BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 50, diciembre de 2012
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.comColaborador permanente: Rubén López Rodrigué
EL SÁBADO QUE CAYÓ DOMINGO
Raúl Jaime Gaviria
Y cuando desperté, el paraíso había desaparecido para siempre. Con esta insólita versión del cuento monterrosiano en la cabeza, cuentan que se levantó Domingo aquella mañana sabatina luego de haber tenido un vívido sueño de amor con su esposa, muerta el mes anterior. Cuentan que justamente ese sábado hacía veinticinco años que Domingo la había desposado en la Catedral de Rio Grande Do Sul de donde ella era oriunda.
Cuentan que al llegar la noche, subió Domingo a su habitación luego de contar uno a uno y por segunda vez en su vida los diecisiete escalones que conducían al segundo piso de la mansión. La primera había sido la noche de bodas, mientras llevaba a su amada entre los brazos. Cuentan que en esa época él era un hombre fuerte y robusto y los cincuenta kilogramos que pesaba su esposa se le hacían cinco gracias tanto a su fuerza como a su amor. Aquella noche contó hasta diecisiete con la alegría con la que el joven aprendiz cuenta uno a uno los billetes de su primer sueldo.
En cambio, ese sábado, según cuentan, Domingo con un pavoroso cansancio a cuestas, contó los diecisiete escalones con el tedio del que ya no tiene nada por contar. Jadeante, finalmente logró llegar al segundo piso. A renglón seguido dio vuelta al pomo de la puerta de la habitación principal que se abrió no sin antes emitir un chirrido inquietante y, según cuentan, el ahogado jadeo de Domingo alcanzó su paroxismo al momento de ver la etérea figura de su mujer sentada sobre la cama, dándole la espalda.
A pesar de la infinita e indescriptible variedad de sentimientos entremezclados que tal visión le produjo, cuentan que Domingo se armó de un valor suficiente como para acercársele. No fue sino rozarle sutilmente el hombro con su mano para que el espectro volteara su cabeza fantasmagórica y al verlo emitiera un alarido de horror de una naturaleza tal que superaba toda posible imaginación humana, desapareciendo ipso facto.
Cuentan que Domingo, absolutamente desquiciado ante la escena que acababa de presenciar, bajó a trompicones la escalera con el fin de escapar de aquella casa embrujada con tal mala suerte que ese sábado cayó Domingo. Y murió, de un fatídico golpe en la cabeza, Domingo ese sábado. Finalmente cuentan que ese mismo sábado que cayó Domingo, éste se reunió con el ánima de su amada esposa que aún no se reponía del susto.