BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Edición No. 128, marzo de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
En defensa de la palabra (acerca del inaudito cierre de un
programa radial cultural en Medellín)
Raúl Jaime Gaviria
Hace unos cuantos días viajaba yo en un bus rumbo a la Biblioteca
Pública Piloto de Medellín para asistir a una conferencia; observaba distraídamente
por la ventana auténticos ríos de carros que vomitaban grandes volutas de gases
tóxicos. De ese marasmo mental me arrancó, de súbito, una gran valla que se
erguía a toda la entrada principal de la Universidad de Antioquia y que decía
en grandes letras: SE PLURAL COMO EL UNIVERSO. No dejó de parecerme redundante
puesto que por etimología la palabra universidad se deriva del vocablo latino universitas que significa entero, total,
universal; pero pensé que estaba bien porque no es menos cierto que muchos, aún
hoy, en pleno siglo XXI, parecen no haberlo entendido. En fin, que el
bus siguió su recorrido, yo asistí a mi conferencia y la valla y su mensaje
desaparecieron de mi memoria, aunque no por mucho tiempo.
Una semana después, con mayor exactitud ayer, domingo de elecciones
parlamentarias, viajé a Medellín (actualmente vivo fuera de la ciudad) y no
precisamente para votar, pues como
millones de colombianos me cuento entre los apáticos de la corrupta política
nacional. Mi intención era comprar el periódico El Nuevo Siglo de Bogotá ya
que, según me había comunicado por correo electrónico el director del
suplemento literario, un artículo mío aparecería en la edición dominical. Ya en
el centro de Medellín, al cruzar la Plazuela San Ignacio, justo al frente del
Paraninfo de la Universidad de Antioquia, vi a tres conocidos míos, que hacen
parte del equipo de trabajo de un
programa radial cultural que lleva emitiéndose ininterrumpidamente por
más de veinte años, y que se adorna con un muy bello nombre: Defensa de la
palabra. Se trata de un programa controvertido y en ocasiones hasta agresivo y primario
en su acercamiento crítico a los fenómenos culturales de la ciudad, pero
importante porque representa a los sectores más marginados del quehacer
artístico de Medellín. En un primer momento quise ocultarme de mis conocidos
pues, desde hace ya bastantes meses, he optado por alejarme de los círculos
literarios y culturales a efecto de dedicarme con más consagración a leer y
escribir. No tuve éxito, el director del programa Gustavo Zuluaga me había
detectado con su ojo de águila. No tuve más remedio que acercarme con la
pretensión de evadirme pronto para comprar mi periódico y luego refugiarme en
la primera cafetería que encontrara y leer con toda calma el suplemento
literario al calor de un humeante tinto. El rostro de Gustavo, así como los
rostros de sus compañeros, lucían desencajados, en principio asumí que, dado el
hecho de que hacía meses no me veían, me habrían dado ya por muerto y quizás creerían
encontrarse ante mi fantasma. Antes de que pudiera yo decir nada, para
aclararles la situación, una frase con tono dramático salió de labios de
Gustavo: —¡Raúl, nos
cerraron el programa! Por un momento no di crédito a mis oídos, que yo sepa
nunca en la historia democrática de este país ha sido cerrado un programa
radial de carácter cultural; el periódico El Espectador fue cerrado en varias
ocasiones por gobiernos autoritarios, pero que una universidad pública se atreva a censurar a un programa
cultural que lleva más de dos décadas en el aire es un hecho a todas luces
inaudito. Gustavo me extendió la fatídica carta que le acababan de entregar en
la emisora, firmada por dos directivos de la Universidad y en la que, escuetamente, le comunicaban
que, a partir de ese día, el programa dejaría de emitirse. Entre las causas
aducidas para el cierre estaban la falta de pluralidad e inclusión del programa
y la falta de respeto por la diferencia. Vaya ironía, si en algo se
caracterizaba este programa, de eso puedo dar fe, era el de la diversidad de
voces que presentaba, algunas de ellas hasta estentóreas que, en su afán de ser
escuchadas y ante la falta de canales de expresión existentes en otros medios,
utilizaban el programa para gritar, a voz en cuello, su exclusión y su
marginalidad. Es cierto que por esta causa el programa pudo presentar en
ocasiones un carácter desigual, pero justo en aras de esa diversidad. En otro
aparte de la carta se acusaba al espacio radial de no enaltecer el Alma Mater.
El final de la misiva no podía ser más patético, agradeciendo a Zuluaga el tiempo
y el afecto que le había dado a la institución.
En apariencia, el cierre de un programa cultural universitario, en
una capital de provincias de Colombia, podría pasar por irrelevante. Pero hay
mucho más de fondo en todo esto. Se trata de algo tan grave como el atropello
al derecho fundamental a la libre expresión en un país que se precia de
democrático. Este tipo de cosas no pueden tomarse a la ligera, son hechos
sintomáticos que alertan sobre futuros atentados de mayor magnitud contra las
libertades civiles en nuestro país. Me pregunto qué pensarán, y es más, me
atrevo a lanzarles el reto, a los muchos escritores e intelectuales colombianos
que durante estos veinte años han desfilado por el programa Defensa de la
palabra para que se pronuncien en torno a este hecho de censura. Juan Manuel Roca, William Ospina, Piedad
Bonnett, Harold Alvarado Tenorio, son algunos de entre los muchos escritores
que, en determinado momento, han participado de este programa radial. ¿Qué
pensarán ellos? ¿Qué posición habrán de asumir? Ellos, que como artistas
reconocidos están llamados a ser la
conciencia digna de nuestra sociedad, no pueden hacer oídos sordos a un suceso
de tanta gravedad.
Si retrocedemos en el tiempo, hace cerca de ochenta años, en 1933 (irónicamente
el mismo año en que se fundó la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia),
en un rincón cualquiera de la Bebelplatz
en Berlín, un grupo de fanáticos, incluidos niños instigados por estos,
encendía una inmensa hoguera en la que millares de libros eran quemados por el
mero hecho de proclamar ideas opuestas a la ideología nazi imperante. ¿Quién
podría haber llegado siquiera a pensar que, tan solo unos años más tarde, ya no
serían millares de libros los quemados, sino que serían millones los cuerpos de
judíos, gitanos y otras minorías étnicas y políticas los incinerados en las
horrendas cámaras de gas del Tercer Reich?
Fue tan solo al regresar a casa para escribir este artículo que
volvió a mi mente la imagen de aquella valla de la Universidad de Antioquia que
había visto en mi viaje en bus a la biblioteca y que decía: SE PLURAL COMO EL
UNIVERSO cuando recordé, no sin que por un momento se me arrugara el alma,
aquella otra frase, aterradora por su cinismo, que lucía la entrada principal
del campo de concentración de Auschwitz: EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES.
Por fortuna las millones de palabras de músicos, poetas y locos que
surcaron los aires a través de las ondas hertzianas durante estos veinte años y
que llegaron a oídos de miles y miles de radioescuchas de Defensa de la palabra
no podrán ser destruidas pues hacen parte ya del patrimonio cultural y espiritual
de nuestra región.