GUADAÑAZOS PARA LA
BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 51, enero de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.comColaborador permanente: Rubén López Rodrigué
El último episodio de la vida de Pavel Kurov
Hernán Botero Restrepo
Imaginémonos lector, a un lector que espero que no se parezca en nada a tí, en un país utópico: Pushkinlandia, en el siglo XXIII, en el que se castigara con severas penas, a quienes cometieran crímenes de lesa literatura, de modo cruel pero no del todo desprovisto de sentido estético. A partir de estos supuestos imaginativos urdamos un episodio narrativo que podríamos resumir en las siguientes líneas: Pavel Kurov, lector impenitente de textos ilegibles, intrincadísimos y falsamente complejos, que escribiera durante muchos años denigrando de autores como Pushkin, Dickens, Pérez Galdós, Andrés Trapiello, Antonio Gala y Germán Espinosa entre otros escritores de tan admirable laya, ha sido condenado por un tribunal de justicia literaria a la pena máxima decretada por la legislación de Pushkinlandia: ser llevado a una isla desierta, provisto de unas pocas vituallas, un dispositivo para encender fuego que funciona a base de energía solar e implementos de pesca por el resto de su vida, y de algo más importante: las obras completas de un autor entre dos que se le darían a escoger; los autores serían Jacques Derrida y Antonio Machado, cada uno en su lengua original. Pensemos que una vez realizada la elección por parte del convicto, y que como compensación de su durísima condena, el TRIBUNAL tuviera el poder de escoger un tercer autor, que de acuerdo con el estudio de la mentalidad y sensibilidad del reo condenado, podría proporcionarle un aliciente mayor que el que le proporcionaría la lectura de todo lo escrito por el autor de “De la gramatología”. A continuación tratemos de hacernos a la idea de que Pavel Kurov es abandonado para siempre en la isla prisión, de verlo a la orilla del mar, observando cómo se eleva el helicóptero que lo transportó a la isla. Nuestro personaje se encuentra en un estado de estupefacción que le impide sentir algo que no sea esta. El helicóptero se pierde de su vista. Pero Kurov, que lo mira hasta que desaparece, ve algo que cae del cielo justo hacia el sitio en el que había sido abandonado. Al cabo de unos minutos se da cuenta de que se trata de un paracaídas, del que cuelga una canastilla dentro de la cual se destaca la forma de un paquete, el cual, al aterrizar el paracaídas, toma intrigado. No siéndole necesario rasgar la envoltura para percatarse de que su contenido son libros. Debe ser Derrida, se dijo. Rasga la envoltura y se encuentra con diez volúmenes en cuyos lomos se lee: Martin Heidegger. Gesammelte Werke. Kurov hablaba alemán, y por eso pudo traducir a su idioma las cuatro palabras que aparecían en las carátulas y los lomos de los diez libros, aunque una amarguísima sorpresa lo esperaba: al leer debajo de Gessammelte Werke, también en alemán, ve que se trata: ¡de una traducción al griego antiguo de Parménides desde el alemán!... ¡Y él no tenía la menor noción del griego antiguo!. Entonces, sin pensarlo dos veces, recorre los pocos metros que lo separan del mar y se interna en él como lo hizo para morir Alfonsina Storni, la poetisa argentina. Concluido este texto, y qué susto me he llevado con ello, escuché una voz airada que decía: - ! A mí que no me comparen con esa ridícula poetisa… ¡Exijo el respeto que me merezco!
Sugerencia al lector atento:
¿Te has dado cuenta de que Pavel Kurov ya existe de modo potencial en el mundo de la imaginación?, ¿Qué desea que se escriba, reivindicándolo, una novela completa sobre él? ¡Te atreverías a emprender tú esta tarea? Yo por mi parte, me siento incapaz de llevarla a cabo, aunque contara con la asesoría de novelistas utópicos y anti-utópicos como: Samuel Butler, William Morris, George Orwell y Aldous Huxley.