BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 157, octubre de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
La
flauta de la discordia
Por Hernán Botero
Restrepo
Cuatro años llevaban
viviendo juntos, Rodrigo, María Helena y Nieve, una hermosa perra de la raza de
los Samoyedos, que había obsequiado María Helena a su compañero como regalo de
su boda notarial. Por cierto, Nieve era tan hermosa que su belleza canina
opacaba las gracias físicas de María Helena y Rodrigo (que conste que ella no
era ni mucho menos fea y él podía considerarse buen mozo).
El que Rodrigo fuese
dueño de un parqueadero y su compañera, la administradora de una gran papelería
no tiene importancia ninguna para lo que va a narrarse a continuación. La tiene
en cambio el que Rodrigo, desde el segundo año de la convivencia con la joven,
se hubiese empeñado, sin ningún talento, en aprender a tocar la flauta
traversa. Y esto hasta el cuarto y último año en que convivieron y que fueron
años de tortura auditiva para María Helena.
La tarde en que lo peor
se inició parecía que iba a terminar, no solo meteorológicamente sino también desde
el punto de vista emocional, en calma,
como debía terminar cualquier tarde como solía decir Rodrigo. Pero no fue así.
¿Qué por qué? por los siguientes motivos: Nieve no apareció cuando Rodrigo hubo
abierto la puerta, ni ladró desde adentro de la casa. Debe de haber salido con
María Helena -conjeturó Rodrigo y pasó a la sala comedor. ¿Qué era aquello? La
oscuridad de las ocho de la noche invadía el recinto. Rodrigo alzó la vista al
techo: la araña de promoción no colgaba de él. Encendió el bombillo de la pared
del fondo… ¿Un robo?... ¿Estaría María Helena poniendo el denuncio en la
fiscalía? ¿Y Nieve, qué? Antes de intentar imaginarlo vio que sobre el bifé no
estaba la ensaladera italiana de porcelana del siglo diecinueve que María
Helena comprara en un almacén de antigüedades antes de que comenzaran a vivir
juntos. Pero el florero chino si se encontraba en su lugar de costumbre, la
pequeña mesa de centro. El florero chino que se había traído Rodrigo al
apartamento con el consentimiento, a regañadientes, de sus padres. Pero no fue
solo eso, debajo del florero sobresalía la esquina de un sobre. Lo tomó, lo
abrió y sacó la hoja cuyo contenido era este: Rodrigo, me voy porque ya no
aguanto más tus horribles ensayos de flauta y que conste que te pedí muchas
veces que cesaras en tu inútil empeño musical, me llevo la araña porque me
gusta mucho. No me busques, salgo de la ciudad porque he conseguido un empleo
muy bueno y muy lejos de aquí. Lo que me queda por decir es que si me llevo a
Nieve es porque a ti se te metió en la cabeza, que cuando ella te oía tocar la
flauta, se te acercaba cariñosamente y se sentaba sobre sus cuartos traseros,
te estaba expresando su admiración. Además he alcanzado a darme cuenta que tus
miradas más tiernas se las dirigías a Nieve y no a mí. Te agradezco las cosas buenas
que compartimos y te perdono las malas. Finalmente, un consejo: búscate una mascota
y una mujer, en ese orden y tira a la bolsa de basura la flauta porque es muy
posible que a otro perro no le guste ni a la mujer que me sustituya le disguste
más que a mí. No hablo de la flauta en sí sino de la manera como la tocas. La
que fue tuya,
María Helena González.
María Helena González.
María Helena, ¿qué me
has hecho? -se dijo un Rodrigo muy perplejo. ¿Por qué no me dejaste por lo
menos a Nieve? Sin Nieve dejaré la flauta a pesar de los progresos que he hecho
con ella.
Epílogo
Pero lo que se acaba de
leer no es la historia completa de Rodrigo y sus compañeras, mujer y perra.
Rodrigo estuvo deprimido alrededor de unos cinco meses sin tocar la flauta,
pero sin deshacerse de ella, añorando a María Helena pero sin hacer nada por
localizarla; sí, ella le había dicho en la nota de despedida que se marchaba para
muy lejos era cierto, pues Rodrigo no había conocido una mujer en su vida más
fanática de la verdad; hasta que tuvo un sueño, de esos poquísimos que se
recuerdan con una fidelidad casi absoluta. En este sueño, él tomaba el mismo
sobre que en realidad le había dejado María Helena. Lo que estaba escrito en él
era idéntico a lo escrito en el que él había leído, con la excepción de esta
frase: Rodrigo, te dejo a Nieve porque me da pena dejarte tan solo y yo sé que disfrutas con los chillidos y
ronquidos que le sacas a la flauta aunque no más que la perra.
Así terminó el sueño.
El día siguiente Rodrigo regaló la flauta a una amiga que tenía talento musical
e iba a estudiar en un conservatorio. Rodrigo hizo vanos intentos por encontrar
a María Helena durante unos tres años, hasta que la memoria de ella se le fue
desvaneciendo.
Finalmente, Rodrigo se
convenció de que su vida eran su esposa Myriam y sus dos hijos. Sin flautas ni
perros.