BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 100, septiembre de 2013
Directores:
Raúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria (revistasfodelo@yahoo.com);
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)
ENVIGADO, UN PENDEJO Y CINCO CUENTOS EXTRANJEROS
Rubén López Rodrigué
Un sueño, ser escritor, de Adriana
Lisnovsky (Argentina)
El protagonista
de "Un sueño, ser escritor", que ocupó e'l segundo lugar, trata de
encontrar la inspiración, pero ésta no toma posesión de él, su mente sigue en
blanco. Tiene el deseo, siempre postergado, de ser un escritor. La profesora de
un taller literario, creyéndose dueña de la verdad, le malogra sus pocos
cuentos. Gran lector pero pésimo escritor, desperdicia los días tejiendo y
destejiendo malos párrafos. La autora sabe pintar un luto que echa sus fúnebres
tules sobre la reducida capacidad creadora de su ominoso personaje; evoca el
relato “El escritor fracasado” de Roberto Arlt. El cuento desborda de una
prodigiosa imaginación cuando al protagonista (sin nombre) se le aparecen en su
habitación personajes de la literatura universal. Como el escritor fracasado no
tiene brújula, les dice que son los personajes que busca y que pretende
escribir sobre ellos; pero éstos coinciden en que él no puede ser su autor.
Intentando penetrar en el laberinto del Universo, se equivoca de camino,
termina en el Hospital Psiquiátrico y allí los personajes desaparecen, pero
todas las noches lo sigue visitando Cortázar. El cuento juega con la intensidad
y la tensión que se resuelven en el desenlace con la “cachetada metafísica”
según Cortázar. El sentimiento de riesgo y la atmósfera de amenaza hilvanan la
parte visible del relato, pero son las circunstancias que se dejan afuera, las
que forman parte de una historia subterránea, las que forman el paisaje detrás
del telón.
Derrame
cerebral,
de Alexis Gallardo (Chile)
El presente
cuento es portador de un hermetismo que no deja de contarnos su bella y trágica
historia de un estudiante de arquitectura cuya consciencia se desvanece en un
instante. Una inoportuna náusea como preludio a la suspensión de la realidad
excluye la estrella negra porque el autor quiere –es mi suposición– demostrar
que también se puede elaborar un cuento con claves herméticas.
Su regreso a la
cancha de tierra de la infancia escolar es un indicio de que el autor pone a
rodar el balón de los mitos personales de su infancia, una pelota de tal poder
que llegó a eclipsar el sol. Allí también se desplomó a causa de un pie
malintencionado que se le clavó en la canilla. Esa escisión es clave por cuanto
un cuento siempre cuenta dos historias, es decir, como afirma Ricardo Piglia,
un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y
fragmentario. Los puntos de cruce entre el acontecimiento adulto del personaje
y el acontecimiento infantil son el fundamento de la construcción.
En la oscuridad
de su cuarto el muchacho –se vuelve a la adultez– se negaba a aceptar que su
heroína personal, la madre muerta en su infancia, nunca más vendría a exorcizar
sus fantasmas de terror. Y como se negaba a aceptarlo, ¿lo mejor no era reunirse
con ella en las fronteras inescrutables del más allá? «Derrame cerebral» no es
un cuento distante de la literatura realista, si bien su nivel de complejidad
mayor demanda un lector bien comprometido. A partir de sucesos muy reales, muy
concretos, superficiales, se hace una ficción con su historia secreta. Es
también una forma enigmática del autor mostrarse a sí mismo.
Bruno, de María Malusardi (Argentina)
En su doble
juego de realidad e imaginación, María Malusardi encauza un planteo dramático
sobre la historia de un niño en estado de desamparo. La autora urde su trama
tejiendo, a base de hilos de oro y plata enmadejados en filigrana, a un ser
desvalido, como lo es un niño, que sufre la peripecia de haber perdido a su
mamá, por lo que le urge obtener con desespero una madre sustituta, con el
particular nombre de Su, de pelo lacio. No sabemos si la madre ha fallecido o
lo ha abandonado, el cuento es abierto en este sentido, pero lo cierto es que
aquí separación equivale a muerte.
En el lugar
donde permanece parte del día, el pequeño, que exhala una ternura de cervatillo,
mete y saca la mano de una bolsita de tela donde busca el objeto perdido… para
siempre. Además del desvalimiento infantil, la autora saca a flote el erotismo
del niño, en esta época bien distinta a la de Freud cuando se creía que el niño
era un ángel sin alas y las gentes se llevaron las manos a la cabeza cuando el
padre del psicoanálisis habló de sexualidad infantil. El impromptu no es lo que remata esta narración, pero ¡qué carajos! la
cuentística contemporánea destruye ese modelo del final sorpresivo.
El beso, de Fernando Yacamán
Neri (México)
Este cuento
tiene como tema el filicidio que arroja un hálito de crueldad extraño. Un
hombre subió a un autobús con el bebé en brazos y le perturbó que los pasajeros
lo miraran. Se había llevado el niño sin el consentimiento de su esposa, a la
que consideraba una desgraciada.
En esta pintura
de Fernando Yacamán Neri viene al
pincel la marcha del hombre al
pueblo donde moraba su madre viuda, en la misma casa donde él vivió su
infancia. «Vengo
a darle santa sepultura a mi hijo Emilio», le dijo a su madre, que estaba
atónita de verlo sin previo aviso. A la pregunta de ella, le dijo que su bebé
murió de influenza. Cuando el hombre salió a comprar flores para la sepultura,
la abuela levantó la sábana que cubría el rostro del bebé muerto y se percató
de que no tenía labios. Cuando dos horas después el hombre regresó embriagado,
su madre le preguntó que le pasó a su nieto y obtuvo una horrenda respuesta.
Un cuento como
este radiografía una sociedad como la mexicana, entretejido por un escritor que
da muestras de saber que le violencia como hecho inmediato es una tontería, que
sabe que no sirve de mucho aplicarle retórica a lo que dicen los noticieros.
La máquina de popcorn,
de Carolina Paton (Chile)
La autora acude a la biblioteca dispar de su memoria,
de la que quiere compartir lecturas anteriores que ahora mezcla con su
creatividad expresada en dos historias paralelas: la de una máquina para hacer
palomitas de maíz, que espera a ser reparada, y la del protagonista que es el
conductor de una aristócrata, Lady Norma. Una historia es subterránea, latente,
mientras que la otra es evidente, manifiesta. En esto radica la técnica
esencial del cuento, género literario que suele confundirse con la mera
anécdota, con la historia simple y descafeinada.
El cuento está escrito en primera persona, pero en un
aparente descuido Carolina Paton pasa a tercera persona. Los diálogos se hacen
entre comillas, mas en un supuesto capricho pasa a los guiones largos.
Irónicamente, la máquina de “popcorn” reconforta más
al protagonista que la señora aristocrática que nunca lo mira, puesto que para
Lady Nora sencillamente aquel hombre no existe. Esa es la conclusión que se
extrae del cuento, sin que se trate de una festiva ironía en la que el
destinatario sienta que se le está tomando el pelo, pues en general la historia
está rodeada por una atmósfera ceremoniosamente triste.