lunes, 10 de marzo de 2014

En defensa de la palabra (acerca del inaudito cierre de un programa radial cultural en Medellín)

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 128, marzo de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com





En defensa de la palabra (acerca del inaudito cierre de un programa radial cultural en Medellín)



Raúl Jaime Gaviria

Hace unos cuantos días viajaba yo en un bus rumbo a la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para asistir a una conferencia; observaba distraídamente por la ventana auténticos ríos de carros que vomitaban grandes volutas de gases tóxicos. De ese marasmo mental me arrancó, de súbito, una gran valla que se erguía a toda la entrada principal de la Universidad de Antioquia y que decía en grandes letras: SE PLURAL COMO EL UNIVERSO. No dejó de parecerme redundante puesto que por etimología la palabra universidad se deriva del vocablo latino universitas que significa entero, total, universal; pero pensé que estaba bien porque no es menos cierto que muchos, aún hoy, en pleno siglo XXI, parecen no haberlo entendido. En fin, que el bus siguió su recorrido, yo asistí a mi conferencia y la valla y su mensaje desaparecieron de mi memoria, aunque no por mucho tiempo.

Una semana después, con mayor exactitud ayer, domingo de elecciones parlamentarias, viajé a Medellín (actualmente vivo fuera de la ciudad) y no precisamente para votar,  pues como millones de colombianos me cuento entre los apáticos de la corrupta política nacional. Mi intención era comprar el periódico El Nuevo Siglo de Bogotá ya que, según me había comunicado por correo electrónico el director del suplemento literario, un artículo mío aparecería en la edición dominical. Ya en el centro de Medellín, al cruzar la Plazuela San Ignacio, justo al frente del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, vi a tres conocidos míos, que hacen parte del equipo de trabajo de un  programa radial cultural que lleva emitiéndose ininterrumpidamente por más de veinte años, y que se adorna con un muy bello nombre: Defensa de la palabra. Se trata de un programa controvertido y en ocasiones hasta agresivo y primario en su acercamiento crítico a los fenómenos culturales de la ciudad, pero importante porque representa a los sectores más marginados del quehacer artístico de Medellín. En un primer momento quise ocultarme de mis conocidos pues, desde hace ya bastantes meses, he optado por alejarme de los círculos literarios y culturales a efecto de dedicarme con más consagración a leer y escribir. No tuve éxito, el director del programa Gustavo Zuluaga me había detectado con su ojo de águila. No tuve más remedio que acercarme con la pretensión de evadirme pronto para comprar mi periódico y luego refugiarme en la primera cafetería que encontrara y leer con toda calma el suplemento literario al calor de un humeante tinto. El rostro de Gustavo, así como los rostros de sus compañeros, lucían desencajados, en principio asumí que, dado el hecho de que hacía meses no me veían, me habrían dado ya por muerto y quizás creerían encontrarse ante mi fantasma. Antes de que pudiera yo decir nada, para aclararles la situación, una frase con tono dramático salió de labios de Gustavo: ¡Raúl, nos cerraron el programa! Por un momento no di crédito a mis oídos, que yo sepa nunca en la historia democrática de este país ha sido cerrado un programa radial de carácter cultural; el periódico El Espectador fue cerrado en varias ocasiones por gobiernos autoritarios, pero que una universidad  pública se atreva a censurar a un programa cultural que lleva más de dos décadas en el aire es un hecho a todas luces inaudito. Gustavo me extendió la fatídica carta que le acababan de entregar en la emisora, firmada por dos directivos de la Universidad  y en la que, escuetamente, le comunicaban que, a partir de ese día, el programa dejaría de emitirse. Entre las causas aducidas para el cierre estaban la falta de pluralidad e inclusión del programa y la falta de respeto por la diferencia. Vaya ironía, si en algo se caracterizaba este programa, de eso puedo dar fe, era el de la diversidad de voces que presentaba, algunas de ellas hasta estentóreas que, en su afán de ser escuchadas y ante la falta de canales de expresión existentes en otros medios, utilizaban el programa para gritar, a voz en cuello, su exclusión y su marginalidad. Es cierto que por esta causa el programa pudo presentar en ocasiones un carácter desigual, pero justo en aras de esa diversidad. En otro aparte de la carta se acusaba al espacio radial de no enaltecer el Alma Mater. El final de la misiva no podía ser más patético, agradeciendo a Zuluaga el tiempo y el afecto que le había dado a la institución.

En apariencia, el cierre de un programa cultural universitario, en una capital de provincias de Colombia, podría pasar por irrelevante. Pero hay mucho más de fondo en todo esto. Se trata de algo tan grave como el atropello al derecho fundamental a la libre expresión en un país que se precia de democrático. Este tipo de cosas no pueden tomarse a la ligera, son hechos sintomáticos que alertan sobre futuros atentados de mayor magnitud contra las libertades civiles en nuestro país. Me pregunto qué pensarán, y es más, me atrevo a lanzarles el reto, a los muchos escritores e intelectuales colombianos que durante estos veinte años han desfilado por el programa Defensa de la palabra para que se pronuncien en torno a este hecho de censura.  Juan Manuel Roca, William Ospina, Piedad Bonnett, Harold Alvarado Tenorio, son algunos de entre los muchos escritores que, en determinado momento, han participado de este programa radial. ¿Qué pensarán ellos? ¿Qué posición habrán de asumir? Ellos, que como artistas reconocidos están  llamados a ser la conciencia digna de nuestra sociedad, no pueden hacer oídos sordos a un suceso de tanta gravedad.

Si retrocedemos en el tiempo, hace cerca de ochenta años, en 1933 (irónicamente el mismo año en que se fundó la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia), en un rincón cualquiera de la Bebelplatz en Berlín, un grupo de fanáticos, incluidos niños instigados por estos, encendía una inmensa hoguera en la que millares de libros eran quemados por el mero hecho de proclamar ideas opuestas a la ideología nazi imperante. ¿Quién podría haber llegado siquiera a pensar que, tan solo unos años más tarde, ya no serían millares de libros los quemados, sino que serían millones los cuerpos de judíos, gitanos y otras minorías étnicas y políticas los incinerados en las horrendas cámaras de gas del Tercer Reich?

Fue tan solo al regresar a casa para escribir este artículo que volvió a mi mente la imagen de aquella valla de la Universidad de Antioquia que había visto en mi viaje en bus a la biblioteca y que decía: SE PLURAL COMO EL UNIVERSO cuando recordé, no sin que por un momento se me arrugara el alma, aquella otra frase, aterradora por su cinismo, que lucía la entrada principal del campo de concentración de Auschwitz: EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES.

Por fortuna las millones de palabras de músicos, poetas y locos que surcaron los aires a través de las ondas hertzianas durante estos veinte años y que llegaron a oídos de miles y miles de radioescuchas de Defensa de la palabra no podrán ser destruidas pues hacen parte ya del patrimonio cultural y espiritual de nuestra región.