BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 177, febrero de 2015
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
De
cómo conocí a Fernando González o Las dulces naranjas del brujo de Otraparte
Por Hernán Botero
Restrepo
Contaría
yo a la sazón entre quince y dieciséis años cuando mi mejor amigo en el Colegio
de San José, que había leído, tomándolo de la biblioteca de su padre, "Los
negroides" de Fernando González (y que según me dijo había disfrutado mucho) me
propuso que nos escapáramos del colegio para ir a conocer personalmente al
autor. Ni él ni yo habíamos conocido
personalmente a ningún escritor hasta la fecha. La fuga tendría lugar el día en
que teníamos la clase de gimnasia pues luego no teníamos más que la clase de cívica con un profesor senil que jamás corría lista. Dicho y hecho, llegado
el día J.E.P. L. y yo procedimos de acuerdo con nuestro plan.
Después
de una hora de haber viajado en dos buses municipales nos apeamos del que
pasaba por la vía a Envigado, al frente de la pequeña posesión semi-rural del escritor
más polémico de Antioquia desde los tiempos del Indio Uribe . Nuestra llegada al coto del “brujo”
de Envigado fue tan sencillo que bastó con que J.E.P.L. apretara el timbre
adosado a la reja que rodeaba Otraparte para que la puerta de la casa se
abriera y una figura frágil de anciano, la del propietario de todo aquello,
llegara hasta nosotros. No haré mención de detalles mostrencos y retomo el
hilo. El escritor nos preguntó quienes éramos nosotros y que hacíamos en su
casa; J.E. P. L. respondió por los dos que habíamos ido llevados por el deseo de
conocerlo y reconocimos ante él que no
estábamos muy al tanto de su obra literaria aunque lo poco que habíamos leído
nos había fascinado. Por un momento yo guardé prudente silencio, pues me
intimidaba el que yo tuviera “un gato encerrado en mí maletín”.
Iniciamos
los tres una corta caminata alrededor de la casa (a la cual no nos invitó a
entrar). Después de un rato de cháchara que se desarrolló en torno a su obra, abrí
mi maletín y extraje de él una copia a máquina, de unas treinta página de
extensión, de una comedia costumbrista titulada: "Mariantonia en la ciudad" que
yo había escrito recientemente y, con mucha timidez, le pedí a Fernando
González si podría hacerme el favor de leerlo. Él, cortesmente, me recibió el
fajo de papeles y me dijo: ─venga en unos quince días para que la comentemos─
De pronto se hizo tarde para todos y nos despedimos.
Pasó
una quincena, J.E.P.L. y yo, valiéndonos de la evasión de nuevo, regresamos a
los predios del autor de “ El remordimiento”. Todo pasó como en nuestra primera
visita, con la excepción de que el maestro nos habló de la obra que estaba
escribiendo a la sazón: "La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera" que
fue su último libro y también nos habló del poderoso motivo de inspiración que
ejercían en su creación las hermosas ceibas de Envigado.
Pronto
se acordó de algo, de la comedia que yo le había dejado, ─espérenme un momento
muchachos ─nos dijo─ y entró prestamente a la casa para salir casi que de
inmediato con mi mecanuscrito en la mano. Le pregunte, preso de mucha ansiedad:
─ ¿le gustó alguna cosa? ─ Sí, fue su respuesta, y algo más que una cosa. Sin
esperar siquiera a que yo le manifestara mi alegría y agradecimiento, nos dijo
que se le hacía algo tarde pues esperaba la visita de unos familiares. ─Nos
volveremos a ver ─concluyó─, dirigiendo sus pasos a la casa. Pero antes de que
llegara ante su puerta yo, de manera titubeante, saqué de mi maletín la copia
de otra obra teatral mía (cuyo nombre he olvidado) la cual pensaba dedicarle a él y le dije: ─si le gustó" Mariantonia en la
ciudad" esta le va a gustar más, a lo cual Fernando González me respondió
advirtiéndome: ─tal vez lo mejor es que se demore un poco en volver porque la
corrección de mi tragicomedia me está tomando mucho tiempo, ─bueno muchachos,
hasta la próxima─. No más desapareció de nuestra vista me di cuenta de que en
el reverso de la portada de "Mariantonia en la ciudad" Fernando González había escrito
en tinta roja que había recibido la visita de dos jóvenes, que de seguro no
habían terminado ni el bachillerato y que uno de ellos le había solicitado que
se la leyera. ─Convine en ello y puse un taburete en una de las esquinas del
corredor; el caso es que sin darme cuenta acabé leyendo la obra de corrido sin apenas
darme cuenta. "Mariantonia en la ciudad" me gustó tanto como cuando vi esa
película en que Cantinflas hace de Napoleón─. Obviamente, al leer esto, me
invadió una emoción inefable.
La
tercera visita la hice solo, pues J.E.P.L. se encontraba enfermo y no podía
acompañarme. El escritor me recibió como a alguien que no hubiera visto nunca.
Al ver que esto sucedía le pregunté por mi comedia y él, un poco sorprendido,
me replicó: ─ ¡de qué comedia me habla! que yo sepa usted no me dejó nada para
leer─.
Hacía
un sol de justicia, los naranjos que poblaban profusamente el predio relucían
de hermosas naranjas, tanto así que me obsesioné con saborearlas, pero Fernando
González, viendo como estaba yo, muerto de calor, no me invitó siquiera a un
vaso de agua helada y mucho menos a un jugo de aquellos deliciosos frutos. Sin
transición alguna, González, comenzó a hablar de que cuando Mariano Ospina
Pérez y su esposa doña Berta murieran se convertirían en un inmenso pene y una
inmensa vulva que se debatirían para ayuntarse sin poderlo lograr jamás. Harto
de esta conversación, que había parado en tan absurdo tema, me despedí
fríamente más no exento de cortesía. Jamás en mi vida he vuelto a Otraparte
desde aquella calurosa tarde.
Pasado
un año largo releí con horror mis obras dramáticas, comedias y dramas que
convertí en jirones de papel. De este holocausto teatral no se salvó ni la
página laudatoria de Fernando González.
Tal
vez si el brujo de Otraparte me hubiera ofrecido una de aquellas en apariencia
deliciosas y apetitosas naranjas este texto no sería tan agrio.
Coda:
La
verdad sea dicha:
En
la primera visita que le hicimos Fernando González nos obsequió a
cada uno de nosotros uno de sus libros. A mi amigo J.E. P.L. le tocó “Pensamientos de un viejo”
que nunca me comentó y a mí “Don Mirócletes” que no me gustó en absoluto. En un
relato adjunto a esta obra, bajo el título de "La muerte de Epaminondas", se
narran los últimos días de la vida de un perro con una frialdad ártica, cosa
que me hizo detestar el relato porque en aquellos días yo era ya un amigo
irredento de la raza de los cánidos.