa tanda de capote con un par de majestuosas verónicas y justo después de girar su cuerpo para agradecer toreramente a la galería a “El apóstol” se le apareció de la nada la figura de un hombre de larga y blanca túnica y luenga barba que, con voz dulce pero enérgica, le susurró al oído: ¿Pedro, Pedro y tu cortando orejas? Y fue en ese mismo instante, según el contó, que el asta del toro penetró la cavidad del que fuera su ojo sano formándose de inmediato un barullo general entre los ayudantes de cuadrilla en torno al herido a quien llevaron en andas a la enfermería donde los médicos le lograron salvar la vida milagrosamente.


      Lo último que me contó Domingo fue que en la más reciente charla que ambos sostuvieron el ciego exmatador le manifestó que se sentía muy arrepentido de haber sido torero y, antes de que se despidieran, le dijo algunas cosas que le impactaron sobremanera:

      ¿Sabes una cosa? Hay algo que veo mucho más claro que antes de perder la vista y es el hecho patente de que la mal llamada fiesta de los toros es la más espantosa y cruel carnicería que pueda haberse concebido y , aunque te pueda parecer excéntrico de mi parte, considero que haber quedado ciego ha sido una gran bendición para mí y que a causa de mi soberbia, Dios, que ama a todas sus criaturas; por puro amor hacia mí hubo de valerse de este medio con tal de que no siguiera asesinando toros. Ese par de astas que arrancaron mis ojos no eran otra cosa que los mismísimos dedos de Dios que a la vez que me dejaron físicamente ciego me sanaron espiritualmente del peor mal que haya podido padecer en mi vida: ser matador de toros.


martes, 2 de julio de 2013

"Las reputaciones" de Juan Gabriel Vásquez, una novela irregular

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 88, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)



Las reputaciones de Juan Gabriel Vásquez, una novela irregular

Hernán Botero Restrepo

No me sumo al coro de los que se han referido a la última novela de Juan Gabriel Vásquez Las reputaciones como a una novela perfecta. Tampoco estoy de acuerdo con Vargas Llosa quien juzga al autor como una de las voces más originales de la nueva literatura hispanoamericana. Esta última salida novelística de Vásquez se me hace una novela irregular, con grandes aciertos pero también con algunas fallas, que aunque no son muchas en realidad, resulta necesario tener en cuenta a la hora de juzgar la obra.
     Me referiré en primer lugar a los aciertos: su prosa tersa, impecable gramaticalmente, el que en la novela se plasme a cabalidad la totalidad intimista del protagonista (el caricaturista bogotano Mallarino), zaheridor lúcido de la actualidad política del país. También acierta el autor en la recreación de la vida amorosa y amical del personaje. Todo esto se despliega a lo largo de las 139 páginas del relato sin morosidades ni prisas que enmarañen o difuminen su unidad.
     En el plano de la reflexión sobre lo que va narrando la tercera persona acierta en todo lo que se refiere al arte de la gran caricatura (la evocación de Ricardo Rendón es magnífica); no menos que lo que son en su intimidad el protagonista y los seres que le son más allegados, ya sea afectiva o desafectivamente. El diálogo es ágil, sin atropellamientos ni circunloquios vanos y el manejo de la trama convincente y efectivo. El elemento dramático, casi trágico, está tratado con la solvencia de un narrador muy capaz. He de referirme a continuación a lo que no encuentro logrado estéticamente en la obra ya que se encuentran en ella lunares que la demeritan.  Paso a señalar los más destacados: ante todo el modo de enfocar un trauma sexual infantil llevando su  rememoración hasta extremos de una extravagancia literariamente inverosímil y el final de desconcierto gratuito de la novela que no creo que logre convencer a un lector exigente.
       Pasando, antes de terminar, a un breve episodio taurino que es narrado en la obra, quiero señalar la estolidez con que el narrador en tercera persona cuenta como un toro fue silbado e insultado por el público. ¡Cómo es posible que la ruindad de silbar y tildar de cobarde a un pobre cornúpeto le pase desapercibida!
          Y para terminar, no he pergeñado estas líneas ni para promover a todo trance la lectura de Las reputaciones ni para que no se la lea.

Apostilla final:

Si el sin disputa grandísimo novelista Mario Vargas Llosa  puede cometer en el plano de la crítica el despropósito de negar hasta el pan y la sal a una escritora tan interesante como Patricia Highsmith (lo hizo en un artículo de Piedra de toque) es susceptible de equivocarse en la valoración hiperbólica que hace de la irregular novela de Vásquez.