BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 144, julio de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
Un
café muy negro
Raúl
Jaime Gaviria
Juan
Carlos, el anciano escritor uruguayo, se disponía a beber su ultra cargado café
de medianoche como lo había estado haciendo durante los últimos dos años. Un
cuarto de libra de café brasileño diluido en medio litro de agua. Luego de unos
minutos sobre el fogón en alto, el café bullía y Juan Carlos también hervía en deseos de apurar el negro
elixir lo cual efectivamente hizo. Como todas las mediasnoches, Juan Carlos intentó
leer algunas páginas del libro de turno que tenía en su mesita de noche. Esta vez
se trataba de un tomito de cuentos titulados Ese sábado y otros cuentos de
Domingo, de un escritor del todo desconocido para él y recientemente publicado
por una editorial universitaria de una ciudad de provincias. Su mejor amiga,
una afamada poetisa, se lo había recomendado efusivamente. Por lo general Juan
Carlos, el anciano escritor uruguayo, no leía a escritores jovenes. Esta vez
haría una excepción por tratarse de una recomendación de su amiga. El cuento
comenzó bien aunque terminó como un soporífero y no a causa de la mala calidad
del texto sino del intenso sueño que se apoderaba de Juan Carlos instantes
después de beberse su explosivo café nocturno.
Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo,
se consideraba un hombre saludable. De ahí que le pareciera una tontería ir al
chequeo médico general que le había programado su hermana. De todas formas
asistió porque amaba a su hermana mayor y debido a ese afecto Juan Carlos
trataba de no contradecirla en la medida de lo posible. Luego de muchos exámenes
y procedimientos al anciano escritor uruguayo se le detectó una medida de
colesterol excesivamente alta. El médico internista lo mandó llamar y le
preguntó por sus hábitos alimenticios y de ejercicios. Juan Carlos le contó que
su dieta era muy balanceada, con abundantes frutas y verduras, cero licor y
cigarrillos y que solía ejercitarse al menos una hora diaria. El doctor le
pidió que hiciera un esfuerzo de memoria. ―¿ No hay algo más que usted tome o
coma, que le pueda estar provocando esta subida del colesterol tan grande? ―le
preguntó con gesto curioso. En ese momento Juan Carlos recordó la super taza de
café nocturno. ¡Vaya, como podía habérsele olvidado!
―Pues, yo suelo tomar una gran taza de
café muy cargado a la medianoche ―le dijo Juan Carlos. Nada quiso decirle
acerca del efecto narcótico que el café le producía, estaba seguro de que el
médico no le creería. El doctor abrió unos grandes ojos que parecían gritar:
!aquí fue! y dijo:
―Ya
está, suspenda de inmediato esa taza de café y verá como se mejora.
El anciano escritor se sintió compungido ya
que adoraba beberse su café nocturno. De todas formas ―pensó― no podía
defraudar a su hermana, a quien había prometido seguir al pie de la letra las
indicaciones del médico quien por demás era amigo suyo. Llegó la medianoche y
Juan Carlos no tomó su habitual café.
El anciano escritor uruguayo vio como
pasaban y pasaban las horas sin lograr dormir. Terminó de leer el libro de
cuentos del escritor desconocido y aunque le gustó, su verdadera preocupación
estaba en la falta de sueño. Eran las cuatro de la mañana y Juan Carlos no aguantó
más. Fue a la cocina y preparó el café, que bien pronto estuvo listo. Dieron
las seis y la bebida no obraba su extraño efecto narcótico, por lo contrario
Juan Carlos se comenzaba a sentir muy nervioso. O quizás ―pensó el anciano
escritor uruguayo― el hecho de no haberlo tomado exactamente a las doce, como
religiosamente lo había hecho sin fallar ni siquiera una sola vez durante los
últimos dos años, había roto el hechizo y el café había retornado a su
condición natural de bebida estimulante.
El solo pensar en esta posibilidad
aterrorizó a Juan Carlos, aunque pudo comprobarla esa misma noche al llegar las
doce y cuando llevaba más de cuarenta horas sin dormir. Su cuerpo todo temblaba al preparar otro
café. Ni siquiera tuvo la calma como
para servirlo en una taza. Lo tomó directamente de la olla, con una ansiedad
histérica. El café se derramó groseramente por las comisuras de sus labios
manchándole la camisa. A continuación se metió en el baño y tomó una ducha
larga que lo calmó un poco. El anciano escritor uruguayo se puso su pijama y se
dispuso intencionadamente a leer un libro de cuentos de Juan Carlos Onetti, un
escritor uruguayo como él, al que apenas hacía unos pocos meses había comenzado
a leer y cuya escritura se le había hecho de alguna forma indescifrable. ―Si
no me duermo leyendo este libro, no me dormiré con nada, ―se dijo. A eso de las seis de la mañana y en medio de
la angustia más terrible terminó de leer el último cuento de Onetti. Al
mediodía del siguiente día lo hallaron muerto, boca abajo sobre el libro
abierto.
Un mes más tarde su hermana tomaba un café
con el doctor que había atendido a su hermano. ―Realmente no entiendo ―le
decía el médico. No acierto a explicarme como pudo sufrir Juan Carlos de un
infarto así, tan de improviso y mucho más luego de enterarme de que el examen
de colesterol, que yo pensé que era el de tu hermano, fue confundido a causa de
una negligencia de nuestro auxiliar de laboratorio, con el de otro paciente.
Los niveles de colesterol de Juan Carlos eran absolutamente normales.
Esto me lo contó Domingo un sábado
cualquiera de un año que ya no recuerdo.