BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 130, marzo de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
El mapa y el territorio de Michel
Houellebecq
(Premio Goncourt 2011)
Por Raúl
Jaime Gaviria
El hecho de
ejercer la crítica literaria con constancia y un mínimo de rigor le otorga a
uno ciertas ventajas como lector que de otra forma no obtendría. Una de ellas
es la de no obnubilarse al emprender la lectura de un libro que haya recibido
un premio literario importante. Por lo general, y mucho más en un país de una
cultura crítica tan precaria como el nuestro, la masa lectora es objeto
constante de manipulación por parte de las editoriales que tejen un complejo
entramado comercial alrededor de obras y escritores, las más de las veces de
dudosos méritos. Los premios literarios son una de esas estrategias, que, a lo
largo de los años, se ha mostrado como de las más eficaces, para promocionar
libros y autores, aunque últimamente sus acciones cotizan a la baja, al menos
en los países de lengua castellana, a raíz de los sonados escándalos que se han
filtrado a la luz pública como el del Premio Planeta de 1997 por el cual
Ricardo Piglia y Editorial Planeta fueron condenados por manipulación
editorial; como este se han dado muchísimos más casos de componendas y oscuros
manejos en premios literarios de primer nivel y no se diga en los de menor
categoría.
Pasando a nuestro
país recuerdo que, hace algún tiempo, leí una entrevista que concedió Antonio
Ungar en El Librero a raíz del Premio
Herralde que obtuvo en España con su novela Tres
ataúdes blancos. Le preguntaron cual creía que era la causa por la que le
habían otorgado el premio y él respondió, de lo más orondo, que creía que se lo
habían dado porque su novela era exótica y que en su caso había primado el
gusto europeo por el exotismo. Por lo menos hay que reconocer la honestidad de
Ungar, otro en su lugar se habría ido por las ramas. A las grandes editoriales
que convocan concursos literarios en Hispanoamérica yo les propondría que, por
lo menos, se dignaran cubrir (quizás exista alguna manera de pago contra
entrega) los gastos de envío de los manuscritos por parte de los ingenuos
autores que, debatiéndose muchas veces en medio de la pobreza, se gastan sus
pocos denarios en inútiles impresiones de textos y onerosos envíos postales en
muchas ocasiones en desmedro de sus necesidades básicas.
Toda esta caótica
perorata acerca de los premios literarios viene al caso porque acabo de
terminar de leer el libro El mapa y el
territorio del escritor francés Michel Houellebecq, reconocido mundialmente
por su archipolémico libro Las partículas
elementales y por sus controvertidos planteamientos sociopolíticos. El mapa
y el territorio obtuvo en 2011 el Premio Goncourt, sin duda alguna el
galardón literario más prestigioso de Francia. La obra gira en torno a la vida de Jed Martin, fotógrafo
y pintor, hijo de un importante y rico arquitecto y empresario inmobiliario. La
primera y segunda partes de la historia son quizás las más interesantes, en
ellas se muestra la pasión solitaria de la búsqueda artística de Jed, su vacío
existencial por haber crecido sin madre (esta se suicidó a los pocos meses de
que él naciera), la relación un tanto fría con un padre a quien, por causa de
sus ocupaciones en el mundo de los negocios, nunca ha podido percibir como
alguien cercano y finalmente su percepción crítica acerca de la vida y de la
sociedad francesa.
Houellebecq es
el escritor contemporáneo por excelencia, sus historias no se orientan
claramente por una ruta establecida así como tampoco lo hacen sus personajes,
que se desplazan a través de una fina línea en la que se hace difícil el establecer
claras distinciones éticas y morales. Ni siquiera es fácil de determinar, en el
caso de este libro, el género al que pertenece pues tiene algo de novela negra,
análisis sociológico y hasta se da el lujo de presentar como personaje a su
propio alter ego Michel Houllebecq,
cosa que, en otro autor de menor calidad, podría pasar como un detalle de
pésimo gusto literario (un ejemplo está en “nuestro” Fernando Vallejo, a quien
le ha dado últimamente, y a raíz de las evidentes contradicciones presentes en sus
obras, por decir que el Vallejo de sus libros no es él sino “otro” Vallejo,
vaya cinismo).
En la tercera
parte y el epílogo de El mapa y el
territorio, se comienza a desovillar la trama de un crimen que posee
elementos de asesinato ritual y del cual es víctima el personaje Houellebecq de la novela. Sin embargo,
este salto que se da entre el acontecer artístico y espiritual de la existencia
de Jed Martin a la truculenta historia policial es un tanto brusco y al menos
yo, como lector, me sentí como el conductor de un vehículo que pasa de repente
de una superautopista a un sendero rural no pavimentado. También hay ciertas
escenas forzadas como aquella en la que Jed Martin, a quien en el transcurso de
toda la novela se le presenta como un hombre de cimentados principios éticos,
le da por golpear de manera brutal a una mujer. En ningún momento de la
narración el lector recibe siquiera una mínima clave de que este hecho pudiera
tener ocurrencia y esto, en narrativa, es indicio de falta de recursos a la
hora de perfilar la sicología del personaje, algo vital en la relación de
confianza que ha de necesariamente establecerse entre autor y lector.
El libro, en
general, está bien escrito aunque el Goncourt me parece un honor exagerado para
esta obra en particular. Quizás, de manera tácita, los jurados hayan tomado en
consideración sus obras anteriores. Lo que es absolutamente inobjetable es el
hecho de que Houellebecq traza unos nuevos parámetros para la literatura del
siglo XXI que habrán de
dejar huellas profundas. Si algo me queda claro luego de leer al enfant terrible de las letras francesas es
que en las grandes obras que la literatura de este siglo tenga para ofrecernos,
podremos observar cada vez más como, en la misma medida en que se manifieste en
la realidad la creciente despersonalización del individuo dentro de la
sociedad, los personajes literarios dentro de las obras de género novelístico
se irán también difuminando cada vez más, pasando de ser los protagonistas de
sus historias y los dueños de sus propios destinos a meros testigos inermes de
una realidad que los supera y los abruma. Y es precisamente la palabra “testigo”
la que mejor podría definir al
Houellebecq escritor quien, a diferencia
de Orwell o Kafka, no es ya, porque no puede serlo, profeta de un mundo
alienado sino constante relator de ese mismo mundo que ya se encuentra entre
nosotros.