miércoles, 16 de julio de 2014

El “realismo irrealista” de Jorge Franco

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 146, julio de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo




El “realismo irrealista” de Jorge Franco

Por Raúl Jaime Gaviria

Cuando era pequeño, a mediados de los años setenta, vivía yo en el Edificio El Parque, situado en pleno corazón de Medellín, más específicamente en el Parque de Bolívar, diagonal a la Catedral Metropolitana, el mismo edificio donde vivían algunas de las familias más influyentes de Antioquia como los Toro, dueños de Almacenes Éxito. En el penthouse (piso dieciocho) vivía una señora muy extraña, ya bastante mayor, a quien todos los niños del edificio le teníamos pavor. Cuando nos la encontrábamos en el ascensor nunca nos saludaba y siempre se mostraba ante nosotros con un rostro adusto y ceñudo. En nuestra imaginación de niños la asociábamos con una especie de bruja y mucho más cuando nuestros padres nos habían dicho que esa señora pertenecía a la familia del señor Echavarría que habían secuestrado hacía algunos pocos años en Medellín. Nunca supe que grado de parentesco tenía la señora con don Diego pues mis padres mantenían este tema en el mayor misterio. Esta era la única referencia directa que tenía yo de aquel trágico suceso que sacudió las bases mismas de la sociedad antioqueña y que dio inicio a una época de crisis de valores y degradación moral de la que aún no nos reponemos.

Hace poco terminé de leer el polémico libro El mundo de afuera de Jorge Franco que trata sobre el tema del secuestro de don Diego y la vida en El Castillo. No sé hasta qué grado el autor se permitió traspasar las fronteras de la veracidad histórica involucrando en su historia elementos de ficción, aunque siempre me ha parecido, en literatura, delicado someter los sucesos históricos a la tiranía absoluta de la ficción literaria y más en el caso de una historia más bien reciente de la que existen abundantes datos que le permiten al autor ser riguroso con relación a los hechos que se relatan. Si el escritor es verdaderamente creativo sabrá desechar constructos narrativos, por más buenos que estos sean, con el fin de mantener unos parámetros de veracidad que permitan que la historia que se cuente no se desvirtúe, a menos que se pretenda, y esto se ha de dejar claro desde un principio,  hacer literatura fantástica con la historia. Con esto estaría de acuerdo siempre y cuando se trate de llenar vacíos históricos que no se encuentren documentados o que lo sean parcialmente. No es el caso de esta novela, pues el mismo autor, en declaraciones radiales, admitió que no pudo encontrar el documento que certificara que Don Diego y Dita se casaron y ante la infructuosidad de su búsqueda decidió inventar una fábula en la cual don Diego y Dita vivieron juntos sin casarse, lo que denota, como mínimo, cierta irresponsabilidad por parte del autor. Si Franco hubiera sido más riguroso de seguro que habría podido obtener una mayor información acerca de este hecho específico, siendo como lo es Diego Echavarría uno de los personajes más importantes que ha dado la tierra antioqueña. ¿Se imaginan ustedes si a Jorge Franco le hubiera dado por escribir, bajo los mismos parámetros de no veracidad histórica, un  libro  sobre el secuestro de Ingrid Betancur o Clara Rojas? ¿No piensan que ellas, con todo el derecho, tendrían motivos de queja?  Estoy seguro de que los mismos que en el caso de El mundo de afuera  defienden el derecho absoluto de Franco a la libre creación artística  por encima de la veracidad histórica hoy lo estarían criticando. Lo cierto es que Franco no es tan tonto como para  hacer ficción acerca de personajes de este perfil. En el caso de El mundo de afuera se trató de un riesgo controlado de su parte, ya que afectó a un poder bastante precario como lo es el de la junta directiva de un museo provinciano y a una familia, como la familia Echavarría, hace rato venida a menos, mientras que  aquellos que firmemente lo apoyaron, son nada menos que los medios de comunicación más poderosos del país. Es una pelea de toche con guayaba madura y Franco lo sabe y hasta ahora le ha salido bien.

Algo del libro que no logré entender, y que se constituye en todo un misterio para mí, es el hecho de que se haya soslayado por completo en la novela la escena de la muerte de Diego Echavarría. El final de la historia  es tan abrupto  y tan sin sentido que llega uno a pensar que a este libro le fue literalmente mutilado un de los capítulos finales. Habiendo leído algunos de los libros de Jorge Franco (Paraíso Travel y Melodrama me parecen excelentes) me es difícil concebir que el autor no haya escrito la escena final de la muerte de Don Diego porque, ante una lectura atenta, es evidente que la dislocación que se produce en el ritmo narrativo de la historia no es usual en los libros de Franco.

Aunque El mundo de afuera está bien narrado y en algunos momentos es ameno para el lector, existen elementos valorativos que hacen que no sea dable considerar que se trata de una obra maestra. Siendo el de la no veracidad histórica el más importante de estos elementos, no es el único. Las disparatadas escenas en las que Isolda se interna en el bosque me parecen características de lo que daría yo en denominar  “realismo mágico de serie B” pues lo único que logran (de manera claramente impostada) es imitar malamente al peor García Márquez. El personaje que hace de amante masculino del Mono Riascos no tiene, para nada, velas en el entierro en esta novela. También me cuesta creer que a un delincuente ramplón como El Mono se le de por hacer disquisiciones ante don Diego acerca de lo que es buena o mala poesía. Tampoco se menciona para nada, en el último capítulo, a don Diego ni se hace alusión alguna a la viudedad de doña Dita. Y aunque son muchas las escenas que carecen de solidez literaria, la que se gana el premio mayor es aquella en la que, al final de la novela, el Mono Riascos le dice a don Diego que se puede ir y este le dice que no se irá, que prefiere quedarse. ¡Por Dios!¿a quién se le puede ocurrir que un secuestrado al que se deja libre vaya a rechazar su libertad? Y lo más patético es la burda parodia de la frase bíblica con la que don Diego le responde a El Mono: -No se angustie y haga lo que tenga que hacer hombre.


Simplemente no me lo creo, es demasiado artificial, demasiado inverosímil, como casi todo en este malogrado libro de Jorge Franco titulado El mundo de afuera en cuyos bosques, aparte de Isolda, las mariposas y las flores, se encuentra encerrado más de un gato. Al encontrarme con este libro llegué (sin lograrlo) a abrigar la leve esperanza de esclarecer en algo la historia que de niño me subyugó tanto y que, de alguna manera, se encarnaba en la vieja bruja del piso dieciocho del edificio en que transcurrió mi niñez.