BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 198, julio de 2015
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
El Modo De Dar Limosna
(Antonio De Trueba)
Por Antonio de Trueba
- I -
Una tarde íbamos en la diligencia de
Bilbao a Durango un señor cura, un aldeano y yo. El señor cura era lo que se
llama un bendito, porque con el candor y el buen corazón suplía lo mucho que le
faltaba de talento y perspicacia. El aldeano era más hablador que el mus y más
agudo que lengua de envidioso. Y yo era un curioso observador que, aunque
parezca que mira al plato, mira a las tajadas, es decir, que cuando parece que
sólo piensa en los cuentos y anécdotas populares que escucha, piensa en la filosofía
que aquellos cuentos y anécdotas encierran.
Como Vizcaya no tiene más que diez y seis
o diez y siete leguas de largo y once o doce de ancho, y la población apenas se
interrumpe y está toda ella cruzada de carreteras y casi todos los vizcaínos
nos reunimos con frecuencia en los mercados de las villas, y en las romerías, y
en las ferías, y en las juntas generales de Guernica, donde hace más de mil
años nos gobernábamos libremente y sin ocurrírsenos si éramos liberales o
dejábamos de serlo, todos nos conocemos, y por donde quiera que vayamos vamos
entre amigos, o cuando menos entre conocidos. Así era que el señor cura, el
aldeano y yo íbamos conversando como amigos, a lo que contribuía también la
rarísima circunstancia de ir solos en la diligencia, que casi siempre va
atestada de gente.
Siempre que la diligencia se detenía o
acortaba el paso al emprender una cuesta, se subía al estribo algún mendigo a
pedirnos limosna, porque si los vascongados rarísima vez mendigan ni en su
tierra ni en la agena, en cambio las Provincias Vascongadas son la tierra de
promisión para los de otras más infortunadas.
El aldeano y yo dábamos limosna a todos
los pobres; pero el señor cura, después de llevarse la mano al bolsillo del
chaleco, la retiraba como arrepentido de su buena intención, y era el único que
no daba limosna.
Estrañábamos mucho esto, porque sabíamos
que en su aldea no había necesitado que no le encontrara dispuesto a
socorrerle, y el aldeano empezó a echarle en cara aquel proceder con indirectas
del padre Nuño, que a la mano cerrada llamaba puño.
El señor cura no se daba por entendido de
estas indirectas, que seguramente eran demasiado sutiles para que pudiera
pescarlas su inteligencia, y entonces el ladino aldeano se quitó de rodeos y
fue derecho al bulto.
-Señor cura, ¿sabe Vd. lo que le digo?
-¿Qué?
-Que de nosotros tres, Vd. es el único que
falta a alguna obra de misericordia, siendo precisamente el más obligado a
practicarlas.
-¿Y a qué obra de misericordia falto yo?
-A la que manda socorrer al necesitado.
Supongo que cuando un pobre le pide a Vd. limosna, y después de llevarse la
mano al bolsillo, se arrepiente y la retira vacía, no estará Vd. pensando en lo
que D. Antonio y yo pensamos.
-¿En qué piensan Vds.?
-En que la mujer y los hijos comen como
sabañones.
-Claro está que no pienso en eso.
-Pues entonces, ¿en qué piensa Vd.?
-Hombre, pienso en que si es muy santo dar
limosna a los necesitados, es gran cargo de conciencia darla a los viciosos.
Casi todos esos vagabundos que piden limosna son unos viciosos y holgazanes,
que por serlo viven así.
-Todos no lo serán.
-No he dicho que lo sean todos, sino casi
todos.
-Pues no hemos visto que haya dado Vd.
limosna a ninguno.
-Cierto, y harta pena me da el
pensar que para no favorecer a viciosos, tengo que dejar de socorrer a
necesitados; pero ¿cómo se las ha de componer uno para evitar este
inconveniente?
-¿Cómo? Yo se lo diré a Vd.: imitando, en
busca del bien, lo que Herodes hizo en busca del mal.
-No le entiendo a Vd.
-Lo creo, señor cura, pero yo buscaré modo
de que Vd. me entienda.
-¿Y cómo?
-Contándole a Vd. un cuento.
-Pues venga, y así mataremos el tiempo.
-Y aprenderemos, añadí yo; que los cuentos
siempre enseñan algo cuando el que los cuenta no es tonto, cosa que no es de
temer del señor.
El aldeano, que hacía rato preparaba la
pipa, la encendió con la maestría que en pocos años han adquirido los
campesinos en servirse de las cerillas fosfóricas (por aquí no se gastan
fósforos de cartón ni yesca), aunque el viento sople como un demonio, y chupa
que chupa nos contó lo siguiente:
- II -
«Hay en Abadiano un tal Chomin que ha
hecho una fortuna bárbara con su devoción a una porción de santos y santas.
De recién casado no tenía más bienes que
su mujer y una perra; pero le ocurrió echarse por protectores perpetuos a San
Isidro, patrón de los labradores; a San Antonio Abad, abogado de los animales;
a San Roque, enemigo de la peste; a San Cosme y San Damián, médicos
celestiales; a Santa Lucía, protectora de la vista; a Santa Bárbara, enemiga de
rayos y centellas, y otro sin fin de santos y santas, a quien obsequiaba todas
las noches con su correspondiente Padre nuestro y Ave-María a cada uno, y lo
cierto fue que encontró en ellos una mina, porque desde entonces empezó a
prosperar, y prosperar fue que a la vuelta de pocos años se hizo con la mejor
casa y hacienda de la barriada de Gaztélua.
En casa de Chomin no se ha conocido
siquiera un dolor de cabeza; el trigo que generalmente da en Vizcaya diez y
seis fanegas por cada una de semilla, le da a Chomin de veinte a venticuatro;
el maíz, que a casi todos les da treinta por una, a Chomin le da cuarenta,
jamás se le ha desgraciado a Chomin una res; aunque tiene muchas, y cuando la
tempestad se forma en las alturas de Gorbea y Amboto y baja echando centellas
hacia Abadiano, tiene siempre buen cuidado de dar un rodeito para no pasar por
encima de la casería y las heredades de Chomin.
Chomin tenía un criado que se llamaba
Peru, a quien había prometido casar con su hija Mari-Pepa, de quien Peru estaba
enamorado, y en verdad que no sin motivo, porque la chica era de la mejor que
se presentaba los domingos en el baile de la plaza de Abadiano.
Peru era trabajador y honrado como el
primero; pero era muy corto de memoria, y por consecuencia, de entendimiento;
como que se contaba de él, entre otras cosas no menos chirenes(2), que
habiéndole dicho su amo, un día que Peru subía a San Antonio de Urquiola, que
diera un beso de su parte a Aitá San Antonío(3), en lugar de dar el beso a San
Antonio Abad, se le dio al cerdo que acompaña al santo. Pero a pesar de esto,
si él estaba enamorado de Mari-Pepa, aun más lo estaba Mari-Pepa de él, porque
ya se sabe lo que son las mujeres: por pobre, por feo o por malo, podrán no
querer a un hombre; pero por falta de talento, no dejan nunca de quererle.
Una noche, víspera de Santiago, después de
rezar toda la familia bajo la dirección de Chomin el Santo Rosario y otro
Rosario de Padre nuestros y Ave-Marías por los santos y santas protectores de
la casa, Chomin dijo a Peru:
-Oye, Peru, mañana empieza la feria de
Basurto y pienso ir por allá a ver si compro un par de novillos para irlos
criando y domando a fin de que cuando tú y Mari-Pepa os caséis, llevéis una
buena pareja, porque ya es cosa de ir pensando en acomodaros.
Peru y Mari-Pepa al oír esto se pusieron
rojos como las cerezas de Moñaria y se miraron chispeándoles de alegría los
ojos, como diciéndose mutuamente:-¡Ay, qué ganillas tengo de pescarte!
Chomin continuó:
-Me estaré por allá lo menos un par de
días, porque mientras no encuentre un par de novillos que prometan ser la gala
del Duranguesado, no vuelvo. Es menester, Peru, que entretanto hagas tú mis
veces todas las noches dirigiendo el Rosario y cuidando muchísimo de rezar su
correspondiente Padre nuestro y Ave-María a cada uno de los santos y santas que
nos protegen.
-Pierda Vd. cuidado, contestó Peru, que
maldita la falta hará Vd. a ninguno de esos santos.
-Así lo espero, Peru; pero te repito que
tengas muchísimo cuidado de que ningún santo ni santa se te escape sin su
correspondiente Padre nuestro y Ave-María, porque ya ves, Peru, lo mucho que
les debemos. Mi mujer y yo no teníamos más que un trapo delante y otro detrás
cuando nos los echamos de protectores, y hoy.....¡Flojo pucherete de onzas de
oro, más relucientes que el sol, saldrá de entre la basura de la cuadra el día
que Mari-Pepa y tú os caséis! Figúrate tú que se te escapa, por ejemplo, Santa
Bárbara sin su correspondiente Padre nuestro y Ave-María y estalla una
tempestad.....¡Jesús, solo de pensarlo, como dijo el otro, las tiemblas me
piernan! Vamos a ver, Peru, si te sabes de cabeza todos los santos y santas a
quienes has de rezar todas las noches su correspondiente Padre nuestro y
Ave-María.
Peru recitó el nombre de todos los santos
y santas protectores de la familia bastante a satisfacción de Chomin, y éste
acabó de encarecerle la fidelidad en el cumplimiento de su encargo,
amenazándole con que no sería yerno suyo si dejaba escapar algún santo o santa
sin su correspondiente Padre nuestro y Ave-María, lo cual había de conocer él
desgraciadamente en el contratiempo, que no dejaría de sobrevenir por tal
descuido a la familia, a la casa, a las heredades o al ganado.
La mañana siguiente, así que oyó misa
primera en San Torcuato de Abadiano, tomó Chomin el camino de la feria, seguro
ya de que Peru no había de dejar escapar a ningún santo ni santa sin su
correspondiente Padre nuestro y Ave-María.
Tan a pecho tomó Peru el encargo y sobre
todo la amenaza, que se pasó toda la noche y la mañana siguiente cavila que
cavila a fin de encontrar medio seguro de que no se le escapase ningún santo ni
santa sin su correspondiente Padre nuestro y Ave-María; pero no daba con aquel
medio por más que se calentaba los cascos. Y el asunto era para cavilar,
porque, lo que Peru decía: «Yo me sé como un papagayo los nombres de todos esos
santos y santas; pero como son veinticinco y la madre, ¿cómo evito yo que se me
escape alguno sin su correspondiente Padre nuestro y Ave-María y se lleve la
trampa mi casamiento con Mari-Pepa? ¡Cuidado que sería gaita que tal cosa
sucediese, porque lo que es compañera como Mari-Pepa, no la encuentro yo a tres
tirones, y luego Chomin no nos echa de casa sin un buen arreo, una buena pareja
de bueyes y quinientos ducados de dote!
A la caída de la tarde, todo Dios bailaba
al son del tamboril o del albogue en la plaza de Abadiano, menos Peru y
Mari-Pepa. Peru estaba sentado, cavila que cavila, en aquellos derrumbaderos,
antes enmarañados de zarzas y árgomas, que dan sobre la plaza y que Miota ha
convertido en hermosos y fértiles viñedos donde Vd., D. Antonio, suele ser
pájaro que picotea las uvas más doradas.
Y Mari-Pepa estaba en la plaza sentada
junto a la fuente sin querer bailar con nadie y llena de tristeza por las
cavilaciones de Peru, de quien estaba enamorada como una tonta.
De repente lanzó Peru un grito de alegría,
y, bajando a escape a la plaza, sacó a Mari-Pepa al corro y bailó con ella el
árin-árin más loco que se ha bailado, desde Zornoza a Elorrio y desde
Ochandiano a Mallabia, donde se bailan de padre y muy señor mío.
Era que ya había dado con un medio
infalible de que no se le escapase santo ni santa de la corte celestial sin su
correspondiente Padre nuestro y Ave-María.»
-¿Y qué medio era ese? preguntamos llenos
de curiosidad el señor cura y yo.
-Uno muy sencillo, contestó el narrador.
Así que Peru rezó el Rosario acompañado de la familia, pasó a rezar el
correspondiente Padre nuestro y Ave-María a cada santo y santa de los que
Chomin se había echado por abogados, y en seguida, por si acaso se le había
escapado alguno, rezó.....¿a quién se figuran Vds. que rezó?
-¡Vaya Vd. a saber a quién!
-Pues rezó a todos los santos y santas de
la corte celestial y siete leguas a la redonda, por si acaso había salido
alguno de paseo.
El señor cura soltó una carcajada al oír
esto, no tanto porque le hiciese gracia el cuento como de alegría y
satisfacción Porque había comprendido la lección del aldeano, reducida a esto:
el medio infalible de no privar de limosna a ningún mendigo verdaderamente
necesitado, consiste sencillamente en dársela a todos los que la piden.
Esta moraleja es buena, pero todavía
pudiera ser mejor dándole mayor amplitud, porque en el cuento hay tela para eso
y mucho más. Vaya de ejemplo. el medio infalible de ser uno cortés, caritativo,
generoso y justo con todos los que lo merecen, consiste sencillamente en serlo
con todos.
Dos o tres pobres nos pidieron limosna al
apearnos de la diligencia en Durango, y el primero que se la dio fue el señor
cura. Como viésemos que éste permanecía al pie de la diligencia con los dedos
índice y pulgar de la mano derecha en el bolsillo del chaleco, le preguntamos:
-Señor cura, ¿a quién espera Vd.?
-Espero, nos contestó sonriendo
plácidamente, a todos los pobres de Durango y siete leguas a la redonda por si
acaso ha salido alguno de paseo.