BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 196, julio de 2015
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
El cocinero
del arzobispo
Por
Juan Valera
En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba
poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y
penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que
pescado, semillas y yerbas.
Su cocinero le solía preparar para la
colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se
regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera
con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero
preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían,
merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.
Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo
una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre
por lo más delgado, el cocinero salió despedido.
Vino otro nuevo a guisar para el señor
Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró
en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al
cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.
Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando,
pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse
avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.
Entró, por último, un cocinero más avisado y
prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a
suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que
le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.
Fue tan generoso el primer cocinero, que le
confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.
El nuevo cocinero siguió con exactitud las
instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran
al ascético Prelado.
Apenas éste le probó, paladeándole con
delectación morosa, exclamó entusiasmado:
-Gracias sean dadas al Altísimo. Al fin
hallamos otro cocinero que hace el potaje tan bien o mejor que el antiguo. Está
muy rico y muy sabroso. Que venga aquí el cocinero. Quiero darle merecidas
alabanzas.
El cocinero acudió contentísimo. El Arzobispo
le recibió con grande afabilidad y llaneza, y puso su talento por las nubes.
Animado entonces el artista, que era además
sujeto muy sincero, franco y escrupuloso, quiso hacer gala de su sinceridad y
de su lealtad y probar que sus prendas morales corrían parejas con su saber y
aun se adelantaban a su habilidad culinaria.
El cocinero, pues, dijo al Arzobispo:
-Excelentísimo señor: a pesar del
profundísimo respeto que V. E. me inspira, me atrevo a decirle, porque lo creo
de mi deber, que el antiguo cocinero lo estaba engañando y que no es justo que
incurra yo en la misma falta. No hay en ese potaje garbanzos ni habichuelas. Es
una falsificación. En ese potaje hay albondiguitas menudas hechas de jamón y
pechugas de pollo, y hay riñoncitos de aves y trozos de criadillas de carnero.
Ya ve V. E. que le engañaban.
El Arzobispo miró entonces de hito en hito al
cocinero, con sonrisa entre enojada y burlona, y le dijo:
-¡Pues engáñame tú también, majadero!