jueves, 19 de febrero de 2015

Seis anécdotas escolares autobiográficas

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 176, febrero de 2015
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 

Publicación de Revista Asfódelo

Seis anécdotas escolares autobiográficas
Por Hernán Botero Restrepo



I

Dos niños ancianos del martirio

Cursaba yo el colegio de San José, regentado en Medellín por la comunidad de los hermanos cristianos (también conocidos como lasallistas) el año primero de la vieja primaria. No es mi objetivo perpetrar una crítica a la pedagogía de los religiosos legos que dirigían el citado colegio, solamente referirme a un graciosísimo incidente que tuvo lugar en una clase de lectura y escritura allá por los finales de la quinta década del siglo pasado.

Se trataba de hacer leer a varios de los colegiales algunos textos de un librillo de inspiración ultramontana para niños en la hora en la que el curso de lectura de corrido se solía dictar, recuerdo que todos los asistentes al aula, que seguían en sus propios libros los textos leídos, escuchaban con obligada atención la lectura en voz alta de los alumnos escogidos para ello por el director del curso. 

Todo iba bien según el criterio de aquel cuando tuvo lugar un lapsus desopilante en la lectura de un cuentecillo que se refería a los ardorosos deseos de dos niños (niño y niña) convertidos en la época de Diocleciano del paganismo al cristianismo de ser martirizados y asesinados para emular al Cristo paulino (en aquellos días los niños de las escuelas y colegios católicos eran catequizados teniendo como modelo a los santos impúberes como Tarsicio, Domingo Savio y Luis Gonzaga). El cuentecillo tenía como título: Dos niños ansiosos del martirio y fue leído hasta su final por el alumno al que se le había encomendado hacerlo pero bastó con el lapsus (ya el lector de estas líneas hará el esfuerzo por explicarlo) de leer  : dos niños ancianos del martirio en vez de:  dos niños ansiosos del martirio, para que se produjera una hilarante debacle en el salón y el profesor hiciera la escandalosa observación de que un niño era todo lo contario a un anciano. No hubo más. Acalladas las risas del colectivo el lector de: Dos niños ansiosos del martirio, después de repetir el título correctamente, leyó el resto del texto con una atención que le permitió leer sin incurrir en ningún otro lapsus.

II

La perra que nos aflige

Dando un salto de por lo menos diez años (yo cursé toda la primaria y el bachillerato en el Colegio San José) nos encontrábamos los alumnos del curso de literatura que dictaba “su reverencia” –era este el trato que se les debía dar a los hermanos lasallistas- escuchando aburridos una plática  en una mezcla pintoresca de español y de francés que nos impartía un visitador de colegios de habla castellana lasallista enviado para la inspección del colegio, como era la costumbre en la comunidad lasallista por haber tenido esta su origen en Francia (motivo por el cual se dictaban también clases de francés en todos los colegios y escuelas de la comunidad en todos los niveles de educación básica. Y en cuanto a la anécdota, no recuerdo más que esto: en el transcurso de su perorata hispano-francesa el visitador confundió una palabra española con otra, algo tan espectacular como si en vez de pecados mortales el visitador hubiera dicho pescados mortales, a raíz del dislate se produjo dentro del aula un discreto rumor, a excepción mía que no pude evitar soltar una carcajada. De inmediato, el hermano Octavio, que así se llamaba nuestro profesor, transformado en un dragón ensotanado se dirigió a mí y estentóreamente me preguntó: y el señor Botero ¿de qué se ríe? Yo no le contesté pero “el domine” enfurecido me formuló otra pregunta que no venía la caso y ponía de presente un rampante espíritu misógino: ¿o acaso hay que llamarlo a usted señorita? Entonces, sin pensarlo dos veces, le respondí: -no, hermana.

El hermano Octavio, valga la expresión aunque sea tan común: “se quedó de una sola pieza” y no se le ocurrió otra cosa, mientras el visitador trataba de entender la situación, y además, seguramente habiéndose dado cuenta de la culpa que le cabía en todo lo que estaba acaeciendo, que preguntarle al curso en pleno como era que yo lo había llamado. Lo que sucedió fue que todos los compañeros de consuno, contestaron multisonoramente: ¡hermano! Todavía hoy no encuentro palabras para expresar mi emoción ante la solidaridad que manifestaron mis compañeros de curso de aquel año (muchos de los cuales ni siquiera eran mis amigos) con su respuesta mentirosa al profesor de marras. 

Lo que si no se me ha olvidado es que nadie fue represaliado por dichos acontecimiento0s y en más de una ocasión he llegado a pensar que el inconsciente colectivo de Jung hizo, en el caso del visitador, una de sus consabidas diabluras.

III

La Emilia de Rousseau

Los protagonistas de esta tercera anécdota somos de nuevo el hermano Octavio y yo, y de paso quiero consignar que aquel había sido enviado a estudiar la lengua francesa durante dos años. En esta ocasión se había dedicado a hablar pestes acerca de los enciclopedistas galos que habían desatado la Revolución Francesa con sus ideas impías, estas diatribas llegaron a su culmen cuando dijo que el filósofo Rousseau había tenido el cinismo de escribir un libro perverso, que en forma de novela estaba dedicado a hacer apología de la educación atea: “La Emilia”. Como en el poema del poeta chileno Pezoa Veliz “El pintor pereza” nadie hubiera dicho nada de no haber yo, arriesgando mi seguridad escolar, dicho y en alta voz para que todos oyeran: -su reverencia, el libro de Rousseau es “El Emilio” y no “La Emilia”. Lamento no recordar nada más de esta casus belli, pero en cambio sí que recuerdo con bastante exactitud que en el caso del visitador francés no fui represaliado.

Próxima entrega: Las naranjas del brujo de Otraparte (relato de mis tres visitas, cuando yo tenia dieciséis años de edad, a Fernando González). Además presentaremos una anécdota sobre Andrés Trapiello, Darío Jaramillo Agudelo y mi persona.