GUADAÑAZOS PARA LA
email: revistasfodelo@yahoo.com
BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 122, febrero de 2014
Directores:
Raúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista AsfódeloRaúl Jaime Gaviria
Hernán Botero Restrepo
email: revistasfodelo@yahoo.com
En el camposanto, muy entrada la noche
Por Hernán Botero
Restrepo
Corría tranquilamente
un año de la tercera década del siglo pasado en la Colombia de las guerras
civiles, tranquilamente porque en ese año no se padeció el flagelo bélico. Esta
circunstancia explica con creces la paz de que gozó el corregimiento de San Juan
de la Magdalena en el occidente del departamento de Antioquia, que no contaría,
por aquel entonces, con más de treintamil almas, para hacer uso del vocablo,
que en vez del término habitantes, se decía y escribía por aquellas calendas.
Lo que se va a contar a
renglón seguido tuvo lugar en el nombrado corregimiento, en altas horas de la
noche (altas para los sanjuaneños, que madrugaban a encamarse tanto como a
levantarse de sus lechos pues esto lo hacían al rayar el alba). Y va de cuento
no menos que de historia. Varios meses, cuatro o cinco, después del inicio del
año aludido, había muerto Don Efrén Zuluaga, uno de los patriarcas del pueblo,
a la provecta edad de noveintaidos años, habiendo dejado muy acomodada por
cierto, amén de a su esposa, una nutrida familia compuesta por ocho hijos, tres
hijas, veinticuatro nietos y cinco bisnietos, todos los cuales lloraron
sinceramente el deceso del nonagenario, pues este dio siempre muestras a lo
largo de toda su vida de ser, en el sentido cristiano, un hombre ejemplar y el
más amoroso de los esposos, padres, abuelos y bisabuelos que era dado concebir
en esos patriarcales días. Pero hubo en la tribu de Don Efrén alguien que no
lloró su pérdida, su hijo menor Manuel Antonio, que además no se apareció por
la casa paterna el día del velorio ni asistió al concurrido entierro de su
padre. Por supuesto que todo el mundo, o mejor, el mundito de San Juan de la
Magdalena terminó por satanizar a Manuel Antonio que, desde muy pequeño, era
considerado por los sanjuaneños que lo conocieron como la cruz que le había
tocado cargar a Don Efrén. Manuel Antonio fue, y muy precozmente, mal
estudiante, pendenciero con propios y extraños, aficionado de tiempo completo a
la botella y padre de nada menos que de tres hijos ilegítimos de diferentes
madres. Además, desde los diez años dej{o de ir a misa los domingos y se negó a
rezar el rosario que se rezaba en su casa cada noche. Manuel Antonio entró en
colisión con su progenitor y esta duró hasta que Don Efrén descansó en la paz
del señor.
No habían terminado la
novena de difuntos cuando, como era de esperarse, el benjamín de Don Efrén tomó la determinación
de abandonar su natal san Juan, en donde ni sus hijos ni nadie lo querían, para
meterse en el negocio del contrabando de tabaco, muy lejos de su pueblo. Esto,
incluido lo de volverse contrabandista, lo hubiera esperado cualquiera que
hubiera conocido a Manuel Antonio. Pero nadie habría imaginado lo que habrá de
narrarse a continuación: Un día antes del escogido para su emigración de San Juan,
Manuel Antonio, en medio de una borrachera, sintió sin quererlo sentir y sin
querer queriendo, que el difunto Don Efrén, así Manuel Antonio no se hubiera
entendido con él casi desde que hubo adquirido el uso de razón, no dejaba de
ser su padre y, dándole vueltas a esta idea en su ebria cabeza, llegó a la
conclusión de que debía hacerle, la noche de ese mismo día, a
la tumba del autor de sus días y noche una visita sin que nadie lo viera.
Eran más de las nueve
de la noche cuando Manuel Antonio le pidió al celador del cementerio que le
abriera la puerta de la reja que lo circundaba. El celador lo miró receloso al
oír su petición.
— Don
Francisco, yo no voy a demorarme ni diez minutos, es que mañana salgo de viaje
y no sé cuándo pueda volver, si es que vuelvo a San Juan, pero quiero
despedirme de mi papá, dígame en donde está su tumba.
Don Francisco acabó por
acceder a su petición. A la tumba paterna se encaminó en consecuencia el hijo descarriado,
y al llegar a ella se arrodilló. En esa postura se mantuvo durante unos minutos,
menos de los diez de los que le habló al celador. Lo que pasó por su cabeza, lo
que sintió su corazón, es de reserva del sumario, que yo, el narrador en
tercera persona de esta verídica pequeña historia no alcanzo a columbrar.
Volviendo a los hechos
narrables este texto con visos de leyenda urbana termina así:
Una vez en pie, el hijo
prodigo suigeneris de Don Efrén,
todavía bajo los efectos del licor, echó a andar en dirección a la salida de
la necrópolis. No había dado veinte pasos cuando sintió que una fuerza brutal
halaba de él hacia atrás.
En su inspección
matinal Don Francisco se llevó el susto mayor de su vida:
El cuerpo de Manuel Antonio
colgaba inerte y sin vida de su ruana, que se había enredado en una de las alas
de un ángel de mármol (este se encontraba fuera de su nicho y estaba esperando
a un albañil que ese mismo día iba a reparar el nicho pues estaba afeado por
algunas grietas).
Cuando el pueblo se
enteró de la extraña muerte de Manuel Antonio se convirtió en un hervidero de
comentarios. En el fondo no eran más que un mismo comentario con variantes que
el lector habrá de imaginarse sin temor a devanarse los sesos.