lunes, 8 de julio de 2013

No hay mejor ciego que el que al final logra ver

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 89, julio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué   (rdlr@une.net.co)




No hay mejor ciego que el que al final logra ver


Raúl Jaime Gaviria



Cuenta Domingo que un sábado regresó a los ruedos el torero español Pedro Miranda a quien apodaban “El apóstol” tanto por su nombre de pila como por el hecho de su arraigado catolicismo que criaba fama en el de por si muy católico mundillo taurino. “El apóstol” se había visto obligado a permanecer en una prolongada convalecencia a causa de la cornada que le propinó un toro burriciego en la plaza de Cañaveralejo de Cali lo que le causó la perdida de su ojo izquierdo. Cuenta Domingo que a partir de la tarde triunfal de su retorno a los ruedos nada menos que en una plaza de tanta solera como la de Pamplona, en la que cortó las dos orejas, la fama del ahora torero tuerto comenzó a subir como la espuma tanto en España como en América dada su maestría a la hora de estoquear, suerte en la cual se había vuelto infalible y que, curiosamente, había sido su mayor falencia antes de la cogida. Tan bien le fue que luego de salir en hombros por la puerta grande de la plaza de las Ventas que el titular a ocho columnas de El País de Madrid fue contundente a la par que ingenioso: Donde pone el ojo pone la espada Pedro Miranda “El apóstol”.



     Cuenta Domingo que el torero tuerto se paseó durante años por las plazas del mundo matando toros entre vítores y vueltas al ruedo, hasta ese sábado en que, según el mismo Pedro Miranda le contó años después, luego de rematar una maravillosa tanda de capote con un par de majestuosas verónicas y justo después de girar su cuerpo para agradecer toreramente a la galería a “El apóstol” se le apareció de la nada la figura de un hombre de larga y blanca túnica y luenga barba que, con voz dulce pero enérgica, le susurró al oído: ¿Pedro, Pedro y tu cortando orejas? Y fue en ese mismo instante, según el contó, que el asta del toro penetró la cavidad del que fuera su ojo sano formándose de inmediato un barullo general entre los ayudantes de cuadrilla en torno al herido a quien llevaron en andas a la enfermería donde los médicos le lograron salvar la vida milagrosamente.


      Lo último que me contó Domingo fue que en la más reciente charla que ambos sostuvieron el ciego exmatador le manifestó que se sentía muy arrepentido de haber sido torero y, antes de que se despidieran, le dijo algunas cosas que le impactaron sobremanera:

      ¿Sabes una cosa? Hay algo que veo mucho más claro que antes de perder la vista y es el hecho patente de que la mal llamada fiesta de los toros es la más espantosa y cruel carnicería que pueda haberse concebido y , aunque te pueda parecer excéntrico de mi parte, considero que haber quedado ciego ha sido una gran bendición para mí y que a causa de mi soberbia, Dios, que ama a todas sus criaturas; por puro amor hacia mí hubo de valerse de este medio con tal de que no siguiera asesinando toros. Ese par de astas que arrancaron mis ojos no eran otra cosa que los mismísimos dedos de Dios que a la vez que me dejaron físicamente ciego me sanaron espiritualmente del peor mal que haya podido padecer en mi vida: ser matador de toros.