BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 74, abril de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.comColaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Sobre “La tejedora de coronas” de Germán Espinosa
Raúl Jaime Gaviria
Hace unos días mientras le hincaba el diente al espléndido delicatesen literario de Germán Espinosa “La tejedora de coronas” y cuando frisaba ya en la página cuarenta me ocurrió algo inesperado: decidí suspender la lectura, y digo inesperado porque, por lo general, cuando suspendo una lectura, es debido o bien a la mala calidad del texto, o al aburrimiento que este me haya producido haciendo imposible el seguir adelante con el libro. Con la “Tejedora” no sucedió así: tan pronto inicié la lectura sentí las peculiaridades de este libro y no me refiero sólo a su muy especial estructura sintáctica ni a la eclosión de términos culteranos o de ricas referencias históricas y literarias que posee. Lo que más me llamó la atención fue comprobar que esta novela es también un poema de largo aliento, lo que me obligaba a acercarme al libro de una manera diferente a la que yo había previsto. La crítica ha sido dura con Espinosa en cuanto a su poesía versificada y quizás con algo de razón, pero ha soslayado en un todo y por todo el carácter en esencia poético (y de la poesía más alta) de la que ha sido considerada su obra máxima (el propio Espinosa consideraba La balada del pajarillo como su mejor novela); pues una cosa es decir que una obra en prosa irradie poesía y otra muy distinta el admitir que se trata quizás del más grande poema colombiano de todos los tiempos, insuperado hasta el momento presente. De todas formas no hay que esperar muchas peras de parte del viejo y casi podrido olmo de nuestra crítica literaria nacional que, debido a su miopía valorativa, ha llegado al punto de considerar como equiparable con el Quijote a Cien años de soledad de García Márquez, que en menos de cincuenta años será tenida como una obra menor dentro del contexto histórico de la literatura universal. Y es así como nuestros criticastros no refrenan sus plumas para ensalzar a poetas que en su poesía no pasan de ser meros “decoradores de interiores” como Juan Manuel Roca y su infinita red de epígonos, y por otra parte desconocen la verdadera poesía cuando la tienen ante sus narices como es el caso de La tejedora de coronas de Espinosa.
Retomando el tema inicial, decía que suspendí la lectura de la obra de Espinosa ante el hecho de descubrir en esta el gran poema que es. Para alguien como yo que que aparte de leer y escribir poesía la traduce, resulta sencillamente imposible leer un poema sin terminarlo de una sentada, la poesía (así sea en prosa) ha de leerse de otra manera y el acto de acometer la lectura de la a todas luces deslumbrante historia de Genoveva Alcocer del citado escritor cartagenero como si se tratara de cualquier “correcto y prosaico” Antonio Ungar me hubiera parecido poco menos que un sacrilegio. A la “Tejedora” no se la puede abandonar sobre un sillón mientras uno se prepara un sanduche y mira el noticiero de la tarde.
No, este libro no hay que dejarlo enfriar, hay que leerlo en caliente. Quizás pueda parecer a muchos algo excéntrico pero una de las razones por las cuales abandoné la lectura fue a causa del secreto deseo, en términos ideales, que surgió en mi de disfrutar de este libro en una cabañita de la costa junto a una hermosa amante de dulce y sensual voz que, desnuda ante el espejo, me recitase el poema al tiempo en que yo lo fuera leyendo (llevaría dos ejemplares por supuesto). ¿Que mayor hedonismo lector que este puede llegar a concebirse? Demos la bienvenida pues al gran poema nacional La tejedora de coronas de Germán Espinosa que poco a poco se ira revelando como tal.