miércoles, 9 de abril de 2014

CRUZANDO EL AQUERONTE EN LA BARCA DE LOS LOCOS

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 132, abril de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com



CRUZANDO EL AQUERONTE EN LA BARCA DE LOS LOCOS
(A propósito del libro Transfiguraciones de Bernardo Ángel)

Por Raúl Jaime Gaviria


Es en los peores momentos de fractura social, de crisis humana, en los que la poesía ha de mostrarse en todo su descarnamiento, en toda su capacidad de oposición a lo que sea que busque constreñir la libertad del hombre. Es esta una de las misiones fundamentales del poeta, la de recordar, por medio de su palabra, que el ser humano es tanto más valioso en tanto se asuma en su desnudez más radical; entendido como ser autónomo en el mundo y no como pieza de canje de maquiavélicos juegos de poder.

Siempre constituirá una gran pérdida para la humanidad el que el poeta se olvide de su misión primigenia y, sintiéndose héroe, se aleje de “el otro” (que es también una parte de sí mismo) por ir en pos de épicos paraísos ideológicos, abstractos sueños de un mundo perfecto. En su novela La vida está en otra parte Milan Kundera nos ilumina con respecto a esto en el personaje del poeta lírico Jaromil, que lo sacrifica todo en el altar de la revolución. Para él la palabra ha perdido su carácter sagrado y atemporal pasando a convertirse en mero instrumento para el logro de un objetivo político al que le otorga un mayor valor que a la poesía. Se trata de la cosificación del espíritu, la subjetivación de la verdad; es el momento en el que poesía y política, palabra y praxis, poeta y verdugo, siendo opuestos por naturaleza, protocolizan su macabra alianza arrasando en su delirio con todo aquello que pudiera obstaculizar el advenimiento de la “nueva” civilización que pretende dejar atrás al caduco individuo y poner en su lugar a ese “suprahombre”, que ya no es un ente individual libre, sino una sumatoria de las supuestamente mejores y mayores virtudes del imaginario colectivo revolucionario.

Afortunadamente no todos los poetas se dejan seducir por estos cantos de sirena, hay todavía algunos que resisten desde el gesto vital del lenguaje y aún creen en el vigor ritual y espiritual que la poesía posee por sí misma y que, como los antiguos patriarcas de la antigüedad, aligera sus pasos con el bordón de la palabra. Este es el caso del poeta y hombre de teatro antioqueño Bernardo Ángel Saldarriaga quien lleva a cuestas varias décadas de ejercicio artístico, siempre desde la margen, y que nos ha demostrado que aún es posible ejercer el arte desde la plena libertad. El grupo de teatro dirigido por Bernardo, La Barca de Los Locos, lleva muchos años representando sus obras en el emblemático Parque de Bolívar de Medellín, y aunque Bernardo es un actor de escuela (trabajó en el TPB al final de los setenta), decidió batirse en el escenario natural de las calles y confrontarse directamente con el público, a la intemperie, sin ningún muro protector, sin ninguna limitación. Se trata de la palabra despojada de todo barniz retórico que interpela, de manera crítica, a la conciencia humana y que añora un despertar; la palabra que, desligada del sentido discursivo, se hace cuerpo que sufre, que grita, que se interroga.

Recientemente Bernardo Ángel publicó un libro al que tituló Transfiguraciones en el que presenta algunos de sus manifiestos poéticos, de los muchos que ha escrito durante los últimos treintaicinco años. En este libro se condensa de alguna manera su cosmogonía poética.

Un arte que no tiene resonancia en el cuerpo...
no implica al hombre en el tiempo
Un arte que no está mordido por la muerte y el dolor,
por la necesidad, por la precariedad
es trivial y amorfo...

En Transfiguraciones surge la pregunta por el hombre y el arte, por la actitud que debe asumir el artista frente a un mundo que se ha convertido en el primer auspiciador de lo maquinal y de lo productivo en contra del libre florecimiento del alma humana. En su poesía, Bernardo Ángel denuncia lo académico, lo religioso, lo institucionalizado, en la medida en que, paradójicamente, se convierten en agentes castrantes de aquellos valores que sus propios discursos pretenden promulgar. Es una poesía que nos invita al cese de la danza enmascarada, a que comencemos a relacionarnos desde la cicatriz que referencia la herida que somos, a que nos comprendamos a nosotros mismos y  al “otro”, ya no a partir de la apariencia cosificada sino a partir del ser en movimiento.

Un poeta, es alguien que se dice cosas para adentro
y un día le estallan los silencios,
se le viene encima la conciencia y queda de cemento.
Un poema, es un deseo que no se culmina con la vida,
ni se entiende con la muerte.

Colombia urge de una nueva poética que se deslinde de una vez y por todas del ámbito meramente literario, los “poetas”, en este país asolado por la violencia, la corrupción institucional y la miseria humana no pueden seguir siendo, como hasta hoy, los versificadores académicos criados en las Facultades de Literatura y de Filología. El poeta de hoy no puede seguir rindiéndole culto a irreales reales academias mientras por la puerta de su casa se empieza a colar la sangre, mientras en el alma humana siga latiendo con furor la pregunta incontestada por el hombre. Es evidente que la literatura no podrá redimirnos y aunque quizás tampoco pueda lograrlo la poesía (en tanto deslindada esta de la literatura) al menos, y  de una manera mucho más certera, la poesía sí podrá mostrarnos atisbos ciertos de nuestra propia humanidad, de aquella llaga que grabada en nuestra piel solo deja de supurar mediante el bálsamo litúrgico de la palabra.