viernes, 2 de mayo de 2014

Dostoievski y la vida erótica

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 135, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com


 



Dostoievski y la vida erótica

Por Hernán Botero Restrepo


Es mucho, muchísimo lo que se ha escrito hasta el presente, y desde cuando vivía, sobre Fiodor Dostoievski, pero muy poco y de escasa relevancia lo que ha sido dicho acerca de la concepción de la vida sexual y amorosa que tiene en su narrativa e incluso lo que acerca de su propia vida atañe a este tema.

Debe señalarse, en primer lugar, que escritores de tanta competencia crítica como un André Gide y un Mijail Bajtin, han dejado en la sombra erótica dostoievskiana, en los textos que sobre el inmenso escritor ruso dieron a luz; se alude a uno y otro para no hacer mención más que de dos entre los más prominentes escritores que se han ocupado del autor de Crimen y castigo.

Dostoievski no es un autor erótico nia a la manera dieciochesca de Crebillon (hijo) ni a la de un Henry Miller, y no porque desconozca el mundo del deseo y del trato carnal, sino porque, en su concepción del ser humano, lo libidinal está englobado como un territorio valioso (aunque no el más) en su geografía poético-narrativa del espíritu y el cuerpo humanos. Dostoievski no hace la apología de la unión sexual como lo hace Henry Miller ni la denosta como lo hacen Ghandi y Tolstoi, quienes, en sus años postreros, llegaron a considerar el acto sexual, aun entre marido y mujer, y realizado con el propósito de procrear, como un acto perverso. Esto recuerda a quien haya tenido la posibilidad de leer la reconstrucción del primero de los evangelios apócrifos (conocido como El evangelio egipcio), que temerariamente se afirma en este texto que Cristo vino al mundo para ponerle coto a todo aquello que tuviese que ver con la mujer. Para el autor apócrifo, la mujer trae al mundo de la mano la corrupción y la procreación. De ahi que,según él, estuviera proscrito el acto sexual, incluso dentro del matrimonio. Esto lleva a pensar que la aversión de nuestro Fernando Vallejo por la procreación no es tan original, en tanto que tiene un antecedente tan antiguo como lo es el texto apócrifo del siglo II después de Cristo.

Dostoievski es un maestro del sentido y el sentimiento de la alteridad al crear personajes femeninos con vidas dramáticas, y aun trágicas, como la Sonia de Crimen y castigo; prostituida para poder sostener a su familia y presionada hasta el límite por la irresponsabilidad de un padre alcohólico. Redimida (si alguna culpa cabe en ello) por el amor que la une a Raskolnikov.

También está el caso de Nastasia Filipovna, mujer confusa y extraviada, que en El Idiota, termina por ser asesinada por su amante Rogojin. Otro personaje femenino inolvidable, de vida sexual y amorosa airada, es la Gruschenka de los Hermanos Karamazov, la querida del viejo Karamazov, cuya vida sexual es turbia, así como todo lo demás que lo caracteriza es turbio.

Es que Dostoievski es más un novelista de la bondad del amor compartido y de sus honduras, como lo demuestra en su entrañable ópera prima Pobres gentes, que, hay que decirlo, linda casi que con el sentimentalismo y que lanzó al autor ruso a la fama de la mano del más notable de los críticos literarios de la Rusia de su juventud como lo fue Bielinsky.

Todavía se puede abundar en la misma tesitura si se considera la hermosa y desgarradora novela corta de su madurez: Las noches blancas.

Resulta un tanto irónico que el ya mencionado Henry Miller espresara en alguna de sus páginas que habría querido poseer un espíritu como el de Dostoievski y un estilo como el del autor noruego Knut Hamsun, que, valga la pena recordar, escribió algunas de sus mejores novelas inspirado por el genial escritor ruso, entre las cuales la más notable sea posiblemente Misterios.

Para concluir, es pertinente agregar que, en su juventud, Dostoievski tuvo el capricho de escribir una narración al estilo de las populares novelas eróticas de su época, escritas por Paul de Kock, hoy en día completa y justamente olvidadas. El fruto de aquel capricho fue una novela corta: La mujer ajena y el hombre debajo de la cama (¡vaya título!); y que posiblemente se trata de la novela más deleznable del maestro de Petersburgo.