BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 132, abril de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
CRUZANDO EL AQUERONTE EN LA BARCA
DE LOS LOCOS
(A
propósito del libro Transfiguraciones de Bernardo Ángel)
Por
Raúl Jaime Gaviria
Es
en los peores momentos de fractura social, de crisis humana, en los que la
poesía ha de mostrarse en todo su descarnamiento, en toda su capacidad de
oposición a lo que sea que busque constreñir la libertad del hombre. Es esta
una de las misiones fundamentales del poeta, la de recordar, por medio de su
palabra, que el ser humano es tanto más valioso en tanto se asuma en su
desnudez más radical; entendido como ser autónomo en el mundo y no como pieza
de canje de maquiavélicos juegos de poder.
Siempre
constituirá una gran pérdida para la humanidad el que el poeta se olvide de su
misión primigenia y, sintiéndose héroe, se aleje de “el otro” (que es también
una parte de sí mismo) por ir en pos de épicos paraísos ideológicos, abstractos
sueños de un mundo perfecto. En su novela La vida está en otra parte Milan
Kundera nos ilumina con respecto a esto en el personaje del poeta lírico
Jaromil, que lo sacrifica todo en el altar de la revolución. Para él la palabra
ha perdido su carácter sagrado y atemporal pasando a convertirse en mero
instrumento para el logro de un objetivo político al que le otorga un mayor
valor que a la poesía. Se trata de la cosificación del espíritu, la
subjetivación de la verdad; es el momento en el que poesía y política, palabra
y praxis, poeta y verdugo, siendo opuestos por naturaleza, protocolizan su
macabra alianza arrasando en su delirio con todo aquello que pudiera
obstaculizar el advenimiento de la “nueva” civilización que pretende dejar
atrás al caduco individuo y poner en su lugar a ese “suprahombre”, que ya no es
un ente individual libre, sino una sumatoria de las supuestamente mejores y
mayores virtudes del imaginario colectivo revolucionario.
Afortunadamente
no todos los poetas se dejan seducir por estos cantos de sirena, hay todavía
algunos que resisten desde el gesto vital del lenguaje y aún creen en el vigor
ritual y espiritual que la poesía posee por sí misma y que, como los antiguos
patriarcas de la antigüedad, aligera sus pasos con el bordón de la palabra.
Este es el caso del poeta y hombre de teatro antioqueño Bernardo Ángel
Saldarriaga quien lleva a cuestas varias décadas de ejercicio artístico,
siempre desde la margen, y que nos ha demostrado que aún es posible ejercer el
arte desde la plena libertad. El grupo de teatro dirigido por Bernardo, La
Barca de Los Locos, lleva muchos años representando sus obras en el emblemático
Parque de Bolívar de Medellín, y aunque Bernardo es un actor de escuela
(trabajó en el TPB al final de los setenta), decidió batirse en el escenario natural
de las calles y confrontarse directamente con el público, a la intemperie, sin
ningún muro protector, sin ninguna limitación. Se trata de la palabra despojada
de todo barniz retórico que interpela, de manera crítica, a la conciencia
humana y que añora un despertar; la palabra que, desligada del sentido
discursivo, se hace cuerpo que sufre, que grita, que se interroga.
Recientemente
Bernardo Ángel publicó un libro al que tituló Transfiguraciones en el que
presenta algunos de sus manifiestos poéticos, de los muchos que ha escrito
durante los últimos treintaicinco años. En este libro se condensa de alguna
manera su cosmogonía poética.
Un
arte que no tiene resonancia en el cuerpo...
no
implica al hombre en el tiempo
Un
arte que no está mordido por la muerte y el dolor,
por
la necesidad, por la precariedad
es
trivial y amorfo...
En
Transfiguraciones surge la pregunta por el hombre y el arte, por la actitud que
debe asumir el artista frente a un mundo que se ha convertido en el primer
auspiciador de lo maquinal y de lo productivo en contra del libre florecimiento
del alma humana. En su poesía, Bernardo Ángel denuncia lo académico, lo
religioso, lo institucionalizado, en la medida en que, paradójicamente, se
convierten en agentes castrantes de aquellos valores que sus propios discursos
pretenden promulgar. Es una poesía que nos invita al cese de la danza
enmascarada, a que comencemos a relacionarnos desde la cicatriz que referencia
la herida que somos, a que nos comprendamos a nosotros mismos y al “otro”, ya no a partir de la apariencia
cosificada sino a partir del ser en movimiento.
Un
poeta, es alguien que se dice cosas para adentro
y
un día le estallan los silencios,
se
le viene encima la conciencia y queda de cemento.
Un
poema, es un deseo que no se culmina con la vida,
ni
se entiende con la muerte.
Colombia
urge de una nueva poética que se deslinde de una vez y por todas del ámbito
meramente literario, los “poetas”, en este país asolado por la violencia, la
corrupción institucional y la miseria humana no pueden seguir siendo, como
hasta hoy, los versificadores académicos criados en las Facultades de
Literatura y de Filología. El poeta de hoy no puede seguir rindiéndole culto a
irreales reales academias mientras por la puerta de su casa se empieza a colar
la sangre, mientras en el alma humana siga latiendo con furor la pregunta
incontestada por el hombre. Es evidente que la literatura no podrá redimirnos y
aunque quizás tampoco pueda lograrlo la poesía (en tanto deslindada esta de la
literatura) al menos, y de una manera
mucho más certera, la poesía sí podrá mostrarnos atisbos ciertos de nuestra
propia humanidad, de aquella llaga que grabada en nuestra piel solo deja de
supurar mediante el bálsamo litúrgico de la palabra.