miércoles, 26 de noviembre de 2014

Los animales de Descartes

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 164, noviembre de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo



Los  animales de Descartes

Por Hernán Botero Restrepo

En uno de los muchos ires y venires de su perspicaz mente, Rene Descartes o Cartesio, como se le llamo en latín, llegó a una de sus conclusiones más difundidas: los animales eran máquinas, (se sobreentiende que se refería a los llamados animales irracionales). Su seguidor, el sacerdote católico Nicolás Malebranche, acostumbraba a propinar puntapiés a todo perro que se le pusiera por delante o sintiera cercano a sus espaldas, y había que oír las carcajadas del filósofo y teólogo, a quien la filosofía no le dejó tiempo para llegar a los altares, cuando escuchaba los ladridos de dolor de las “caninas máquinas”, cuando el sabio ensotanado descargaba sobre ellas sus pedestres golpes. Reía Malebranche, con gozo filosófico, al maltratar un perro pues le sorprendía que esas máquinas (los perros) profirieran sonidos que llevaban a la multitud, ajena a la filosofía que para él se encarnaba en Descartes, a creer que los perros y todos los animales considerados irracionales, se comportaran cuando se les golpeara como poseedores del cogito cartesiano, del ese sí doliente ser humano. ¡Qué máquinas tan admirables! Se decía Malebranche, mientras los perros se lamentaban a su modo de los zapatazos que el levita les proporcionaba.

Todo esto tiene una moraleja: Aun en el Sancta sanctorum del incensado templo de los más célebres pensadores, ya sean tonsurados, ya no los sean, se mezclan con el aroma del incienso los hedores de la estulticia. Remontándonos a La Odisea nos encontramos, hacia el final de la epopeya, con el episodio del perro Argos, que muere a causa de la emoción que le causa el regreso de su amo a casa, después de no verlo durante más de veinte años. Hay quien ha dicho que con la muerte de Argos se inicia la literatura sentimentalista en el mundo. Ahora bien, cómo no reconocer que a pesar de la exageración mitológica en lo que respecta a la edad en que muere Argos, el inmenso Homero está más cerca de la verdad, en cuanto a la emotividad del perro se refiere, que lo que Descartes o Malebranche habrían estado si se hubieran ocupado del episodio de la muerte del perro de Odiseo.

Para concluir transcribimos el fragmento de Nicias y sus perros de Claudio Eliano, escritor romano del siglo II (que escribió en impecable griego su Historia de los animales). El texto de Claudio Eliano, arrasadoramente emotivo, dice en la traducción al español de José María Díaz- Regañón López :

“ Un tal Nicias se alejó involuntariamente de sus compañeros de cacería y vino a caerse en un horno de carboneros. Al ver esto, sus perros no se marcharon, sino que comenzaron a gemir y a ladrar en torno al horno, y luego, con sólo morder los vestidos de los viandantes, delicada y cautelosamente, intentaban atraerlos al lugar del suceso, como si los perros implorasen a los hombres que acudiesen en ayuda de su señor. Uno de los hombres, al ver esto, sospechó lo que había ocurrido, siguió al perro y encontró a Nicias abrasado en el horno y por los restos encontrados conjeturó lo ocurrido. ”