BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 58, febrero de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.comColaborador permanente: Rubén López Rodrigué
La muerte del Niño de la Purísima
Hernán Botero Restrepo
I
El Niño de la Purísima iba a torear por última vez en su vida y en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, esa tarde de un domingo de noviembre de 2011. El coso taurino se encontraba a rebosar de aficionados a la fiesta brava, si bien es cierto que si la corrida hubiese sido anunciada unos años antes, cinco o seis a lo sumo, antes de que comenzaran a agitarse las aguas del movimiento anti-taurino no hubiese habido un espacio más en las graderías, ni tanto sol para tanto sol, ni tanta sombra para tanta sombra; en lo concurrido de la fiesta mucho tenía que ver el handicap de toros descabellados por el diestro de marras, digno de figurar, de haberlo, en un libro de records Guiness de los toros. Además se debe tener en cuenta las ocasiones en que el Niño de la Purísima había escapado por los pelos de la muerte en los ruedos. Pero esto no era todo, la legendaria devoción a la Virgen de la Macarena (cosa que no veían con agrado ni los toreros ni la afición de izquierda) llegaba hasta el punto de que algunos de sus admiradores católicos prácticamente lo habían nominado para que llegase un día, ya fallecido, a los altares, convirtiéndose en el primer santo torero del calendario católico- romano de la historia.
II
A eso de las cinco y cuarto de la tarde, flamígero en su traje de luces, el Niño de la Purísima se aprestaba a pisar la arena, pero no sin antes dirigir una mirada piadosa a una efigie en yeso coloreado de Nuestra Señora de la Macarena que se hallaba colocada en una pequeña hornacina. Describir como sorpresa la actitud del diestro frente a las palabras que pronunció la imagen cuyos labios vio moverse sería incurrir en un eufemismo, atónito quizás sea una expresión más adecuada para la situación. Dichas palabras fueron estas: - en dos días estarás con nosotros en el paraíso; fue debido al “nosotros” que el torero alzó la cabeza y contempló el pequeño crucifijo de bronce que colgaba a unos pocos palmos de distancia sobre la imagen de la Macarena. El crucificado no habló, pero si inclinó la cabeza en signo afirmativo, volviéndola a levantar para que quedara en su posición original, con la cabeza reclinada sobre el hombro derecho. ¡Qué sea lo que haya de ser! se dijo el matador en un mar de confusión, -no voy a eludir mi destino ni a morir como un cobarde, lo que más siento es no entender ni a la Virgen ni a su Hijo, en el caso de que no haya sido víctima de una alucinación. Lo que más me intriga de todo son los dos días, ¿a partir de cuándo empiezan a correr?, ¿y si voy a morir en cuarentaiocho horas, estas ya comenzaron a correr?, esto me lleva a pensar que mi muerte coincidirá con el plazo del que me habló la Virgen. Pero lo que sucedió no se lo esperaba el diestro, la corrida fue un éxito total desde el punto de vista taurino, nunca antes su valor y su destreza habían brillado con tanto esplendor.
III
Ya es de noche, han transcurrido casi cuarenta horas después de la última corrida del Niño de la Purísima; en el lecho nupcial éste no pudo vencer la tentación de contar a su mujer su experiencia o que él había creído que lo había sido con la Virgen de la Macarena y su divino hijo. Sin agregar ninguna razón o motivo, le pidió que no divulgara a nadie lo que le había referido. Paloma dijo que estaba bien, que no se lo contaría a nadie. Serían las dos y media de la mañana cuando la pareja se fue quedando dormida.
IV
El escenario de este episodio sigue siendo la alcoba matrimonial; podrían ser las cuatro de la mañana cuando Paloma fue despertada de su sueño por unos jadeos y quejidos que se escapaban de la boca del Niño de la Purísima. ¿Qué te pasa Roberto?, le preguntó, a lo que Roberto (que era el nombre civil del torero) respondió: - es el corazón que se me quiere reventar, es la dolencia que se inició desde los catorce años, la taquicardia, pero aumentada mil veces en intensidad, avisa inmediatamente al doctor Mejías. Paloma echó mano del teléfono que estaba colocado sobre la mesita de noche contigua a la cama, y marcó el número del doctor Mejías, que se sabía de memoria. Desgraciadamente al colgar la bocina – el médico le dijo que iba para allá inmediatamente- el Niño de la Purísima exhalaba su último aliento.
V
Paloma contaba con una amiga de toda la vida, Julieta, a la que contaba todas sus cosas y la que a modo de retribución le contaba todas las suyas; pasados unos días, más bien pocos, de la muerte del Niño de la Purísima, la viuda sintió el irreprimible deseo de espontanearse con su hermana en la amistad y violó el sigilo que había jurado a su difunto compañero; le contó entonces a Julieta lo que la Virgen de la Macarena, según su marido, le había contado a éste, no sin dejar de albergar en su interior alguna duda, aunque con la condición de no transmitírselo a nadie. La amiga la escuchó y prometió a su vez quedarse callada al respecto ante cualquiera, pero Julieta no sabía guardar secretos y en dos días se lo comunicó a un tal Jairo Nieto, que a pesar de prometer ser como una tumba a propósito del relato de Julieta lo difundió en un círculo de periodistas del que era miembro mi amigo el narrador en tercera persona de mis cuentos: A-Z, el cual apenas esperó a que acabará la historia para pedirme que yo la escribiera y fueron tales sus argucias y empeño en que lo hiciera, que la escribí y el acabó narrándola (el narrador en primera persona: Z-A se lamentó por no poder hacerlo él, pero vio que el cuento, de escribirse – pues iba a ser un cuento- no podría serlo más que por mi narrador en tercera persona, con quien vive disputando … y confieso que a veces me involucran en sus discusiones narratológicas a mi pesar.
VI
En fin, el cuento está escrito, apreciado lector, y ojalá sea de tu agrado. Eso sí, te suplico encarecidamente que después de que lo hayas leído hagas hasta lo imposible por no contárselo a nadie. Es que no deseo que se agregue un eslabón más a la cadena de infidencias que ha rematado en el de este cuento.
Adenda:
V.S. Naipaul renunció a escribir novelas, antes de su gran riffiuto escribió algunas tan excelentes como “Una casa para el señor Biswass”, posiblemente, al contrario de lo que aduce públicamente, por motivos análogos a los que me han dificultado en extremo las relaciones con mis narradores en primera y tercera persona así como las relaciones entre ellos mismos.