miércoles, 19 de junio de 2013

Roberto Bolaño crítico de la poesía chilena

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 85, junio de 2013
Directores: 
Raúl Jaime Gaviria  (revistasfodelo@yahoo.com)
Hernán Botero Restrepo (boterohernan@yahoo.com)
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué (rdlr@une.net.co)




Roberto Bolaño crítico de la poesía chilena
Hernán Botero Restrepo

En el libro de publicación póstuma Entre paréntesis, compilado por Ignacio Echavarría, y que aglutina la mayor parte de los ensayos, artículos y discursos de Roberto Bolaño, encuentra el lector una visión pseudo-valorativa de la poesía chilena. ¿De qué visión se trata? De una visión subjetivista, lograda por medio de calificativos denostativos en la mayoría de los casos y desmesuradamente encomiásticos en los menos, desde La Araucana de Ercilla hasta la poesía de Enrique Lihn.
     A Bolaño no le gusta la novelística chilena en general y otro tanto puede afirmarse de la poesía, pero Bolaño no se toma el trabajo de sustentar sus pocos gustos, ni sus múltiples disgustos referentes a la literatura de la nación austral. En poesía, por ejemplo, Braulio Arenas, el fundador de la poesía surrealista de Chile, es para él simplemente: “el horrible Braulio Arenas”. Nuestro crítico no dice otra cosa del poeta. Neruda es para Bolaño el autor de muchísimos malos versos y muy pocos logrados, pero no ofrece ni siquiera un solo ejemplo de ninguno de ellos ni se adentra críticamente en el universo de la obra nerudiana. ¿Y de Huidobro qué? Aparte de contar que en medio de su agonía Donoso solicitó que se le leyeran algunos fragmentos de Altazor (que Bolaño descalifica), este no agrega, a propósito del autor del famoso poema, otra cosa que su gusto por Huidobro, sin que manifieste el porqué de este. El nombre de Gonzalo Rojas aparece tan solo una vez y de contera para llamar la atención del lector acerca de dos prosistas que están por descubrirse: Claudio Giaconi y Enrique Lihn (como prosista obviamente). Bolaño, por otra parte, se da el mísero lujo de no mencionar a poetas tan importantes como Humberto Diaz – Casanueva, ejemplo de gran poeta innovador, ni al tan chileno como cosmopolita Julio Barrenechea. Otro poeta ignorado por completo por la crítica bolañesca es Oscar Castro, todavía objeto de estudio por parte de los investigadores literarios de Chile. Pareja suerte corren Rosamel del Valle y Oscar Hahn.
     Pero es que cuando algún poeta le gusta mucho a Bolaño este se contenta con perífrasis muy breves o con alabanzas que resultan a todas luces desmedidas; como cuando afirma que el poeta de lengua española más grande entre los vivos es Nicanor Parra, cosa que podría ser tan cierta como que Braulio Arenas se tratara en realidad de un poeta horrible y Neruda de un poeta de pocos buenos versos, sin embargo tales afirmaciones han de demostrarse con argumentos para poder ser tenidas en cuenta como críticas serias. Pablo de Rokha es nombrado varias veces en Entre paréntesis pero siempre evadiendo el juicio crítico. Aparte de Parra, su poeta venerado es Enrique Lihn llegando incluso a afirmar que Chile está obligado a preguntarse en qué medida el país se merece a un poeta de tales proporciones; y aunque parece ponderar a Jorge Teillier muestra ante este cierta ambigüedad difícil de definir.
     En el mencionado libro se alude a Gabriela Mistral en varias ocasiones, pero es tan falto de sustancia lo que dice Bolaño, que el lector corre el riesgo de memorizar, por lo absurdo y fallidamente ingenioso, la paupérrima ironía con la que el escritor chileno responde a la pregunta (que apareció nada menos que en  la revista Playboy) de qué le habría dicho él a la Mistral en caso de haberla conocido y que fue literalmente esta: “mamá, perdóname, he sido malo pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno”.