BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 113, diciembre de 2013
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
DISQUISICIONES SOBRE EL ARTE DE LA SEDUCCIÓN
Sobre El
regreso de Casanova de Arthur Schnitzler (El Acantilado, 2000)
Raúl Jaime Gaviria
El
mito de Giacomo Casanova, el famoso mujeriego y hombre de mundo, cuyas
increíbles aventuras subyugaron a Europa, es abordado en este libro del
escritor judío austriaco Arthur Schnitzler (1862-1931) desde una perspectiva
bien distinta e ingeniosa. El autor (quien introdujo el monólogo interior en la
literatura de lengua alemana), concibe la historia a partir de un hipotético
Casanova que supera la cincuentena y en quien la decadencia, tanto física como
psicológica, se hace evidente. Con bastantes elementos ficcionales añadidos,
Schnitzler nos muestra al otrora galán principesco convertido, gracias al paso
de los años, en un ser patético; atrapado y torturado por el deseo erótico y
que con tal de saciarlo se conduce a sí mismo a través de los laberintos de las
pasiones más perversas llegando incluso hasta el crimen. El mismo deseo
erótico, que en su juventud representaba para él la más alta cumbre de la
libertad humana, y por él cual realizó toda suerte de proezas, se convirtió, a
la vuelta de los años, en su peor carcelero. Y todo por confiar su ideal de
felicidad a una pasión efímera.
De lo que sabemos de cómo transcurrió la
vejez de Casanova, en cuanto a su praxis de seductor y hombre de acción,
podemos inferir su fracaso como ser humano íntegro; pues vivió sus últimos años
al servicio de un gran señor de la nobleza europea, y, paradójicamente, para un
librepensador como él, ejecutando labores de espía nada menos que de la Santa
Inquisición, de cuya prisión de Los Plomos escapó siendo muy joven. Es seguro
que Casanova no se encontraba debidamente apertrechado desde la filosofía, a
pesar de haberse preciado de hombre culto y filósofo (tuvo tratos con Voltaire
e incluso llegó a escribir una novela precursora de la ciencia-ficción: El Icosamerón y una admirable novela
corta, El duelo), como para
sobrellevar la imposibilidad de ser correspondido en la idea de amor que él
había construido para sí; aunque podemos inferir por medio de sus Memorias (que recientemente han sido
publicadas en España en su versión más fidedigna) que la filosofía fue para él
un medio más de seducción como lo fueron la literatura, el arte del buen
vestir, las relaciones públicas o las buenas maneras en la mesa; de ahí que,
más allá de los elementos ficcionales, la obra de Schnitzler se acerque,
quizás, con bastante tino a la realidad; lo que haría de Giacomo Casanova poco
menos que un seductor mediocre a pesar de la fama en contrario con que la
historia nos lo muestra; estribando su mediocridad en el hecho de no percibir
con suficiente agudeza el hecho de “la otredad” en los seres por él seducidos;
concibiendo a estos como mera proyección egotista de sí, pues la ecuación del
amante perfecto ha de necesariamente incluir dentro del que podríamos denominar
“teatro de guerra del amor” al ser seductor y al ser seducido en un plano en el
que, siendo imposible la igualdad (en toda guerra siempre hay vencedores y
vencidos), por lo menos se encuentren provistas reglas de acción claras que les
permitan representar su rol, dentro de esa particular puesta en escena, a los
personajes de la mejor manera posible.
Ser amante supone, entonces, un
intenso esfuerzo por acceder a la alteridad de ese otro que no soy yo (el
amado), y que, paradójicamente, me completa al hacerme
consciente de mi incompletud y que
además logra que me vea a mí mismo como un ser inacabado y por lo tanto
necesitado. Es en ese tomar consciencia del otro en mí, en donde la aparente
superioridad del amante se hace relativa y la balanza de fuerzas entre este y
el amado se alían en pos del equilibrio que no es otra cosa que la aspiración a
la unión perfecta de los opuestos, unión que en un mundo esencialmente
desequilibrado como el nuestro es altamente improbable, no dejando por esto de
ser loable el que se aspire a esta unión, anhelo que, según creo, no cruzó
jamás por la mente del mal seductor de Giacomo Casanova que, por lo visto, no
pasó de ser un ordinario picaflor.