miércoles, 1 de octubre de 2014

La flauta de la discordia

GUADAÑAZOS PARA LA                           
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 157, octubre de 2014
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo 
Publicación de Revista Asfódelo



La flauta de la discordia

Por Hernán Botero Restrepo

Cuatro años llevaban viviendo juntos, Rodrigo, María Helena y Nieve, una hermosa perra de la raza de los Samoyedos, que había obsequiado María Helena a su compañero como regalo de su boda notarial. Por cierto, Nieve era tan hermosa que su belleza canina opacaba las gracias físicas de María Helena y Rodrigo (que conste que ella no era ni mucho menos fea y él podía considerarse buen mozo).

El que Rodrigo fuese dueño de un parqueadero y su compañera, la administradora de una gran papelería no tiene importancia ninguna para lo que va a narrarse a continuación. La tiene en cambio el que Rodrigo, desde el segundo año de la convivencia con la joven, se hubiese empeñado, sin ningún talento, en aprender a tocar la flauta traversa. Y esto hasta el cuarto y último año en que convivieron y que fueron años de tortura auditiva para María Helena.

La tarde en que lo peor se inició parecía que iba a terminar, no solo meteorológicamente sino también desde el  punto de vista emocional, en calma, como debía terminar cualquier tarde como solía decir Rodrigo. Pero no fue así. ¿Qué por qué? por los siguientes motivos: Nieve no apareció cuando Rodrigo hubo abierto la puerta, ni ladró desde adentro de la casa. Debe de haber salido con María Helena -conjeturó Rodrigo y pasó a la sala comedor. ¿Qué era aquello? La oscuridad de las ocho de la noche invadía el recinto. Rodrigo alzó la vista al techo: la araña de promoción no colgaba de él. Encendió el bombillo de la pared del fondo… ¿Un robo?... ¿Estaría María Helena poniendo el denuncio en la fiscalía? ¿Y Nieve, qué? Antes de intentar imaginarlo vio que sobre el bifé no estaba la ensaladera italiana de porcelana del siglo diecinueve que María Helena comprara en un almacén de antigüedades antes de que comenzaran a vivir juntos. Pero el florero chino si se encontraba en su lugar de costumbre, la pequeña mesa de centro. El florero chino que se había traído Rodrigo al apartamento con el consentimiento, a regañadientes, de sus padres. Pero no fue solo eso, debajo del florero sobresalía la esquina de un sobre. Lo tomó, lo abrió y sacó la hoja cuyo contenido era este: Rodrigo, me voy porque ya no aguanto más tus horribles ensayos de flauta y que conste que te pedí muchas veces que cesaras en tu inútil empeño musical, me llevo la araña porque me gusta mucho. No me busques, salgo de la ciudad porque he conseguido un empleo muy bueno y muy lejos de aquí. Lo que me queda por decir es que si me llevo a Nieve es porque a ti se te metió en la cabeza, que cuando ella te oía tocar la flauta, se te acercaba cariñosamente y se sentaba sobre sus cuartos traseros, te estaba expresando su admiración. Además he alcanzado a darme cuenta que tus miradas más tiernas se las dirigías a Nieve y no a mí. Te agradezco las cosas buenas que compartimos y te perdono las malas. Finalmente, un consejo: búscate una mascota y una mujer, en ese orden y tira a la bolsa de basura la flauta porque es muy posible que a otro perro no le guste ni a la mujer que me sustituya le disguste más que a mí. No hablo de la flauta en sí sino de la manera como la tocas. La que fue tuya, 
María Helena González.

María Helena, ¿qué me has hecho? -se dijo un Rodrigo muy perplejo. ¿Por qué no me dejaste por lo menos a Nieve? Sin Nieve dejaré la flauta a pesar de los progresos que he hecho con ella.

Epílogo

Pero lo que se acaba de leer no es la historia completa de Rodrigo y sus compañeras, mujer y perra. Rodrigo estuvo deprimido alrededor de unos cinco meses sin tocar la flauta, pero sin deshacerse de ella, añorando a María Helena pero sin hacer nada por localizarla; sí, ella le había dicho en la nota de despedida que se marchaba para muy lejos era cierto, pues Rodrigo no había conocido una mujer en su vida más fanática de la verdad; hasta que tuvo un sueño, de esos poquísimos que se recuerdan con una fidelidad casi absoluta. En este sueño, él tomaba el mismo sobre que en realidad le había dejado María Helena. Lo que estaba escrito en él era idéntico a lo escrito en el que él había leído, con la excepción de esta frase: Rodrigo, te dejo a Nieve porque me da pena dejarte tan solo y  yo sé que disfrutas con los chillidos y ronquidos que le sacas a la flauta aunque no más que la perra.

Así terminó el sueño. El día siguiente Rodrigo regaló la flauta a una amiga que tenía talento musical e iba a estudiar en un conservatorio. Rodrigo hizo vanos intentos por encontrar a María Helena durante unos tres años, hasta que la memoria de ella se le fue desvaneciendo.

Finalmente, Rodrigo se convenció de que su vida eran su esposa Myriam y sus dos hijos. Sin flautas ni perros.