miércoles, 14 de mayo de 2014

Tríptico miniaturesco de un escepticismo

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 137, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com






Tríptico miniaturesco de un escepticismo

Por Hernán Botero Restrepo

 I

Porque jamás seré un apóstata del poco de razón que alcanzamos
no habré de confundirme con la turba
que celebra la ceremonia de las gallinas degolladas
cuando más observaré a prudente distancia
el estallido de la histeria colectiva
y observaré tratando de ser comprensivo
como cualquier etnólogo
que respeta las diferencias culturales
pero no habré de participar
en la orgía de plumas y de sangre
y de cuerpos humanos que ruedan por el polvo retorciéndose,
gimiendo, gruñendo, gritando, espumarajeando.

II

Porque los hechiceros y las que se pretenden brujas
y posesoras de las llaves de los mundos arcanos
me inspiran la repulsión que inspiraban a Vladimir Nabokov
si es que no una mayor
no permitiré jamás que me lean las líneas de la mano
ni gitanas auténticas ni gitanas postizas
porque la mano de un ser humano
como la de un babuino
se presenta desnuda enfrente del destino
como la cáscara de un huevo blanco

III

Porque el Tarot y el I Ching
se me hacen intentos desesperados y estériles
de ver luz en la sombra y en la sombra luz
no he de acudir jamás a ellos en busca de norte
ni aun en el momento en que estuviera a punto
de convertirme en héroe de tragedia
o en un bufón tan grande como Falstaff
y en consecuencia,
tampoco doy crédito a quienes creen
que las palabras que un chamán
me musite al oído
me trasladen al momento
en que Balzac inició
su gran comedia humana
para entablar un diálogo
con el autor de Eugenia Grandet.
 

miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Dónde están los escritores católicos?

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 136, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com









¿Dónde están los escritores católicos?

Por Raúl Jaime Gaviria

Hace algunos días me encontraba en el centro de Medellín, tomándome un café y releyendo mi artículo de El Nuevo Siglo sobre Gabriel García Márquez, cuando me vi sorprendido por un conocido mío, ya bastante mayor, al que no veía hace mucho tiempo, que me preguntó qué periódico era ese que estaba leyendo. Cuando le dije que se trataba de El Nuevo Siglo de Bogotá de inmediato noté de su parte una reacción corporal de rechazo y lo confirmé cuando me dijo, casi que regañándome, que cómo hacia yo para perder el tiempo leyendo ese periódico laureanista, que era más godo y católico que El Colombiano. Yo preferí quedarme callado ante lo cual el susodicho personaje no tuvo otro remedio que despedirse. Afortunadamente no se trataba de un amigo, pues de lo contrario se habría enterado de que soy católico practicante de toda la vida y que, incluso, pasé un año entero en el seminario de vocaciones tardías Cristo Sacerdote en La Ceja, Antioquia, el mismo donde realizó sus estudios sacerdotales el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.

No me considero para nada un fanático religioso, por más que defiendo muchas posturas de la iglesia, que considero muy válidas en un mundo como el de hoy convulsionado por las guerras, la miseria y la injusticia social. Y aunque jamás me prestaría a utilizar mi escritura como medio de proselitismo religioso directo, esto no significa que me avergüence de ser un escritor católico, lo que en Colombia significa casi que portar un INRI en la frente. Cosa que no debería ser así puesto que es inmensa la aportación que han hecho escritores católicos a la hucha de la literatura universal. La lista de nombres prestigiosos sería interminable, pero baste con decir que Cervantes fue católico, a pesar de la teoría traída de los cabellos de Nicolás Díaz de Benjumea que lo presentó como anticatólico feroz o la de Américo Castro que pretendió hacerlo pasar por un humanista racionalista de corte renacentista. Al efecto es mejor citar las palabras del poeta alemán Heinrich Heine, que en la introducción a la edición alemana de El Quijote, dice textualmente: «Cervantes era un hijo fiel de la Iglesia Romana…un escritor católico…; nadie podría ponerlo en duda» (Introducción a la traducción alemana del Quijote de 1837, págs. LI y LVIII). De otro gigante de las letras, William Shakespeare, hay pocas dudas de que fuera católico, aunque encubierto, (en su época era ilegal el serlo). Y así como Cervantes y Shakespeare, hubo escritores católicos de la talla de Balzac, Víctor Hugo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Chesterton, Herman Broch, Gunter Grass, Giovanny Papini, J.R.R Tolkien, C.S Lewis, Graham Greene, Flannery O´Connor y Rafael Pombo entre muchos otros. El listado, que sería interminable en el caso de escritores de origen anglo y un poco menor en los de origen francés y alemán, es bastante exiguo en aquellos hispanoparlantes lo que no deja de ser paradójico al ser países de mayoría católica tanto España, como los países latinoamericanos. 

Lo cierto es que el verdadero escritor católico no es aquel que quiera hacer proselitismo religioso por medio de su obra ya que el mundo del arte, al ser autónomo en sí mismo, no admite ser instrumentalizado. El escritor católico es aquel que posee una muy especial visión del mundo, que necesariamente permea el corpus de sus obras. Existe una creencia, bastante generalizada, de que los escritores católicos son necesariamente autores moralizantes que pergeñan una literatura insípida y abiertamente confesional. Este es un argumento falaz, el escritor católico auténtico, muy por el contrario, suele tocar temas polémicos y en muchas ocasiones se decanta por un estilo áspero cargado de sarcasmo llegando al extremo de ser ácido. Puede parecer extraño, para el lector desprevenido, que una novela tan controvertida como La naranja mecánica de Anthony Burgess sea fundamentalmente una obra católica, cuyo eje fundamental gira alrededor del tema del libre albedrío. 

En la literatura de hoy es escaso encontrar el tema del pecado y la redención humana, del sentido de trascendencia que aflige al hombre, caído en medio de una sociedad desbarajustada que lo arrincona y que violenta los pocos espacios de libertad que le quedan. Lamentablemente, los escritores actuales, amodorrados en los cómodos viveros artificiales de la academia, amedrentados ante la imposibilidad de vivir una vida que renuncie a las comodidades materiales, se han rendido a los pies de la sociedad de consumo representada en este caso por las grandes editoriales que, con su voracidad leonina, están siempre a la caza de historias fáciles y escritores más fáciles aún. Hoy en día no se asume la literatura como una vocación sino como una profesión y aquí es donde reside el verdadero engaño. La literatura, así se ejecute de manera profesional, es ante todo y principalmente una vocación porque su misión principal consiste en “ir hacia el otro” siendo ese otro el lector posible. Es en este donarse por medio de las palabras donde se encuentra la clave de toda verdadera literatura y es desde esta perspectiva de la cual se debe asumir el escritor que desee ser en verdad universal.

A partir del Concilio Vaticano II ocurrió una amplia desbandada de escritores y artistas católicos que no entendieron las nuevas formas que, ajustándose a los nuevos tiempos, harían de la católica la que es hoy, una iglesia más humana y solidaria, más cercana a los postulados del Jesús pobre que amaba a todos por igual. Ellos no entendieron a una iglesia que suprimía la misa tridentina y que ya no enfatizaba tanto en los aspectos litúrgicos tradicionales y esto lo asumieron como una traición. No vieron que lo que la iglesia renovada les planteaba era la necesidad de buscar nuevas formas, nuevas maneras de expresión artística que lograran adecuarse más al lenguaje del hombre actual. Si bien es cierto es que a partir del Concilio el arte en la Iglesia ha perdido vigor, no lo es menos que se trata de una situación temporal que en esta era del papa Francisco sin duda que comenzará a revertirse. El primer paso para los escritores católicos estará en no avergonzarse de serlo, pero el más importante será el de construir obras de un arte literario perdurable que logre que la sociedad avance hacia un mejor estadio de humanidad. 

Finalmente deseo lanzar hacia los cuatro vientos la pregunta que sirve de título a este artículo. ¿Dónde están los escritores católicos? Por lo menos, en lo que a mí respecta, aquí tienen uno.

viernes, 2 de mayo de 2014

Dostoievski y la vida erótica

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 135, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com


 



Dostoievski y la vida erótica

Por Hernán Botero Restrepo


Es mucho, muchísimo lo que se ha escrito hasta el presente, y desde cuando vivía, sobre Fiodor Dostoievski, pero muy poco y de escasa relevancia lo que ha sido dicho acerca de la concepción de la vida sexual y amorosa que tiene en su narrativa e incluso lo que acerca de su propia vida atañe a este tema.

Debe señalarse, en primer lugar, que escritores de tanta competencia crítica como un André Gide y un Mijail Bajtin, han dejado en la sombra erótica dostoievskiana, en los textos que sobre el inmenso escritor ruso dieron a luz; se alude a uno y otro para no hacer mención más que de dos entre los más prominentes escritores que se han ocupado del autor de Crimen y castigo.

Dostoievski no es un autor erótico nia a la manera dieciochesca de Crebillon (hijo) ni a la de un Henry Miller, y no porque desconozca el mundo del deseo y del trato carnal, sino porque, en su concepción del ser humano, lo libidinal está englobado como un territorio valioso (aunque no el más) en su geografía poético-narrativa del espíritu y el cuerpo humanos. Dostoievski no hace la apología de la unión sexual como lo hace Henry Miller ni la denosta como lo hacen Ghandi y Tolstoi, quienes, en sus años postreros, llegaron a considerar el acto sexual, aun entre marido y mujer, y realizado con el propósito de procrear, como un acto perverso. Esto recuerda a quien haya tenido la posibilidad de leer la reconstrucción del primero de los evangelios apócrifos (conocido como El evangelio egipcio), que temerariamente se afirma en este texto que Cristo vino al mundo para ponerle coto a todo aquello que tuviese que ver con la mujer. Para el autor apócrifo, la mujer trae al mundo de la mano la corrupción y la procreación. De ahi que,según él, estuviera proscrito el acto sexual, incluso dentro del matrimonio. Esto lleva a pensar que la aversión de nuestro Fernando Vallejo por la procreación no es tan original, en tanto que tiene un antecedente tan antiguo como lo es el texto apócrifo del siglo II después de Cristo.

Dostoievski es un maestro del sentido y el sentimiento de la alteridad al crear personajes femeninos con vidas dramáticas, y aun trágicas, como la Sonia de Crimen y castigo; prostituida para poder sostener a su familia y presionada hasta el límite por la irresponsabilidad de un padre alcohólico. Redimida (si alguna culpa cabe en ello) por el amor que la une a Raskolnikov.

También está el caso de Nastasia Filipovna, mujer confusa y extraviada, que en El Idiota, termina por ser asesinada por su amante Rogojin. Otro personaje femenino inolvidable, de vida sexual y amorosa airada, es la Gruschenka de los Hermanos Karamazov, la querida del viejo Karamazov, cuya vida sexual es turbia, así como todo lo demás que lo caracteriza es turbio.

Es que Dostoievski es más un novelista de la bondad del amor compartido y de sus honduras, como lo demuestra en su entrañable ópera prima Pobres gentes, que, hay que decirlo, linda casi que con el sentimentalismo y que lanzó al autor ruso a la fama de la mano del más notable de los críticos literarios de la Rusia de su juventud como lo fue Bielinsky.

Todavía se puede abundar en la misma tesitura si se considera la hermosa y desgarradora novela corta de su madurez: Las noches blancas.

Resulta un tanto irónico que el ya mencionado Henry Miller espresara en alguna de sus páginas que habría querido poseer un espíritu como el de Dostoievski y un estilo como el del autor noruego Knut Hamsun, que, valga la pena recordar, escribió algunas de sus mejores novelas inspirado por el genial escritor ruso, entre las cuales la más notable sea posiblemente Misterios.

Para concluir, es pertinente agregar que, en su juventud, Dostoievski tuvo el capricho de escribir una narración al estilo de las populares novelas eróticas de su época, escritas por Paul de Kock, hoy en día completa y justamente olvidadas. El fruto de aquel capricho fue una novela corta: La mujer ajena y el hombre debajo de la cama (¡vaya título!); y que posiblemente se trata de la novela más deleznable del maestro de Petersburgo.