lunes, 11 de febrero de 2013

El amor a la literatura

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 59, febrero  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

El amor a la literatura

Raúl Jaime Gaviria V.


Así como existen los mandamientos en las religiones judía y cristiana, de los cuales el primero es amar a Dios por encima de todas las cosas, así también en la literatura debería de existir un primero y quizás único mandamiento que promulgara en letras de oro que  para el escritor lo primero ha de ser amar la literatura por encima de todo y especialmente por encima de sí mismo. Desafortunadamente esto no se cumple la mayoría de las veces, a la literatura, con o sin paracaídas, caen toda suerte de personajes y personajillos que, pagados de sí mismos, utilizan el arte de las letras como medio y no como fin. Por supuesto que esto del ego de los escritores no es nada nuevo, siempre los ha habido que escribieron con un espejo al frente y no bien terminaban de escribir una línea pasaban a preguntarle al espejo de marras, a semejanza del cuento de hadas, acerca de quién era el mejor escritor, recibiendo de inmediato la anhelada respuesta del mágico artilugio: - tú, mi señor, y solo hasta entonces pasaban a escribir la siguiente línea. Y los hubo muy buenos  de este tipo, baste con citar a un Wilde que llegó a decir que le divertía ser un dandy, un hombre a la moda, tan solo para rodearse de las naturalezas más perversas y las mentes más mezquinas, imposible pedir más arrogancia que esto.

Pero al menos Wilde si era un muy buen escritor a diferencia del enjambre de escritorzuelos locales que, siendo poco menos que lo mismo, cuentan con sus particulares modos de estratificación pues los hay de altas aspiraciones y rojas narices que no salen de los bares más sórdidos del centro de la ciudad y allí escriben en sucias servilletas (siempre me he preguntado cómo logran hacerlo, pues nada más difícil que escribir en una servilleta) con sus dedos  humedecidos por el alcohol. También los hay que no salen nunca de los claustros académicos y creyéndose los dueños de la palabra literaria revelada consideran que todo lo escrito por ellos es tan genial que difícilmente podría ser superado en las siguientes diez generaciones. Se de uno de ésta clase que, óigase esto, dedicó un a todas luces excesivo número de páginas de su última novela (cuyo tema principal era supuestamente la vida de un prócer de la independencia colombiana) a todo lo relacionado con las orquídeas, describiendo hasta el agotamiento sus diferentes tipos de especies y variedades, sus modos de cultivo y todos los etcéteras imaginables e inimaginables, en fin, todo un tratado orquideológico más propio de un botánico que de un novelista; y el prócer, supuesto protagonista de la obra, bajo el pretexto de su gusto por dicha especie floral, pasa casi que a un segundo plano, habrase visto tamaño despropósito. Volviendo a Wilde, que como ya lo dije fue un muy buen escritor, quizás lo hubiera sido mejor, un gran escritor al nivel de un Dostoievski o un Balzac  de no haber malgastado tanta de su energía en la vanitas vanitatum de su importancia personal. Y como guinda del postre les ofrezco una anécdota acerca del escritor anglo-irlandés: habiéndosele preguntado si se había divertido en una fiesta a la cual había asistido la respuesta no pudo ser más vanidosa (sin negarle su ingenio) y fue esta: - ¡cómo no iba a divertirme si yo estaba presente en ella!

La literatura es una vocación y como toda vocación implica grandes sacrificios, de su crisol solo se derraman unas pocas gotas del fino oro de la palabra luego de torturantes jornadas y años enteros de soledad y marginación. Pues todo gran escritor es a la vez un marginado precisamente porque, dándole prelación a su verdadero amor, ha sido capaz de renunciar a los oropeles externos que el tinglado cultural pudiera ofrecerle como espurio sucedáneo de la verdadera literatura, de aquella que dignifica y hace grande al hombre, que lo eleva por encima de sí mismo hermanándolo con la humanidad toda, y aunque el arte literario no puede ni debe ser moralista, si ha de ser siempre moral, de ahí que no pueda ser considerada auténtica aquella literatura que haya sido engendrada de manera utilitaria, doctrinaria ni partidista, es decir que se encuentre dirigida a un objetivo preconcebido específico, de cualquier naturaleza que éste sea, así se trate del más altruista. Parafraseando el texto paulino de la carta a los corintios y asimilándolo a la literatura ésta no ha de ser jactanciosa ni envidiosa y mucho menos interesada  o irritante. En fin, que la literatura sin corazón no puede ser menos que descorazonadora y falsa. Por mi parte prefiero mil veces lo peor de Dostoievski a lo mejor del más afamado de los escritores académicos que haya existido en la historia.