martes, 29 de julio de 2014

Dos poemas de Dorian Haarhoff

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 148, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo


ORACIÓN DE LA PLUMA
Dorian Haarhoff (Namibia, 1944)
Traducción de Raúl Jaime Gaviria

En Egipto, Osiris, 
Señor del inframundo, 
pesaba los corazones 
de aquellos que cruzaban sobre  
el plumaje de la verdad.

aquellos ligeros de corazón, 
vivían en sus cámaras 
eternamente. mientras el cocodrilo,  
monstruo del Nilo, 
devoraba almas 
de densa materia.

pesé mi pluma de palabras 
en las balanzas del espacio  
ellos miden   
lo que el ave de guinea 
ha dejado en el césped - 
la levedad de una pluma.



LA TIERRA DE LA TORTUGA
Dorian Haarhoff (Namibia, 1944)
Traducción de Raúl Jaime Gaviria

La parte trasera de esta tierra es de carey, 
su concha lanzada por olas antiguas, 
sus placas extraídas de peces ancestrales.

riachuelos corren secos alrededor  
afloramientos y colinas 
chamuscados al borde del mar.

la cabeza, el vientre suave, 
el pulmón anillado  
se esconden de un sol rapaz.

se acomodan sobre patas escamadas 
a la sombra de piedras  
que una vez fueran lecho de mar.

y guiada por una barbilla anfibia, 
en la firmeza del cuento popular, 
se arrastra por siempre hacia el agua.





jueves, 24 de julio de 2014

Un músico como no hay dos

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 147, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo






Un músico como no hay dos
Por Hernán Botero Restrepo

I

No voy a referirme a Johan Sebastian Bach ni a Wolfgang Amadeus Mozart, músicos como no hay otros, voy a ocuparme de un ser humano que en Medellín hace música a pesar de que la genética lo condenó a nacer sin brazos (su torso remata en sus hombros). ¿Qué cómo hace música en ese grado de minusvalía física? Lo hace tocando una armónica de respetables dimensiones, asegurada a su cuello por un ingenioso dispositivo. Digo a propósito de este increíble ser humano, que como él no hay otro músico, porque cuando lo escuché, desgraciadamente durante menos de un minuto, mis oídos captaron, y muy bien, porque la armónica está conectada a un amplificador que le confiere una potencia acústica casi sinfónica, una destreza en el uso del instrumento que junto con una armonía innegable lograba una continuidad melódica impresionante. El músico sin brazos, que puede frisar en la cincuentena, toca su instrumento recostado contra un muro de un viejo edificio de una de las vías por las que atraviesa la Avenida Oriental macro vía central de la ciudad de Medellín.

La gente que pasa frente él  –casi nadie se detiene a escucharlo– deposita, de vez en cuando, en una cajita una moneda y sigue de largo. Esto fue casi exactamente lo que hice yo. ¡Qué inhumanidad y mezquindad por no decir vileza!  ¡Cómo no haberme detenido, aun teniendo un poco de prisa, para escuchar al músico sin brazos hasta que terminara de ejecutar la melodía que estaba  tocando, y haberle preguntado por su repertorio y decirle  que tocara una obra que estuviera incluida en este.

Confieso haber actuado casi de forma totalmente igual a la de las personas no provistas de un sentido de alteridad y de un auténtico sentimiento humano. –Gracias- me dijo el músico sin brazos, con su voz amplificada, cuando dejé caer una moneda en su no muy nutrida cajita, interrumpiendo (¡qué vergüenza!) su ejecución musical, que alcancé a juzgar como impecable, por su fuerza y por la destreza con la que alternaba los sonidos graves y los agudos de su dulzaina , que es como denominamos en muchos de los países de habla española a la armónica  y a la que también se le llamaba, hace tiempo, organillo de boca.
Dado la anterior, tomé la resolución de portarme como es debido la próxima vez, que espero sea muy pronto, que me encuentre al lado del músico sin brazos.


 
II
A todo lo anterior, de por sí extraordinario, he de agregar que en los segundos en que escuché al músico sin brazos, no pude discernir si este tocaba algo popular o clásico. De lo que estoy seguro es que desde mi encuentro (en grabaciones por supuesto) con  la música del gran virtuoso de la armónica Larry Adler no  había escuchado una interpretación tan impetuosa como la del músico sin brazos.

Más tarde, tres o cuatro horas después de haber realizado una muy aburrida diligencia bancaria, mis pensamientos en torno a la existencia de alguien como el músico sin brazos se transformaron en profundos. Pensé por ejemplo que ni en toda la literatura universal, ni en todos los dramas y novelas, ni en el cine  existe  un  personaje similar a este músico sin par del que hablo. Sé muy bien que el músico ruso Vladimir Korolenko escribió la obra El músico ciego  y que el gran compositor español Joaquín Rodrigo era invidente. Sobre esto también pensé: -hacer música, música instrumental, careciendo de las extremidades superiores es algo que se sale de lo ordinario para pasar a lo insólito. Sin embargo mis pensamientos más profundos no fueron esos sino estos de que para terminar doy cuenta:- Si el músico sin brazos, que es un hombre de modestísima posición social, buscó una forma de ganarse la vida, ¿cómo fue que se le ocurrió tocar precisamente la armónica? Una hipotética respuesta a esta pregunta podría ser que desde niño el espíritu de la música se posesiono de este fabuloso personaje-.

Coda:
Pensé también en los que pintan con la boca y con el pie, algunas de cuyas obras conozco en pequeñas litografías y en algunas de las cuales he encontrado innegables logros estéticos.

Dos consejos al lector:
1)      Si algunos de los que me leen residen en Medellín o pasan por la ciudad busquen al músico sin brazos, vale la pena hacerlo. Y no vayan a cometer el mismo error que yo cometí de no escucharlo con el debido respeto.
2)      Si otros lectores hacen crítica de artes plásticas traten de buscar en internet reproducciones de las obras de los pintores con la boca y con el pie (así se denomina la Asociación que los reúne en Colombia).






miércoles, 16 de julio de 2014

El “realismo irrealista” de Jorge Franco

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 146, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo




El “realismo irrealista” de Jorge Franco

Por Raúl Jaime Gaviria

Cuando era pequeño, a mediados de los años setenta, vivía yo en el Edificio El Parque, situado en pleno corazón de Medellín, más específicamente en el Parque de Bolívar, diagonal a la Catedral Metropolitana, el mismo edificio donde vivían algunas de las familias más influyentes de Antioquia como los Toro, dueños de Almacenes Éxito. En el penthouse (piso dieciocho) vivía una señora muy extraña, ya bastante mayor, a quien todos los niños del edificio le teníamos pavor. Cuando nos la encontrábamos en el ascensor nunca nos saludaba y siempre se mostraba ante nosotros con un rostro adusto y ceñudo. En nuestra imaginación de niños la asociábamos con una especie de bruja y mucho más cuando nuestros padres nos habían dicho que esa señora pertenecía a la familia del señor Echavarría que habían secuestrado hacía algunos pocos años en Medellín. Nunca supe que grado de parentesco tenía la señora con don Diego pues mis padres mantenían este tema en el mayor misterio. Esta era la única referencia directa que tenía yo de aquel trágico suceso que sacudió las bases mismas de la sociedad antioqueña y que dio inicio a una época de crisis de valores y degradación moral de la que aún no nos reponemos.

Hace poco terminé de leer el polémico libro El mundo de afuera de Jorge Franco que trata sobre el tema del secuestro de don Diego y la vida en El Castillo. No sé hasta qué grado el autor se permitió traspasar las fronteras de la veracidad histórica involucrando en su historia elementos de ficción, aunque siempre me ha parecido, en literatura, delicado someter los sucesos históricos a la tiranía absoluta de la ficción literaria y más en el caso de una historia más bien reciente de la que existen abundantes datos que le permiten al autor ser riguroso con relación a los hechos que se relatan. Si el escritor es verdaderamente creativo sabrá desechar constructos narrativos, por más buenos que estos sean, con el fin de mantener unos parámetros de veracidad que permitan que la historia que se cuente no se desvirtúe, a menos que se pretenda, y esto se ha de dejar claro desde un principio,  hacer literatura fantástica con la historia. Con esto estaría de acuerdo siempre y cuando se trate de llenar vacíos históricos que no se encuentren documentados o que lo sean parcialmente. No es el caso de esta novela, pues el mismo autor, en declaraciones radiales, admitió que no pudo encontrar el documento que certificara que Don Diego y Dita se casaron y ante la infructuosidad de su búsqueda decidió inventar una fábula en la cual don Diego y Dita vivieron juntos sin casarse, lo que denota, como mínimo, cierta irresponsabilidad por parte del autor. Si Franco hubiera sido más riguroso de seguro que habría podido obtener una mayor información acerca de este hecho específico, siendo como lo es Diego Echavarría uno de los personajes más importantes que ha dado la tierra antioqueña. ¿Se imaginan ustedes si a Jorge Franco le hubiera dado por escribir, bajo los mismos parámetros de no veracidad histórica, un  libro  sobre el secuestro de Ingrid Betancur o Clara Rojas? ¿No piensan que ellas, con todo el derecho, tendrían motivos de queja?  Estoy seguro de que los mismos que en el caso de El mundo de afuera  defienden el derecho absoluto de Franco a la libre creación artística  por encima de la veracidad histórica hoy lo estarían criticando. Lo cierto es que Franco no es tan tonto como para  hacer ficción acerca de personajes de este perfil. En el caso de El mundo de afuera se trató de un riesgo controlado de su parte, ya que afectó a un poder bastante precario como lo es el de la junta directiva de un museo provinciano y a una familia, como la familia Echavarría, hace rato venida a menos, mientras que  aquellos que firmemente lo apoyaron, son nada menos que los medios de comunicación más poderosos del país. Es una pelea de toche con guayaba madura y Franco lo sabe y hasta ahora le ha salido bien.

Algo del libro que no logré entender, y que se constituye en todo un misterio para mí, es el hecho de que se haya soslayado por completo en la novela la escena de la muerte de Diego Echavarría. El final de la historia  es tan abrupto  y tan sin sentido que llega uno a pensar que a este libro le fue literalmente mutilado un de los capítulos finales. Habiendo leído algunos de los libros de Jorge Franco (Paraíso Travel y Melodrama me parecen excelentes) me es difícil concebir que el autor no haya escrito la escena final de la muerte de Don Diego porque, ante una lectura atenta, es evidente que la dislocación que se produce en el ritmo narrativo de la historia no es usual en los libros de Franco.

Aunque El mundo de afuera está bien narrado y en algunos momentos es ameno para el lector, existen elementos valorativos que hacen que no sea dable considerar que se trata de una obra maestra. Siendo el de la no veracidad histórica el más importante de estos elementos, no es el único. Las disparatadas escenas en las que Isolda se interna en el bosque me parecen características de lo que daría yo en denominar  “realismo mágico de serie B” pues lo único que logran (de manera claramente impostada) es imitar malamente al peor García Márquez. El personaje que hace de amante masculino del Mono Riascos no tiene, para nada, velas en el entierro en esta novela. También me cuesta creer que a un delincuente ramplón como El Mono se le de por hacer disquisiciones ante don Diego acerca de lo que es buena o mala poesía. Tampoco se menciona para nada, en el último capítulo, a don Diego ni se hace alusión alguna a la viudedad de doña Dita. Y aunque son muchas las escenas que carecen de solidez literaria, la que se gana el premio mayor es aquella en la que, al final de la novela, el Mono Riascos le dice a don Diego que se puede ir y este le dice que no se irá, que prefiere quedarse. ¡Por Dios!¿a quién se le puede ocurrir que un secuestrado al que se deja libre vaya a rechazar su libertad? Y lo más patético es la burda parodia de la frase bíblica con la que don Diego le responde a El Mono: -No se angustie y haga lo que tenga que hacer hombre.


Simplemente no me lo creo, es demasiado artificial, demasiado inverosímil, como casi todo en este malogrado libro de Jorge Franco titulado El mundo de afuera en cuyos bosques, aparte de Isolda, las mariposas y las flores, se encuentra encerrado más de un gato. Al encontrarme con este libro llegué (sin lograrlo) a abrigar la leve esperanza de esclarecer en algo la historia que de niño me subyugó tanto y que, de alguna manera, se encarnaba en la vieja bruja del piso dieciocho del edificio en que transcurrió mi niñez. 

miércoles, 9 de julio de 2014

Algunas reflexiones sobre las relaciones entre literatura arte y deporte

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 145, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo









Algunas reflexiones sobre las relaciones entre literatura arte y deporte
Por Hernán Botero Restrepo

I
Se deben iniciar estas notas, que no tienen el carácter de una historia en miniatura de su tema, por la Grecia clásica, lo que equivale a abordar a Píndaro y sus Epinicios, tan deportivos como religiosos. Píndaro, hasta hoy el insuperable rey de la literatura deportiva, exalta a los atletas y aurigas de los Juegos Olímpicos de la Hélade en un lenguaje sublime.

En los Epinicios los ganadores de los juegos son inspirados por los dioses para el logro de sus victorias e ilustran la regla de oro pindárica según la cual los moderados no incurren en el anonimato ni tampoco en el orgullo y la fanfarronería propios de tantos atletas y aurigas victoriosos. No obstante, no hay que olvidar que las riñas de gallos, que nada tienen de deporte ni de arte, también fueron motivo de entretenimiento para los griegos y que estos practicaron además el Pancrator, un tipo de lucha brutal hasta la muerte, que suscitó el rechazo de muchos griegos de la época desde simples ciudadanos hasta grandes filósofos.

En el dominio romano hay que tener en cuenta los infames espectáculos sangrientos que se celebraban en el Coliseo, en especial los que enfrentaban a animales feroces como osos y leones entre sí, así como los sangrientos combates que se sostenían entre gladiadores, la mayor de las veces esclavos. Esta forma de lucha mortal ha sido evocada con innegable competencia narrativa por Arthur Koestler y Howard Fast en cuyo “Espartaco” se basó Stanley Kubrick para su película del mismo título. Pasando a la época medieval, hagamos memoria de los torneos caballerescos, exaltados hasta un grado demencial por Walter Scott y ridiculizados de modo genial por Mark Twain en “Un yanqui en la corte del rey Arturo”. Para finalizar con Europa vale traer a cuento las luchas a puño limpio entre los irlandeses, precursoras del moderno pugilismo, y otros deportes no violentos como el golf y el cricket, nacidos también en tierras británicas Resultaría inexcusable no referirse al escritor P.G Wodehouse que dedicó una novela entera , plena de humor y titulada ”“Dieciocho agujeros” al tema golfístico, en la que logró condensar las técnicas de este deporte con las exclusivamente narrativas. Hablar de Wodehouse y no de Robert Smith Surtees constituiría una grave omisión, este escritor inglés, del siglo XIX escribió las mejores novelas de temática deportivas que hayan podido escribirse durante la época victoriana siendo Surtees el creador del género deportivo como tal. Sus novelas, que tienen como protagonista a Mr. Jorrocks, lamentablemente no han sido traducidas al español. Aclamado por la crítica más exigente y amado por miles de lectores Surtees es, sin que se lo propusiera, quien inspiro a Dickens la escritura del celebérrimo  libro “Las aventuras de Pickwick” que por interés del editor de Dickens fue pensado en un principio como una novela de aventuras deportivas aunque  resultó siendo algo muy distinto al final (nada menos que una especie de Quijote inglés).

Desplacémonos ahora a Oriente, concretamente al Japón, para dar cuenta de las artes marciales en donde hay que reconocer que algunas de ellas son manifestaciones no solo de la fuerza y agilidad corporales sino del perfeccionamiento mental y espiritual, lo que subrayó tantas veces el malogrado rey del Kung-Fu (Bruce Lee) en todas las ocasiones en las cuales fue entrevistado.

II
Borges, enemigo acérrimo del fútbol, dijo muchas cosas a propósito de este juego que son ampliamente debatibles pero también otras que resultan francamente rechazables, como por ejemplo la aseveración de que un deportista que no se jugara la vida en el juego no merecía ser llamado deportista. El autor argentino manifiesta también afición por las infames riñas de gallos, lo que a nuestro parecer nos puede hacer pensar que también pudo haber sido partidario de las inicuas peleas de perros.

III
Temas que me inquietan (sugeridos al lector inquieto) a propósito de las relaciones  entre deporte, literatura y arte:
La belleza del espectáculo del trapecismo, que se humanizó desde que se impusieron por vía legal las redes de protección.
El fascinante deporte de la natación en sus diversos estilos.
El deporte y la mujer.
El patinaje sobre el hielo que dio origen al ballet sobre el hielo (que hermosa experiencia la de asistir al ballet “Cascanueces” de Tchaikovski ejecutado por un buen grupo de “bailarines patinadores” sobre el sólido y helado elemento acuátil).
Los ensayos de Fernando Savater, así como algunas de sus novelas que tienen por tema el mundo de la hípica.
El poema sinfónico “Rugby” del gran compositor Arthur Honneger basado en gran medida en los ritmos corporales de los jugadores de rugby.

Adenda:
Es indispensable reflexionar con respecto a la diversa clase de disfrute para el que juega y para el que ve jugar;  porque pensar en el deporte como espectáculo sin espectadores es un soberano dislate como lo es el afirmar que por el hecho de no ser los ejecutores del juego el papel de los espectadores es inane.

miércoles, 2 de julio de 2014

Un café muy negro

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 144, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com


Un café muy negro



Raúl Jaime Gaviria

Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, se disponía a beber su ultra cargado café de medianoche como lo había estado haciendo durante los últimos dos años. Un cuarto de libra de café brasileño diluido en medio litro de agua. Luego de unos minutos sobre el fogón en alto, el café bullía y Juan Carlos  también hervía en deseos de apurar el negro elixir lo cual efectivamente hizo. Como todas las mediasnoches, Juan Carlos intentó leer algunas páginas del libro de turno que tenía en su mesita de noche. Esta vez se trataba de un tomito de cuentos titulados Ese sábado y otros cuentos de Domingo, de un escritor del todo desconocido para él y recientemente publicado por una editorial universitaria de una ciudad de provincias. Su mejor amiga, una afamada poetisa, se lo había recomendado efusivamente. Por lo general Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, no leía a escritores jovenes. Esta vez haría una excepción por tratarse de una recomendación de su amiga. El cuento comenzó bien aunque terminó como un soporífero y no a causa de la mala calidad del texto sino del intenso sueño que se apoderaba de Juan Carlos instantes después de beberse su explosivo café nocturno.
    Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, se consideraba un hombre saludable. De ahí que le pareciera una tontería ir al chequeo médico general que le había programado su hermana. De todas formas asistió porque amaba a su hermana mayor y debido a ese afecto Juan Carlos trataba de no contradecirla en la medida de lo posible. Luego de muchos exámenes y procedimientos al anciano escritor uruguayo se le detectó una medida de colesterol excesivamente alta. El médico internista lo mandó llamar y le preguntó por sus hábitos alimenticios y de ejercicios. Juan Carlos le contó que su dieta era muy balanceada, con abundantes frutas y verduras, cero licor y cigarrillos y que solía ejercitarse al menos una hora diaria. El doctor le pidió que hiciera un esfuerzo de memoria. ―‏¿ No hay algo más que usted tome o coma, que le pueda estar provocando esta subida del colesterol tan grande? ―‏le preguntó con gesto curioso. En ese momento Juan Carlos recordó la super taza de café nocturno. ¡Vaya, como podía habérsele olvidado!  
―Pues, yo suelo tomar una gran taza de café muy cargado a la medianoche ―le dijo Juan Carlos. Nada quiso decirle acerca del efecto narcótico que el café le producía, estaba seguro de que el médico no le creería. El doctor abrió unos grandes ojos que parecían gritar: !aquí fue! y dijo:
―‏Ya está, suspenda de inmediato esa taza de café y verá como se mejora.
 El anciano escritor se sintió compungido ya que adoraba beberse su café nocturno. De todas formas ―‏pensó―‏ no podía defraudar a su hermana, a quien había prometido seguir al pie de la letra las indicaciones del médico quien por demás era amigo suyo. Llegó la medianoche y Juan Carlos no tomó su habitual café.
       El anciano escritor uruguayo vio como pasaban y pasaban las horas sin lograr dormir. Terminó de leer el libro de cuentos del escritor desconocido y aunque le gustó, su verdadera preocupación estaba en la falta de sueño. Eran las cuatro de la mañana y Juan Carlos no aguantó más. Fue a la cocina y preparó el café, que bien pronto estuvo listo. Dieron las seis y la bebida no obraba su extraño efecto narcótico, por lo contrario Juan Carlos se comenzaba a sentir muy nervioso. O quizás ―‏pensó el anciano escritor uruguayo―‏ el hecho de no haberlo tomado exactamente a las doce, como religiosamente lo había hecho sin fallar ni siquiera una sola vez durante los últimos dos años, había roto el hechizo y el café había retornado a su condición natural de bebida estimulante.
      El solo pensar en esta posibilidad aterrorizó a Juan Carlos, aunque pudo comprobarla esa misma noche al llegar las doce y cuando llevaba más de cuarenta horas sin dormir.  Su cuerpo todo temblaba al preparar otro café.  Ni siquiera tuvo la calma como para servirlo en una taza. Lo tomó directamente de la olla, con una ansiedad histérica. El café se derramó groseramente por las comisuras de sus labios manchándole la camisa. A continuación se metió en el baño y tomó una ducha larga que lo calmó un poco. El anciano escritor uruguayo se puso su pijama y se dispuso intencionadamente a leer un libro de cuentos de Juan Carlos Onetti, un escritor uruguayo como él, al que apenas hacía unos pocos meses había comenzado a leer y cuya escritura se le había hecho de alguna forma indescifrable. ―‏Si no me duermo leyendo este libro, no me dormiré con nada, ―‏se dijo.  A eso de las seis de la mañana y en medio de la angustia más terrible terminó de leer el último cuento de Onetti. Al mediodía del siguiente día lo hallaron muerto, boca abajo sobre el libro abierto.
    Un mes más tarde su hermana tomaba un café con el doctor que había atendido a su hermano. ―‏Realmente no entiendo ―‏le decía el médico. No acierto a explicarme como pudo sufrir Juan Carlos de un infarto así, tan de improviso y mucho más luego de enterarme de que el examen de colesterol, que yo pensé que era el de tu hermano, fue confundido a causa de una negligencia de nuestro auxiliar de laboratorio, con el de otro paciente. Los niveles de colesterol de Juan Carlos eran absolutamente normales.
     Esto me lo contó Domingo un sábado cualquiera de un año que ya no recuerdo.