BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 143, junio de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
Don
Pedro Ruiz y dos de sus reencarnaciones
Por Hernán Botero Restrepo
I
Matilde Arriaga fue ejemplar en todo.
Yo soy una mujer de clase acomodada,
solía decir al frisar la cincuentena
poco después de apostatar
del cristianismo y la Iglesia Romana,
soy una buena y muy feliz esposa
una madre adorada por sus hijos
y cuatro nietos que son cuatro angelitos
y por si fuera poco tengo el privilegio
de ser iluminada
por poseer la fe en la metempsicosis.-
II
Desde que doña Matilde cumplió su medio siglo
o un poco antes, o un poco después,
se convirtió en la más irredimible reencarnacionista
y en esto ningún varón llegaba a sus talones,
sin que el no recordar ninguna de sus vidas
anteriores
entibiara su fe,
pues le bastaban
las historias de muchos que sí las recordaban
que le contaban los gurúes de la secta.
III
Cuando el hado maligno intervino
en la edénica paz de la familia
en una tarde en que don Pedro
se dirigía a su casa,
un auto que se bebía los vientos
lo atropelló, dando al traste con su vida.
IV
Pasó el luto, pasaron los años
pero también pasó que una perra preñada,
la querida mascota de los Ruiz
parió a los pocos meses de la muerte de su amo
una camada de tres hembras y un macho.
Doña Matilde, una tarde cualquiera
fue a alimentar a la madre y sus crías
y de pronto notó que el machito la miraba
con la misma mirada de don Pedro.
V
Procurando que nadie tomara nota de ello
la viuda de don Pedro trató al perro
con amoroso mimo,
dormía con él, y reservaba para él
las más sabrosas viandas
y pensaba:
¿quién sabe Dios por qué
Pedro volvió a este mundo como perro?
Matilde le dio el nombre de Peter al perro.
Cuando el hado intervino otra vez,
Peter (Matilde estaba de visita)
salió a la calle en la que fue arrollado
por una moto
y no volvió a ladrar ni a respirar.
VI
Y los años siguieron corriendo en número de treinta.
Doña Matilde, que ya era bisabuela,
ya en sus últimos días, minada por el cáncer,
yacía en un lecho del único hospital
del pueblo en que habitaba.
Desahuciada,
su rostro encarcelado en una máscara de oxígeno,
y Pedro y Peter borrándose de su memoria.
VII
El hospital en que doña Matilde,
que vivió siempre en un modesto pueblo,
no estaba lejos de una teneduría
y el olor del proceso de las pieles,
que en ella se trataban,
atraía no pocos gallinazos famélicos.
Una tarde doña Matilde
se encontraba sola
y por unos momentos sin su máscara.
La mujer, que era larga de vista,
creyó que un gallinazo la miraba
como Peter y Pedro la habían mirado siempre.
¡Pero cómo es posible! -pensó. ¿De Pedro a gallinazo?
Explícame Dios mío por qué mi fiel esposo,
que era tan buen mozo y comedido,
pudo reencarnar en este repugnante pájaro carroñero.
Peter era también un animal pero un bello animal.
El gallinazo, luego, alzó su majestuoso vuelo
y como pudo, la agónica enferma
se incorporó del lecho.
Antes de que nadie llegara
doña Matilde no era ya de este mundo.