jueves, 10 de septiembre de 2015

"Contemplo a menudo el cielo de mi memoria" por Marcel Proust

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 205, septiembre de 2015
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo


Contemplo a menudo el cielo de mi memoria

Por Marcel Proust
Versión al castellano de Raúl Jaime Gaviria

Todo lo borra el tiempo al igual que las olas
que ocultan las huellas arenosas de los juegos infantiles;
tras la bruma de la memoria se irán también estas palabras
así como vinieron
dejando tras de sí su estela de infinito.

Todo lo borra el tiempo menos los ojos
enjoyados, acuáticos o estelares
hermosos ojos de cielo o de tumba
que arderán para nosotros con fuego vivo o agonizante.

Algunos son preciosas joyas robadas del cofre de un corazón
clavando en el mío sus hirientes rayos de piedra
engastados en los sangrientos anillos de sus órbitas
refulgiendo con una luz magnífica e imposible.

Otros son los dulces fuegos robados por Prometeo
una chispa de amor puro que incendiaba sus ojos
amada y cegadora luz que he portado con dolor
y que lacera con su claridad mi alma en tormenta.

Qué pueblen pues para siempre el cielo de mi memoria
los ojos inmortales de mis amadas
qué sueñen como los muertos, qué brillen como aureolas
así como una noche de mayo brillará mi corazón.

El pincel del olvido borra los rostros
los gestos sublimes que alguna vez adoramos
de aquellas que nos llevaron por caminos de fe o de locura
que fueron para nosotros salud o veneno.

Todo lo borra el tiempo, la intimidad de las noches,
mis dos manos esculpiendo caricias sobre su cuello de nieve intocada
sus miradas como dedos acariciando cada uno de mis nervios
mientras arriba, sobre nosotros, agitándose: el incensario de la primavera.

Otros sin embargo eran los ojos de la mujer alegre
vastos y oscuros como su dolor
ojos de noches de espanto, de tardes misteriosas
en que se abría el otro ojo, el del alma entre sus cejas.

Y su corazón era ligero como una alegre mirada,
otros, volubles y dulces como el mar
nos transportaban al alma en ellos incrustada
como en esas tardes marinas en que el misterio nos pone frente a sí.

Navegábamos sobre las transparentes niñas de un mar ocular
alzábamos nuestras velas rotas henchidos de deseo
y, al zarpar, las antiguas tempestades parecían ya lejanas
mientras observábamos las profundas y acuáticas miradas
en cuyo fondo reposaban las almas.

Tantas miradas, tan diversas, y sin embargo las almas tan idénticas
qué triste fue para nosotros, aún encarcelados en los ojos,
debimos de habernos quedado a dormir bajo la pergola
aunque igual se habrían ido de haberlo sabido todo.

Qué vanos esfuerzos has hecho
para que esos ojos prometedores recalasen en tu corazón
como un mar atardecido que aún sueña con el sol,
qué inútil encomio para alcanzar el paraíso bermejo.

Qué en éxtasis gemía más allá de las verdaderas aguas
bajo el arca sagrada de una nube que creímos profética
aunque es dulce el sueño para estas heridas,
y tu recuerdo festivo aún no deja de brillar.

En mi cabeza habitó un pájaro extraño y antiguo
cuyo canto era más bello que el riachuelo, que los bosques
-cuyos himnos solemnes sin embargo amábamos-
un pájaro triste aunque de alegre canto.

Por su fragilidad debía de guardarlo
contra las inclemencias del frío y la lluvia y el aire sucio de las ciudades
en medio de las flores junto al  fuego chispeante se quedaba
cuando el invierno desplegaba sus sombrías alas.

Más ¡oh dolor! Un día abrí demasiado la puerta y la ventana
buscando palabras de ciencia, el placer y lo que creí que era la vida
y entonces entró alguien, mortal para sus ojos puros
¿quién, pudo pues haber entrado? El animal sagrado murió.

¿Quién era el pájaro? ¿qué llama celestial
se apagó, yéndose tras el sol y dejándome solo?
a veces cuando despierto de ese sueño
al que llamamos vida, me respondo: “era mi alma”

El pájaro sagrado es el poeta, nuestra alma,
el alma es la poesía. El pájaro ¡oh dolor! cesó su canto
sordos lamentos acariciados o heridos
¿De qué sirve entonces correr enloquecidos tras la quimera
si hemos dejado el alma abandonada?