BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 162, noviembre de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
El muchacho de las
fresas
Por Hernán Botero Restrepo
El muchacho estaba recostado
contra el muro del Instituto de Bellas
Artes de la Universidad de Antioquia, en el Barrio Carlos E. Restrepo de
Medellín, Colombia. A su lado, reposaba una canasta rebosante de apetitosas
fresas de color carmesí; era muy temprano en la mañana, no habían transcurrido
más que unos diez minutos desde las siete. Los vehículos que rodaban por la
calle y los viandantes de la acera se podían contar con los dedos de las manos;
de repente, apareció el señor, que es
como va a llamársele en este relato. Echó una mirada a las apetitosas frutas, pero
no compró ninguna, para no complicarse con una bolsa en su camino, dejando
atrás al muchacho y su frutal mercancía. Dio tres o cuatro pasos, cuando se oyó
tildar por este, en alta y burlona voz, de despeinado. Siendo como era el señor no iba a quedarse
callado y girando la cabeza hacia el muchacho lo increpó con estas palabras: -y
a usted que le importa ¡imbécil! Las cosas entre el muchacho y el señor no
pararon allí, el segundo desanduvo la distancia que lo separaba de aquel, y
antes de que el muchacho pudiese hacer algo, se inclinó, tomó la canasta de
mimbre y con un movimiento violento lanzó todo su contenido a la calle, que era
una de doble vía, en el momento en que el semáforo cambió de rojo a verde.
El muchacho que contaría con
veinte años o un poco más, se levantó al ver el estropicio de sus fresas y
vociferó, una vez en pie: ¡esta me la pagás, desgraciado! El señor, de una edad
que se podía calcular entre los treinta y los treintaicinco, bien vestido por
cierto, era un hombre fornido contra el cual en un match cuerpo a cuerpo hubiera
llevado las de perder, pues él era flacucho, tirando a esquelético y el señor,
con un puñetazo o un puntapié, habría dado con él contra el suelo.
El señor, ante la inferioridad de
su adversario, no sintió el menor temor, y convirtiendo sus dos manos en
instrumentos super eficaces para lo que se había propuesto, revolcó el cabello
del muchacho, hasta dejárselo convertido –a su escala- en un pajonal sobre el
cual un ciclón hubiese desencadenado su furia.
-Despeinado, despeinado- casi
cantó el señor -quedaste como la
muchacha de la canción de hace tantos años, la de la carita deliciosa, pero que
tenía el pelo vuelto “un desastre universal”. A continuación el señor extrajo
de uno de los bolsillos de sus pantalones su billetera, la abrió, examinó su contenido
y extrajo un billete para luego decir al muchacho: -es un billete de
cincuentamil, es para ti, tu mercancía no valía tanto, incluyendo la canasta.
Dejó caer el billete a los pies del muchacho y agregó: -y mucho cuidado con el
respeto a los demás-. Sin articular palabra, el muchacho guardó el billete en
uno de sus bolsillos.
El señor emprendió la marcha
mientras pensaba: -qué sorpresa se va a llevar el muchacho cuando se dé cuenta
de que el billete es falso.
Se detuvo, el vidrio de la
ventana de una zapatería para mujeres
reflejó su imagen, toda correcta, con la excepción de un grueso manojo de
cabellos, que desde su occipucio se elevaba como una veleta sobre su pelo. –En el
primer establecimiento público que abra me arreglo el pelo -se dijo muy para
sí. Uno puede dar la impresión de estar loco por lo desorganizado que esté,
pero nadie tiene el derecho a burlarse por ello. Bien merecido tuvo lo que le
hice, el vendedor de fresas. Y volvió a sumergirse en sus profundos abismos
mentales: -¿si yo le comprara un par de zapatos bonitos a Marina con uno de
los billeticos de los que le tiré al muchacho? … Pero mejor no, decidió de
manera tajante, esta gente del comercio sabe distinguir un billete falso de uno
auténtico. Lo mejor que puedo es deshacerme de ellos, negociando con alguien
que no tenga cara de distinguirlos, como un ama de casa o un cura- Al punto suspendió
sus cogitaciones porque una tienda que frecuentaba a menudo acababa de abrir y
entró en ella para arreglarse la melena.