lunes, 9 de julio de 2012

Vanitas vanitatum

GUADAÑAZOS PARA LA                                 
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 26, julio  de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com


Vanitas vanitatum
Hernán Botero Restrepo

  En su magnífica novela  “Ferdydurke” el escritor polaco Witold Gombrowicz  arremete sin escrúpulo alguno contra la poloneidad,  aunque sin hacer un análisis profundo de ese concepto.  Gombrowicz  nunca se refiere en su novela a los repartos que de la tierra polaca se hicieron entre Rusia, Alemania y Prusia, que tanto pesaron en el sentimiento del pueblo polaco. Si ser reo de poloneidad, de la poloneidad  de la que habla Gombrowicz,  es algo que dada la indefinición de la tal poloneidad  no tiene nada de tal, entonces  Chopin, que compuso la “Gran polonesa militar” no lo sería.

  Además, lo polaco en tanto sea culturalmente valioso y lo universal , están fundidos en el Chopin de la “Gran polonesa militar”, con la influencia francesa por supuesto, casi omnipresente en el conjunto de la obra chopiniana. Volvemos a Gombrowicz para recordar que uno de los leit-motivs de Ferdydurke es el que el polaco (a pesar suyo) que escribió esa novela,  insiste en el hecho de que en las escuelas polacas se venía diciendo desde siempre que los tres más grandes poetas polacos eran: Adam Mickiewicz, Julius Slowacky  y Zigmunt Krazinsky en ese mismo orden. Gombrowicz no se mete con los poetas sino con lo que se podría denominar una pedagogía canonista rígida de la literatura de su patria.

  Es bien sabido que Gombrowicz rechazaba de plano la poesía en verso, y es bien conocida su comparación gastronómica, según la cual leer poesía es como deglutir solo azúcar en vez de disfrutar de lo dulce que puede haber en algo comestible. Por ejemplo, la fruta más azucarada no es azúcar sola; pero como estas consideraciones no aparecen en la juvenil  “Ferdydurke”, mi idea de que Gombrowicz no se mete dentro de los mundos poéticos de Mickiewicz, Slowacky y Krazinsky es consecuente.

  Pasando al contexto colombiano, al leer el texto de Gabriel García Márquez “La literatura colombiana, un fraude a la nación”, se puede apreciar la miseria de los argumentos de que echa mano su autor para sostener ese embeleco con pretensiones críticas que despliega en sus páginas. Todo se resume, en el mencionado texto, en lugares comunes ideológicos y estéticos, más o menos  -en realidad más menos que más- de índole vanguardista.  “La literatura colombiana, un fraude a la nación” se parece en mucho en este aspecto a las críticas de Álvaro Pineda Botero a la novela colombiana del siglo XIX, y a la tesis de Juan Gustavo Cobo Borda, escritor de poca monta, de que la tradición de la literatura colombiana es una tradición de pobreza estética.

  Dios cría a estos inquisidores de las letras colombianas, y ellos, que se consideran cada uno a su manera, eximidos de las lacras que abominan, nos obligan a pensar que si todos los lectores colombianos aceptaran, así fuese por vía de hipótesis, que García Márquez es un gran crítico, para los malos no quedarían calificativos peyorativos. De lo que no cabe dudar es de que las ideas, si es que así se les puede llamar, sustentadas tanto por García Márquez como por Cobo Borda, denotan en estos autores una vanidad y una autosuficiencia de tales proporciones que hacen de ellos, en tanto críticos, casos de triste excepcionalidad.

  Para finalizar y retomando el inicial caso polaco es preciso puntualizar, primero:  aunque Gombrowicz arroja una sombra de duda sobre el valor de la literatura polaca;  su anti-poloneidad no llega jamás a cosiderar “tabula rasa” a todos los poetas de su país anteriores a él. El caso de  García Márquez es más grave en tanto que pretende pogromizar a todos los escritores que en Colombia se sirvieron de la pluma con propósitos literarios antes de su aparición.

  No queremos despedirnos de ustedes, nuestros asiduos lectores, sin proporcionarles un poco de diversión. ¿Se imaginan ustedes que el efecto de leer la poesía completa de Hölderlin se asemejase en un todo a devorar una docena de tazones colmados de azúcar, uno tras otro?