miércoles, 23 de abril de 2014

Mito y realidad en García Márquez

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 134, abril de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com







Mito y realidad en García Márquez
Por Raúl Jaime Gaviria

El devenir humano de las naciones va unido, indisolublemente, al genio de sus poetas y escritores. ¿Podría acaso concebirse a la Rusia actual sin Pushkin? o a la Inglaterra contemporánea sin Shakespeare? Y así podríamos ampliar la lista con autores como Goethe, Whitman, Víctor Hugo y muchos más que han hecho su aparición en determinado momento de la historia y que, por medio de sus obras, son fundamentales para entender, ya no solo la literatura de sus  respectivos países, sino el talante espiritual de esas naciones. Los grandes escritores no son aquellos que reflejan por medio de la escritura una época y un modo de vida particulares. Los grandes escritores son ante todo los genitores de un modo novedoso de concebir la realidad. También es cierto que, antes de alcanzar su grado de madurez, las literaturas nacionales han debido de pasar por diferentes fases de evolución. Así como la historia humana parte del mito, así también las diversas literaturas nacionales han transitado, necesariamente, por una fase mítica. El Quijote, libro que da inicio en occidente al género novelístico, no hubiera sido escrito jamás de no haber existido previamente una obra, de la que quizás jamás se llegue a saber el nombre de su autor, me refiero a  El Cantar del mío Cid. Y sin El Quijote de Cervantes la novelística occidental (y por ende la universal) no sería hoy la misma.

En el caso de Colombia es la obra de García Márquez, y especialmente su novela Cien años de soledad, la que introduce el mito en nuestra literatura. A esto obedece el inusitado arraigo popular que ha generado su obra. La  fuerza, muchas veces irracional, del pensamiento mítico aviva por igual la imaginación de seres muy diversos que en otros contextos se presentarían como radicalmente antagónicos. Igual fervor por los libros de García Márquez podemos encontrarlo en alguien ubicado ideológicamente a la derecha del espectro político como en un comandante guerrillero refundido en algún lugar de las montañas de Colombia. Y es que la obra de García Márquez penetra a niveles muy profundos de la psique del hombre colombiano, precisamente por la presencia de ese elemento mítico, que actúa como agente cohesionador de nuestra aún incipiente identidad nacional. El mito que subyace en Cien años de soledad y en general en la mayor parte de la obra de García Márquez implica toda una poética además de ser auténticamente colombiano, en él se fusionan elementos de la imaginería religiosa, las  leyendas y el folklore rural popular con referentes de la violencia política nacional que se suman a la exuberancia vital de la naturaleza que, en su obra,  no aparece como en la novelística europea tan solo como una simple decoración de fondo, sino que se convierte en un personaje protagónico en sí mismo, que incide de manera real en el devenir de lo narrado. A lo largo de toda la obra de García  Márquez  se advierte una vigorosa pulsión poética que llega incluso a emparentarse con el surrealismo en una obra tan enmarañada, desde el punto de vista estilístico, como El otoño del patriarca.

Pero si la obra de García Márquez funciona plenamente como mito nacional es legítimo que se plantee el debate en el ámbito estrictamente literario. No es gratuito que críticos tan importantes como Harold Bloom hayan optado por no incluir al escritor en su famoso canon. La inverosimilitud en muchos pasajes de sus novelas plantea serios problemas que el crítico riguroso no puede dejar pasar de largo. Aquella equiparación tan manida, y a mi modo de ver un tanto chauvinista, que se ha hecho entre El Quijote y Cien años de soledad , poniéndolas casi que en un mismo nivel, no tiene sustentación alguna en la realidad ya que la primera es una obra en que se muestra, por medio de los personajes de Sancho y El Quijote, la dualidad presente (vista hacia el exterior) en la humanidad como colectivo social y (vista hacia el interior) del alma humana individual. Los personajes de El Quijote, tanto Sancho como Don Quijote obedecen a un ideario específico y actúan autónomamente conforme a este, reflejando una visión muy propia e individual del mundo, más allá de toda valoración subjetiva que necesariamente ha de existir. Así un lector cualquiera puede calificar a Don Quijote de  idealista y a Sancho de materialista mientras que otro, invirtiendo los polos valorativos, califique de loco a Don Quijote, y de sensato a Sancho, esto dependiendo de la ideología y de la visión del mundo que tenga cada uno. El plano de realidad en el que se desenvuelven los personajes en El Quijote no puede entonces ponerse en duda. De ahí que El Quijote se encuentre en las antípodas del mito, siendo esta la primera obra de carácter netamente realista de la literatura universal. 

En Cien años de soledad, a diferencia de El Quijote las cosas simplemente  le suceden a los personajes, que ven como ante sus ojos se desatan los sucesos más asombrosos e inexplicables que son tomados por sus testigos como hechos naturales y mágicos al mismo tiempo. No existe aquí ningún atisbo de pensamiento autónomo racional. Más pertinente, sería entonces, el equiparar a Cien años de soledad con una obra como El Cantar del mío Cid al ser ambas obras representativas del mito nacional en sus respectivos países, aunque una comparación cualitativa tampoco cabe dado precisamente el carácter épico-mítico-poético de ambas obras.

El mayor legado de García Márquez, por lo que será reconocido en el futuro, es por haberle puesto el  piso mítico a la literatura colombiana. Sin embargo a esa “casa” le faltan aún las paredes, el techo y los acabados. Aún esperamos a nuestro Cervantes o a nuestro Dickens. Y no, no estamos condenados a ser eternamente el país del realismo mágico. Ojalá que no tengan que transcurrir otros cien años para que tanto nuestra literatura como nuestro país logren pasar, por fin, del mito a la realidad.
 

miércoles, 16 de abril de 2014

A propósito de Crononautas de Mario Mendoza

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 133, abril de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
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A propósito de Crononautas de Mario Mendoza

Hernán Botero Restrepo





Crononautas, tercera entrega de la saga El elegido de Agartha de Mario Mendoza, veterano aunque aún joven autor de la actual y mejor narrativa colombiana, convierte las expectativas que se generaron en el espíritu de quienes conocen las que la precedieron, en una rica realidad literaria, en la que, ficción y realidad, se fusionan en un texto de notable unidad.
Queremos señalar en esta ocasión que los lectores ideales de la saga de Agartha son, tanto aquellos que se inician en el mundo de la lectura, que va más allá, en su temática, espíritu y enjundia estética de los cuentos de hadas, como aquellos, más maduros, que no han perdido el gusto por la aventura, en el más profundo y apasionado sentido del término. De lo anterior se infiere que Crononautas, (así como los demás tomos publicados de la saga) es una de esas obras que deben ser leídas mancomunadamente por una y otra clase de lectores, para compartir su riqueza estética, temas y tratamiento temático, personajes y peripecias; sea que se lea el libro en alta voz o se escuche, o en última instancia, que se lea y se escuche alternadamente. El tema capital de Crononautas ya está presente en el título del libro: el viaje por el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, como es experimentado por el lector desde el inicio de la obra. Mario Mendoza no ha inventado este tema, recordemos La máquina del tiempo de H.G. Wells, pero lo ha tratado de una manera  sumamente original (en la medida en que ser original es posible en el mundo de la ficción narrativa actual).
En Crononautas, los lectores que han venido siguiendo la saga, se encuentran entre otros personajes (muchos de ellos entrañables y no pocos abominables) con su protagonista Pipe y su inseparable y fiel perro Elvis, embarcados en la trascendental misión de remontarse a la Edad Media y a París, en el año en que el célebre médico Michel de Notredame (Nostradamus) realiza ingentes esfuerzos para acabar con la peste negra, que diezmó entonces la población europea. También el lector ha de remontarse a un futuro no tan lejano para traer una muestra de sangre infectada por el virus de la terrible peste del  pasado y así hacer posible, a manera de antídoto, la fabricación de una vacuna que logre poner freno a otra peste, análoga a la medieval, surgida en Bangkok, Tailandia y que se ha expandido por todo el planeta.
Dicho objetivo se cumple a cabalidad, la vacuna se consigue y por ello es dable afirmar que Crononautas concluye con un final feliz, así el autor introduzca otros temas de proporciones tan vastas y devastadoras como lo son los tsunamis, los terremotos y las erupciones volcánicas, tratados en el libro con cierta ligereza y abandonados muy pronto por aquel y que, en alguna medida, inciden negativamente en la unidad de conjunto de la obra, cosa que, de ningún modo, le resta validez ni al libro ni a su tema capital. ¿Acaso el menos logrado capítulo de El Quijote, el de la cabeza parlante de Barcelona, merma en algún modo la grandiosidad de la obra cervantina?
Debe destacarse el convincente dramatismo de Mario Mendoza en su tratamiento del tema de la peste, su inteligente manejo del viaje por el tiempo y el papel que juega el lenguaje chamánico en ese viaje.
Con Crononautas su autor nos hace evocar textos tan afamados y logrados como El diario del año de la peste de Daniel Defoe, La peste de Albert Camus y Los novios de Alessandro Manzoni (en las páginas dedicadas a la peste de Milán).

Última verba:
Ya en Crononautas se anuncia que Metempsicosis es el título del siguiente libro de la saga y, lo más probable, sea que nos habrá de proporcionar enorme deleite lector como las anteriores. Lo mismo se puede aventurar cuando se concluya la saga con el quinto volumen cuyo título: El hijo del carpintero ya ha sido dado a conocer por su autor.

miércoles, 9 de abril de 2014

CRUZANDO EL AQUERONTE EN LA BARCA DE LOS LOCOS

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 132, abril de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com



CRUZANDO EL AQUERONTE EN LA BARCA DE LOS LOCOS
(A propósito del libro Transfiguraciones de Bernardo Ángel)

Por Raúl Jaime Gaviria


Es en los peores momentos de fractura social, de crisis humana, en los que la poesía ha de mostrarse en todo su descarnamiento, en toda su capacidad de oposición a lo que sea que busque constreñir la libertad del hombre. Es esta una de las misiones fundamentales del poeta, la de recordar, por medio de su palabra, que el ser humano es tanto más valioso en tanto se asuma en su desnudez más radical; entendido como ser autónomo en el mundo y no como pieza de canje de maquiavélicos juegos de poder.

Siempre constituirá una gran pérdida para la humanidad el que el poeta se olvide de su misión primigenia y, sintiéndose héroe, se aleje de “el otro” (que es también una parte de sí mismo) por ir en pos de épicos paraísos ideológicos, abstractos sueños de un mundo perfecto. En su novela La vida está en otra parte Milan Kundera nos ilumina con respecto a esto en el personaje del poeta lírico Jaromil, que lo sacrifica todo en el altar de la revolución. Para él la palabra ha perdido su carácter sagrado y atemporal pasando a convertirse en mero instrumento para el logro de un objetivo político al que le otorga un mayor valor que a la poesía. Se trata de la cosificación del espíritu, la subjetivación de la verdad; es el momento en el que poesía y política, palabra y praxis, poeta y verdugo, siendo opuestos por naturaleza, protocolizan su macabra alianza arrasando en su delirio con todo aquello que pudiera obstaculizar el advenimiento de la “nueva” civilización que pretende dejar atrás al caduco individuo y poner en su lugar a ese “suprahombre”, que ya no es un ente individual libre, sino una sumatoria de las supuestamente mejores y mayores virtudes del imaginario colectivo revolucionario.

Afortunadamente no todos los poetas se dejan seducir por estos cantos de sirena, hay todavía algunos que resisten desde el gesto vital del lenguaje y aún creen en el vigor ritual y espiritual que la poesía posee por sí misma y que, como los antiguos patriarcas de la antigüedad, aligera sus pasos con el bordón de la palabra. Este es el caso del poeta y hombre de teatro antioqueño Bernardo Ángel Saldarriaga quien lleva a cuestas varias décadas de ejercicio artístico, siempre desde la margen, y que nos ha demostrado que aún es posible ejercer el arte desde la plena libertad. El grupo de teatro dirigido por Bernardo, La Barca de Los Locos, lleva muchos años representando sus obras en el emblemático Parque de Bolívar de Medellín, y aunque Bernardo es un actor de escuela (trabajó en el TPB al final de los setenta), decidió batirse en el escenario natural de las calles y confrontarse directamente con el público, a la intemperie, sin ningún muro protector, sin ninguna limitación. Se trata de la palabra despojada de todo barniz retórico que interpela, de manera crítica, a la conciencia humana y que añora un despertar; la palabra que, desligada del sentido discursivo, se hace cuerpo que sufre, que grita, que se interroga.

Recientemente Bernardo Ángel publicó un libro al que tituló Transfiguraciones en el que presenta algunos de sus manifiestos poéticos, de los muchos que ha escrito durante los últimos treintaicinco años. En este libro se condensa de alguna manera su cosmogonía poética.

Un arte que no tiene resonancia en el cuerpo...
no implica al hombre en el tiempo
Un arte que no está mordido por la muerte y el dolor,
por la necesidad, por la precariedad
es trivial y amorfo...

En Transfiguraciones surge la pregunta por el hombre y el arte, por la actitud que debe asumir el artista frente a un mundo que se ha convertido en el primer auspiciador de lo maquinal y de lo productivo en contra del libre florecimiento del alma humana. En su poesía, Bernardo Ángel denuncia lo académico, lo religioso, lo institucionalizado, en la medida en que, paradójicamente, se convierten en agentes castrantes de aquellos valores que sus propios discursos pretenden promulgar. Es una poesía que nos invita al cese de la danza enmascarada, a que comencemos a relacionarnos desde la cicatriz que referencia la herida que somos, a que nos comprendamos a nosotros mismos y  al “otro”, ya no a partir de la apariencia cosificada sino a partir del ser en movimiento.

Un poeta, es alguien que se dice cosas para adentro
y un día le estallan los silencios,
se le viene encima la conciencia y queda de cemento.
Un poema, es un deseo que no se culmina con la vida,
ni se entiende con la muerte.

Colombia urge de una nueva poética que se deslinde de una vez y por todas del ámbito meramente literario, los “poetas”, en este país asolado por la violencia, la corrupción institucional y la miseria humana no pueden seguir siendo, como hasta hoy, los versificadores académicos criados en las Facultades de Literatura y de Filología. El poeta de hoy no puede seguir rindiéndole culto a irreales reales academias mientras por la puerta de su casa se empieza a colar la sangre, mientras en el alma humana siga latiendo con furor la pregunta incontestada por el hombre. Es evidente que la literatura no podrá redimirnos y aunque quizás tampoco pueda lograrlo la poesía (en tanto deslindada esta de la literatura) al menos, y  de una manera mucho más certera, la poesía sí podrá mostrarnos atisbos ciertos de nuestra propia humanidad, de aquella llaga que grabada en nuestra piel solo deja de supurar mediante el bálsamo litúrgico de la palabra.

miércoles, 2 de abril de 2014

Versos en el hospital

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 131, abril de 2014
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Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
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Versos en el hospital

Por Hernán Botero Restrepo


Simulando dormir
y queriendo además
mostrar un rostro sereno,
un enfermo terminal,
que en pocos días
se hallaría en cuidados intensivos
(aún no exhalaba el último suspiro),
y que jamás fue dado
a expresar con un  ¡Ay!
ni el dolor más feroz,
escuchó, pues su oído era finísimo,
el casi mudo balbuceo
que se le escapó a un médico
al mirarlo,
dirigiéndose a una enfermera
de sentimientos de cristal de roca:
—¿no es verdad que parece  un parapléjico
vestido de payaso?—
a lo que contestó la interpelada,
también tratando
de que el doliente no pudiera oírla:
—qué buen modelo para el encargado
de maquillar su cuerpo
cuando haya fallecido.