sábado, 16 de marzo de 2013

Una danza de libélulas sobre el estanque

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 65, marzo  de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.com

«UNA DANZA DE LIBÉLULAS SOBRE EL ESTANQUE»
Rubén López Rodrigué

Acerca del libro Colombia y el arte. Homenaje a Enrique Grau, Tomo 3, editado recientemente por la Fundación Enrique Grau, con sede en Bogotá, con la participación de 47 artistas de Colombia y del exterior, entre ellos el antioqueño Omar Toro, comentado en el presente texto, hemos decido publicar este (con el atenuante que se trata de fragmentos, extractados de un ensayo, publicados en un plegable para una exposición de pintura en Medellín, de ahí su carácter fragmentario) por las siguientes razones. Para empezar, no respetaron el seudónimo del autor («Rodrigué»), con el cual es conocido en diversos medios nacionales y del exterior. Cambiaron palabras, omitieron otras, suprimieron y modificaron puntuación, eliminaron los párrafos finales. ¿Para qué un mensaje que, como masa amorfa, no llega al lector? El autor nunca fue consultado para verificar que en la digitación de su texto no hubiese sido alterado, como en efecto sucedió.
Alguna vez supimos de un científico que olvidó el día de su matrimonio por estar concentrado en su trabajo de laboratorio. Y al parecer los editores del mencionado y lujoso libro todavía creen en el cuento de «Una imagen vale más que mil palabras», todavía piensan que la imagen lo incluye todo y por lo tanto no hay que leer nada —eso se lo escuchamos decir a un pintor radicado en Medellín. ¿Cuántos autores habrán recibido semejante afrenta, con la que se los hace aparecer como malos escritores?

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Omar Toro expone en su obra la atmósfera de la ciudad, no digamos mediante una exactitud representativa, pues allí no hay fidelidad topográfica ni episodios anecdóticos, sino de manera simbólica, por ejemplo en Electro de Medellín pinta las curvas que atraviesan la ciudad enferma, violenta, desprovista de amor y respeto, mejor dicho, en estado de gravedad.
Con el cuadro Vive si puedes me pone a pensar que la gran ciudad es un gigantesco y luminoso carrusel de ilusiones perdidas, que los grandes centros urbanos son el corazón del infierno moderno, que la capital de Colombia tiene un carácter cosmopolita mientras que las demás ciudades del país, caso patético de Medellín, son como aldeas donde todo se sabe y todo se enjuicia. «Te recorren ojos absortos perplejos. / Absortos, absortos / perplejos, perplejos / Cómo nos parecemos Medellín» (Hacedor de espejos).
«Mi pintura intenta penetrar lugares comunes, estados cotidianos, la ciudad y sectores marginales», dice Omar Toro. Así, en el óleo Trópico pinta una barriada que llega hasta la cima de una montaña, la misma que vio desaparecer en un derrumbe. El colorido del barrio pobre armoniza con los distintos verdes de la montaña sobre la cual se encarama. Por supuesto ese barrio «También tiene sus quijotes, / sus sanchos / y más de una dulcinea» («Mi barrio»).   
El pintor que me ocupa se mueve en la oposición entre arte abstracto y arte figurativo, cultivando los dos campos y superando el conflicto que pudiese existir entre ellos. ¿Qué pretenden ver los ojos del pintor que indagan la distancia hasta donde comienza la región de las brumas? En la Serie urbanos algunas pinturas son laberintos simbolizados por manchas de color que producen un efecto de luces sobre la tela, si bien con cierto aire cubista en una de ellas, un díptico donde los cubos y rectángulos forman una encrucijada destinada a confundir a quien se adentre en el cuadro.
Si la práctica habitual frente a un cuadro es identificar los elementos representados y a partir de ese reconocimiento valorarlos, ello no podría suceder, por lo menos en mi caso, ante una obra como Abstracto díptico, un arte resuelto en formas puras en sí mismas, que puedo interpretar como la expresión genuina de un espíritu creador, luego de haber pasado por el aprendizaje de la pintura académica, de la pintura figurativa con los supuestos de conocimientos anatómicos, combinación de colores, estudio de la rigurosa perspectiva, manejo de lienzos y demás materiales. Pero como el verdadero lenguaje artístico se define en términos puramente plásticos, no habría que caer en el error de confundir la realidad pictórica con la realidad física.
Los poetas son como niños que reclaman juguetes, cromos y rosas empapadas de rocío. «La poesía bien podría ser un niño / cabalgando una mariposa» (Entre lo sagrado y lo profano).
Esa agresividad del color es como hablar de cartuchos de dinamita.


En cuanto a su poesía, es un medio de expresión de su psiquismo volcánico. Pinta con palabras la realidad psíquica, el fantaseo o la vida fantasmática, así como pinta su interioridad subjetiva en los cuadros: «el cerebro no sabe leer / los apuntes del corazón» (Entre lo sagrado y lo profano). Aquí vemos la valentía del artista que somete las intimidades de la propia vida psíquica a miradas de otros, a miradas extrañas.
Se dice que todos los poetas son unos perdidos y unos borrachos, se afirma que hay quienes se sumergen en la vida bohemia a fin de parecerse a los poetas «malditos franceses»; pero ese malditismo que recibe la iluminación del mal no es suficiente si no se cuenta con el talento. En Omar toro ha existido una bohemia creativa, indesligable de su talento, aunque en ocasiones se sienta como una marioneta de ella: «Bohemia / como te cuesta / orientar mis pasos» («Bohemia»). Además, estimo que este no es uno de esos poetas que se comportan como pequeños tiranos creadores de universos, o que se guían como un Dios que crea de la Nada.
Se nota la búsqueda afanosa de gamas de luz. Si no fuera porque no se acoge a la forma tradicional, a la línea, al dibujo, calificaría a Omar Toro de luminista. «Gavillas de pintores / Con sus gorros de loco / Cruzan luces y penumbras», dice Juan Manuel Roca en su poema «Saga de los viejos pintores». No solo sus cuadros repletan de color, también los poemas de los libros ya enunciados, en los que traza su pensamiento sobre la dura lucha por la vida: «Si hago de pintor o artista, / poeta o poetastro, / es porque no encuentro otra manera / de defenderme de mí mismo» («Constancia»).
En suma, en la pintura y la poesía de Omar Toro la muerte es consustancial a la vida, con lo que trasmite el mensaje que vivir es también aprender a morir: «nazco a cada instante / igual que muero» («Fragancia»).