BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 93, agosto de 2013
Directores:
Raúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)
CRÍTICA
LITERARIA EN COLOMBIA
Rubén
López Rodrigué
Es
fama que en Colombia existe una larga y refinada sociedad del silencio sobre un
autor por motivos de tipo político o grupal, y la muerte en vida cobra la más
morbosa de las variaciones. Hay una forma de matar y es que la sociedad se
empeñe en hacer invisible al escritor. Me refiero a la cuestión de la envidia,
no por ejemplo al café amargo de la crítica hacia la literatura descafeinada,
de adaptaciones ligeras.
Ya
se sabe, en no pocas ocasiones la crítica radiografía más acerca de quien hace
la crítica que sobre lo que el crítico critica. El crítico juzga o interpreta (y
a la vez enseña) lo oculto del autor y en esa labor aplica unos métodos de
aproximación a la obra literaria, que se compone de cuatro pasos básicos:
lectura desde una perspectiva diferente, con herramientas distintas;
comprensión de la obra; explicación del texto; e interpretación del texto. Todo
ello ojalá con sobriedad crítica, elegancia expresiva, voluntad de claridad, profundidad
conceptual, erudición enciclopédica y deslumbrante interpretación.
En
Colombia, actualmente no existe una cultura de la crítica sino una anticultura
de la criticonada amañada, de la
simple manía de criticar, de la crítica destructiva que afila sus espuelas. Son
los críticos de café. Es más fácil destruir que construir, lapidar a piedra,
hacer críticas virulentas, matar una mosca a cañonazos, sacarle maullidos de
gato al violín, lanzar una lluvia de tomates mas no de claveles. Esto no
equivale a desconocer la existencia de una tradición. La trilogía de críticos
literarios más sólida del país está conformada por Baldomero Sanín Cano,
Hernando Téllez y Jaime Mejía Duque, quienes a la vez fueron ensayistas. Pero
los críticos han tenido que sobrevivir al aislamiento, soportar el bloqueo
editorial y a menudo cargar con la violencia de sus colegas.
Concuerdo
con un autor, del que no recuerdo su nombre, que decía que un escritor como
Fernando Vallejo es pura iracundia y la indignación no basta para convertirlo en
la conciencia crítica de un país. Las críticas destructivas, despiadadas, que
tratan a sus condenados como leprosos a quienes hay que evitar a toda costa,
suelen ser proyecciones de las propias problemáticas y resentimientos personales.
Pero es que no vale la pena atacar lo que no alcanza a llegarte, por ejemplo
una novelucha.
En
el otro extremo de la balanza, en el país hay una crítica elemental y es la del
amiguismo. Aquí hay crítica de compadres, meros elogios, comentarios fáciles y
esto no puede confundirse con la crítica. Otro problema es que el ego inflado
de los escritores no les permite asimilar las críticas, pero hay que
diferenciar la crítica a las ideas de la crítica en lo personal, es decir, la
crítica no va destinada al sujeto sino a su obra de arte, «La finalidad de su
función no es el artista mismo» (Faulkner). Y si bien no se puede separar al
autor de su obra, sí se pueden diferenciar.
Los
grandes autores suelen ser despectivos con los críticos. Así, García Márquez
decía que «Los críticos son hombres muy serios y la seriedad dejó de
interesarme hace mucho tiempo. Más bien me divierte verlos patinando en la
oscuridad». Y también: «Jamás he puesto mucha atención a la crítica. No creo
que sea serio alguien que debe escribir cada semana al menos sobre un libro». Si
bien el crítico debe renunciar a su «caparazón de pontífice», aunque el
escritor diga que lo que escribe el crítico literario no tiene nada que ver con
su obra, es menester advertir que toda obra artística es básicamente
irracional, un producto del inconsciente, y por lo tanto otro puede advertir lo
que el propio autor no ve. No hay duda que es más difícil ser crítico que
escritor.
Germán
Espinosa decía que «Triviales son, en términos generales, esas categorías
reputadas escuelas literarias, útiles
solo para allanar los caminos del crítico.» A propósito de los ismos, de los
encasillamientos, de las celdas del pensamiento (por ejemplo, ubicar una obra
en la gaveta de la ciencia ficción surrealista), como afirmaba el brillante
crítico colombiano Hernando Valencia Goelkel, las escuelas críticas han
resultado particularmente efímeras y parecen pervivir más aquellos escritores
en quienes prima el gusto sobre la técnica, casos de Baudelaire, T. S. Eliot,
Thomas Mann y tantos otros.
En
Colombia hay críticos pero no crítica, es decir, no existe una unificación que
permita hablar de una tradición, de
una continuidad en ese tipo de ideas que pertenecen a un género literario.
Además de Valencia Goelkel, críticos destacados han sido Rafael Maya, Rafael
Gutiérrez Girardot, Eduardo Zalamea Borda, Hernando Téllez, Baldomero Sanín
Cano, este último estigmatizado por su desdén hacia el ensayo libresco y su
preferencia por el ensayo mediático que publicaba con regularidad en periódicos
de Bogotá, México, Buenos Aires y otras capitales latinoamericanas, donde el
juego de escribir por escribir (o por placer) era evidente en algunas de sus
producciones. No obstante, al proponer la candidatura de Sanín Cano para
presidente del Pen Club Mundial, Emil Ludwig lo presentó como «una de las
eminencias intelectuales de nuestro tiempo».
Los
medios de comunicación no permiten que el talento colombiano aflore, casi no
hay periodismo cultural, los críticos están cerrados en las cuatro paredes de
las universidades, y este fue el caso de Estanislao Zuleta, un crítico
literario excelente que empleaba herramientas del psicoanálisis. En Colombia lo
que hay es un crítica regalada, apañada
con las editoriales, que no hace crítica literaria sino reseña, escasamente se
comentan los libros en los suplementos dominicales (que son especies en
extinción), cuando no es que aparece el texto de las solapas o de las contracarátulas,
y no podría ser de otra manera cuando un «crítico» tiene que leer veinte libros
en una semana.