sábado, 24 de agosto de 2013

LA POESÍA COMO LOS OJOS DEL COSMOS

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 97, agosto de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)

LA POESÍA COMO LOS OJOS DEL COSMOS
Rubén López Rodrigué

La literatura no ha salvado nunca a nadie.
Los grandes escritores lo saben, y eso los salva.
 
André Comte-Sponville

 
Uno de los tantos poetas conocidos, uno de los dos millones que debe haber en el valle de Aburrá, llegó al salón Versalles, donde yo leía una interesante revista, y me regaló su último libro de poemas. Después de darle las gracias, me dijo:
«Como usted es psicoanalista [la verdad es que nunca lo he sido] me imagino que no sabe nada de poesía. Antes de que lea el libro le diré: para otear el universo el poeta escoge una buena atalaya ubicada a una mayor altura de la que puede alcanzar un pájaro que se posa en un árbol a trinar su melodioso canto. El poeta, aunque cierre los ojos, ve lo que otros no ven. Y como hombre mira sin ver, pues la emoción lo invade nublando sus ojos. Habiendo presentido la inmensidad, habiendo recibido el pulso de lo infinito, hace esfuerzos sin límite para moldear el río de su sensibilidad al cauce de las palabras poéticas. El poeta es de territorios singulares que no deben confundirse con el anchuroso espacio y los públicos amplios.
»Con los radares y antenas con que la naturaleza lo ha dotado avizora los hechos, recibe las imágenes en su amplitud poética. ¡Cuánta luz y cuánto resplandor hay en ese faro de mar! Pero lo que refleja en el poema estará de todas formas desfigurado, deformado por la censura de su alma. A su pasta sensible y frágil como un cristal se le ha perdido gran parte de lo reflejado, sus sentidos tienen mojones imperfectos, presentan escapes. Además, a pesar de su singularidad y autonomía, la hondura de su visión está enmarcada por la realidad que lo envuelve y le impone la ventana de percepción propia de cada época con sus concepciones, prejuicios y creencias.
»La naturaleza y miradas que circundan el alma mediadora del poeta lo conmueven, son captados por sus sentidos como visiones de eternidad, lo incitan y lo conducen a un contenido infinitamente mayor. De ahí que su corriente salga desbordada, a borbotones. Sin embargo, el desbordamiento se ve frenado por órganos limitados como la vista, la traducción de visiones queda restringida por las fronteras de la época en que escribe el poeta.
»La poesía expresada en obras refleja las luces de los caminos del alma. El poema es una creación visible, con su perfil de destinos, con su visión encerrada y dosificada en el imposible trasporte de la palabra. El poeta deja su perfil del ojo y es por ello que rayos y atisbos del gran misterio universal se han manifestado de la pluma al papel.
»Paul Eluard decía que “el poema consiste en dar a ver”. El poema es un vehículo que se amolda para transportar las visiones del poeta. Al caer la luz solo unos pocos espíritus, sensibles como alas de murciélago, pocos, poquísimos, que han ampliado la visión, visión que se estremece, captarán esos corpúsculos de eternidad dinámica. Son muchos los que recitan poesía y hacen versos, pero los poetas somos muy pocos.
»¿Qué es entonces lo que ve el poeta? Supuestamente ve la esencia de las cosas, una esencia que se traduce, que se plasma o refleja en palabras. Es la visión de un contenido medular, visión justa de la savia impalpable, de lo que no se toca ni se ve. Y esa parte de la esencia que le llega al lector la ha desfigurado la censura para poder así captar el perfume volátil, en emoción. Va de su fondo inconsciente a su creación. El poeta, y esto es una tragedia, podría terminar por concluir que la esencia de las cosas es la nada. Y no es absurdo decirlo porque en él se combina la filosofía, la ciencia y el arte. La palabra es timorata y perezosa, y se niega a secundar sus esfuerzos. La sensación brota como puede, difuminada y opaca, por las censuras del poeta. De ahí que el poema deba ser una fiesta del intelecto, ya que se hace con palabras unidas a la sensibilidad y a la inteligencia. ¡Debe ser una fiesta personal; no un festival social!
»Esencia, musicalidad y verbo son, a mi manera de ver, los tres elementos que envuelven la poesía y la muestran, y cuya mezcla o proporción nos definirá el perfil de cada poeta, nos dará su temperamento, nos retratará sus alcances, nos trazará su estilo; aunque la esencia escape de las palabras. El poeta llega a la esencia de las cosas, pero sólo en su imaginario. No se olvide la irrealidad del mundo poético. Ya se sabe: a menudo la poesía deja flotando en el espacio una constelación de sueños imposibles. La esencia de la realidad continuará no siendo susceptible de conocerse, lo que no obsta para que la poesía contenga verdades esenciales de la persona.
»Ahora bien, si por definición (tal vez usted me dirá que nada es definible) el poeta es un ser sensible que puede ver lo que otros no ven, para muchos de ellos hace falta ver que no se puede masificar la poesía, que ella no es para hacer populismo, haciendo que proliferen los regueros de tinta y haciéndose imprimir con letras de cobre en el libro grande. Por el hecho de que vivamos en una país donde abundan los desgarres, donde crece el desarraigo, eso no garantiza que pululen los poetas.
»Si el poeta ha saltado los muros de la gramática o de la sintaxis, si ha erosionado la estilística, si ha superado las normas, si ha roto los ladrillos de las palabras, si ha abierto las paredes del lenguaje, y por entre las aberturas la esencia se ha difuminado, nada tiene que ver esto con las masas. La poesía, tan bella como ignorada, dice aquello que es inaccesible a la lógica del lenguaje común y corriente, si bien lo más importante no es lo que dice sino lo que sugiere. Ya se sabe: la esencia de la poesía no tiene horizontes o cuando se cree vislumbrarlos se alejan tan vertiginosamente que el contemplador queda alicaído por el escaso alcance de su visión.
»El poeta habla como un oráculo. Es un visionario que pretende desvelar la entraña del universo. O para ser más escuetos, el poema no es un asunto de Paquita Gallego. Pero intentar desvelar la entraña del universo, descifrar los secretos del cosmos, no quiere decir que los poetas somos seres superiores ni mucho menos dioses encaramados en una pirámide de razones inapelables, sino que somos más sensibles y eso hace que percibamos en otros lo invisible, los deseos latentes o escondidos. La poesía es una visión justa de lo impalpable, un envolvente aroma, una visión estremecedora. Cuando se alude al malditismo del poeta es la sociedad la que lo confina a un destino solitario de rechazado. Su función no es la de ser orientador de pueblos que sólo entienden el lenguaje del intercambio de mercancías, que solo ven con mezquindad la utilidad de sus individuos.
»La admirable visión del poeta adquiere todo su valor para uno. Cuando alguien se deja fascinar por la mirada de Medusa queda petrificado o convertido en estatua. Algo parecido ocurre con la poesía cuando su mirada seduce, hechiza, atrapa. Y el lector no sabe cómo salir de ahí ni desea salir de ahí. Es la agudeza del poeta para ver lo invisible como si fuese un nictálope en las sombras.
»El poeta tiene un saber inconsciente que lo empuja desde sus pulsiones. Esas verdades esenciales del sujeto contenidas en la poesía son verdades que constituyen el saber de lo no sabido. Los poetas son adelantados a todo saber consciente entre los hombres, elegidos para plasmar en sus obras la verdad de sí mismos, señalados para poner en letras de molde fragmentos de verdad de cada sujeto que se acerca y contempla su obra».
Hecho su discurso, el poeta se retiró de la mesa. Mientras terminaba mi café, ya frío, me quedé pensando: sí es una paradoja lo que dice Rogelio Echavarría: «Es que los poetas ven lo que no se ve, y lo que se ve casi nunca lo ven».

miércoles, 21 de agosto de 2013

A propósito de "El hombrecillo de los gansos" de Jakob Wassermann

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 96, agosto de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)




A propósito de El hombrecillo de los gansos de Jakob Wassermann
Raúl Jaime Gaviria


Son muchas las veces que en mi vida de escritor me he planteado la perspectiva del fracaso como artista, al punto de llegar a considerar en momentos de crisis la inutilidad del arte como instrumento de redención personal y humana. Me he preguntado si vale la pena haber sacrificado una vida de seguridades y comodidades burguesas por una existencia que gira en torno a una obra literaria de cuyo valor no puedo estar del todo seguro. Tampoco poseo carácter adecuado para sostener la clase de relaciones y realizar el tipo de gestiones que son requeridas, en los días que corren, para lograr una notoriedad pública como autor; de ahí que no me sea posible esperar mayores consuelos materiales  provenientes de mi quehacer literario. Siendo plenamente consciente de esto continúo, sin embargo, escribiendo cuentos, poemas y ensayos y llevando adelante, a paso de tortuga, un par de novelas que quizás nunca vean la luz editorial y esto lo hago con una tozudez que a mí mismo me sorprende y  me genera una gran incertidumbre acerca de la manera en que he delineado mi vida y también en cuanto a la validez de mi vocación.
       Al terminar de leer la gran obra El hombrecillo de los gansos, del escritor judío-alemán Jakob Wasserman (1873/1934), logré entender muchas cosas en torno al artista, entre ellas la de que su principal misión está en entenderse a sí mismo por medio de su obra y del sufrimiento que esta le produce, y así, de manera paulatina, en la medida en que dicha obra “se hace carne en él”, lograr reconciliarse con el mundo.
      El compositor Daniel Nothafft, protagonista de la novela de Wassermann, es el prototipo del artista atormentado que construye en torno a sí un universo de cristal, una torre de marfil impenetrable que no puede ser franqueada por nadie. Todo en su vida ha de estar sometido a la tiranía de su creación musical. Sus relaciones amorosas y amistosas, su mundo laboral y económico, el reconocimiento por parte de la comunidad artística, incluso el cuidado de su propia persona, se convierten para él en obstáculos para el logro de una obra de tal perfección que logre situarse y situarlo a él más allá de los precarios límites impuestos por la naturaleza humana. El arte lo vale todo, la vida, nada. No contento con construir su torre de marfil, quiso también Daniel Nothafft construir un foso alrededor de esta cada vez más amplio, lo que lo llevó a un alejamiento de la realidad y a un desprecio de lo humano que, poco a poco, fue destruyendo su vida. Dos esposas muertas, unos hijos en total abandono, el desprecio social y, finalmente, la destrucción en un incendio de toda su obra musical, fue todo lo que consiguió luego de años y años de trabajo incansable. Cabe preguntarse ¿para qué? Nothafft buscaba por medio de su compleja obra la piedra filosofal que lo haría inmortal y solo luego de innumerables padecimientos consiguió darse cuenta de que el verdadero arte no habría de tener la intención de superar a la vida sino de enriquecerla, prestándole colores más bellos y duraderos que hagan de esta algo mejor para todos. Solo al ponerse Nothafft en el lugar de El hombrecillo de los gansos, una estatua de un hombre común, erigida en medio de la plaza principal del pueblo donde vivía, que representa a un campesino de a pie llevando un ganso bajo cada hombro, fue que Daniel Nothafft pudo finalmente entender que el artista no es ningún Dios, sino tan solo un hombre corriente que hace parte de una comunidad y que lo único que tiene de particular es que se expresa ante los otros hombres, y se hace entender, por medio de su propio lenguaje: la belleza.


lunes, 12 de agosto de 2013

Roberto Bolaño y su crítica de la novela chilena

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 95, agosto de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)




Roberto Bolaño y su crítica de la novela chilena

Hernán Botero Restrepo

Punto de partida del texto: Entre paréntesis de Roberto Bolaño (Ed. Anagrama; 2004).
Leyendo su libro póstumo Entre paréntesis, el lector bien informado, y de solvente criterio crítico-literario, se queda atónito ante el concepto de la novelística chilena de que hace gala el autor de Los detectives salvajes.
     Vamos por partes: en primer lugar, Bolaño demerita a novelistas como Alberto Blest Gana, Salvador Reyes, Juan Marín, Mariano Latorre, Eduardo Barrios, Joaquín Edwards Bello, Benjamín Subercaseaux, Pedro Prado, Juan Emar, Carlos Droguett Fernando Alegría, Marta Brunet, María Luisa Bombal, José Donoso y Enrique Lafourcade, autores que no son ni siquiera mencionados en Entre paréntesis y que, por el contrario, fueron leídos por muy buenos lectores. También fueron objeto, en su época y hasta hoy día, del estudio concienzudo de los críticos literarios, sin que hayan sido objeto de menosprecio por parte ni de estos ni de aquellos. Además de que existen traducciones de la mayoría de ellos a diversidad de idiomas. Lo anterior constituye una prueba crítico-literaria de que Chile ni era ni es el desierto novelístico descrito por Bolaño.
En segundo lugar, aparte del desdén gratuito por estos autores, Bolaño incurre en algo casi peor y es la aberrante negación de la existencia de la obra mayor de José Donoso Casa de campo. Entre los autores aquí nombrados y algunos de los nombrados por Bolaño en su libro, este se recrea hasta la saciedad en ponderar los logros de escritores tales como Alberto Fuget, Diamela Eltit y Alejandra Costamagna. Hecho que denota un exceso sospechoso en cuanto al elogio de estos escritores por parte de Bolaño, pues todos ellos son más o menos sus contemporáneos. Si somos tan ingenuos como para creer a pie juntillas todo lo que Bolaño escribe, con afirmaciones tales como que Chile no era un país de novelistas antes de que surgieran él y sus compañeros de generación, debemos pues, como amigos de Chile y su literatura, alegrarnos porque dicho país ya no es un “Atacama narrativo” a partir de la llegada de Bolaño y sus compañeros de generación.
          Por último, no se puede dejar de examinar el caso Donoso: Bolaño hace mención de José Donoso en su libro al menos en cinco ocasiones, y lo hace para afirmar, sin exponer argumento alguno, que El lugar sin límites es la obra maestra donosiana. De igual modo, sorprende enterarse de que, según Bolaño, El obsceno pájaro de la noche es una novela irregular sin que señale en ningún momento donde decae la novela para poder hablar con fundamento de su carácter irregular. En su paroxismo anti-donosiano, llega incluso a afirmar que Donoso era presa de un terrible síndrome de impotencia escritural, lo que le llevaba a un permanente estado de angustia existencial, y esto lo dice Bolaño con un marcado acento irónico ante la supuesta falencia de Donoso que hasta Bolaño nadie le había atribuido a Donoso.

Apostilla:
Aunque el que esto escribe ignora hasta donde llega el conocimiento por parte de Bolaño de la literatura mexicana, no deja de ser el colmo del atrevimiento gratuito el que Bolaño considerara a Carmen Boullosa como la mejor novelista mexicana, pasando olímpicamente por encima de una escritora tan reconocida como Elena Poniatowska.


sábado, 3 de agosto de 2013

Crítica literaria en Colombia

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 93, agosto de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)

CRÍTICA LITERARIA EN COLOMBIA
Rubén López Rodrigué

Es fama que en Colombia existe una larga y refinada sociedad del silencio sobre un autor por motivos de tipo político o grupal, y la muerte en vida cobra la más morbosa de las variaciones. Hay una forma de matar y es que la sociedad se empeñe en hacer invisible al escritor. Me refiero a la cuestión de la envidia, no por ejemplo al café amargo de la crítica hacia la literatura descafeinada, de adaptaciones ligeras.
Ya se sabe, en no pocas ocasiones la crítica radiografía más acerca de quien hace la crítica que sobre lo que el crítico critica. El crítico juzga o interpreta (y a la vez enseña) lo oculto del autor y en esa labor aplica unos métodos de aproximación a la obra literaria, que se compone de cuatro pasos básicos: lectura desde una perspectiva diferente, con herramientas distintas; comprensión de la obra; explicación del texto; e interpretación del texto. Todo ello ojalá con sobriedad crítica, elegancia expresiva, voluntad de claridad, profundidad conceptual, erudición enciclopédica y deslumbrante interpretación.
En Colombia, actualmente no existe una cultura de la crítica sino una anticultura de la criticonada amañada, de la simple manía de criticar, de la crítica destructiva que afila sus espuelas. Son los críticos de café. Es más fácil destruir que construir, lapidar a piedra, hacer críticas virulentas, matar una mosca a cañonazos, sacarle maullidos de gato al violín, lanzar una lluvia de tomates mas no de claveles. Esto no equivale a desconocer la existencia de una tradición. La trilogía de críticos literarios más sólida del país está conformada por Baldomero Sanín Cano, Hernando Téllez y Jaime Mejía Duque, quienes a la vez fueron ensayistas. Pero los críticos han tenido que sobrevivir al aislamiento, soportar el bloqueo editorial y a menudo cargar con la violencia de sus colegas.
Concuerdo con un autor, del que no recuerdo su nombre, que decía que un escritor como Fernando Vallejo es pura iracundia y la indignación no basta para convertirlo en la conciencia crítica de un país. Las críticas destructivas, despiadadas, que tratan a sus condenados como leprosos a quienes hay que evitar a toda costa, suelen ser proyecciones de las propias problemáticas y resentimientos personales. Pero es que no vale la pena atacar lo que no alcanza a llegarte, por ejemplo una novelucha.
En el otro extremo de la balanza, en el país hay una crítica elemental y es la del amiguismo. Aquí hay crítica de compadres, meros elogios, comentarios fáciles y esto no puede confundirse con la crítica. Otro problema es que el ego inflado de los escritores no les permite asimilar las críticas, pero hay que diferenciar la crítica a las ideas de la crítica en lo personal, es decir, la crítica no va destinada al sujeto sino a su obra de arte, «La finalidad de su función no es el artista mismo» (Faulkner). Y si bien no se puede separar al autor de su obra, sí se pueden diferenciar.
Los grandes autores suelen ser despectivos con los críticos. Así, García Márquez decía que «Los críticos son hombres muy serios y la seriedad dejó de interesarme hace mucho tiempo. Más bien me divierte verlos patinando en la oscuridad». Y también: «Jamás he puesto mucha atención a la crítica. No creo que sea serio alguien que debe escribir cada semana al menos sobre un libro». Si bien el crítico debe renunciar a su «caparazón de pontífice», aunque el escritor diga que lo que escribe el crítico literario no tiene nada que ver con su obra, es menester advertir que toda obra artística es básicamente irracional, un producto del inconsciente, y por lo tanto otro puede advertir lo que el propio autor no ve. No hay duda que es más difícil ser crítico que escritor.
Germán Espinosa decía que «Triviales son, en términos generales, esas categorías reputadas escuelas literarias, útiles solo para allanar los caminos del crítico.» A propósito de los ismos, de los encasillamientos, de las celdas del pensamiento (por ejemplo, ubicar una obra en la gaveta de la ciencia ficción surrealista), como afirmaba el brillante crítico colombiano Hernando Valencia Goelkel, las escuelas críticas han resultado particularmente efímeras y parecen pervivir más aquellos escritores en quienes prima el gusto sobre la técnica, casos de Baudelaire, T. S. Eliot, Thomas Mann y tantos otros.
En Colombia hay críticos pero no crítica, es decir, no existe una unificación que permita hablar de una tradición, de una continuidad en ese tipo de ideas que pertenecen a un género literario. Además de Valencia Goelkel, críticos destacados han sido Rafael Maya, Rafael Gutiérrez Girardot, Eduardo Zalamea Borda, Hernando Téllez, Baldomero Sanín Cano, este último estigmatizado por su desdén hacia el ensayo libresco y su preferencia por el ensayo mediático que publicaba con regularidad en periódicos de Bogotá, México, Buenos Aires y otras capitales latinoamericanas, donde el juego de escribir por escribir (o por placer) era evidente en algunas de sus producciones. No obstante, al proponer la candidatura de Sanín Cano para presidente del Pen Club Mundial, Emil Ludwig lo presentó como «una de las eminencias intelectuales de nuestro tiempo».  

Los medios de comunicación no permiten que el talento colombiano aflore, casi no hay periodismo cultural, los críticos están cerrados en las cuatro paredes de las universidades, y este fue el caso de Estanislao Zuleta, un crítico literario excelente que empleaba herramientas del psicoanálisis. En Colombia lo que hay es un  crítica regalada, apañada con las editoriales, que no hace crítica literaria sino reseña, escasamente se comentan los libros en los suplementos dominicales (que son especies en extinción), cuando no es que aparece el texto de las solapas o de las contracarátulas, y no podría ser de otra manera cuando un «crítico» tiene que leer veinte libros en una semana.