BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 96, agosto de 2013
Directores:
Raúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)
A propósito de El hombrecillo de
los gansos de Jakob Wassermann
Raúl Jaime Gaviria
Son muchas las veces que en mi vida de escritor me he planteado la
perspectiva del fracaso como artista, al punto de llegar a considerar en
momentos de crisis la inutilidad del arte como instrumento de redención
personal y humana. Me he preguntado si vale la pena haber sacrificado una vida
de seguridades y comodidades burguesas por una existencia que gira en torno a
una obra literaria de cuyo valor no puedo estar del todo seguro. Tampoco poseo
carácter adecuado para sostener la clase de relaciones y realizar el tipo de
gestiones que son requeridas, en los días que corren, para lograr una
notoriedad pública como autor; de ahí que no me sea posible esperar mayores
consuelos materiales provenientes de mi
quehacer literario. Siendo plenamente consciente de esto continúo, sin embargo,
escribiendo cuentos, poemas y ensayos y llevando adelante, a paso de tortuga,
un par de novelas que quizás nunca vean la luz editorial y esto lo hago con una
tozudez que a mí mismo me sorprende y me
genera una gran incertidumbre acerca de la manera en que he delineado mi vida y
también en cuanto a la validez de mi vocación.
Al terminar de leer la
gran obra El hombrecillo de los gansos, del escritor judío-alemán Jakob
Wasserman (1873/1934), logré entender muchas cosas en torno al artista, entre
ellas la de que su principal misión está en entenderse a sí mismo por medio de
su obra y del sufrimiento que esta le produce, y así, de manera paulatina, en
la medida en que dicha obra “se hace carne en él”, lograr reconciliarse con el
mundo.
El compositor Daniel
Nothafft, protagonista de la novela de Wassermann, es el prototipo del artista
atormentado que construye en torno a sí un universo de cristal, una torre de marfil
impenetrable que no puede ser franqueada por nadie. Todo en su vida ha de estar
sometido a la tiranía de su creación musical. Sus relaciones amorosas y
amistosas, su mundo laboral y económico, el reconocimiento por parte de la
comunidad artística, incluso el cuidado de su propia persona, se convierten
para él en obstáculos para el logro de una obra de tal perfección que logre
situarse y situarlo a él más allá de los precarios límites impuestos por la
naturaleza humana. El arte lo vale todo, la vida, nada. No contento con
construir su torre de marfil, quiso también Daniel Nothafft construir un foso
alrededor de esta cada vez más amplio, lo que lo llevó a un alejamiento de la
realidad y a un desprecio de lo humano que, poco a poco, fue destruyendo su
vida. Dos esposas muertas, unos hijos en total abandono, el desprecio social y,
finalmente, la destrucción en un incendio de toda su obra musical, fue todo lo
que consiguió luego de años y años de trabajo incansable. Cabe preguntarse
¿para qué? Nothafft buscaba por medio de su compleja obra la piedra filosofal
que lo haría inmortal y solo luego de innumerables padecimientos consiguió
darse cuenta de que el verdadero arte no habría de tener la intención de
superar a la vida sino de enriquecerla, prestándole colores más bellos y
duraderos que hagan de esta algo mejor para todos. Solo al ponerse Nothafft en
el lugar de El hombrecillo de los gansos, una estatua de un hombre común,
erigida en medio de la plaza principal del pueblo donde vivía, que representa a
un campesino de a pie llevando un ganso bajo cada hombro, fue que Daniel
Nothafft pudo finalmente entender que el artista no es ningún Dios, sino tan
solo un hombre corriente que hace parte de una comunidad y que lo único que
tiene de particular es que se expresa ante los otros hombres, y se
hace entender, por medio de su propio lenguaje: la belleza.