lunes, 26 de mayo de 2014

A propósito de Rosario Tijeras de Jorge Franco

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 139, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com


A propósito de Rosario Tijeras de Jorge Franco


Por Hernán Botero Restrepo

Todos los lectores del Nuevo Testamento, y aun los que no lo han leído, conocen el episodio de la muerte del Bautista, motivo por el cual no se lo va a resumir aquí. Basta con tener muy claro que Salomé le pide al Tetrarca Herodes, a instancias de su madre Herodias, la cabeza de Juan Bautista, crimen que se ejecutó por el consentimiento de aquel.

Veinte siglos más tarde Oscar Wilde escribe su drama Salomé, una obra en verso en la que la bailarina de la danza de los siete velos, solicita, después de terminada esta, la cabeza de Juan Bautista, de quien se ha enamorado a primera vista. Herodes, muy a su pesar, acaba por acceder a su petición y la muchacha, cuando se le presenta la cabeza cercenada y sangrante del Bautista, besa en un rapto de lujuria y demencia sus labios. Hay que reconocer que no obstante los versos de morbosidad innegable de Wilde, estos tienen una fuerza poética, que hacen de la Salomé wildeana una obra poderosa en su poiesis y dramáticamente.

Si bien es incontestable que la novela de Jorge Franco, Rosario Tijeras, no tiene nada que ver ni con la Salomé evangélica ni con la de Wilde, en la que se inspiró Richard Strauss para la composición de su genial ópera Salomé (cuyo libreto es verso a verso una excelente versión alemana de la pieza teatral de Wilde) se la trae a cuento aquí porque la obra que se comenta en este texto tiene en común con la de Franco el motivo del beso a hombres asesinados por una mujer. En la novela la que se los da es el personaje de la sicaria: Rosario Tijeras.

La novela de Franco presenta a un personaje, falso sicológicamente, que no es digno ni del análisis del psicoanalista más cándido y/u ocioso. Esto se deduce del hecho de que con la cercenación del pene con unas tijeras realizada por parte de Rosario a un hombre que la atacó en su juventud sexualmente, Rosario se venga cumplidamente, lo que deja muy en claro que no es, no puede ser, la androfobia, lo que la mueve a besar a los hombres que va a matar antes de hacerlo.

El poeta (también antioqueño como Franco) Juan Manuel Roca tuvo toda la razón al decir que en su tierra las mujeres besaban solo a los hombres que amaban, pero no a los que iban a asesinar cuando tal era el caso. Por otra parte hasta ahora no se ha sabido que hayan existido mujeres sicarias en el país.

Hay que agregar a lo anterior otras observaciones que muestran, de modo meridiano, lo fallido de esta novela, pero en gracia a la obligada brevedad, no se hará más que esta: la historia amorosa de Rosario no tiene ni pies ni cabeza. Es lamentable que el autor de esas dos excelentes novelas que son Paraíso Travel y Melodrama, posteriores en su composición a Rosario Tijeras, y  la última novela de Franco El mundo de afuera, parezcan al lado de esta, un auténtico berenjenal literario y escritas por un escritor torpe que no fuera el autor de las dos buenas novelas en principio mencionadas.

En lo que respecta al premio otorgado a la novela de la sicaria se puede deducir que la crisis de los premios literarios en Colombia, y en otras latitudes, es de proporciones colosales.

lunes, 19 de mayo de 2014

Dorothy Day: la piadosa radical

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 138, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com

 
Dorothy Day: la piadosa radical


Por Raúl Jaime Gaviria

Dorothy Day (1897-1980), también conocida como “La piadosa radical”, se encuentra actualmente en proceso de canonización por parte de la Iglesia Católica (actualmente es sierva de Dios). Luchadora incansable por los derechos civiles en Estados Unidos (al punto de ser encarcelada en infinidad de ocasiones) esta santa de nuestro tiempo no temió nunca enfrentar, desde la acción directa, las injusticias sociales en su país natal.  En 1933 fundó, junto a su gran amigo Peter Maurin, el periódico El trabajador católico por medio del cual denunció los atropellos que cometían las grandes corporaciones en contra de sus trabajadores, también abogó por el derecho de las mujeres al voto, la justicia racial y ante todo fue capaz de reivindicar un mensaje de pacifismo cristiano en medio de una sociedad siempre dispuesta a hacer la guerra. El trabajador católico llegó a tener una circulación amplísima y a cubrir gran parte del territorio norteamericano.

El catolicismo radical y al tiempo profundamente humano de Dorothy Day sentó sus bases sobre las enseñanzas de Jesús en El sermón de la montaña.  La precaria primera sede del periódico pronto se vio atestada de hambrientos y gente sin hogar que acudían a Miss Dorothy en busca de ayuda y ella fue siempre consecuente con la premisa bíblica de: dad de comer al hambriento, dad de beber al sediento, viste al desnudo. También fue una gran difusora de la concepción económica conocida como distributismo que tuvo entre sus fundadores al gran escritor inglés G..K.Chesterton y que pretende constituirse, desde los predicados de la doctrina social de la iglesia (véase la encíclica Rerum Novarum de Leon XIII), en una alternativa válida al comunismo y al capitalismo, sistemas estos basados en la concentración del capital (así radique esta en manos privadas o públicas) y por ende en sistemas constrictores de la auténtica libertad y felicidad humanas. Entre los postulados fundamentales del distributismo están el principio del bien común en una sociedad puesta al servicio del ser humano y no del capital, y el considerar que el hogar y la familia (libres del imprudente intervencionismo estatal) están llamados a ser los ejes primordiales del devenir económico social.

Pero el misterio de la vocación de Dorothy Day, lo que hace de ella una mujer destinada a los altares, radica en el hecho de que supo conciliar una vida de activismo socio-político audaz con los postulados de una fe coherente y profunda, sin caer en ningún momento en la tentación ofrecida por los dogmas políticos ideologizantes que deshumanizan al hombre, convirtiéndolo en una hebra más de la abstracta madeja que urden los ambiciosos del poder.  El legado de Dorothy Day y su mensaje serán perdurables en la medida en que la sociedad humana persista tozudamente en el mantenimiento de sistemas políticos y económicos que indefectiblemente conducen al hombre al fracaso al obligarlo a vivir una existencia desnortada, desposeída del cobijo esencial que proporciona el pertenecer a una comunidad verdaderamente “humana” y “real” que lo nutra y que lo haga crecer en tanto persona, y  lo que es peor, alienándolo de tal modo al punto de enceguecerlo ante su propia valía como ser humano y negándole el desarrollo del sentido de su propia trascendencia.

Ya está visto y probado que las ideologías fracasaron (así no logremos aún desprendernos de ellas) en tanto no fueron capaces de “encarnar” el discurso en la vida simple y silvestre de los hombres, al ser incapaces de pasar del dicho al hecho, incapaces de, diciéndolo de otro modo, cumplir con su palabra. Y aunque hubieran querido hacerlo no hubieran podido, simplemente porque la palabra de las ideologías es una palabra muerta desde el mismo instante en que fueron tomados por “dioses” lo que no eran más que “conceptos” tales como “dinero” o “pueblo” y deificar un concepto no será nunca un avance sino un evidente y deplorable retroceso en la historia y un indicio del estado de “boba humanidad” en el que aún nos encontramos como sociedad global, cosa que debería producirnos por lo menos una pudorosa vergüenza. Es por esto que el catolicismo radical, profundamente caritativo y humano que nos ofrece como alternativa Dorothy Day está más vigente que nunca y por lo que, en consonancia con los nuevos vientos que impulsan la barca de la Iglesia con el papa Francisco a la cabeza, muy pronto la veremos elevada a los altares. Ella, en vida, nunca quiso que la llamaran santa porque sentía que ese apelativo podría de alguna manera desvirtuar su obra al desposeer su accionar del sentido cristiano del sacrificio, mostrándolo como algo fácil para una “santa”.  Ahora, en cambio, a más de treinta años de su muerte, su canonización servirá como ejemplo de una mujer valiente, que vivió su vida con pasión y que supo hacerse pobre entre los pobres, pequeña entre los pequeños; que por medio  de sus cotidianos actos de amor, caridad y búsqueda de justicia supo ganarse el respeto no solo de la comunidad católica de su país sino del mundo entero (incluso ha llegado a ser comparada, por su gran labor social y humanitaria, a campeones de la no-violencia como Martin Luther King Junior o del amor sacrificado a los enfermos y desvalidos como la Madre Teresa de Calcuta.

El libro más conocido escrito por Dorothy Day es La larga soledad, su autobiografía, en la que relata su vida como periodista y activista política dentro del mundo intelectual y bohemio del Greenwich Village de Nueva York en los años veinte y su posterior conversión y apostolado social ya como militante católica. Hace poco la vida de “La piadosa radical” fue llevada al cine; la película, que recomiendo altamente, fue titulada en castellano La fuerza de un ángel y cuenta con las actuaciones estelares de Moira Kelly y Martin Sheen.




miércoles, 14 de mayo de 2014

Tríptico miniaturesco de un escepticismo

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 137, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com






Tríptico miniaturesco de un escepticismo

Por Hernán Botero Restrepo

 I

Porque jamás seré un apóstata del poco de razón que alcanzamos
no habré de confundirme con la turba
que celebra la ceremonia de las gallinas degolladas
cuando más observaré a prudente distancia
el estallido de la histeria colectiva
y observaré tratando de ser comprensivo
como cualquier etnólogo
que respeta las diferencias culturales
pero no habré de participar
en la orgía de plumas y de sangre
y de cuerpos humanos que ruedan por el polvo retorciéndose,
gimiendo, gruñendo, gritando, espumarajeando.

II

Porque los hechiceros y las que se pretenden brujas
y posesoras de las llaves de los mundos arcanos
me inspiran la repulsión que inspiraban a Vladimir Nabokov
si es que no una mayor
no permitiré jamás que me lean las líneas de la mano
ni gitanas auténticas ni gitanas postizas
porque la mano de un ser humano
como la de un babuino
se presenta desnuda enfrente del destino
como la cáscara de un huevo blanco

III

Porque el Tarot y el I Ching
se me hacen intentos desesperados y estériles
de ver luz en la sombra y en la sombra luz
no he de acudir jamás a ellos en busca de norte
ni aun en el momento en que estuviera a punto
de convertirme en héroe de tragedia
o en un bufón tan grande como Falstaff
y en consecuencia,
tampoco doy crédito a quienes creen
que las palabras que un chamán
me musite al oído
me trasladen al momento
en que Balzac inició
su gran comedia humana
para entablar un diálogo
con el autor de Eugenia Grandet.
 

miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Dónde están los escritores católicos?

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 136, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com









¿Dónde están los escritores católicos?

Por Raúl Jaime Gaviria

Hace algunos días me encontraba en el centro de Medellín, tomándome un café y releyendo mi artículo de El Nuevo Siglo sobre Gabriel García Márquez, cuando me vi sorprendido por un conocido mío, ya bastante mayor, al que no veía hace mucho tiempo, que me preguntó qué periódico era ese que estaba leyendo. Cuando le dije que se trataba de El Nuevo Siglo de Bogotá de inmediato noté de su parte una reacción corporal de rechazo y lo confirmé cuando me dijo, casi que regañándome, que cómo hacia yo para perder el tiempo leyendo ese periódico laureanista, que era más godo y católico que El Colombiano. Yo preferí quedarme callado ante lo cual el susodicho personaje no tuvo otro remedio que despedirse. Afortunadamente no se trataba de un amigo, pues de lo contrario se habría enterado de que soy católico practicante de toda la vida y que, incluso, pasé un año entero en el seminario de vocaciones tardías Cristo Sacerdote en La Ceja, Antioquia, el mismo donde realizó sus estudios sacerdotales el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.

No me considero para nada un fanático religioso, por más que defiendo muchas posturas de la iglesia, que considero muy válidas en un mundo como el de hoy convulsionado por las guerras, la miseria y la injusticia social. Y aunque jamás me prestaría a utilizar mi escritura como medio de proselitismo religioso directo, esto no significa que me avergüence de ser un escritor católico, lo que en Colombia significa casi que portar un INRI en la frente. Cosa que no debería ser así puesto que es inmensa la aportación que han hecho escritores católicos a la hucha de la literatura universal. La lista de nombres prestigiosos sería interminable, pero baste con decir que Cervantes fue católico, a pesar de la teoría traída de los cabellos de Nicolás Díaz de Benjumea que lo presentó como anticatólico feroz o la de Américo Castro que pretendió hacerlo pasar por un humanista racionalista de corte renacentista. Al efecto es mejor citar las palabras del poeta alemán Heinrich Heine, que en la introducción a la edición alemana de El Quijote, dice textualmente: «Cervantes era un hijo fiel de la Iglesia Romana…un escritor católico…; nadie podría ponerlo en duda» (Introducción a la traducción alemana del Quijote de 1837, págs. LI y LVIII). De otro gigante de las letras, William Shakespeare, hay pocas dudas de que fuera católico, aunque encubierto, (en su época era ilegal el serlo). Y así como Cervantes y Shakespeare, hubo escritores católicos de la talla de Balzac, Víctor Hugo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Chesterton, Herman Broch, Gunter Grass, Giovanny Papini, J.R.R Tolkien, C.S Lewis, Graham Greene, Flannery O´Connor y Rafael Pombo entre muchos otros. El listado, que sería interminable en el caso de escritores de origen anglo y un poco menor en los de origen francés y alemán, es bastante exiguo en aquellos hispanoparlantes lo que no deja de ser paradójico al ser países de mayoría católica tanto España, como los países latinoamericanos. 

Lo cierto es que el verdadero escritor católico no es aquel que quiera hacer proselitismo religioso por medio de su obra ya que el mundo del arte, al ser autónomo en sí mismo, no admite ser instrumentalizado. El escritor católico es aquel que posee una muy especial visión del mundo, que necesariamente permea el corpus de sus obras. Existe una creencia, bastante generalizada, de que los escritores católicos son necesariamente autores moralizantes que pergeñan una literatura insípida y abiertamente confesional. Este es un argumento falaz, el escritor católico auténtico, muy por el contrario, suele tocar temas polémicos y en muchas ocasiones se decanta por un estilo áspero cargado de sarcasmo llegando al extremo de ser ácido. Puede parecer extraño, para el lector desprevenido, que una novela tan controvertida como La naranja mecánica de Anthony Burgess sea fundamentalmente una obra católica, cuyo eje fundamental gira alrededor del tema del libre albedrío. 

En la literatura de hoy es escaso encontrar el tema del pecado y la redención humana, del sentido de trascendencia que aflige al hombre, caído en medio de una sociedad desbarajustada que lo arrincona y que violenta los pocos espacios de libertad que le quedan. Lamentablemente, los escritores actuales, amodorrados en los cómodos viveros artificiales de la academia, amedrentados ante la imposibilidad de vivir una vida que renuncie a las comodidades materiales, se han rendido a los pies de la sociedad de consumo representada en este caso por las grandes editoriales que, con su voracidad leonina, están siempre a la caza de historias fáciles y escritores más fáciles aún. Hoy en día no se asume la literatura como una vocación sino como una profesión y aquí es donde reside el verdadero engaño. La literatura, así se ejecute de manera profesional, es ante todo y principalmente una vocación porque su misión principal consiste en “ir hacia el otro” siendo ese otro el lector posible. Es en este donarse por medio de las palabras donde se encuentra la clave de toda verdadera literatura y es desde esta perspectiva de la cual se debe asumir el escritor que desee ser en verdad universal.

A partir del Concilio Vaticano II ocurrió una amplia desbandada de escritores y artistas católicos que no entendieron las nuevas formas que, ajustándose a los nuevos tiempos, harían de la católica la que es hoy, una iglesia más humana y solidaria, más cercana a los postulados del Jesús pobre que amaba a todos por igual. Ellos no entendieron a una iglesia que suprimía la misa tridentina y que ya no enfatizaba tanto en los aspectos litúrgicos tradicionales y esto lo asumieron como una traición. No vieron que lo que la iglesia renovada les planteaba era la necesidad de buscar nuevas formas, nuevas maneras de expresión artística que lograran adecuarse más al lenguaje del hombre actual. Si bien es cierto es que a partir del Concilio el arte en la Iglesia ha perdido vigor, no lo es menos que se trata de una situación temporal que en esta era del papa Francisco sin duda que comenzará a revertirse. El primer paso para los escritores católicos estará en no avergonzarse de serlo, pero el más importante será el de construir obras de un arte literario perdurable que logre que la sociedad avance hacia un mejor estadio de humanidad. 

Finalmente deseo lanzar hacia los cuatro vientos la pregunta que sirve de título a este artículo. ¿Dónde están los escritores católicos? Por lo menos, en lo que a mí respecta, aquí tienen uno.