BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 103, octubre de 2013
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo (
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo (
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
ARQUEÓLOGO
DE LA LITERATURA ANTIOQUEÑA
Rubén
López Rodrigué
Presente
está todavía en mi recuerdo el provincianismo de Jorge Alberto Naranjo, por
ejemplo en la recomendación que me hizo cierta vez de leer La Marquesa de Yolombó, de Tomás Carrasquilla, porque era comparable
a La guerra y la paz, la magna obra
de Tolstoi que, según ha dicho García Márquez en varias oportunidades, es la
mejor novela que se ha escrito. Hacía énfasis en que la literatura antioqueña
no es únicamente Carrasquilla, Rendón, Mejía Vallejo...
Como interesado en hacer una arqueología de la
literatura antioqueña, participó de un rescate sin precedentes en la edición de
obras que hacía muchas décadas habían dejado de circular. Participaron en él
numerosos grupos de investigadores y un buen número de instituciones. Tal vez
ningún otro estudioso e investigador haya emprendido tal rescate con mayor
devoción y empeño.
Si en Medellín la
gran mayoría de las conversaciones giran en torno al narcotráfico, el fútbol,
la guerrilla, los impuestos; me parece difícil no hablar neciamente de la
literatura. Sin embargo, un escritor como Jorge Alberto Naranjo no sucumbe a
tal necedad. Porque, nacido más por accidente en Bogotá cuando su padre
trabajaba en la Escuela Militar, procede de una familia antioqueña que no
oculta su culto a la literatura y el arte. Le inculcaron la literatura en la
mesa del comedor, en la fiesta, en la conversación cotidiana. Sus tíos, caso de
Abel Naranjo Villegas, escribían artículos sobre historia, política y
filosofía, levantaban debates y hacían comentarios sobre tales artículos. Por
parte de su padre había intelectuales, eruditos, letrados en arte, música,
literatura e historia. En casa se leían excelentes autores y él los escuchaba.
Por el lado de la madre había mecánicos, fabricantes de patines, preparadores
de lubricantes. Su vida, hay que reconocerlo, es un compendio excelso de estas
dos cosas.
En
ocasiones sus oídos vuelven a escuchar a sus tíos recitando poemas. Otras veces
sus labios tratan de pronunciar los cuentos narrados por su abuela y sus ojos
los ven escenificados en el rostro de ella. Entre los ocho y diez años le
regalaban muchos libros: cuentos de los hermanos Grimm, Andersen y Perrault, la
colección de cuentos de Callejas. Todavía conserva varios de ellos.
En
una adolescencia de muchas aventuras, en el colegio se apasionó con Robin Hood; Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo; El Jorobado, de Paul Feval; El Nabab,
de Daudet, novela pesimista que le cayó como un rayo; Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas; El canto del Grial, de Chrétien de Troyes; El humor, de Marc Twain, para aligerar la existencia, y quien le
marcó con la serie Tom Sawyer, Huckleberry
Finn y Un yanqui en la corte del rey
Arturo. Mucha poesía de puntos suspensivos que requería de un lector
creativo como Naranjo. Porque en poesía lo más importante es lo que se sugiere
y no lo que se dice. Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Antonio Machado, una
«cartilla» de todo el tiempo.
A
los catorce años fue luterano antes que marxista y sus profesores le armaron un
debate por ello. Entre los quince y dieciséis años se sumergió en el mundo del
existencialismo con La Nausea de Sartre;
El extranjero de Camus; Jaspers, el punto sólido de su formación
filosófica; Simenon y sus novelas policíacas; el existencialismo cristiano de Teilhard
de Chardin, promovido en el colegio para oponerlo al existencialismo ateo, para
balancear el riesgo de Sartre y Simone de Beauvoir. Por sus ojos desfilaba la savia
de la historia de la cultura, del arte, de las religiones. Leía y releía con
redoblada pasión vidas de artistas, científicos y sobretodo de santos. A sus
dieciocho años Kafka significó una ayuda fundamental para la relación con su
padre, canalizar la rebeldía y no exponerse a ser un «rebelde sin causa».
Con
esa formación ingresó a la Universidad y, aunque nunca se graduó, estudió
ingeniería. Y a pesar de ser un consagrado profesor de varias universidades (ha
dictado incluso materias de psicoanálisis, física e Historia de las Ciencias)
no tuvo un título universitario hasta cuando la Universidad Autónoma
Latinoamericana le confirió un Honoris
Causa en Sociología.
Su
intenso trabajo intelectual ha estado dividido en cinco áreas básicas:
Filosofía del Arte, con extensos estudios sobre el Leonardo pintor, hidráulico,
mecánico y epistemólogo, Filosofía de la Ciencia, en la que se destaca la
hidrodinámica de los siglos XIX y XX; Física y Ciencias Naturales, en especial
mecánica de los fluidos y mecánica de los medios continuos, siendo esta su
pasión principal; la Literatura, terreno en el que ha publicado dos novelas: Los caminos del corazón y La estrella de cinco picos, muchos
cuentos publicados y muchas poesías guardadas, al resguardo de la jauría; y,
finalmente, Filosofía Política, sobre la cual dictó en 1994 más de cien
conferencias acerca de la lectura, autores antioqueños, metodologías,
educación, diagnóstico de problemas sociales... Además de sus libros publicados,
también es autor de un volumen de Historia
de la ciencia, desde la Antigüedad hasta Roma (la mayor parte de su
producción está inédita), tiene cientos de ensayos publicados en revistas del
país.
Arqueólogo
de la literatura antioqueña, escasamente habla de sí mismo sino de narrativas
como la de Alfonso Castro, un médico salubrista preocupado por los problemas
sociales, quien se formó como escritor con novelistas franceses, por ejemplo
con Guy de Maupassant, también con Edgar Allan Poe, y sus Notas humanas es posiblemente el primer libro de relatos urbanos
escrito en Medellín.