miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Dónde están los escritores católicos?

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 136, mayo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com









¿Dónde están los escritores católicos?

Por Raúl Jaime Gaviria

Hace algunos días me encontraba en el centro de Medellín, tomándome un café y releyendo mi artículo de El Nuevo Siglo sobre Gabriel García Márquez, cuando me vi sorprendido por un conocido mío, ya bastante mayor, al que no veía hace mucho tiempo, que me preguntó qué periódico era ese que estaba leyendo. Cuando le dije que se trataba de El Nuevo Siglo de Bogotá de inmediato noté de su parte una reacción corporal de rechazo y lo confirmé cuando me dijo, casi que regañándome, que cómo hacia yo para perder el tiempo leyendo ese periódico laureanista, que era más godo y católico que El Colombiano. Yo preferí quedarme callado ante lo cual el susodicho personaje no tuvo otro remedio que despedirse. Afortunadamente no se trataba de un amigo, pues de lo contrario se habría enterado de que soy católico practicante de toda la vida y que, incluso, pasé un año entero en el seminario de vocaciones tardías Cristo Sacerdote en La Ceja, Antioquia, el mismo donde realizó sus estudios sacerdotales el gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.

No me considero para nada un fanático religioso, por más que defiendo muchas posturas de la iglesia, que considero muy válidas en un mundo como el de hoy convulsionado por las guerras, la miseria y la injusticia social. Y aunque jamás me prestaría a utilizar mi escritura como medio de proselitismo religioso directo, esto no significa que me avergüence de ser un escritor católico, lo que en Colombia significa casi que portar un INRI en la frente. Cosa que no debería ser así puesto que es inmensa la aportación que han hecho escritores católicos a la hucha de la literatura universal. La lista de nombres prestigiosos sería interminable, pero baste con decir que Cervantes fue católico, a pesar de la teoría traída de los cabellos de Nicolás Díaz de Benjumea que lo presentó como anticatólico feroz o la de Américo Castro que pretendió hacerlo pasar por un humanista racionalista de corte renacentista. Al efecto es mejor citar las palabras del poeta alemán Heinrich Heine, que en la introducción a la edición alemana de El Quijote, dice textualmente: «Cervantes era un hijo fiel de la Iglesia Romana…un escritor católico…; nadie podría ponerlo en duda» (Introducción a la traducción alemana del Quijote de 1837, págs. LI y LVIII). De otro gigante de las letras, William Shakespeare, hay pocas dudas de que fuera católico, aunque encubierto, (en su época era ilegal el serlo). Y así como Cervantes y Shakespeare, hubo escritores católicos de la talla de Balzac, Víctor Hugo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Chesterton, Herman Broch, Gunter Grass, Giovanny Papini, J.R.R Tolkien, C.S Lewis, Graham Greene, Flannery O´Connor y Rafael Pombo entre muchos otros. El listado, que sería interminable en el caso de escritores de origen anglo y un poco menor en los de origen francés y alemán, es bastante exiguo en aquellos hispanoparlantes lo que no deja de ser paradójico al ser países de mayoría católica tanto España, como los países latinoamericanos. 

Lo cierto es que el verdadero escritor católico no es aquel que quiera hacer proselitismo religioso por medio de su obra ya que el mundo del arte, al ser autónomo en sí mismo, no admite ser instrumentalizado. El escritor católico es aquel que posee una muy especial visión del mundo, que necesariamente permea el corpus de sus obras. Existe una creencia, bastante generalizada, de que los escritores católicos son necesariamente autores moralizantes que pergeñan una literatura insípida y abiertamente confesional. Este es un argumento falaz, el escritor católico auténtico, muy por el contrario, suele tocar temas polémicos y en muchas ocasiones se decanta por un estilo áspero cargado de sarcasmo llegando al extremo de ser ácido. Puede parecer extraño, para el lector desprevenido, que una novela tan controvertida como La naranja mecánica de Anthony Burgess sea fundamentalmente una obra católica, cuyo eje fundamental gira alrededor del tema del libre albedrío. 

En la literatura de hoy es escaso encontrar el tema del pecado y la redención humana, del sentido de trascendencia que aflige al hombre, caído en medio de una sociedad desbarajustada que lo arrincona y que violenta los pocos espacios de libertad que le quedan. Lamentablemente, los escritores actuales, amodorrados en los cómodos viveros artificiales de la academia, amedrentados ante la imposibilidad de vivir una vida que renuncie a las comodidades materiales, se han rendido a los pies de la sociedad de consumo representada en este caso por las grandes editoriales que, con su voracidad leonina, están siempre a la caza de historias fáciles y escritores más fáciles aún. Hoy en día no se asume la literatura como una vocación sino como una profesión y aquí es donde reside el verdadero engaño. La literatura, así se ejecute de manera profesional, es ante todo y principalmente una vocación porque su misión principal consiste en “ir hacia el otro” siendo ese otro el lector posible. Es en este donarse por medio de las palabras donde se encuentra la clave de toda verdadera literatura y es desde esta perspectiva de la cual se debe asumir el escritor que desee ser en verdad universal.

A partir del Concilio Vaticano II ocurrió una amplia desbandada de escritores y artistas católicos que no entendieron las nuevas formas que, ajustándose a los nuevos tiempos, harían de la católica la que es hoy, una iglesia más humana y solidaria, más cercana a los postulados del Jesús pobre que amaba a todos por igual. Ellos no entendieron a una iglesia que suprimía la misa tridentina y que ya no enfatizaba tanto en los aspectos litúrgicos tradicionales y esto lo asumieron como una traición. No vieron que lo que la iglesia renovada les planteaba era la necesidad de buscar nuevas formas, nuevas maneras de expresión artística que lograran adecuarse más al lenguaje del hombre actual. Si bien es cierto es que a partir del Concilio el arte en la Iglesia ha perdido vigor, no lo es menos que se trata de una situación temporal que en esta era del papa Francisco sin duda que comenzará a revertirse. El primer paso para los escritores católicos estará en no avergonzarse de serlo, pero el más importante será el de construir obras de un arte literario perdurable que logre que la sociedad avance hacia un mejor estadio de humanidad. 

Finalmente deseo lanzar hacia los cuatro vientos la pregunta que sirve de título a este artículo. ¿Dónde están los escritores católicos? Por lo menos, en lo que a mí respecta, aquí tienen uno.