miércoles, 2 de julio de 2014

Un café muy negro

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 144, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo
email: revistasfodelo@yahoo.com


Un café muy negro



Raúl Jaime Gaviria

Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, se disponía a beber su ultra cargado café de medianoche como lo había estado haciendo durante los últimos dos años. Un cuarto de libra de café brasileño diluido en medio litro de agua. Luego de unos minutos sobre el fogón en alto, el café bullía y Juan Carlos  también hervía en deseos de apurar el negro elixir lo cual efectivamente hizo. Como todas las mediasnoches, Juan Carlos intentó leer algunas páginas del libro de turno que tenía en su mesita de noche. Esta vez se trataba de un tomito de cuentos titulados Ese sábado y otros cuentos de Domingo, de un escritor del todo desconocido para él y recientemente publicado por una editorial universitaria de una ciudad de provincias. Su mejor amiga, una afamada poetisa, se lo había recomendado efusivamente. Por lo general Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, no leía a escritores jovenes. Esta vez haría una excepción por tratarse de una recomendación de su amiga. El cuento comenzó bien aunque terminó como un soporífero y no a causa de la mala calidad del texto sino del intenso sueño que se apoderaba de Juan Carlos instantes después de beberse su explosivo café nocturno.
    Juan Carlos, el anciano escritor uruguayo, se consideraba un hombre saludable. De ahí que le pareciera una tontería ir al chequeo médico general que le había programado su hermana. De todas formas asistió porque amaba a su hermana mayor y debido a ese afecto Juan Carlos trataba de no contradecirla en la medida de lo posible. Luego de muchos exámenes y procedimientos al anciano escritor uruguayo se le detectó una medida de colesterol excesivamente alta. El médico internista lo mandó llamar y le preguntó por sus hábitos alimenticios y de ejercicios. Juan Carlos le contó que su dieta era muy balanceada, con abundantes frutas y verduras, cero licor y cigarrillos y que solía ejercitarse al menos una hora diaria. El doctor le pidió que hiciera un esfuerzo de memoria. ―‏¿ No hay algo más que usted tome o coma, que le pueda estar provocando esta subida del colesterol tan grande? ―‏le preguntó con gesto curioso. En ese momento Juan Carlos recordó la super taza de café nocturno. ¡Vaya, como podía habérsele olvidado!  
―Pues, yo suelo tomar una gran taza de café muy cargado a la medianoche ―le dijo Juan Carlos. Nada quiso decirle acerca del efecto narcótico que el café le producía, estaba seguro de que el médico no le creería. El doctor abrió unos grandes ojos que parecían gritar: !aquí fue! y dijo:
―‏Ya está, suspenda de inmediato esa taza de café y verá como se mejora.
 El anciano escritor se sintió compungido ya que adoraba beberse su café nocturno. De todas formas ―‏pensó―‏ no podía defraudar a su hermana, a quien había prometido seguir al pie de la letra las indicaciones del médico quien por demás era amigo suyo. Llegó la medianoche y Juan Carlos no tomó su habitual café.
       El anciano escritor uruguayo vio como pasaban y pasaban las horas sin lograr dormir. Terminó de leer el libro de cuentos del escritor desconocido y aunque le gustó, su verdadera preocupación estaba en la falta de sueño. Eran las cuatro de la mañana y Juan Carlos no aguantó más. Fue a la cocina y preparó el café, que bien pronto estuvo listo. Dieron las seis y la bebida no obraba su extraño efecto narcótico, por lo contrario Juan Carlos se comenzaba a sentir muy nervioso. O quizás ―‏pensó el anciano escritor uruguayo―‏ el hecho de no haberlo tomado exactamente a las doce, como religiosamente lo había hecho sin fallar ni siquiera una sola vez durante los últimos dos años, había roto el hechizo y el café había retornado a su condición natural de bebida estimulante.
      El solo pensar en esta posibilidad aterrorizó a Juan Carlos, aunque pudo comprobarla esa misma noche al llegar las doce y cuando llevaba más de cuarenta horas sin dormir.  Su cuerpo todo temblaba al preparar otro café.  Ni siquiera tuvo la calma como para servirlo en una taza. Lo tomó directamente de la olla, con una ansiedad histérica. El café se derramó groseramente por las comisuras de sus labios manchándole la camisa. A continuación se metió en el baño y tomó una ducha larga que lo calmó un poco. El anciano escritor uruguayo se puso su pijama y se dispuso intencionadamente a leer un libro de cuentos de Juan Carlos Onetti, un escritor uruguayo como él, al que apenas hacía unos pocos meses había comenzado a leer y cuya escritura se le había hecho de alguna forma indescifrable. ―‏Si no me duermo leyendo este libro, no me dormiré con nada, ―‏se dijo.  A eso de las seis de la mañana y en medio de la angustia más terrible terminó de leer el último cuento de Onetti. Al mediodía del siguiente día lo hallaron muerto, boca abajo sobre el libro abierto.
    Un mes más tarde su hermana tomaba un café con el doctor que había atendido a su hermano. ―‏Realmente no entiendo ―‏le decía el médico. No acierto a explicarme como pudo sufrir Juan Carlos de un infarto así, tan de improviso y mucho más luego de enterarme de que el examen de colesterol, que yo pensé que era el de tu hermano, fue confundido a causa de una negligencia de nuestro auxiliar de laboratorio, con el de otro paciente. Los niveles de colesterol de Juan Carlos eran absolutamente normales.
     Esto me lo contó Domingo un sábado cualquiera de un año que ya no recuerdo.