miércoles, 12 de junio de 2013

Un grato encuentro con La vida después de Dios de Douglas Coupland

GUADAÑAZOS PARA LA                            
BeLLA ViLLA            
                " La literatura a tajo abierto"     

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Edición No. 83, junio de 2013
Directores: Raúl Jaime Gaviria / Hernán Botero Restrepo
Publicación de Revista Asfódelo
Colaborador permanente: Rubén López Rodrigué

     Un  grato encuentro con La vida después de Dios de Douglas Coupland

      Raúl Jaime Gaviria


 

Hay libros que llegan a tus manos en el momento indicado y te enseñan más que cualquiera de las obras que la crítica especializada pueda considerar como indispensables dentro de la literatura universal. Luego de leídos esos libros te queda la sensación de que entiendes el mundo y te entiendes tú un poco mejor; son libros cargados de alma que justifican tu camino lector. Desde tiempos inmemoriales la humanidad anda en busca de ese único libro que la redima y, de hecho, al través de la historia, la mayoría de las culturas ha depositado toda su fe en alguno al que le ha sido conferida la connotación de “sagrado”. 
           Hace no mucho intenté escribir un cuento, que dejé en borrador, en el que al considerado mejor lector del mundo se le preguntó en un programa televisivo cultural por las motivaciones que lo llevaban a leer tanto y el respondió que si bien había leído grandes y geniales obras algo muy en el fondo le decía que aún no había encontrado el libro escrito “para él”; aquel libro que lo conmoviese no solo de manera intelectual sino también espiritual e incluso orgánica, ese libro donde se lograran fusionar a plenitud la otredad del “ser escritor en soledad” con su yoidad de “ser lector en soledad” y, según decía, lo más triste era que las posibilidades de hallar ese libro eran infinitesimales considerando la cantidad de libros escritos y de aquellos aún por escribirse a los que jamás tendría acceso.
            Como el personaje del frustrado lector de mi frustrado cuento, también yo, lector del tipo medio (este año me puse la meta de leer cien libros y a duras penas he leído un poco más de treinta), ando en busca del libro perfecto que logre redimirme aunque sé que tengo muchas menos posibilidades que el lector de mi cuento dada mi insuficiente intensidad lectora. Sin embargo, no hay que desdeñar el papel que juega el azar, y aunque es cierto que en la lotería las probabilidades de ganar se hacen mayores dependiendo de la cantidad de boletos comprados, así mismo lo es el que miles de personas en el mundo han obtenido el premio mayor tan solo con jugar un único boleto, lo que indica que vencieron de algún modo la ley de probabilidades y que más que un hecho matemático el hecho de ganar era para ellos una cuestión del destino, de ahí que yo tampoco pierdo la esperanza.
Todo este preámbulo para entrar en materia: resulta que a consecuencia de mi precaria situación financiera y ante el elevado precio que tienen los libros en nuestro país, me he convertido en un lector de bibliotecas. Me encuentro afiliado a varias de las bibliotecas públicas de la ciudad y por lo general mantengo el cupo lleno en todas ellas, lo que supone un lío de la madonna a la hora de coordinar las diferentes fechas de entrega, además de la presión tácita que implica el hecho de leer un libro que no te pertenece; lo que me trae a la memoria a un amigo que alguna vez me dijo que odiaba leer libros de bibliotecas porque le recordaba la época en que se mantenía en los burdeles comprando el tiempo y los cuerpos de mujeres desconocidas. En fin, que durante lo corrido de este año he leído una treintena de libros, principalmente novelas, y algunos libros de cuentos y ensayos. Afortunadamente la mayoría me parecieron buenos y esto debido a la imposibilidad absoluta que se me presenta de avanzar en la lectura de un libro que no me atrapa en sus primeras páginas, cosa que de verdad lamento pues con seguridad me he perdido de grandes cosas. Lo cierto es que no puede decirse de ninguno de esos libros que me haya conmovido hasta el tuétano, que me haya mostrado una perspectiva de la vida lo suficientemente inédita y  poderosa como para producir en mi un timonazo que me transformara radicalmente luego de acometer la lectura. Fue preciso que entrara el azar a jugar su papel para que una noche cualquiera, en casa de un amigo, me encontrara con un libro que con solo abrirlo y leer un par de páginas llamó mi atención vivamente. Y aunque de ninguna forma se trata del libris mirabilis que busca todo lector debo decir que, luego de leerlo, tuve la extraña sensación de que ese libro había sido escrito específicamente para mí en la medida en que planteaba preguntas que en diversos momentos de mi vida yo también me había planteado. Admito que me sentí un poco frustrado pues dentro de la treintena de libros leídos este año se encuentran obras cumbres de la literatura universal y escritores tan grandes como Balzac, Dostoievski, Hawthorne, Hamsun, Carver o Kundera y en cambio, a Coupland, aparte de una fugaz mención en un ensayo de Roberto Bolaño (donde lo coloca junto a otros autores que continúan la tradición de Graham Greene) jamás lo había oído nombrar con anterioridad. En La vida después de Dios de Douglas Coupland, un escritor canadiense más conocido por libros como Generación X y Planeta Champú, la realidad es mostrada al desnudo en todo su terrible descarnamiento. Coupland nos lleva de la mano en un intenso recorrido por diversas geografías del paisaje rural y urbano de la Norteamérica anglosajona que une a Canadá y a los Estados Unidos, valga tomar como ejemplo uno solo de los capítulos en el que nos habla de aquellas personas que fueron trascendentes en su infancia y adolescencia y luego, a modo de contraste, nos hace un relato pormenorizado de como con el paso de los años esas mismas personas se habían transformado de tal manera que, como ruinas etruscas, nada o casi nada de los seres que habían sido eran ya reconocibles luego de que la vida los hubiera triturado de manera inmisericorde.
Coupland, cuya escritura presenta ciertas similitudes con la de Raymond Carver, a diferencia de este, no se regodea en el fracaso humano (que es también el nuestro) sino que hace una radiografía de él y nos lo muestra tal cual es exponiéndolo a la luz y con ello busca confrontarnos con nosotros mismos y en ese intento nos suelta algunas frases (yo diría más bien flashes) tan impactantes como esta: “(…) Primero está el amor, luego el desencanto y, finalmente, el resto de tu vida”. o esta en donde se refiere a la muerte: “(…) Creo que la muerte  no consiste solo en morir. Creo que la muerte es una pérdida que nunca puede volver a recuperarse, palabras que nunca se recobran, un daño que jamás se puede reparar. Es la negación de cualquier posible futuro de un determinado amor”.
Se trata pues de un libro inquietante que pretende suscitar nuevas miradas, nuevas formas de ver el mundo y reflexionarlo, utilizando tan solo la sencilla materia de lo cotidiano; en mi caso lo logró y eso es lo que cuenta.