BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 146, julio de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
El “realismo irrealista” de Jorge
Franco
Por
Raúl Jaime Gaviria
Cuando
era pequeño, a mediados de los años setenta, vivía yo en el Edificio El Parque,
situado en pleno corazón de Medellín, más específicamente en el Parque de
Bolívar, diagonal a la Catedral Metropolitana, el mismo edificio donde vivían
algunas de las familias más influyentes de Antioquia como los Toro, dueños de
Almacenes Éxito. En el penthouse (piso dieciocho) vivía una señora muy extraña,
ya bastante mayor, a quien todos los niños del edificio le teníamos pavor.
Cuando nos la encontrábamos en el ascensor nunca nos saludaba y siempre se
mostraba ante nosotros con un rostro adusto y ceñudo. En nuestra imaginación de
niños la asociábamos con una especie de bruja y mucho más cuando nuestros
padres nos habían dicho que esa señora pertenecía a la familia del señor
Echavarría que habían secuestrado hacía algunos pocos años en Medellín. Nunca
supe que grado de parentesco tenía la señora con don Diego pues mis padres
mantenían este tema en el mayor misterio. Esta era la única referencia directa
que tenía yo de aquel trágico suceso que sacudió las bases mismas de la
sociedad antioqueña y que dio inicio a una época de crisis de valores y
degradación moral de la que aún no nos reponemos.
Hace
poco terminé de leer el polémico libro El mundo de afuera de Jorge Franco que
trata sobre el tema del secuestro de don Diego y la vida en El Castillo. No sé
hasta qué grado el autor se permitió traspasar las fronteras de la veracidad
histórica involucrando en su historia elementos de ficción, aunque siempre me
ha parecido, en literatura, delicado someter los sucesos históricos a la
tiranía absoluta de la ficción literaria y más en el caso de una historia más
bien reciente de la que existen abundantes datos que le permiten al autor ser
riguroso con relación a los hechos que se relatan. Si el escritor es
verdaderamente creativo sabrá desechar constructos narrativos, por más buenos
que estos sean, con el fin de mantener unos parámetros de veracidad que
permitan que la historia que se cuente no se desvirtúe, a menos que se pretenda,
y esto se ha de dejar claro desde un principio,
hacer literatura fantástica con la historia. Con esto estaría de acuerdo
siempre y cuando se trate de llenar vacíos históricos que no se encuentren
documentados o que lo sean parcialmente. No es el caso de esta novela, pues el
mismo autor, en declaraciones radiales, admitió que no pudo encontrar el
documento que certificara que Don Diego y Dita se casaron y ante la
infructuosidad de su búsqueda decidió inventar una fábula en la cual don Diego
y Dita vivieron juntos sin casarse, lo que denota, como mínimo, cierta
irresponsabilidad por parte del autor. Si Franco hubiera sido más riguroso de
seguro que habría podido obtener una mayor información acerca de este hecho
específico, siendo como lo es Diego Echavarría uno de los personajes más
importantes que ha dado la tierra antioqueña. ¿Se imaginan ustedes si a Jorge
Franco le hubiera dado por escribir, bajo los mismos parámetros de no veracidad
histórica, un libro sobre el secuestro de Ingrid Betancur o Clara
Rojas? ¿No piensan que ellas, con todo el derecho, tendrían motivos de
queja? Estoy seguro de que los mismos
que en el caso de El mundo de afuera
defienden el derecho absoluto de Franco a la libre creación
artística por encima de la veracidad
histórica hoy lo estarían criticando. Lo cierto es que Franco no es tan tonto
como para hacer ficción acerca de
personajes de este perfil. En el caso de El mundo de afuera se trató de un
riesgo controlado de su parte, ya que afectó a un poder bastante precario como
lo es el de la junta directiva de un museo provinciano y a una familia, como la
familia Echavarría, hace rato venida a menos, mientras que aquellos que firmemente lo apoyaron, son nada
menos que los medios de comunicación más poderosos del país. Es una pelea de
toche con guayaba madura y Franco lo sabe y hasta ahora le ha salido bien.
Algo
del libro que no logré entender, y que se constituye en todo un misterio para
mí, es el hecho de que se haya soslayado por completo en la novela la escena de
la muerte de Diego Echavarría. El final de la historia es tan abrupto y tan sin sentido que llega uno a pensar que
a este libro le fue literalmente mutilado un de los capítulos finales. Habiendo
leído algunos de los libros de Jorge Franco (Paraíso Travel y Melodrama me
parecen excelentes) me es difícil concebir que el autor no haya escrito la
escena final de la muerte de Don Diego porque, ante una lectura atenta, es
evidente que la dislocación que se produce en el ritmo narrativo de la historia
no es usual en los libros de Franco.
Aunque
El mundo de afuera está bien narrado y en algunos momentos es ameno para el
lector, existen elementos valorativos que hacen que no sea dable considerar que
se trata de una obra maestra. Siendo el de la no veracidad histórica el más importante
de estos elementos, no es el único. Las disparatadas escenas en las que Isolda
se interna en el bosque me parecen características de lo que daría yo en
denominar “realismo mágico de serie B”
pues lo único que logran (de manera claramente impostada) es imitar malamente
al peor García Márquez. El personaje que hace de amante masculino del Mono
Riascos no tiene, para nada, velas en el entierro en esta novela. También me
cuesta creer que a un delincuente ramplón como El Mono se le de por hacer disquisiciones
ante don Diego acerca de lo que es buena o mala poesía. Tampoco se menciona
para nada, en el último capítulo, a don Diego ni se hace alusión alguna a la
viudedad de doña Dita. Y aunque son muchas las escenas que carecen de solidez
literaria, la que se gana el premio mayor es aquella en la que, al final de la
novela, el Mono Riascos le dice a don Diego que se puede ir y este le dice que
no se irá, que prefiere quedarse. ¡Por Dios!¿a quién se le puede ocurrir que un
secuestrado al que se deja libre vaya a rechazar su libertad? Y lo más patético
es la burda parodia de la frase bíblica con la que don Diego le responde a El
Mono: -No se angustie y haga lo que tenga que hacer hombre.
Simplemente
no me lo creo, es demasiado artificial, demasiado inverosímil, como casi todo
en este malogrado libro de Jorge Franco titulado El mundo de afuera en cuyos
bosques, aparte de Isolda, las mariposas y las flores, se encuentra encerrado
más de un gato. Al encontrarme con este libro llegué (sin lograrlo) a abrigar
la leve esperanza de esclarecer en algo la historia que de niño me subyugó
tanto y que, de alguna manera, se encarnaba en la vieja bruja del piso
dieciocho del edificio en que transcurrió mi niñez.