BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 18, abril de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com
Anecdotario
dickensiano
Por
Hernán Botero R.
¿Sobre qué escritor no se cuentan anécdotas? Sobre
ninguno diría yo, y agregaría, hasta de los pequeños y malos escritores hay
anécdotas dignas de contarse. Personalmente creo que el género anecdótico es
más importante de lo que por lo general se cree, tan importante que las
anécdotas de muchos entre los malos, son tan interesantes que casi nos
compensan en el nivel biográfico de la escasa o nula calidad estética (caso que
no es el de Dickens precisamente).
En cuanto a Dickens,
uno de los grandes entre los grandes autores de la literatura mundial, las
anécdotas son tan numerosas como impresionantes, y es por ello que voy a
recordar aquí unas pocas entre las que juzgo más atinentes a lo que fue el ser
humano, y escritor que fue –y es– Charles Dickens.
La primera anécdota que
quiero rememorar es la de que el autor de “Oliver Twist”, al aparecer la obra
capital de George Elliot “Middlemarch” le escribió a Elliot una carta en la que
aseguraba estar convencido de que solo una mujer podía haber creado los personajes
femeninos de sorprendente riqueza sicológica de la mencionada novela. George
Elliot, profundamente halagada y conmovida, le contestó a Dickens que efectivamente George Elliot era su
seudónimo y que ella se llamaba en realidad Marian Ann Evans. Quiero dejar que
el lector infiera las conclusiones que crea del caso referentes a esta
anécdota.
Luego de lo anterior, se me vienen a la mente
tres anécdotas que vinculan a Dickens con dos grandes escritores ingleses:
William Thackeray, amigo y contemporáneo de aquel, y George Bernard Shaw, gran
escritor –ante todo dramaturgo- de una generación posterior a la dickensiana.
Las dos primeras anécdotas tienen que ver con
Thackeray, el gran novelista que siempre se ha confrontado con Dickens con más
frecuencia que con otros grandes novelistas contemporáneos suyos en Inglaterra.
La primera nos cuenta que en alguna ocasión un amigo de Thackeray, maravillado
ante una página de Dickens, se la leyó al autor de la Feria de las vanidades y le pidió su opinión acerca de ella.
Thackeray calló por unos instantes y luego le dijo: –contra esto no hay nada
que hacer, es demasiado perfecto para pensar que alguien pudiese haberlo
escrito mejor. Otra anécdota nos hace saber que alguna vez las hijas de
Thackeray le preguntaron a este: - ¿Papá, y tú por qué no escribes novelas como
las de Mr. Dickens?
La anécdota de Dickens, ya fallecido, con
George Bernard Shaw, se reduce a una frase del autor de Santa Juana: –Después
de leer La pequeña Dorrit fue que me
hice revolucionario.
Ahora desplacémonos a
Norteamérica. Cuando llegaban a los grandes puertos de los Estados Unidos los
buques que transportaban los folletines en los que Dickens venía relatando la
historia de la pequeña Nell, que enfermara gravemente, se congregaban en
aquellos verdaderas multitudes, que antes de que las naves atracaran
preguntaban a gritos: ¿ha muerto la pequeña Nell? Nos referimos a la pequeña
Nell de Almacén de antigüedades que
es una piedra de escándalo para los “exquisitos” entre lectores y críticos
debido al innegable exceso de ternura con que narró Dickens la muerte de su
joven personaje. Dos grandes escritores ingleses se manifestaron al respecto,
de una manera tan exageradamente peyorativa, como es exagerado en el plano
narrativo el patetismo del episodio aludido. Oscar Wilde dijo literalmente que
“es necesario tener un corazón de piedra para no morirse de risa con la muerte
de la pequeña Nell”. A mí me parece que al Oscar Wilde, autor de cuentos tan rebosantes
de sentimiento como El príncipe feliz y
El gigante egoísta, no le asistía la
razón poética para decir lo que dijo. Otro gran escritor inglés, Aldous Huxley,
no fue menos drástico que Wilde. En su libro Literatura y vulgaridad el autor de Contrapunto considera que la vulgaridad sentimental de Dickens, en
el episodio de la muerte de la pequeña Nell, está a la altura de la novela El Rosario de Florence M. Barclay a la
que juzga como la novela arquetípica escrita para criadas. Ante esto pienso que
hay tantas cosas hermosas y divertidas en Almacén
de antigüedades que la equiparación de Dickens con Florence M. Barclay,
pésima escritora en todas sus novelas, es un despropósito.
Quiero, aunque no se
trate propiamente de una anécdota sino de un juicio literario, referirme al
concepto de Italo Calvino, sobre Nuestro
común amigo, penúltima novela de Dickens: –Esta novela es una obra perfetta assoluta .
Impresiona saber que,
después de haber asistido a una representación, de una versión teatral de Canción de navidad, Lenin se expresara
más o menos en los siguientes términos y de modo iracundo: –La obra es un
ejemplo típico de la degeneración sentimental de la burguesía capitalista-.
De otra parte vale la pena
recordar que el gran filósofo hispano- estadinense, que siempre escribió en
inglés, George Santayana tenía a Dickens por uno de los más grandes escritores
de todos los tiempos. Este concepto es tanto más válido por el hecho de que
Santayana también fue un gran poeta y autor de la notable novela
auto-biográfica El último puritano.
Quiero dejar para el
final una anécdota que llega a lo inefable, dada su absurdidad y humor; se
trata de la audiencia que concedió la Reina Victoria a nuestro escritor. La
Reina de Inglaterra y Emperatriz de la India era una irrestricta admiradora de
Dickens. Durante el transcurso de toda la entrevista ninguno de los dos se
atrevió a tomar asiento, lo que nos hace ver hasta que punto un escritor como
Dickens produjo un respeto de tal magnitud hacia su obra que ni siquiera la
Reina Victoria, que detentaba el poder absoluto del Imperio más grande de la
tierra, se sentía a la altura de tamaño genio. La reina, aunque en imperial y
errática actitud, tampoco invitó a sentarse al genio de Portsmouth.