BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 176, febrero de 2015
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Seis anécdotas escolares autobiográficas
Por Hernán Botero Restrepo
I
Dos niños ancianos del martirio
Cursaba yo el colegio de San José,
regentado en Medellín por la comunidad de los hermanos cristianos (también
conocidos como lasallistas) el año primero de la vieja primaria. No es mi
objetivo perpetrar una crítica a la pedagogía de los religiosos legos que
dirigían el citado colegio, solamente referirme a un graciosísimo incidente que
tuvo lugar en una clase de lectura y escritura allá por los finales de la
quinta década del siglo pasado.
Se trataba de hacer leer a varios
de los colegiales algunos textos de un librillo de inspiración ultramontana
para niños en la hora en la que el curso de lectura de corrido se solía dictar,
recuerdo que todos los asistentes al aula, que seguían en sus propios libros
los textos leídos, escuchaban con obligada atención la lectura en voz alta de
los alumnos escogidos para ello por el director del curso.
Todo iba bien según
el criterio de aquel cuando tuvo lugar un lapsus desopilante en la lectura de
un cuentecillo que se refería a los ardorosos deseos de dos niños (niño y niña)
convertidos en la época de Diocleciano del paganismo al cristianismo de ser
martirizados y asesinados para emular al Cristo paulino (en aquellos días los
niños de las escuelas y colegios católicos eran catequizados teniendo como
modelo a los santos impúberes como Tarsicio, Domingo Savio y Luis Gonzaga). El
cuentecillo tenía como título: Dos niños ansiosos del martirio y fue leído hasta
su final por el alumno al que se le había encomendado hacerlo pero bastó con el
lapsus (ya el lector de estas líneas hará el esfuerzo por explicarlo) de leer : dos niños ancianos del martirio en vez de: dos niños ansiosos del martirio, para que se
produjera una hilarante debacle en el salón y el profesor hiciera la
escandalosa observación de que un niño era todo lo contario a un anciano. No
hubo más. Acalladas las risas del colectivo el lector de: Dos niños ansiosos
del martirio, después de repetir el título correctamente, leyó el resto del
texto con una atención que le permitió leer sin incurrir en ningún otro lapsus.
II
La perra que nos aflige
Dando un salto de por lo menos
diez años (yo cursé toda la primaria y el bachillerato en el Colegio San José)
nos encontrábamos los alumnos del curso de literatura que dictaba “su
reverencia” –era este el trato que se les debía dar a los hermanos lasallistas-
escuchando aburridos una plática en una
mezcla pintoresca de español y de francés que nos impartía un visitador de
colegios de habla castellana lasallista enviado para la inspección del colegio,
como era la costumbre en la comunidad lasallista por haber tenido esta su
origen en Francia (motivo por el cual se dictaban también clases de francés en
todos los colegios y escuelas de la comunidad en todos los niveles de educación
básica. Y en cuanto a la anécdota, no recuerdo más que esto: en el transcurso
de su perorata hispano-francesa el visitador confundió una palabra española con
otra, algo tan espectacular como si en vez de pecados mortales el visitador hubiera
dicho pescados mortales, a raíz del dislate se produjo dentro del aula un
discreto rumor, a excepción mía que no pude evitar soltar una carcajada. De
inmediato, el hermano Octavio, que así se llamaba nuestro profesor,
transformado en un dragón ensotanado se dirigió a mí y estentóreamente me
preguntó: y el señor Botero ¿de qué se ríe? Yo no le contesté pero “el domine”
enfurecido me formuló otra pregunta que no venía la caso y ponía de presente un
rampante espíritu misógino: ¿o acaso hay que llamarlo a usted señorita? Entonces,
sin pensarlo dos veces, le respondí: -no, hermana.
El hermano Octavio, valga la
expresión aunque sea tan común: “se quedó de una sola pieza” y no se le ocurrió
otra cosa, mientras el visitador trataba de entender la situación, y además,
seguramente habiéndose dado cuenta de la culpa que le cabía en todo lo que
estaba acaeciendo, que preguntarle al curso en pleno como era que yo lo había
llamado. Lo que sucedió fue que todos los compañeros de consuno, contestaron
multisonoramente: ¡hermano! Todavía
hoy no encuentro palabras para expresar mi emoción ante la solidaridad que
manifestaron mis compañeros de curso de aquel año (muchos de los cuales ni
siquiera eran mis amigos) con su respuesta mentirosa al profesor de marras.
Lo
que si no se me ha olvidado es que nadie fue represaliado por dichos
acontecimiento0s y en más de una ocasión he llegado a pensar que el inconsciente
colectivo de Jung hizo, en el caso del visitador, una de sus consabidas
diabluras.
III
La Emilia de Rousseau
Los protagonistas de esta tercera
anécdota somos de nuevo el hermano Octavio y yo, y de paso quiero consignar que
aquel había sido enviado a estudiar la lengua francesa durante dos años. En
esta ocasión se había dedicado a hablar pestes acerca de los enciclopedistas galos
que habían desatado la Revolución Francesa con sus ideas impías, estas
diatribas llegaron a su culmen cuando dijo que el filósofo Rousseau había
tenido el cinismo de escribir un libro perverso, que en forma de novela estaba
dedicado a hacer apología de la educación atea: “La Emilia”. Como en el poema del poeta chileno Pezoa Veliz “El
pintor pereza” nadie hubiera dicho nada de no haber yo, arriesgando mi
seguridad escolar, dicho y en alta voz para que todos oyeran: -su reverencia,
el libro de Rousseau es “El Emilio” y no “La Emilia”. Lamento no recordar nada
más de esta casus belli, pero en cambio sí que recuerdo con bastante exactitud
que en el caso del visitador francés no fui represaliado.
Próxima entrega: Las naranjas del
brujo de Otraparte (relato de mis tres visitas, cuando yo tenia dieciséis años
de edad, a Fernando González). Además presentaremos una anécdota sobre Andrés
Trapiello, Darío Jaramillo Agudelo y mi persona.