miércoles, 3 de septiembre de 2014

Reflexiones acerca de los grandes valores de la literatura colombiana del siglo XIX

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 153,septiembre de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo




Reflexiones acerca de los grandes valores de la literatura colombiana del siglo XIX
Por Hernán Botero Restrepo
(Primera serie)

I
El José María Vergara y Vergara más logrado literariamente es el autor de las novelas (larga y corta respectivamente): Olivos y aceitunos todos son uno , Jacinta, y la comedia El espíritu del siglo, es censurado por críticos como Álvaro Pineda Botero en un enfoque parcializado, por su espíritu conservador, ignorando los aciertos de las dos obras narrativas tanto como de la pieza dramática.
En esta es posible apreciar aspectos que van a ser fundamentales luego en el teatro del absurdo europeo del siglo XX. Es extraño que ni Pineda Botero ni ningún otro crítico colombiano se haya dado cuenta de que el Valle del Chirichiqui de Olivos y aceitunos preludia el Macondo de García Márquez. En la novela de Vergara y Vergara hay hasta un personaje que espera, de manera infructuosa, que le llegue un ascenso del gobierno, personaje que prefigura claramente al Coronel de García Márquez.
Pasando de Vergara y Vergara a Ricardo Silva (padre de José Asunción) se debe considerar la inclusión de la pieza teatral de aquel: El culto de los recuerdos en la antología de teatro colombiano del siglo XIX de González Cajiao, obra teatral que no tiene nada que ver con los cuadritos de costumbres de Don Ricardo, ya que se trata de una pieza de un romanticismo entrañable e intimista.
II
José David Guarín, uno de los precursores del cuento moderno en el país, con sus cuentos: Mi primer caballo y Entre usted que se moja es actualmente bastante desconocido por lectores y críticos. La excepción de este desconocimiento la constituye Fernando Ayala Poveda quien en su Manual de literatura colombiana da cuenta de la gracia y del gran talento constructivo de esos relatos.
III
Manual María Madiedo, autor de una narración: El contabandista (fragmento de una novela corta perdida) anticipa algunos de los rasgos fundamentales de la escritura de Hemingway. Además Madiedo dejó una extensa novela: Nuestro siglo XIX, heteróclita e insólita para la época y rica en aciertos de diversa índole.
IV
A Candelario Obeso se le admira desde hace tiempos por sus Cantos populares de mi tierra, pero son contados los que aún en la Costa Atlántica colombiana se refieren al hecho de que también Obeso escribió una novela y algo de teatro.
V
Otro escritor de la misma latitud: Abraham López Penha, de fines del siglo XIX y principios del XX, fusionó costumbrismo, romanticismo y parnasianismo con innegable acierto,  en el que sobresale un humor fresco y vital tal como se puede apreciar en la novela: Camila Sánchez.  Valga la pena acotar que este autor no ha sido considerado ni siquiera por parte de los críticos más especializados y entusiastas de la literatura del caribe colombiano.
VI
Nadie sabe por qué en Barranquilla existe un teatro con el nombre de la poeta costeña Amira de La Rosa.
VII
Emila Ayarza, otra poeta de la Costa Atlántica, que fue leída con beneplácito por muy exigentes lectores, se ha desvanecido de la memoria de los colombianos lectores de buena poesía como de la de los críticos de esta.
VIII
Además de su obra maestra: El Moro, de la que es un entusiasta lector Fernando Vallejo, otras dos novelas excelentes de José Manuel Marroquín: Entre primos y Blas Gil no han servido más que para los sesgados juicios críticos de Álvaro Pineda Botero.
Conocida es también la admiración que el poema humorístico: La perrilla de Marroquín causó en García Márquez y es una lástima que el autor de Cien años de soledad pareciera no haber leído las dos últimas novelas mencionadas.


IX
Volviendo a Marroquín, con el que se ha ensañado la crítica sociologizante, se ignora el encanto de sus memorias: Recuerdos de Yerbabuena, de un cuento tan divertido como ágil en su dinámica narrativo-estructural como lo es: La fortuna de los Villafuentes y de un regocijante texto en forma de diálogo (cuyo título no recuerdo) que inaugura la literatura de ciencia ficción de calidad en Colombia y nada tiene que envidiarle, a pesar de su brevedad, a Julio Verne autor que fascinaba a Marroquín.

X
Tránsito, la novela de Luis Segundo Silvestre, obra de mérito por su autenticidad sicológica y por su magnífica escritura, ha sido criticada entre otros por Álvaro Pineda Botero, por la ausencia de matices temáticos que a todas luces se encuentran presenten en dicha obra.¿ Puede haber una manera más torpe de ejercer la crítica?
XI
La riqueza socio-política y el lenguaje narrativo, tan enjundioso como sencillo, (lo que lo convierte en precursor natural de Carrasquilla) que posee la novela: El rejo de enlazar de Eugenio Díaz y  el hecho de ser esta la primera novela cuyo tema capital es el de las guerras civiles decimonónicas en Colombia, ha pasado totalmente desapercibido para la crítica literaria colombiana.
Concluyamos esta primera serie recordando que Carrasquilla, (que se consideraba a sí mismo como el primer autor que había novelado en auténtica prosa en Colombia) se refirió a La Manuela de Eugenio Díaz como una obra incuestionablemente hermosa aunque confesó no haber leído más que la primera parte. Cabe preguntarse pues si Carrasquilla llegó a leer completa La Manuela, aunque lo que sí es seguro es que el resto de la obra de Díaz fue totalmente ajeno a él,quien aparte de su referencia a La Manuela no volvió a hacer mención alguna del autor bogotano.
Muchos años después de la época de Carrasquilla, Colcultura publicó una edición de las obras de Eugenio Díaz en la que no se incluye La Manuela por el hecho de ser demasiado conocida. El prólogo de esta edición da cuenta de los valores críticos que hacían falta para situar al novelista sabanero en el honorífico lugar que ocupa en la narrativa de Colombia. No en balde está escrito por la novelista Elisa Mújica, que no olvidó los aciertos de Díaz en: El rejo de enlazar ni las maravillosas creaciones cuentísticas del autor prologado como los son: María Ticince o los pescadores del Funza, que constituye, con un relato de Josefa Acevedo de Gómez, el inicio de la más sólida literatura indigenista de Colombia, Tampoco olvido Mújica esa joya que es: Una ronda de Don Ventura Ahumada, a nuestro juicio, junto con el cuento ya mencionado de Marroquín, la primera muestra excelente del cuento colombiano.