martes, 28 de mayo de 2013

Poemas de Bei Dao (traducciones de Raúl J. Gaviria)

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 80, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com




POEMAS DE BEI DAO
Traducciones de Raúl Jaime Gaviria

Este día

el viento sabe lo que el amor es
el verano del día destella majestuosos colores
un solitario pescador examina
la herida del mundo
una campana oscila violenta y se inflama
gente corretea en la tarde
asumiendo las consecuencias del tiempo

alguien se inclina hacia el piano
alguien carga la escalera del pasado
el adormecimiento se pospone unos minutos
sólo unos minutos
el sol indaga la sombra
y bebiendo agua de un espejo lustroso
veo al enemigo

en medio de un viejo buque petrolero
la canción del tenor enfurece al mar
a las tres de la madrugada abro una lata
y pongo al fuego algunos peces


Sin título

las personas se apresuran, llegan,
retornan a otra vida, se desvanecen en sueños de pájaros
el sol vuela hacia campos de trigo
luego regresa persiguiendo a los mendigos

quien ha rivalizado ante la altura del cielo
aquel cantante que murió joven
planea sobre el mapa del clima
vuela hacia tormentas de nieve portando una lámpara

compré un diario
tomé el cambio del día
y al entrar en la noche
me deslicé hacia una nueva identidad

peces de alabanza
se mueven a través de las lágrimas de todos
escuchen, ustedes, amigos venciendo la corriente, tan vigorosos
y enérgicos, cuán lejos está el mañana

 

Sin título

Una trompeta labra la tierra
como un agudo arado: ¿por cuánto tiempo más
hasta que la luz del sol irrumpa en la tierra?

¿por cuánto tiempo más hasta que aquellos que escuchan con veneración
se volteen y nos vean?
¿por cuánto tiempo más hasta que nosotros
a través de esfuerzo y ejercicio
alcancemos la gloria?

hasta que el grano llegue al granero
este pensamiento a nadie pertenece
una caída en el nivel del agua entre
este instante y la otra vida;
inmensas olas rompen contra la orilla
próximos a la puerta de la juventud
escuchamos las salvajes palpitaciones

en un espacio aún más vasto
sueño apilado con pajas de arroz

 

Paisaje sobre cero

es halcón enseñando a nadar a la canción
es canción rastreando el primer viento

intercambiamos fragmentos de gozo
que atraviesan la familia desde diversas direcciones

es un Padre que reafirma la oscuridad
es la oscuridad que lleva hacia la luz de los antiguos

una puerta de gimiente oscilación se cierra
ecos persiguen su llanto

es una pluma que florece en vana esperanza
un brote resistiendo la ruta inevitable

un fulgor de amor que despierta para
encender un paisaje sobre cero





Participó brevemente en la Revolución Cultural y en 1969 trabajó como obrero de la construcción. Un año más tarde comenzó a escribir poesía. En 1978 y durante un breve periodo publicó su revista Jintian en el Muro de la Democracia. Representante de la poesía oscura o elusiva, fue uno de los 33 intelectuales chinos que firmaron en abril de 1989 una petición exigiendo de esas autoridades el respeto de los Derechos del Hombre y la democracia, dos meses antes de los sucesos organizados por los estudiantes en la plaza de Tiananmen. A consecuencia de ello, Bei Dao tuvo que exiliarse. Es uno de los miembros fundadores del Parlamento Internacional de los Escritores, ha vivido en Suecia e Inglaterra y actualmente reside en Estados Unidos.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Acerca de “Mi extraño viaje al mundo de Shambala” de Mario Mendoza

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 79, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com



Acerca de “Mi extraño viaje al mundo de Shambala” de Mario Mendoza
Hernán Botero Restrepo

Recientemente ha aparecido en el mercado del libro colombiano la última obra de Mario Mendoza titulada Mi extraño viaje al mundo de Shambala. A mi juicio esta aparición es algo que debe celebrarse sin restricciones valorativas. Se trata de una breve novela, dirigida en primerísimo lugar a los lectores que cuentan aproximadamente con la edad de Felipe, el protagonista de la obra quien tiene diez años, aunque el encanto de la narración la hace apta para los lectores de todas las edades.
       Muchas cosas son dignas de destacar en esta narración, que viene a enriquecer de modo palmario la literatura para adolescentes, pre-adolescentes y post-adolescentes, que se ha escrito en Colombia, desde los Cuentos a Sonny  de Santiago Pérez Triana (siglo xix) hasta la fecha. Lo más importante se finca en su hechizante trama y en la forma admirable como es tratada por el autor: un viaje al mundo subterráneo, que la hace digna de equiparar con  Viaje al centro de la tierra de Verne, novela mencionada en una página de la ficción de Mendoza, y con El mundo perdido de Arthur Conan Doyle. En segundo lugar, y no quiero que esto de segundo lugar se tome con rigor taxativo,porque la unidad de la obra de Mendoza es monolítica, yo señalaría la creación del protagonista niño tan inolvidable como el Dick Sand de Verne en Un capitán de quince años. En cuanto al mensaje de Mi extraño viaje… destacaría su carácter iniciático en la realidad social, nacional y mundial en el que predomina una visión crítica que el lector infantil puede asimilar sin obstáculos de ninguna especie. Con la esperanza de que esto no constituya un adelanto de lo que la novela relata, quiero señalar el que para lograr la verosimilitud literaria de ella, el niño Felipe, desbordado por las exigencias que demanda la narración novelesca de los maravillosos recuerdos de su odisea subterránea, demande la ayuda de un escritor: Mario Mendoza, que en el plano de la ficción funge el papel de coautor del extraño viaje de Felipe. Sería injusto pasar por alto en estas líneas, al perro de Felipe, un pastor alemán y su amigo siempre fiel, algo más, a mi modo de ver, que una simple mascota. La novela del niño es (a su modo perruno) también la de su perro Elvis, que silenciosamente (pues los sonidos no se escuchan en los libros sino que se los imagina) ladra y gruñe cuando las situaciones lo ameritan.
          La novela está ambientada en Villa de Leyva y el Desierto de la Candelaria con sus inquietantes cuevas  (tan atractivas para los espeleólogos). Hay que recordar que la primera novela colombiana es El desierto prodigioso y prodigio del desierto de Pedro Eloy de Valenzuela (siglo xvii) ambientada en los mismos lugares.
          El texto está ilustrado profusamente con dibujos de Erika Buitrago, unos en un estilo que se ciñe de forma realista (con algunos rasgos caricaturescos) al texto narrativo y otros que tienden más a un expresionismo en el que los destinatarios prioritarios de la obra, es decir los niños, no encontrarán ni abstruso ni antiestético .  

sábado, 18 de mayo de 2013

El olimpo de mi barrio ¿realidad o ficción?

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 78, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
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Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
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EL OLIMPO DE MI BARRIO ¿REALIDAD O FICCIÓN?

Rubén López Rodrigué



Decía Rilke en Cartas a un joven poeta que «Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente». Traigo a colación esta cita para hablar del reciente libro de un escritor que, ajeno al divismo, no se inscribe en ese reproche del poeta. El Olimpo de mi barrio, de Fabio Zuluaga Ángel, comienza con el ascenso del narrador protagonista por la loma de su antiguo barrio y termina con el descenso de un hombre a la tumba; ascenso y descenso que metaforizan una ley de la vida: todo lo que nace muere.

Dice el narrador: «Vuelvo al barrio después de treinta años para asistir a las exequias de don Arturo el polvorero, uno de esos personajes casi míticos que habitaron este pequeño espacio perdido en el universo, que con el tiempo ha llegado a ser el único barrio de mi entraña. Lo abandoné a la edad de veinte años y me fui con mi familia a vivir a otro sector de la ciudad». Así comienza la obra cuando el autor-narrador llega al barrio caminando por la empinada carrera Mon y Velarde y a su paso por calles y esquinas la percepción de personas y cosas hace aflorar los recuerdos y lo que eran islitas en su mente se concatenan para armar un entramado literario.

De modo que el escritor extrae su tema de los recuerdos infantiles y juveniles. Después de Oro, evangelio y reino, una afortunada selección de crónicas de Indias, y de la desafortunada novela El árbol de abuelitas, Zuluaga Ángel se nos viene con un libro sobre personas comunes y corrientes, personajes insignificantes de barrio que al ser contrastados y asimilados con héroes griegos del Olimpo adquieren una grandeza insospechada. Es la magia de la literatura, palabras mágicas que como sucede en los cuentos folclóricos hacen volar alfombras. No en vano en su Historia natural Plinio decía que lo maravilloso tiene tanto atractivo como la verdad.

Se me antoja resaltar la agudeza del escritor como observador de la vida cotidiana, como rastreador perspicaz de las costumbres urbanas. El Olimpo de mi barrio, a pesar de ser atravesado por el hilo negro del velorio de don Arturo el polvorero, se compone de meritorios cuentos donde prima el estudio de caracteres sobre las costumbres de sus personajes. De esa observación cercana de la gente nace el humor —ese que va en favor de la salud y el bienestar del ser humano— y que en apuntes como el que viene sirve de paliativo a las tragedias: Don Víctor «Ya borracho, se iba a llevar a su viejo amigo el Mono Cárdenas, el comisionista del barrio, hasta su casa. Apoyada la mano de cada uno sobre el hombro del otro, bajaban tambaleándose por la empinada calle, pero cuando llegaban a la casa del amigo, este se devolvía a llevar a su amigo Víctor hasta la suya. Así se pasaban un rato, yendo y viniendo de una casa a otra, hasta que alguna de las esposas intervenía, enérgica, y daba por terminado el sainete».

Quisiera detenerme un tanto en el asunto de la observación, ya que es un elemento caro al autor. El escritor debe ser un buen observador, alguien que sabe escuchar y puede avisar del peligro; no es un profeta como en ocasiones se afirma de Kafka, por el contrario, el escritor checo era un observador profundo y sus narraciones siempre lindaban con la locura. Se puede presuponer que Zuluaga Ángel volvió al barrio de su infancia, observó cosas que antes había tenido ante los ojos muchos años atrás y registró cada detalle mínimo para imprimirlo en su memoria. Y es que un escritor debe ser un observador de lo que le rodea, incluso si lo que escribe es fantástico o ciencia ficción, pues aunque estemos en Alaska o en la Patagonia seguimos escribiendo sobre los que les pasa a hombres y mujeres, elfos o alienígenas. Pero además de la agudeza en la observación, entreveo una agradable sutileza para narrar que produce un sentimiento parecido al de la lírica. En sus cuentos corre una sutileza poética adherida al tono musical, hecho que ya le había señalado el escritor Mario Escobar Velásquez, a cuyo taller perteneció por varios años.

La brevedad de los cuentos que conforman el libro es como una quintaesencia de avinado del barrio de una infancia conmovida por hechos notorios. Es importante hablar del cuento por encima de las particularidades barriales o provincianas, puesto que apunta casi siempre a lo universal, incluso más que la novela. El cuento se rige por estructuras muy sui generis, dado que su integración es vertical, mientras que la estructura de la novela, siguiendo con el símil geométrico, es horizontal y esto último no aplica al libro en cuestión. Al decir que el cuento es vertical y la novela horizontal, evoco a Borges cuando dice que el cuento es síntesis, mientras que la novela se puede alargar hasta el infinito.

Ya se trate de las señoritas solteronas, del comisionista, del polvorero, del joyero, de la modista virgen, del electricista, no obstante la ficción al aplicarles los mitos griegos de Helios y Prometeo, Hermes y Tiresias, Hera y Heracles, Jasón y los Argonautas, Penélope y Ulises…, en las historias cotidianas de barrio, donde ellos son protagonistas, la verosimilitud de marcado carácter autobiográfico se inscribe dentro de un realismo que, por instantes, no excluye el vuelo lírico. No se trata aquí de un realismo ingenuo (como registrar lo que dice una verdulera, luego desgrabarlo y publicarlo tal cual), sino que el agobio de la realidad nacional se manifiesta con dramatismo, así sea mediante el lugar común y la obviedad.

Por otro lado, si un libro es como un organismo vivo en el que todas sus partes interactúan entre si, ignoro qué función cumple el cuento «La misa», único que no se relaciona con los mitos del Olimpo, y donde la religiosidad del autor, a lo mejor enterrada, al parecer interfiere como un lunar negro sobre la belleza y coherencia del texto.

El libro comienza y termina con el funeral de don Arturo el polvorero, dándole así un carácter de circularidad como la serpiente o dragón Ouroboros que se devora la cola, que empieza al fin de su cola y simboliza el ciclo del devenir en su doble ritmo: el desarrollo del Uno en el Todo y el retorno del Todo al Uno. Comienza con el ascenso y concluye con el descenso, pues no todo se compone de poesía, vino, rosas y luciérnagas. Esa es la trágica metáfora de la vida: todo lo que nace muere.

martes, 14 de mayo de 2013

Acerca de Raymond Carver

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 77, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
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Acerca de Raymond Carver

Raúl Jaime Gaviria

Leyendo los cuentos de Raymond Carver uno no entiende el por qué cierta crítica ha insistido en elevar a este escritor a los altares de la literatura estadounidense. Su temática es recurrente y en determinado momento se hace pesada; Carver es reiterativo en mostrarnos prototipos del fracaso humano que se debaten en medio de la maquinaria inmisericorde de la sociedad de consumo norteamericana, y en principio nada hay de malo en ello. En lo que falla es en lograr que esos personajes sean del todo creíbles literariamente hablando. No sé por qué al leer a Carver pienso en los personajes clichés de la industria del cine de Hollywood, como el de mexicano al que siempre se lo representa con sombrero, un abundante mostacho y haciendo tiros a diestra y siniestra. Los personajes de Carver, que por lo general son gente del pueblo raso: obreros, profesores y amas de casa, entre otros, no hacen cosa distinta de lo que se supone que deben hacer. Son innumerables las escenas en sus diferentes cuentos en que los personajes masculinos se la pasan horas viendo la televisión, ahogando el tedio en un mar de cerveza, siendo infieles a sus esposas y cosas por el estilo; entretanto, los personajes femeninos sufren los maltratos y abandonos de sus esposos o en el caso de las solteras buscan cazar marido mientras se aburren ferozmente. Se dirá que esa es la realidad y que lo único que hace Carver es plasmarla tal cual es, y ahí precisamente radica el problema. La función primordial de la literatura no puede ser meramente sociológica. La literatura, cuando es verdaderamente buena, ha de mostrar un aspecto inédito de la realidad incluso al tratar el tema más pedestre o el personaje más simple. Precisamente en la presentación de los aspectos no convencionales de la realidad cotidiana (y aquí no me refiero a la simple ingeniosidad racional ni al efectismo literario del tipo realista-mágico) es que encuentran fundamento las obras maestras de la literatura universal. Y aunque para aquellos lectores que pretendan verse reflejados en el devenir de unos personajes que dejan que la vida los supere sin hacer nada al respecto la lectura de Carver pueda servirles de terapia de auto-conmiseración, pienso que no es suficiente como  para que la crítica lo haya ensalzado de tal manera. En conclusión hay que decir que leer a Carver es una experiencia un poco frustrante para el lector activo y alerta que exige de la literatura algo más que una copia al carbón de la vida. Esta es ya lo suficientemente decepcionante en muchos casos como para repetirla en los libros.

martes, 7 de mayo de 2013

El Dostoievski de J.M Coetzee (segunda parte)

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
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Edición No. 76, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

El Dostoievski de J.M Coetzee (segunda parte)
Hernán Botero Restrepo

El Maestro de Petersburgo, que debió titularse: El Maestro de San Petersburgo, no solo falsifica la vida de Dostoievski, y esto se debe ya no a un capricho, sino al desconocimiento de la historia de Rusia por parte de Coetzee.
     ¿Por qué? La respuesta es muy sencilla: porque el anarco-nihilismo europeo es producto de la tierra eslava, un fruto más de hechoque doctrinal de la tierra rusa. Basta para aceptar esta aseveración con recordar las rebeliones anti-zaristas de Stepán Razin (siglo xvii) y de Pugachev (siglo xviii) presentes temáticamente la primera en las obras de Pushkin: La hija del capitán y La historia de la rebelión de Pugachev, y la segunda, ya en la época de Stalin, en La cantata de Sergei Prokofiev: Stepán Razin. Hay que tener en cuenta que uno y otro conductor de las rebeliones mencionadas son anteriores a Hegel, tanto como al anarco-individualista Max Stirner.
 Nietzche el nihilismo y el nihilismo ruso
 Nietzche celebra el nihilismo filosóficamente, y simpatiza con el nihilismo napoleonista de Crimen y castigo y el de Demonios que tanto aterraba a Dostoievski, quien estuvo a punto de ser fusilado por haber pertenecido al círculo anti-zarista de Petrashevsky (una especie de reincidencia del movimiento decembrista) también anti-zarista, en el que militaron ante todo intelectuales, poetas y jóvenes de la nobleza.
     Las ideas marxistas surgen en Rusia con Plejanov, contemporáneo de Lenin, al que este acabó desautorizando. No sobra recordar que Lenin detestaba a Dostoievski, que después de su confinamiento en Siberia dio un giro de ciento ochenta grados y acabó convertido en un miembro fervoroso de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
     El último tema que quiero tocar aquí, así sea de paso, es el del pan-eslavismo: ni Dostoievski ni Tolstoi fueron pan-eslavistas al estilo de Vladimir Soloviev, y ya que se acaba de mencionar a Tolstoi quiero señalar que Lenin lo llamó: “el espejo de la revolución rusa” a pesar de que este epíteto le conviene más por sus Demonios a Dostoievski.
    Turgeniev, el novelista que creó al nihilista Basarov, (que no es, según el espíritu de la novela en que aparece, un ejemplo a seguir) admira el carácter dinámico y emprendedor de los alemanes en su obra Humo, contrastándolo con la pasividad del hombre ruso. A eso se reduce el germanismo del autor de Padres e hijos. Más que sabido es el hecho de que Dostoievski y Turgeniev coincidieron en Baden-Baden, en donde ambos jugaron a la ruleta en el famoso casino de esa ciudad de Alemania, y que habiendo perdido y quedado endeudado por el juego, Dostoievski se vio obligado a pedirle un préstamo monetario a Turgeniev para saldar la deuda contraída a lo cual este accedió generosamente. Las malas lenguas han dicho y repetido muchas veces que Dostoievski jamás perdonó este acto de generosidad de parte de Turgeniev. Lo que soy yo, me atrevo a pensar que la deuda de Dostoievski con su colega no fue saldada nunca.

sábado, 4 de mayo de 2013

García Márquez y el diccionario de la Real Academia

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
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Edición No. 75, mayo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
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GARCÍA MÁRQUEZ Y EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA
Rubén López Rodrigué

Cuando Nicolás Ricardo Márquez, el abuelo de Gabriel García Márquez, no sabía contestar una pregunta del niño, le decía: «Vamos a ver qué dice el diccionario». Así fue como el futuro escritor aprendió a mirar con respeto aquel libro polvoriento, que contenía la respuesta a tantos enigmas, y se aficionó por las enciclopedias. Fue a los cinco años su primer contacto con la letra escrita, con el que había de ser el libro fundamental en su destino de escritor. Una tarde el abuelo lo llevó a conocer los animales de un circo que estaba de paso en Aracataca, su pueblo natal. Bajo la carpa grande como una iglesia, lo que más le atrajo fue «un rumiante maltrecho y desolado con una expresión de madre espantosa.
—Es un camello —me dijo el abuelo.
Alguien que estaba cerca le salió al paso:
—Perdón, coronel, es un dromedario. [...].
Sin pensarlo siquiera, lo superó con una pregunta digna:
—¿Cuál es la diferencia?
—No la sé —le dijo el otro—, pero éste es un dromedario. [...].
Aquella tarde del circo volvió abatido a la oficina y consultó el diccionario con una atención infantil. Entonces supo él y supe yo para siempre la diferencia entre un dromedario y un camello. Al final me puso el glorioso tumbaburros en el regazo y me dijo:
—Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca.
Era un mamotreto ilustrado con un atlante colosal en el lomo, y en cuyos hombros se asentaba la bóveda del universo. Yo no sabía leer ni escribir, pero podía imaginarme cuanta razón tenía el coronel si eran casi dos mil páginas grandes, abigarradas y con dibujos preciosos. En la iglesia me había asombrado el tamaño del misal, pero el diccionario era más grueso. Fue como asomarme al mundo entero por primera vez.
—¿Cuántas palabras tendrá? —pregunté.
—Todas —dijo el abuelo».[1]
Mientras la abuela, que siempre vestía de luto, poblaba su mente con historias fantasiosas de los espíritus de la casa y despertaba su imaginación, no había pregunta o inquietud que el abuelo no le contestara al niño, atendiendo gozoso sus inagotables exigencias.
Cuando el abuelo ~quien fue soldado en las guerras civiles colombianas~ le regaló el diccionario lo leyó como una novela, en orden alfabético y sin entenderlo. Se le despertó tal curiosidad por las palabras que aprendió a leer más pronto de lo esperado. Un gran maestro de música dijo que un piano debe tenerse en la casa para que los niños jueguen con él, y no es humano imponer el castigo diario de los ejercicios. Esto fue lo que le sucedió al creador de Cien años de soledad con el diccionario de la lengua castellana: siempre lo vio como un juguete para toda la vida. No como un libro de estudio.
Decía que este diccionario fue, es el libro básico de García Márquez en su oficio de escritor. Las palabras son las herramientas del escritor, el artista de la pluma escribe a la luz de las palabras. Se requiere de un buen diccionario de la lengua, además de un diccionario etimológico y otro de sinónimos y antónimos para conocer y manejar los utensilios de trabajo.
Ser escritor supone que el tejido de lenguaje no se parezca mucho al hilvanado por los demás, implica tener un estilo más o menos innovador forjado en la fragua del trabajo. Una norma básica del estilo es la palabra exacta, pues al escritor que no defiende con fiereza la precisión de cada una de ellas se le considera un impostor. Es obvio que un mayor dominio del vocabulario no lo hará mejor en su arte. No se escribe sólo con vocablos.
En sentido estricto la palabra no tiene significado sino que está en potencia de significación. No dice nada. En la frase posee un determinado sentido según el contexto en que se encuentra, puede recibir las acepciones que el diccionario le asigna, pero también otras que no le atribuye, es decir, a ese esqueleto se le pone el tejido muscular y nervioso de las nuevas significaciones. Los vocablos sólo son palabras cuando son dichas por alguien, dice Ortega y Gasset, así como un libro sólo existe si tiene un lector. Un problema es que siendo rigurosos no existen los sinónimos, un término no es igual a otro; pliego, memorial, documento y carta, que aparecen como sinónimos, tienen un significado distinto.
El diccionario es un cementerio donde yacen las palabras muertas. Y en tanto ellas implican siempre una metáfora, una trasposición de sentido, el escritor es un mago que puede convertir la momia de la palabra en un ser rebosante de vida. En el Museo del Cairo al cuerpo del faraón Ramsés II lo destruían los rayos ultravioleta y una floración parasitaria. Fue llevado al Museo del Hombre en París donde los especialistas examinaron la momia, la rejuvenecieron con las técnicas más sofisticadas de la energía atómica, la fotografiaron en alto relieve para que después se hicieran copias parecidas, la envolvieron en sus bandas de lino oriundas del antiguo Egipto, la aromatizaron con sándalos de los oasis del Sahara, la volvieron a vestir con sus indumentarias faraónicas, la atesoraron en una cabina de plástico indestructible y antiséptico con el fin de preservarla de la contaminación y la depositaron en un sarcófago para devolverla a su lugar de origen. De manera similar procede el escritor que resucita los vocablos inertes del museo de los diccionarios y los trasforma en seres donde hierve la vida plena de sentido.
García Márquez mantuvo la curiosidad por los vocablos hasta la adultez, cuando pelea a trompadas con las palabras y por lo general son ellas las que salen ganando. Esta guerra cotidiana no respeta límites: «Un pobre hombre solitario sentado seis horas diarias frente a una máquina de escribir con el compromiso de contar una historia que sea a la vez convincente y bella agarra sus palabras de donde puede. La guerra es más desigual aún si el idioma en que se escribe es el castellano, cuyas palabras cambian de sentido cada cien leguas, y tienen que pasar cien años en el purgatorio del uso común antes de que la Real Academia les dé permiso para ser enterradas en el mausoleo de su diccionario».[2]
Las palabras las crea la gente en la calle, no los académicos. Los autores de los diccionarios las embalsaman por orden alfabético, luego de capturarlas casi siempre con mucha tardía y en numerosas ocasiones cuando ya no tienen el significado que les asignaron sus inventores. Desde antes de ser editado todo diccionario de la lengua comienza a desactualizarse y por mucho que se esmeran los autores no logran echarle mano a las palabras en su carrera hacia el cajón desteñido del olvido.



[1] Vivir para contarla, Bogotá, Norma, 2002, pp. 111-112.
[2] "La conduerma de las palabras", en: Notas de prensa 1980~1984, Santafé de Bogotá, Norma, 1995, p. 134.