BeLLA ViLLA
" La literatura a tajo abierto"
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Edición No. 81, junio de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Correo electrónico: revistasfodelo@yahoo.comColaborador permanente: Rubén López Rodrigué
Sí, PERSEVERO PADRE/SEVERO
Rubén López Rodrigué
El hecho de no creer en la novela histórica como género no me impide valorar Fuego de amor encendido de José Libardo Porras. Su propósito al escribir la novela no fue informar al lector de acontecimientos pasados (función que corresponde a la historia), sino tratar de responder a una cuestión moral, hecho que se convierte en el motor de su escritura.
La novela empieza con una festividad, en concreto con un desfile donde un par de amigos –Julián y Antonio– conocen a Eloísa Alzate. Ella es la típica mujer con el malestar de sentirse incómoda y fuera de lugar en su ambiente, no importa cuál sea; una mujer que no pertenece a ninguna parte, una extraña sumida en un mundo indiferente y hostil. «¿Soledad femenina? ¿Cómo será la soledad de los hombres? La suya es un sentimiento de orfandad y extrañamiento. No soy de aquí ni de ahora. Sin importar los países ni los siglos, para mí sería igual, ¿cómo será para las demás?, ¿dónde podrán las mujeres ser lo que quieren ser? Su soledad no es carencia de compañía, no depende de los otros sino que es una cicatriz en lo profundo, en el alma, y la presencia de otro puede ayudar a agrandarla».
La novela es una metáfora de la condición femenina, indesligable de la condición social imperante. Trata de la alienación de «la casa», el encerramiento entre cuatro paredes para embrutecerse con los oficios domésticos, sin ninguna perspectiva de plenitud. Con todo, al otro lado del inmenso bosque, a Eloísa Alzate la espera el mundo, no la casa donde muere.
Por instantes, Eloísa se abstrae en sus pensamientos sobre qué estarán haciendo Julián o Antonio, pero piensa más en el primero. Es la jovencita típica que fantasea con un novio imaginario, desesperada por descubrir su poder de seducción pero pasiva; la regla era que una muchacha debía esperar a que se fijaran en ella sin tomar la iniciativa. Eloísa procedió así y duda si fue atinado no haberle dicho a Julián lo mucho que le gusta, haber callado y esperar a que él diera el paso. Ganas no le faltaban, lo que le faltaba era el atrevimiento.
Por momentos, Fuego de amor encendido, novela ambientada en la segunda mitad del siglo XIX, huele a enjalma carrasquillesca. Es una novela de actualidad dado el empuje pulsional que mueve a los personajes, sean estos ficticios con nombres y apellidos representativos en la tradición antioqueña, o sean históricos como Recaredo de Villa, presidente del Estado Soberano de Antioquia, o el obispo Monseñor Valerio Jiménez, quienes son recreados en hechos como poner la primera piedra de la primera sala de maternidad.
Siendo un escritor con el privilegio de la madurez, Porras puede permitirse trascribir sucesos de un siglo atravesado sin tregua por las guerras civiles. El escepticismo del autor no permite que sus personajes escapen a la tragedia, menos en una época tan semejante en belicosidad a la actual. Ello en una perspectiva realista, como la de Historias de la cárcel Bellavista, que excluye los fantaseos de El continente sumergido, otra de sus obras, donde hace un viaje interior con cierto matiz surrealista.
Es evidente que el propósito de José Libardo Porras consiste en mezclar ficción con historia, en una articulación de estos dos géneros destinada a trazar una imagen del Medellín de la época decimonónica y bosquejar una idea del ser humano en el presente, es decir, ese pasado nos sirve para explicar la actualidad.
Mi planteamiento apunta a la sutileza de las fronteras entre historia y literatura. Si bien la historia se propone ser una ciencia objetiva, vale decir, pretende dar cuenta de hechos verdaderos (cosa que no siempre logra, eso suele ser parcial y depende de quien relate y el mundo y la época a los que pertenece), la literatura tiene un propósito artístico, subjetivo. Si la historia y la literatura incursionan la una en la otra a fin de alimentarse mutuamente con su savia, el novelista cumple con su tarea de construir una imagen con sentido, una imagen coherente de una época mediatizada por unos personajes.
Necesariamente el autor realizó una investigación histórica, por ejemplo en torno a las costumbres de la época, la influencia que ejercía la iglesia católica en sus habitantes, las intrigas entre liberales y conservadores que no impidieron que dos hijos de antagonistas políticos, Julián y Eloísa, contrajeran matrimonio. Y no podía faltar la criticadera. Eloísa Alzate se convierte en chivo expiatorio de las culpas de los pobladores que la califican de desvergonzada, díscola, arpía, bruja, arrabalera; sienten que estaba escandalizando en la catedral, andando con Julián y el señorito Antonio Santamaría en el centro de la Plaza Mayor, mientras cantan y se alegran al son del violín.
Pero Julián muere y su amigo Antonio pasa a ocupar su lugar en la vida de Eloísa. Y viene el inevitable olvido, que es la verdadera muerte. Antonio piensa: «Hoy lo lloran y le rezan, mañana solo le rezarán; después, si acaso, lo recordarán sus papás; por último, hasta ellos lo olvidarán: ¿Julián Restrepo?, ¿quién era Julián Restrepo?».
Da la impresión de que el escritor hubiese acudido a la máquina del tiempo a fin de viajar hacia fines del siglo XIX con miras a dar un testimonio objetivo desde los puntos de vista sociológico y geográfico. Todo ello sin caer en la idealización a causa de la distancia temporal y espacial de un autor de comienzos del siglo XXI.
Fuego de amor encendido tiene un estilo que por su tono me produce extrañeza. Con su forma fragmentaria el escritor seguramente nos dirá que la realidad es discontinua, fragmentada. La fidelidad a la historiografía de la segunda mitad del siglo XIX se traduce en la rigurosidad con lugares y calles: la Plaza Mayor, la Botica de los Isaza, la agencia de El Zancudo, el Banco de Antioquia.
En cuanto al artificio temporal, la narración es en presente histórico, que sigue cumpliendo funciones de pasado, pero acercando los hechos de tal manera como si gozaran de una contemporaneidad. El autor va del presente al pasado y viceversa, actualizando ese pasado y dando a comprender con sus predicados que el ser humano en su esencia ha sido siempre el mismo… y no cambiará.
Tratándose de una novela en que el tema histórico es algo relativamente remoto, no existe la posibilidad de que el lector juzgue los datos de la ficción de acuerdo a los hechos de la realidad. En el tratamiento político el elemento subjetivo predomina sobre el testimonio objetivo, tanto para el lector como para el autor, quien rompe las censuras de la conciencia a fin de liberar sus fantasmas interiores.
Eloísa Alzate nació en un complicado parto que ocasionó la muerte de su madre, y creció al amparo de la abuela paterna quien le contaba historias sobre su padre. El bisabuelo era un capitán de la escuela de Brienne que, por servir y propagar las ideas de Napoleón, se enroló en la campaña libertadora de Bolívar. Las narraciones de la abuela afloraban en detalles y se iban intercalando en los estudios de música, gramática, caligrafía y lectura de la muchacha, saberes que según la anciana eran indispensables para el espíritu.
A mi juicio la verosimilitud falla en el caso de Eloísa, la protagonista. Es dudoso que, de acuerdo al contexto de la época, exclusor radical de las mujeres, exista una intelectual como ella que escribe sesudos artículos de política en “La Crónica”. No es que ello no sea posible, por lo menos en literatura, pero es la forma como está construida la novela la que no me permite concebir a una pensadora como ella.