BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 164, noviembre de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Los animales de Descartes
Por Hernán Botero Restrepo
En uno de los muchos ires y venires de su perspicaz mente,
Rene Descartes o Cartesio, como se le llamo en latín, llegó a una de sus conclusiones
más difundidas: los animales eran máquinas, (se sobreentiende que se refería a los
llamados animales irracionales). Su seguidor, el sacerdote católico Nicolás
Malebranche, acostumbraba a propinar puntapiés a todo perro que se le pusiera
por delante o sintiera cercano a sus espaldas, y había que oír las carcajadas
del filósofo y teólogo, a quien la filosofía no le dejó tiempo para llegar a
los altares, cuando escuchaba los ladridos de dolor de las “caninas máquinas”,
cuando el sabio ensotanado descargaba sobre ellas sus pedestres golpes. Reía
Malebranche, con gozo filosófico, al maltratar un perro pues le sorprendía que
esas máquinas (los perros) profirieran sonidos que llevaban a la multitud,
ajena a la filosofía que para él se encarnaba en Descartes, a creer que los
perros y todos los animales considerados irracionales, se comportaran cuando se
les golpeara como poseedores del cogito cartesiano, del ese sí doliente ser
humano. ¡Qué máquinas tan admirables! Se decía Malebranche, mientras los perros
se lamentaban a su modo de los zapatazos que el levita les proporcionaba.
Todo esto tiene una moraleja: Aun en el Sancta sanctorum del
incensado templo de los más célebres pensadores, ya sean tonsurados, ya no los
sean, se mezclan con el aroma del incienso los hedores de la estulticia.
Remontándonos a La Odisea nos encontramos, hacia el final de la epopeya, con el
episodio del perro Argos, que muere a causa de la emoción que le causa el regreso
de su amo a casa, después de no verlo durante más de veinte años. Hay quien ha
dicho que con la muerte de Argos se inicia la literatura sentimentalista en el
mundo. Ahora bien, cómo no reconocer que a pesar de la exageración mitológica
en lo que respecta a la edad en que muere Argos, el inmenso Homero está más
cerca de la verdad, en cuanto a la emotividad del perro se refiere, que lo que
Descartes o Malebranche habrían estado si se hubieran ocupado del episodio de
la muerte del perro de Odiseo.
Para concluir transcribimos el fragmento de Nicias y sus
perros de Claudio Eliano, escritor romano del siglo II (que escribió en
impecable griego su Historia de los animales). El texto de Claudio Eliano,
arrasadoramente emotivo, dice en la traducción al español de José María Díaz- Regañón
López :
“ Un tal Nicias se alejó involuntariamente de sus compañeros
de cacería y vino a caerse en un horno de carboneros. Al ver esto, sus perros
no se marcharon, sino que comenzaron a gemir y a ladrar en torno al horno, y
luego, con sólo morder los vestidos de los viandantes, delicada y
cautelosamente, intentaban atraerlos al lugar del suceso, como si los perros
implorasen a los hombres que acudiesen en ayuda de su señor. Uno de los
hombres, al ver esto, sospechó lo que había ocurrido, siguió al perro y
encontró a Nicias abrasado en el horno y por los restos encontrados conjeturó
lo ocurrido. ”