viernes, 4 de enero de 2013

Aura sin violetas

GUADAÑAZOS PARA LA                             
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 52, enero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

AURA SIN VIOLETAS
Rubén López Rodrigué


Los escritores del boom latinoamericano se acercaron a las mujeres de distintas maneras. Un tema en boga fue el de la bruja, un ser misterioso y con la capacidad de cambiar los hilos del destino y, sobre todo, capaz de modificar para siempre la vida del hombre. En todas las culturas no falta la referencia a la mujer como conocedora de plantas empleadas como drogas o medicinas. Camaleón, hechicera, amiga del demonio, la literatura trata sobre la mujer doble: una es la mujer amarga, la bruja malvada que prepara opiáceos, quien administra yerbas venenosas; otra es el hada dulce, protectora y benefactora.
Julio Cortázar en el cuento «Circe» relata sobre Delia Mañara, una joven bruja que había matado a sus dos novios. El tercero, Mario, cree durante un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos despiertan el odio de la gente hacia ella. A veces Delia le sale a la ventana, a veces él la escucha reírse adentro, un poco malvada y sin darle esperanzas. Delia se deja adorar vagamente por Mario y su familia, se deja pasear, permite que le compren cosas. Un gato la sigue a todas partes, todos los animales parecen sometidos a ella, la rondan sin que Delia se tome la molestia siquiera de mirarlos, no se sabe si por cariño o dominación. Las mariposas visitan su pelo, pero la muchacha las ahuyenta con un gesto liviano. Se pasa las horas preparando licores y bombones. No ha vuelto a sentarse al piano. A Mario le divierte el mudo descontento de ella junto al piano, su aire falsamente distraído.  
Aura, una novela de Carlos Fuentes, estructurada de manera diáfana como Las buenas conciencias, también ilustra el caso de la bruja, aquel ser experto en lujuria y brebajes, que ha entregado su alma al diablo y acostumbra ingerir alucinógenos para descubrir espíritus y adivinar el destino.
Una anciana llamada Consuelo, viuda del general Llorente, contrata al joven historiador Felipe Montero para que, antes que ella muera, ordene, complete y publique las memorias inconclusas de su marido, muerto sesenta años atrás. La anciana pone una condición: que el historiador se aloje en casa de ella. La morada siempre permanece a oscuras y él debe guiarse por el tacto. Con ella vive su sobrina Aura «para perpetuar la ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida»
Para interpretar un aspecto particular de esta historia conviene seguir la larga tradición de los aquelarres y ritos ocultos donde las brujas guardaron grandes secretos. Voy a detenerme un poco en este aspecto por cuanto al rastrear la historia de la brujería he notado que constituye una de las evidencias de la opresión de la sociedad sobre las mujeres. De La bruja de Michelet, una de las fuentes del autor, este tomó el epígrafe para su novela corta, que dice: «El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación […] Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer»
Es interesante observar que la primera imagen que Felipe Montero tiene de la habitación de la anciana evoca las estancias de las hechiceras, es una oscuridad permanente con el fulgor de veladoras que iluminan una iconografía de rabia y sufrimiento. En la habitación se encuentra además una coneja de nombre Saga, que simboliza la fertilidad y para la bruja significa su demonio familiar, el cuerpo en el que se encuentra Satanás. Pero es el gato, al que se le atribuye un gran vigor sexual, el animal predilecto de las brujas; los ojos de gatos negros fueron uno de los ingredientes de sus brebajes. En la tradición brujeril el gato ha llegado a simbolizar la encarnación misma de Satanás, ha simbolizado el mal, y por ello lo ha tenido como su demonio familiar más próximo. La novela que me ocupa se sale de esa tradición, puesto que en la primera inmolación que aparece, la anciana Consuelo mata sus demonios familiares, excepto la coneja. ¿De qué manera les corta el hilo de la vida? Tomando como víctimas de su odio un grupo de gatos encadenados unos con otros, que mueren envueltos en fuego entre las tejas y zarzas enmarañadas.
El antiguo oráculo de Delfos, el de Júpiter en Dodona, el de Esculapio en Epidauro o el de Apolo en Delos, es la voz que en Aura predice el destino a Felipe Montero, y no olvidemos que el oráculo siempre se otorgaba a través de una mujer: la sibila. De acuerdo a Michelet, la verdadera diferencia entre la sibila y la bruja es que la primera predecía el destino y la segunda lo realiza, evocando, conjurando, operando sobre él. La Casandra antigua (cuyo significado en la mitología griega era «la que enreda a los hombres») tenía el don de profetizar o predecir el destino[], lo esperaba, lo lamentaba, mientras que la bruja crea dicho futuro. Si el origen de la historia de Felipe Montero está en la pitonisa, el fin se encuentra en la hechicera, pues esta tiene su ascendiente en la primera. Principio y fin pertenecen a una mujer que posee la segunda visión. Un fragmento del epígrafe de Michelet alude a esta circularidad: «Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer»